Llegamos a una relación personal con el Señor cuando
tomamos la mayor decisión de la vida: el punto decisivo del que hablamos
antes. Esa decisión consiste en creer que Jesús es el Hijo de Dios, el
que murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó de entre los
muertos, y recibirlo por Salvador y Señor.
~John Beckett
tomamos la mayor decisión de la vida: el punto decisivo del que hablamos
antes. Esa decisión consiste en creer que Jesús es el Hijo de Dios, el
que murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó de entre los
muertos, y recibirlo por Salvador y Señor.
~John Beckett
Parte 8: El Camino a Casa
Aquí están los elementos claves por medio de los cuales nosllegamos a reconciliar con el Padre. Todos y cada uno de ellos tienen
una importancia vital. Si uno solo de ellos estuviera ausente, podría
impedir que nuestra relación fuera completa.
Nuestra condición: Lo primero que necesitamos comprender es que
estamos separados de Dios. El abismo que nos separa de Él es ancho y
profundo. Heredamos por nacimiento un defecto fatal. Como consecuencia,
hemos vivido independientes de Él. La Biblia destaca esta realidad tan
desoladora: “Pues todos han pecado y están privados de la gloria de
Dios”. Si no podemos aceptar el hecho de que el pecado nos separa de
Dios, nunca llegaremos espiritualmente a casa, porque no sentiremos la
necesidad de un Salvador.
El remedio de Dios: En segundo lugar, necesitamos tener una
comprensión muy clara de quién es Jesús, y qué ha hecho Él por nosotros,
para poder poner en Él nuestra fe con toda confianza. Jesús fue quien
cerró la brecha que nos separaba de Dios. En palabras del apóstol Juan:
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que
todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan
3:16).
Jesús no sólo era un buen hombre, un gran maestro o un inspirado
profeta. Él vino a la tierra como el Cristo y el Hijo de Dios. Nació de
una mujer virgen. Llevó una vida sin pecado. Murió. Fue sepultado.
Resucitó al tercer día. Ascendió a los cielos, y allí se convirtió en
Señor y Cristo.
La muerte y resurrección de Jesús a favor nuestro satisfizo las
exigencias de Dios: una provisión completa para eliminar nuestro pecado.
Este Jesús, y sólo Él, reúne las cualidades para ser el remedio de mi
pecado y el suyo.
Nuestra respuesta: arrepentirnos y creer.
El arrepentimiento personal es vital en el proceso de transformación.
La palabra “arrepentimiento” significa literalmente “un cambio en la
manera de pensar”. Consiste en decirle al Padre: “Quiero acercarme a ti y
apartarme de la vida que he llevado independientemente de ti. Te pido
perdón por lo que he sido y lo que he hecho, y quiero cambiar de manera
permanente. Recibo tu perdón por mis pecados”.
En este punto, son muchos los que experimentan una notable
“purificación” de cosas que se habían ido acumulando toda una vida,
todas ellas capaces de degradar el alma y el espíritu de una persona.
Sintamos o no el perdón de Dios, si nos arrepentimos, podemos tener la
seguridad total de que somos perdonados. Nuestra confianza se basa en lo
que Dios nos ha prometido, y no en lo que nosotros sintamos.
Llegamos a una relación personal con el Señor cuando tomamos la mayor
decisión de la vida: el punto decisivo del que hablamos antes. Esa
decisión consiste en creer que Jesús es el Hijo de Dios, el que murió
por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó de entre los muertos, y
recibirlo por Salvador y Señor. Cuando creemos de esta forma, nos
convertimos en hijos de Dios. Está prometido expresamente en el
evangelio de Juan: “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su
nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12).
¿Quisiera recibir a Jesucristo como Salvador? Si quiere hacerlo, puede hacer una oración como ésta:
“Jesús, te necesito. Me arrepiento de la vida que he llevado alejado
de ti. Te doy gracias por morir por mí en la cruz para pagar por el
castigo de mis pecados. Creo que tú eres el Hijo de Dios, y ahora te
recibo como mi Salvador y Señor. Consagro mi vida a seguirte.”
¿Hizo esta oración?
Sí
No
» Parte 9: La Nueva Naturaleza
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