CAPÍTULO TERCERO
  
       
      LA EUCARISTÍA, BANQUETE SACRIFICIAL. COMUNIÓN CON CRISTO Y  
      CON LOS HERMANOS EN LA IGLESIA
        
               
                  Sumario:        
      1. Panorama histórico. 2. Enseñanzas del Magisterio. 3.  
      Algunas investigaciones teológicas. Apéndice: Eucaristía: diálogos  
      ecuménicos e intercomunión.        
               
                  Bibliografía:        
                  Es clásica la obra de        
      • H. De Lubac, 
      Corpus Mysticum. L’eucaristia e la Chiesa nel medievo, Jaca Book,  
      Milán 1982.        
      Del mismo autor es justo recordar las páginas centrales  
      sobre la Eucaristía y la Iglesia de su conocido libro Meditazione sulla  
      Chiesa Ed. Paoline, Milán 1955, pp. 176-196.        
      • M. Gesteira Garza,  
      La eucaristía, misterio de comunión, Salamanca, Sígueme, 19922.        
      • Aa.Vv.  
      Eucaristia e Chiesa. Atti della Settimana Teologica, en «Bollettino  
      della diocesi di Verona» 70 (1983), número monográfico sobre el tema con  
      varios estudios que se citarán:  
      I.Biffi, Eucaristia e  
      Chiesa nel medievo e nel concilio di Trento, en Eucaristia e  
      Chiesa, o.c., pp. 501-513.        
      Para una visión del tema en la teología del Vaticano II y  
      en la actual reflexión cfr. los estudios de        
      • E. Ruffini, 
      Eucaristia e Chiesa nel Vaticano II, en Eucaristia e Chiesa, o.c.,  
      pp. 515-529.        
      • G. Colombo, 
      Eucaristia e Chiesa nella riflessione sistematica, ibid, pp.  
      557-574.        
      • B. Forte, 
      La Chiesa nell’Eucaristia, D’Auria, Nápoles 1975.        
      • J.M.R. Tillard,  
      Chair de l’Eglise, chair du Christ. Aux sources de l’ecclesiologie de  
      communion, París, Cerf, 1992; versión española. Salamanca, Sígueme  
      1995.        
      En la misma línea teológica se inserta el primer documento  
      de diálogo oficial católico-ortodoxo, suscrito en Mónaco en 1982: Il  
      mistero della Chiesa e dell’Eucaristia alla luce del mistero della  
      Santissima Trinità.        
               
      PREMISA        
                  La Eucaristía, presencia de Cristo y memorial  
      de su sacrificio, está esencialmente ordenada a la comunión; ella misma es  
      banquete de comunión y es precisamente en la comunión eucarística donde se  
      da la comunión en el sacrificio de Cristo y en su Persona. De este modo,  
      Él nos pone en relación con el Padre y con el Espíritu; es, a través de la  
      comunión eucarística como se realiza el fin mismo de la Eucaristía: hacer  
      la Iglesia, realizar la comunión con la Trinidad y la humanidad y cumplir  
      el misterio de aquella unidad que es la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.        
                  Está claro que pueden darse diversos modos de  
      participar en la Eucaristía y que la eficacia del sacrificio eucarístico  
      alcanza a aquéllos que no comulgan; también es verdad que hay modos de  
      estar en contacto con Cristo presente en la Eucaristía a través de la  
      adoración y el culto del Santísimo Sacramento; pero, debemos decirlo,  
      incluso para corregir cierto minimalismo eucarístico que se ha introducido  
      en la visión de la Eucaristía: el misterio eucarístico que expresa y  
      realiza la comunión con Cristo y entre nosotros requiere la participación  
      digna y comprometida de los fieles en el banquete eucarístico.        
                  Sobre este tema, aunque se han dado períodos de  
      alejamiento por parte de los cristianos de la comunión eucarística, no se  
      han dado controversias ni herejías y no se puede apelar a un Magisterio de  
      la Iglesia articulado, como el que poseemos sobre el sacrificio y sobre la  
      presencia. La falta de problemas de tipo especulativo no disminuye la  
      importancia vital de este aspecto de la comunión que por el contrario,  
      como se verá enseguida, constituye el punto nodal de la reflexión  
      eucarística de hoy, el empeño más sentido de la Iglesia que quiere vivir  
      según la lógica de la comunión eucarística con todas las consecuencias,  
      incluso sociales. Y aquí se sitúa también la espiritualidad y la mística  
      de la Eucaristía hoy, en torno al sacrificio de Cristo y a la comunión con  
      Él, a fin de que se realice el misterio de la Iglesia-Eucaristía: «muchos  
      un solo cuerpo» (Rm 12, 5; 1 Co 10, 17).        
                  En torno a este aspecto de la Eucaristía  
      tendremos ocasión de aprehender los puntos más actuales de la teología y  
      de la espiritualidad eucarística, en plena sintonía con el Magisterio.        
               
      1. PANORAMA HISTÓRICO  
       
       
  
       
                   
       
      La relación entre la Eucaristía y la Iglesia que se da  
      mediante la celebración de la fracción del pan y la comunión eucarística,  
      está ya bien presente en la misma institución de la Eucaristía, como Cena  
      comunitaria en la cual Jesús realiza la comunión con los suyos en el  
      momento de su Pasión, a través de su cuerpo y su sangre ofrecidos como  
      alimento y bebida. Desde la perspectiva de Juan, tanto la Cena como la  
      cruz tienen esta dimensión de unidad, de reunión de los hijos de Dios  
      dispersos; el servicio, la caridad, la plegaria por la unidad son el  
      ambiente natural y la exigencia normal de la Eucaristía que Jesús  
      instituye y manda repetir en su memoria. La doctrina de los Apóstoles  
      vincula conjuntamente la celebración de la fracción del pan a la realidad  
      de la comunidad cristiana y a sus empeños de comunión hasta el compartir  
      los bienes. Pero es, sobretodo, Pablo quien en 1 Co 10, 16-17  
      afirma la identificación Eucaristía-Iglesia para extraer en 1 Co  
      11, 17-34 las consecuencias de la que es una verdadera celebración  
      comunitaria de la Cena del Señor, sacramento de su donación total a la  
      Iglesia.
        
                  En Pablo, pues, el tema de la comunión personal  
      y comunitaria en el cuerpo y la sangre de Cristo propone esta triple  
      identificación entre la Iglesia y la Eucaristía: 1) a nivel de  
      lenguaje: tanto la Iglesia como la Eucaristía son cuerpo (soma)  
      del Señor; 2) a nivel de simbolismo eficaz: la unidad del pan y del  
      cáliz sugiere el simbolismo del único Cuerpo y del único Espíritu en la  
      Iglesia; 3) finalmente, en la profunda realidad: la Iglesia es  
      Cuerpo de Cristo porque se nutre del cuerpo de Cristo que es la  
      Eucaristía. Tenemos ya aquí la fecunda idea desarrollada por los Padres:  
      la Eucaristía hace la Iglesia; la Iglesia hace la Eucaristía. Una frase  
      que es justa con tal que sea comprendida de este modo: Cristo  
      dándose a la Iglesia en la Eucaristía la convierte en su Cuerpo;  
      Cristo, presente en la Iglesia, dándose en la Eucaristía, la celebra y  
      la da a los suyos. La estructura profunda de estas identificaciones  
      muestra a la Iglesia como aquel Cuerpo místico y al mismo tiempo real que  
      el Cristo de la gloria tiene sobre la tierra; y presenta a la Eucaristía  
      como aquel cuerpo misterioso (sacramental), o bien real (objetivo), que  
      hace de la Iglesia el cuerpo que ella recibe. El cuerpo y la sangre de la  
      Eucaristía reclaman luego aquel misterio de la total donación de Cristo a  
      la Iglesia como su Esposa y su Cuerpo, hecha una vez sobre la cruz y  
      repetida en cada celebración eucarística (cfr. Ef 5, 25-27).        
                  En la época patrística la relación  
      Eucaristía-Iglesia es muy sentida; no se puede imaginar la Iglesia sin  
      verla en torno al único altar, en la perfecta comunión de la fe, bajo la  
      presidencia del obispo con su presbiterio, como nos sugiere Ignacio de  
      Antioquía: «Procurad serviros con fruto de la única Eucaristía; una es, en  
      efecto, la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz por la unidad  
      de su sangre, uno el altar como uno el obispo con los presbíteros y  
      diáconos, mis cofrades, a fin de que todo lo que hagáis lo hagáis según  
      Dios» 108.        
                  De la Eucaristía fluye toda la vida y la acción  
      de la comunidad cristiana y de la caridad social hasta el martirio. La  
      Iglesia se reencuentra en su propio signo y en su experiencia fundante en  
      torno al misterio del cuerpo y de la sangre del Señor. Bastan aquí algunas  
      sobrias ilustraciones de este hecho con los textos patrísticos esenciales.        
                  Cipriano de Cartago nos habla del simbolismo  
      venerado en la tradición antigua: «Cuando el Señor llama a su cuerpo el  
      pan compuesto por la unión de un gran número de granos, señala la unidad  
      de nuestro pueblo... Y cuando él llama a su sangre el vino resultante de  
      un gran número de racimos y granos, y formando una única bebida, él  
      significa que nuestra grey está hecha de una multitud reconducida a la  
      unidad». Es, también, él el que sugiere otro simbolismo: «Cuando en el  
      cáliz el agua se mezcla con el vino, es el pueblo quien se mezcla en  
      Cristo, es el pueblo de los creyentes el que se implica y se une a aquél  
      en quien cree. Esta mezcla, esta unión del vino y del agua en el cáliz del  
      Señor es indisoluble. Así la Iglesia, esto es, el pueblo que está en la  
      Iglesia y que fiel y firmemente, persevera en la fe, no podrá nunca estar  
      separado de Cristo, sino que él será fiel a un amor que de dos hará uno» (Ep. 
      63, 13; cfr. Ep. 69, 5.2).        
                  Este tema será retomado con frecuencia por  
      otros Padres posteriores. Agustín desarrolla con gran intuición  
      catequética el proceso paralelo que lleva a la confesión del pan y el  
      proceso de los neófitos que se convierten en el Cuerpo de Cristo 109.        
                  Expresiones similares encontramos en un  
      conocido sermón de Gaudencio de Brescia: «El pan es considerado con razón  
      imagen del cuerpo de Cristo. El pan, en efecto, resulta de muchos granos  
      de trigo. Ellos son reducidos a harina y la harina después es pastada con  
      agua y cocida a fuego. Así también el cuerpo místico de Cristo es único  
      pero está formado por toda la multitud del género humano, llevada a su  
      condición perfecta mediante el fuego del Espíritu Santo... Por la sangre  
      de Cristo vale, en un cierto sentido la misma analogía del vino, similar a  
      la del pan. En un primer momento se da la recolección de muchos granos o  
      racimos en la viña por Él mismo plantada. Sigue el pisar la uva en la  
      prensa de la cruz...» 110        
                  Pero es, sin duda, san Agustín quien mejor ha  
      explotado cuanto se puede decir de la relación Eucaristía-Iglesia, desde  
      el múltiple simbolismo de unidad en la unión eficaz del Cuerpo por medio  
      de la Eucaristía. Hemos recordado ya el vínculo entre Cristo y la Iglesia  
      en el único sacrificio. Baste ahora citar uno de los muchos textos en los  
      cuales se identifica el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, con la  
      Eucaristía que es recibida por los fieles: «¿Qué ves sobre el altar? El  
      pan y el cáliz (...) pero para la ilustración de vuestra fe, os decimos  
      que este pan es el cuerpo de Cristo y el cáliz es su misma sangre... Pero  
      si queréis comprender qué es el Cuerpo de Cristo escuchad al apóstol que  
      os dice: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo” (...). Así pues, vosotros  
      sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, lo que está sobre el altar es el  
      símbolo de vosotros mismos, y lo que vosotros recibís es vuestra realidad.  
      Vosotros mismos lo confirmáis diciendo: Amén. Se os dice: He aquí el  
      cuerpo de Cristo; y vosotros respondéis: Amén, así sea. Sois, pues,  
      miembros de Cristo para responder en verdad: Amén» 111. Recordemos de  
      nuevo el ya citado texto alusivo al sacrificio eucarístico que es también  
      sacrificio de la Iglesia: «Éste es el sacrificio de los cristianos:  
      “También siendo muchos somos un solo cuerpo de Cristo” (Rm 12, 5);  
      y la Iglesia lo renueva continuamente en el sacramento del altar, conocido  
      por los fieles, donde se ve que en lo que ofrece (la Eucaristía), se  
      ofrece también a sí misma (la Iglesia)» 112.        
                  Juan Crisóstomo plantea toda su eclesiología  
      sobre el misterio eucarístico que él celebra con el pueblo; y de ello hace  
      brotar todas las consecuencias de una vida cristiana comprometida en el  
      amor a los hermanos. He aquí un texto significativo: «Muchos son los  
      vínculos que nos ligan conjuntamente: una misma mesa es puesta delante de  
      todos..., a todos se da la misma bebida y nosotros la recibimos también  
      del mismo cáliz. El Padre, queriendo inducirnos a amar, en su sabiduría ha  
      meditado también esto, que nosotros bebemos del mismo cáliz, símbolo de la  
      más perfecta caridad... Nosotros hemos sido hechos partícipes de una mesa  
      espiritual común; debemos, por lo tanto, estar unidos por un mismo amor  
      espiritual» 113. En efecto, desde esta convicción, Crisóstomo llevará  
      adelante el paralelismo entre la presencia de Cristo en la Eucaristía y en  
      el hermano, estableciendo de manera ideal la correspondencia entre el  
      sacramento eucarístico y el «sacramento del hermano». Célebre es un texto  
      suyo en el cual se expresa así: «La Iglesia no es un museo de oro y  
      plata... ¿Queréis honrar el cuerpo del Señor? No lo desdeñéis cuando lo  
      veáis cubierto de harapos; después de haberlo honrado en la Iglesia con  
      hábitos de seda, no lo abandonéis fuera sufriendo el frío, no lo dejéis en  
      la miseria... Aquél que ha dicho: “Esto es mi cuerpo”... y que os ha  
      garantizado con su palabra la verdad de las cosas, ha dicho esto también:  
      Lo que os habéis negado hacer al más pequeño, me lo habéis negado a mí  
      mismo» 114.        
                  Este aspecto eclesial tiene su formulación  
      orante en las plegarias eucarísticas con las cuales la Iglesia celebra el  
      misterio. Ellas expresan todo el misterio de la Iglesia comunidad, Cuerpo,  
      Esposa y Pueblo de Dios. Ellas ponen a la Iglesia en «estado eucarístico»  
      mediante las diferentes expresiones de la plegaria: alabanza, acción de  
      gracias, invocación, ofrenda e intercesión. Ellas afirman, sobretodo, la  
      unidad que se realiza por el único Espíritu del Señor mediante la comunión  
      en el único cuerpo y en el único cáliz.        
                  En la Anáfora alejandrina de Basilio de Cesarea  
      se pide: «Haznos dignos, Señor, de comulgar en tus santos misterios, para  
      la santificación del alma, del cuerpo y del espíritu, para que nos  
      convirtamos en un solo cuerpo y en un solo espíritu...» En la anáfora de  
      Teodoro de Mopsuestia se señalan estos efectos de la efusión del Espíritu  
      Santo sobre los dones: «Para que todos juntos seamos hechos unánimes por  
      un mismo vínculo de caridad y de paz, y nos convirtamos en un solo cuerpo  
      y en un solo espíritu, como llamados estamos a una sola esperanza de  
      nuestra vocación» 115.        
                  También el canon romano expresa una visión de  
      la Iglesia eucarística como familia de Dios, pueblo del Señor, comunidad  
      ordenada en los diversos ministerios, Iglesia santa y católica... 116        
                  Esta conciencia ha permanecido con claridad en  
      la teología eucarística oriental que habla voluntariamente de una  
      eclesiología eucarística, es decir, de una experiencia de la Iglesia que  
      nace de la celebración de los misterios. Hay un testimonio, de nuevo, en  
      el medievo bizantino, Nicolás Cabasilas, el cual escribe a propósito de la  
      Eucaristía, que es también experiencia del misterio de Pentecostés por la  
      efusión del Espíritu en los dones y en los fieles: «Los santos misterios  
      representan a la Iglesia no como símbolos, sino como el corazón representa  
      los miembros y como la raíz de un árbol sus ramas... Los santos misterios,  
      en efecto, son el cuerpo y la sangre de Cristo, que para la Iglesia es  
      verdadero alimento y verdadera bebida. Participando en ellos, no es la  
      Iglesia quien los transforma en el cuerpo humano... sino que es ella misma  
      quien es transformada en estos dones, igual que el elemento superior y  
      divino prevalece sobre el terreno» 117.        
                  En la teología occidental, este aspecto  
      eclesial de la Eucaristía no está tan acentuado. Ciertamente no falta la  
      dimensión teológica en la comprensión del misterio. Santo Tomás tiene muy  
      presente que la gracia de la Eucaristía es «la unidad del Cuerpo místico»,  
      la comunión con Cristo y entre nosotros, la unidad del pueblo cristiano  
      118. No faltan teólogos, especialmente del área monástica que han puesto  
      de relieve la admirable relación teológica y espiritual entre la  
      Eucaristía y la Iglesia. El mismo maestro de santo Tomás, S. Alberto Magno  
      había escrito: «Como el pan... está hecho de muchos granos los cuales  
      comunican todo su contenido y se compenetran el uno con el otro, así el  
      verdadero Cuerpo de Cristo está hecho de muchas gotas de sangre de nuestra  
      naturaleza... mezcladas entre sí, y así muchos fieles... unidos en el  
      afecto y comunicados con Cristo Cabeza constituyen místicamente el único  
      cuerpo de Cristo... y por eso este sacramento nos lleva a hacer la  
      comunión de todos nuestros bienes temporales y espirituales» 119.        
                  Sin embargo, en el medievo la atención  
      primordial se pone sobre otros aspectos: la presencia, la adoración, el  
      sacrificio. La misma práctica rarefacta de la comunión eucarística es en  
      provecho de una forma de contemplación de la hostia consagrada;  
      ciertamente esto no contribuye a desarrollar esta eclesiología eucarística  
      y esta relación indisoluble entre Eucaristía e Iglesia mediante la  
      comunión del único cuerpo y sangre del Señor. Algún guiño al carácter  
      eclesial de la Eucaristía se encuentra también en la doctrina del concilio  
      de Trento especialmente en el proemio del decreto sobre la presencia real  
      (cfr. supra).        
                  Nuestro tiempo, como tiempo de la Iglesia  
      redescubierta como Cuerpo místico y Pueblo de Dios en virtud de los  
      sacramentos y de la Eucaristía, parece sin duda más sensible a este  
      aspecto. A ello ha contribuido el despertar eclesiológico y la reforma  
      litúrgica, la reflexión conciliar y la misma eclesiología que está a la  
      búsqueda de su autocomprensión como «Cuerpo de Cristo» por medio de la  
      celebración eucarística, máxima experiencia del ser Iglesia. Han sido  
      notables los trabajos de H. De Lubac, arriba citados. Pero sobre este tema  
      han escrito páginas muy bellas también autores protestantes como J.J. Von  
      Allmen 120: la Eucaristía como revelación de los límites y de la plenitud  
      de la Iglesia. Estamos en la feliz convergencia de una eclesiología que  
      encuentra su raíz sacramental en la Eucaristía. Como ha escrito J.  
      Ratzinger: «Se podría definir brevemente la Iglesia como Pueblo de Dios en  
      virtud del Cuerpo de Cristo», en el sentido de que «el nuevo pueblo recibe  
      de la Cena del Señor su propia realidad» 121.        
                  Es de nuevo la Eucaristía la que hace la  
      Iglesia, volviendo así a la mejor comprensión del misterio como realizado  
      por Jesús en la Cena y en la cruz y como ha sido proclamado por Pablo.        
                  Este filón teológico-espiritual, sin duda,  
      deberá ser de nuevo, estudiado y desarrollado mejor, pero ya poseemos  
      algunas líneas seguras de doctrina en el más reciente Magisterio eclesial.        
               
         
       
                   
       
      Una nueva sensibilidad en la presentación del misterio  
      eucarístico aparece en los documentos del Vaticano II. En la LG 3 ya se  
      afirma: «Con el sacramento del pan eucarístico, se representa y produce la  
      unidad de los fieles». La relación Eucaristía-Cuerpo místico está  
      claramente expresada en el n. 7: «En la fracción del pan eucarístico  
      participando nosotros realmente en el cuerpo del Señor, somos elevados a  
      la comunión con él y entre nosotros». De nuevo en el n. 11 se dice:  
      «Alimentándose del cuerpo de Cristo en la asamblea santa, muestran  
      concretamente la unidad del pueblo de Dios, que es felizmente expresada y  
      admirablemente producida por este augustísimo sacramento».
        
                  Esta presencia eucarística de Cristo en todas  
      las legítimas asambleas de los fieles, bajo la presidencia del obispo y en  
      comunión de fe y de amor, hace la Iglesia local en su más simple  
      expresión, incluso en una comunidad «pobre, pequeña, dispersa», pero que  
      posee la presencia de Cristo «por virtud del cual se recoge la Iglesia  
      una, santa, católica y apostólica».        
                  En efecto, «nuestra participación en el cuerpo  
      y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a transformarnos en lo que  
      recibimos, a hacernos revestir en todo, en el cuerpo y en el espíritu, de  
      Aquél en el cual hemos muerto, hemos sido sepultados y hemos resucitado»  
      122. En el mismo número de la LG se afirma con la cita de un texto de la  
      liturgia hispano-mozárabe, a propósito de la Cena del Señor «a fin de que  
      por medio de la carne y de la sangre del Señor esté estrechamente unida  
      toda la fraternidad del cuerpo» 123.        
                  Estamos en el centro de una eclesiología  
      eucarística que el Concilio presenta también con estos efectos y estos  
      compromisos: «No es posible que se forme una comunidad cristiana si no  
      teniendo como raíz y fundamento la celebración de la santa Eucaristía, de  
      la cual, por lo tanto, debe empezar cualquier educación tendente a formar  
      el espíritu de comunidad. Y la celebración eucarística, a su vez, para ser  
      plena y sincera debe avanzar tanto en las diversas obras de caridad y en  
      la recíproca ayuda, como en la acción misionera y en las diferentes formas  
      de testimonio cristiano» 124.        
                  Juan Pablo II en la Carta Dominicae Coenae  
      ha puesto de relieve este semblante desarrollando nuevamente algunos  
      aspectos novedosos de la reflexión teológica y de la espiritualidad  
      eucarística como la relación entre la Eucaristía y la caridad, el prójimo  
      y la existencia cotidiana.        
                  Tomando como base estas enseñanzas podemos  
      recordar ahora algunos aspectos sistemáticos que ponen de relieve la  
      relación con la Eucaristía como comunión con Cristo en la Iglesia.        
                  El Catecismo de la Iglesia católica  
      reserva una bella disertación al tema del «banquete pascual» (nn.  
      1382-1405). Es, por lo tanto, obligado referirse a algunos de los puntos  
      doctrinales en cada uno de los argumentos que seguirán 125.        
               
               
                  Pasamos ahora a señalar brevemente algunos  
      aspectos de la Eucaristía como comunión con Cristo, don del Espíritu y  
      comunión con los hermanos en la Iglesia.        
               
      1. La Eucaristía comunión con Cristo: riqueza de aspectos y  
      compromisos        
               
                  La Eucaristía es el cuerpo y la sangre de  
      Cristo entregados a nosotros como comunión; en ella comemos y bebemos la  
      carne y la sangre de Cristo, nos alimentamos de Él. La gran riqueza de  
      aspectos de esta comunión está, precisamente, en la riqueza misma que es  
      Cristo. En primer lugar, la comunión nos une a Cristo en su misterio  
      pascual y, por lo tanto, a la plenitud de sus misterios; pero Él mismo nos  
      pone en comunión con el Padre que efunde en nosotros el Espíritu Santo, de  
      manera que la Eucaristía es comunión con la Trinidad 126. El aspecto  
      sacramental del alimento y de la bebida sugiere, al mismo tiempo, la vida  
      que él da y la transformación interior en Él; mejor dicho, como dice santo  
      Tomás: «El efecto propio de la Eucaristía es la transformación del hombre  
      en Cristo» 127. La Eucaristía renueva y acrecienta aquella comunión con  
      Cristo iniciada en el bautismo a fin de que Cristo viva en nosotros y  
      nosotros vivamos en Él. Ella tiene también un aspecto esponsal de comunión  
      del Esposo Cristo con la Esposa Iglesia, afirma Teodoreto de Ancyra:  
      «Comiendo los miembros del Esposo y bebiendo su sangre, nosotros cumplimos  
      una unión esponsal» 128.        
                  Son muchos los textos patrísticos y litúrgicos  
      que evidencian esta gracia crística de la comunión eucarística. Valga para  
      todos la enseñanza de Juan Crisóstomo a propósito de la Eucaristía: «Es el  
      Cuerpo que fue ensangrentado, golpeado por la lanza, por quien brotan las  
      fuentes de salvación, las de la sangre y del agua por toda la tierra.  
      Cristo es levantado de los abismos en una luz fulgurante, y dejando aquí  
      sus rayos, ha accedido hasta el trono celeste. Ahora bien, éste es el  
      cuerpo que él nos da para tener y comer» 129.        
                  Y cuanto confiesan algunos conocidos himnos de  
      la liturgia latina: Adoro te devote, Ave verum  
      corpus natum...        
                  Como ha sido ya recordado, a propósito de la  
      relación entre Eucaristía y Penitencia, el primer empeño fundamental de la  
      comunión eucarística es el de una digna preparación. No nos podemos  
      acercar a la Eucaristía conscientes de pecado mortal. Es la constante  
      enseñanza de la Iglesia la que inspirándose en san Pablo (cfr. 1 Co  
      11, 28) pide a todos examinarse a sí mismos para no comer indignamente el  
      cuerpo del Señor; de hecho, no sería lógico acercarse al banquete de la  
      comunión con Cristo sin haber cumplido el obligado camino de conversión en  
      el sacramento de la penitencia. Sólo en caso de necesidad y no pudiendo  
      confesarse, nos podemos acercar a la comunión, previo el acto de  
      contrición, y con el propósito de acceder cuanto antes a la confesión  
      sacramental 130.        
                  La comunión con Cristo, puesto que instaura una  
      verdadera «simbiosis» («vive en mí y yo en él»), requiere el compromiso  
      constante de una vida evangélica, a fin de que se pueda vivir en  
      Cristo viviendo como Él. La relación entre el comer la Eucaristía y  
      vivir la Palabra adquiere aquí todas las lógicas consecuencias,  
      especialmente las referentes al precepto de la caridad.        
                  El Catecismo de la Iglesia Católica  
      recuerda como primer efecto de la comunión el crecimiento de nuestra  
      comunión con el Señor Resucitado, recordando los textos del evangelio de  
      Juan y un texto eucarístico de la liturgia siro-antioquena (nn.  
      1391-1392). Además, la comunión nos separa del pecado, cancela los pecados  
      veniales y nos preserva del pecado mortal aunque se distingue la  
      especificidad de la Eucaristía respecto al sacramento de la reconciliación  
      (nn. 1393-1395).        
               
      2. La Eucaristía comunión con el Espíritu Santo        
               
                  La comunión eucarística es comunión con y en el  
      Espíritu Santo. Cristo Resucitado comunica a sus discípulos la plenitud  
      del Espíritu que es también el don de la Nueva Alianza en su sangre. Son  
      muchos los textos litúrgicos que subrayan esta relación entre el Espíritu  
      Santo y la liturgia, como don eucarístico. La epiclesis eucarística  
      recuerda también esto: desciende el Espíritu sobre los dones a fin de que  
      se llenen de Espíritu Santo los que comulgan. Recordemos algunos textos  
      patrísticos y litúrgicos.        
                  Quizás uno de los textos más antiguos que ponen  
      en relación la Eucaristía con la acción y el don del Espíritu Santo es la  
      homilía pascual del Anónimo cuartodecimano, en ella leemos estas palabras:  
      «Éstos son para nosotros los manjares de la sagrada solemnidad, ésta la  
      mesa espiritual, éste el gozo y el alimento inmortal. Nosotros que nos  
      nutrimos del pan bajado del cielo y que bebemos el cáliz que da alegría  
      –como sangre viva y candente que ha recibido la impronta del Espíritu  
      celeste...» 131. En algunos textos de los Padres posteriores tendremos la  
      misma idea que vincula el tema, vino, fuego, sangre, espíritu y caridad.        
                  S. Efrén el sirio canta en uno de sus himnos:  
      «En tu pan está escondido el Espíritu que no puede ser comido. En tu vino  
      hay un fuego que no puede ser bebido: el Espíritu en tu pan, el fuego en  
      tu vino, maravilla sublime que nuestros labios han bebido...» El Espíritu  
      Santo es el fuego al cual se acerca el que es puro y del cual se aleja  
      quien es disoluto». E Isaac de Antioquía: «Venid a ver, comed la llama que  
      hará de vosotros ángeles de fuego y gustar el sabor del Espíritu» 132.        
                  Ambrosio de Milán escribe: «La comunión con  
      Cristo es, pues, comunión con el Espíritu. Cada vez que bebéis recibís la  
      remisión de los pecados y os embriagáis del Espíritu» (De Sacramenti, 
      V, 3, 17).        
                  El don del Espíritu Santo en la Eucaristía  
      tiene un típico valor eclesial. Un autor occidental discípulo de Agustín,  
      Fulgencio de Ruspe, escribe entre otras cosas: «Se dice que el Espíritu  
      viene, mientras es implorado por los fieles, cuando crece y aumenta el don  
      de la caridad y de la humanidad... Por eso la Iglesia santa, mientras pide  
      en el sacrificio del cuerpo y de la sangre de Cristo, que le sea enviado  
      el Espíritu Santo, pide, ciertamente, el don de la caridad con el cual  
      pueda «conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef  
      4, 3) 133... Y con mayor insistencia, estableciendo el paralelismo entre  
      Espíritu Santo y caridad: «Así el Espíritu Santo que concede a la Iglesia  
      la caridad y en ella la conserva, santifica con su poder divino el  
      sacrificio» 134.        
                  Las epiclesis consagratorias ponen de relieve  
      la acción del Espíritu Santo que llena de sí el pan y el vino, de modo que  
      los que comulgan se nutren del pan espiritual y de la sangre espiritual.  
      En algunas anáforas orientales, entre los gestos de Jesús en la cena se  
      recuerda que él «llenó el cáliz con su Espíritu...» 135.        
               
      3. La Eucaristía comunión con la Iglesia        
               
                  La comunión eucarística reclama la unión con  
      los hermanos que participan en la misma mesa eucarística y forman con  
      nosotros la Iglesia-asamblea. Pero la comunión en la Eucaristía extiende  
      nuestra unidad a todos aquéllos que profesan la misma fe y, en la misma  
      unidad bajo los legítimos pastores, forman el único Cuerpo de Cristo. Esta  
      comunión «en las cosas santas» («communio sanctorum») es el vínculo  
      sacramental que hace de toda la Iglesia el único Cuerpo del Señor, unido  
      en el mismo Espíritu.        
                  Teodoro de Mopsuestia explica así el sentido  
      eclesial de la epiclesis: «El sacerdote pide entonces que venga la gracia  
      del Espíritu Santo sobre todos aquellos que están reunidos, a fin de que  
      cuantos son hechos un solo cuerpo por el sacramento del renacimiento,  
      estén ahora próximos en la unidad del único cuerpo por la participación en  
      el Cuerpo del Señor y unidos en la comunión y en la paz, en el deseo de  
      servirse recíprocamente» (PE 208).        
                  Uno de los textos más altos sobre la unidad de  
      todos en Cristo y en la Iglesia, mediante la comunión eucarística es obra  
      de Cirilo de Alejandría que comenta así el capítulo 17 de Juan: «Para  
      fundirse en la unidad con Dios y entre nosotros, y para amalgamarnos los  
      unos con los otros, el Hijo unigénito, sabiduría y consejo del Padre,  
      planeó un medio maravilloso: por medio de un solo cuerpo, su propio  
      cuerpo, él santifica a los fieles en la mística comunión, haciéndolos  
      concorpóreos consigo y entre sí» 136. La idea de la concorporeidad y  
      consanguinidad de todos, con Cristo y entre nosotros, es también propia de  
      Cirilo de Jerusalén en su catequesis mistagógica IV (22ª), n. 3.        
                  Esta conciencia debe avanzar hacia la  
      reconciliación fraterna, hacia la perfecta comunión eclesial en la misma  
      fe y en el amor a los Pastores de la Iglesia, que queda ya expresado con  
      la plegaria por el Papa y los obispos, y por todos los otros componentes  
      de la Iglesia.        
                  El compromiso de vida eucarística que nace de  
      aquí está precisamente en el vivir en comunión perfecta con la Iglesia,  
      con la conciencia de ser miembros de este Cuerpo.        
                  El Catecismo de la Iglesia Católica, en  
      un número sintético (n. 1396) recuerda el sentido de la comunión eclesial  
      con el célebre texto de Agustín ya citado arriba 137.        
               
      4. La Eucaristía y la fraternidad humana        
               
                  Como ha escrito Juan Pablo II: «El auténtico  
      sentido de la Eucaristía se convierte por sí en escuela de amor activo  
      hacia el prójimo... La Eucaristía nos educa en este amor del modo más  
      profundo; ella demuestra, en efecto, el valor que tiene a los ojos de Dios  
      cada hombre, nuestro hermano y hermana, así se ofrece Cristo a sí mismo de  
      igual modo a cada uno, bajo las especies del pan y del vino. Si nuestro  
      culto eucarístico es auténtico, debe hacer crecer en nosotros la  
      conciencia de la dignidad de cada hombre. La conciencia de esta dignidad  
      se convierte en el motivo más profundo de nuestra relación con el prójimo»  
      (Dominicae Coenae n. 6 y 4-7).        
                  En la antigüedad cristiana la Eucaristía ha  
      sido el centro de una vasta sociabilidad sin fronteras que ha dispuesto a  
      la creación de una verdadera y propia vida social de ayuda, asistencia y  
      promoción que nacía del altar eucarístico. Hoy de nuevo, la Eucaristía  
      educa en el diálogo, en el servicio, y debe traducirse en una vida social  
      que invita a la condivisión de los bienes y extiende la caridad a nuevas  
      iniciativas inspiradas por el mismo movimiento de ofrenda y de don que es  
      el de la Eucaristía.        
                  Podemos decir con un teólogo ortodoxo: «La  
      liturgia eucarística, siendo fundamentalmente una adoración y una ofrenda,  
      es también una reestructuración activa y responsable del mundo por parte  
      de los cristianos; ella tiene una dimensión fundamentalmente política.  
      Puede restaurar el tiempo, el espacio, las relaciones de las personas  
      humanas entre sí y la relación del ser humano con la naturaleza. Su  
      carácter eucarístico, es decir, la capacidad de recibir la vida, los  
      otros, los frutos de nuestro trabajo, la naturaleza, al igual que los  
      dones, la capacidad de ofrecerlos recíprocamente y de ofrecerlos al mismo  
      tiempo a Dios... en la alegría y en la gratuidad, es diametralmente  
      opuesto al modo egoísta según el cual se organiza nuestra civilización de  
      consumo» 138.        
                  Los cristianos, pues, son invitados por la  
      Eucaristía a instaurar una civilización del amor que se inspire en el  
      mismo modo de celebrar, uniendo la adoración y la condivisión y  
      difundiendo por todas partes la paz de Cristo.        
                  También en este punto el Catecismo (n.  
      1397) recuerda cómo la Eucaristía nos compromete en las relaciones con los  
      pobres, citando un bello texto del gran Doctor de la fraternidad  
      eucarística, Juan Crisóstomo.        
               
                  Bibliografía:   
       
                   
       
      Para la antigüedad cristiana
        
      • A. Hamman, 
      Vita liturgica e vita sociale, Jaca Book Milano 1971.        
      • Para la actualidad se puede citar el bello documento de  
      la Conferencia Episcopal Italiana, Eucaristia comunione e comunità,  
      Roma 1983, especialmente los nn. 34-55.        
      Son muchos los estudios sobre una ética que nace de la  
      celebración y desde la experiencia eucarística. cfr. por ejemplo, el  
      pensamiento de un ortodoxo:        
      • C. Yannaras, 
      La libertà dell’ethos. Alle radici della crisi morale in Occidente,  
      Dehoniane, Bolonia 1984; y las orientaciones de        
      • Ph. J. Rosato, 
      Linee fondamentali e sistematiche per una teologia etica del culto,  
      en Aa. Vv. Liturgia.  
      Etica della religiosità,. Curso de Moral, v. 5, Queriniana, Brescia  
      1986, pp. 11- 70.        
      cfr. también nuestro artículo:        
      • Eucaristia, pane della pace, en 
      Aa. Vv., Sul monte la  
      pace, Teresianum, 1990, pp. 151-174.        
      cfr. también el documento de base para El XLVI Congreso  
      Eucarístico Internacional celebrado en Wroclaw, Polonia, mayo de 1997:  
      Eucaristia e libertà, con mi presentación: L’Eucaristia sorgente di  
      libertà, Centro eucarístico de Ponteranica 1997.        
               
      5. La Eucaristía en dimensión escatológica        
               
                  La Eucaristía reclama enérgicamente la  
      dimensión escatológica de la vida cristiana. Es comunión con el Cristo de  
      la gloria, prenda de vida eterna y de resurrección corporal. Y celebrada  
      «hasta que Él venga» comunica una plenitud de gracia que solamente podrá  
      tener una realización en la vida eterna. Ella es, en efecto, la «prenda de  
      la gloria futura». En esta perspectiva escatológica queremos hacer alusión  
      a tres dimensiones conectadas con el misterio de la comunión con Cristo y  
      con los hermanos.        
                  Este aspecto escatológico está presente en el 
      Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 1402-1405) con una serie de  
      enseñanzas bíblicas: el pan eucarístico es prenda de vida futura, es  
      experiencia del «Marana-tha», anticipación del banquete eterno, esperanza  
      de la vida eterna.        
         
       
      Eucaristía y comunión de los santos
        
               
                  En la celebración de la Eucaristía y en la  
      comunión entramos en comunión con los santos de la gloria a través de la  
      presencia de Cristo. Así se expresa claramente la fe de la Iglesia en las  
      plegarias eucarísticas en las cuales se afirma la comunión con la Virgen  
      María y los santos y se invoca su intercesión (cfr. SC 8; LG 50 y 51).  
      Esta comunión se extiende a una intercesión para la salvación eterna de  
      los difuntos, incluyendo a aquéllos cuya fe sólo Dios ha podido conocer.        
                  Esta comunión es ya un signo, una anticipación  
      de la gloria prometida, y nos viene dada en Cristo: «concédenos a nosotros  
      tus hijos... obtener la heredad de tu reino, donde con todas las  
      criaturas, liberadas de la corrupción y de la muerte, cantaremos tu  
      gloria» 139.        
         
       
      Eucaristía y glorificación final
        
               
                  La comunión en Cristo por medio de los signos  
      de su cuerpo y de su sangre que tocan al hombre en su corporeidad, es la  
      garantía de aquella resurrección corporal que Jesús mismo ha prometido a  
      quien come su carne 140. Los Padres Apostólicos, especialmente Ignacio,  
      Justino e Ireneo, han subrayado este misterio de la comunión con Aquél que  
      es inmortal y que ha prometido la resurrección también a nuestros cuerpos.        
                  La Eucaristía es «el único pan que es fármaco  
      de inmortalidad, antídoto contra la muerte, alimento de vida eterna en  
      Jesucristo» 141. «De este alimento la sangre y nuestras carnes se nutren  
      en vistas a la transformación» 142.        
                  «Nuestros cuerpos nutridos por la Eucaristía,  
      depositados en la tierra y disueltos, resurgirán a su tiempo... Nuestros  
      cuerpos que reciben la Eucaristía, por eso mismo, no son ya corruptibles,  
      porque tienen en sí la esperanza de la resurrección...» 143.        
                  El concilio Vaticano II habla de esto  
      indirectamente en la Lumen gentium 48 afirmando que Cristo se une a  
      los fieles «con el alimento del propio cuerpo y de la propia sangre, para  
      hacerlos partícipes de su vida gloriosa».        
                  Cada comunión eucarística deposita en nuestros  
      cuerpos las semillas de la incorrupción y hace de nuestros cuerpos,  
      también después de la muerte, semillas que no mueren, sino que esperan la  
      futura resurrección. Como ha escrito Chiara Lubich en una bella y original  
      intuición teológica: «Se podría decir que en virtud del pan eucarístico el  
      hombre se convierte en “Eucaristía” para el universo, en el sentido de que  
      está con Cristo, germen de transfiguración del universo. En efecto, si la  
      Eucaristía es causa de la resurrección del hombre, ¿no puede ser que el  
      cuerpo del hombre, divinizado por la Eucaristía, esté destinado a  
      corromperse bajo tierra para concurrir a la renovación del cosmos? ¿No  
      podemos decir que después de muertos somos nosotros, con Jesús, la  
      Eucaristía de la tierra? La tierra nos come como nosotros comemos la  
      Eucaristía: por lo tanto, no para transformarnos a nosotros en tierra,  
      sino a la tierra en «cielos nuevos y tierras nuevas». Es fascinante pensar  
      que los cuerpos de nuestros muertos cristianos tienen el papel de  
      colaborar con Dios en la transformación del cosmos» 144.        
         
       
      Los nuevos cielos y la nueva tierra
        
               
                  La Eucaristía en cuanto cuerpo y sangre del  
      Señor resucitado es ya el anuncio de la «Pascua del universo» de aquella  
      transformación misteriosa de los Cielos nuevos y de la Tierra nueva. El  
      Vaticano II en la GS 38-39 pone de relieve la continuidad de nuestra  
      actividad humana con el misterio de la gloria y la espera de las promesas  
      escatológicas. Y habla de la Eucaristía en estos términos: «Un signo de  
      esta esperanza y un viático para el camino lo ha dejado el Señor a los  
      suyos en aquel sacramento de fe en el cual los elementos naturales,  
      cultivados por el hombre, se transforman en su cuerpo y sangre gloriosas,  
      como banquete de comunión fraterna y pregustación del convite del cielo».        
                  Una plegaria eucarística de la Iglesia retoma  
      estos conceptos y hace alusión al Reino donde todas las criaturas «serán  
      liberadas de la corrupción y de la muerte». La Eucaristía, nueva creación,  
      es ya desde esta vida la prenda y la anticipación de la plenitud de  
      novedad del Cristo resucitado que viene a nuestro encuentro para hacernos  
      partícipes de la vida inmortal 145.        
               
      6. Síntesis de fe y de vida        
               
                  En la comunión eucarística, cada día, la  
      Iglesia y los cristianos actualizan el mandato de Cristo: «Haced esto en  
      memoria mía». El sacrificio y la presencia de Cristo se hacen de la  
      Iglesia a través de la comunión eucarística en la cual se realiza la  
      unión nupcial entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Porque Cristo se da  
      a la Iglesia en su cuerpo y en su sangre y la Iglesia es verdadero Cuerpo  
      de Cristo. Podemos traducir en palabras el gesto inefable de la comunión  
      eucarística. Cristo dándose a su Iglesia, parece decir: «Te doy mi cuerpo  
      para que tú seas mi Cuerpo; te doy mi sangre para que vivas de mí y como  
      yo». A su vez la Iglesia entregándose a Cristo en la comunión parece  
      decir: «Te ofrezco mi vida, toda mi corporeidad, para que tú puedas vivir  
      en mí». Éste es el cambio cotidiano que hace la Iglesia Cuerpo místico de  
      Cristo, continuamente renovado y «rejuvenecido» por la efusión del  
      Espíritu que los Padres de la Iglesia ven efundido en el cáliz de la  
      sangre eucarística y en el cuerpo eucarístico del Señor.        
                  A este Cuerpo de Cristo resucitado se  
      incorporan día tras día todos los fieles que acceden a la Eucaristía a fin  
      de que en ellos se realice aquella transformación que Agustín describía  
      con estas palabras: «La fuerza de este alimento es la de producir la  
      unidad, a fin de que reducidos a ser el Cuerpo de Cristo» convertidos en  
      sus miembros, seamos aquello que recibimos» 146; es la misma  
      convicción de León Magno en el texto ya citado: «la Eucaristía no hace  
      otra cosa más que cambiarnos en lo que recibimos» 147.        
                  La Eucaristía es, de nuevo según las palabras  
      de Agustín, «sacramento de la piedad, signo de la unidad, vínculo de  
      caridad» 148. Ella realiza el misterio de la unidad entre todos que es,  
      según la plegaria de Jesús y la teología de Pablo, el fin del sacrificio  
      de la cruz. Como dice Chiara Lubich: «Uniendo los cristianos mediante la  
      Eucaristía a sí mismos y entre sí en un único cuerpo, que es el suyo, da  
      la vida a la Iglesia en su esencia más profunda: cuerpo de Cristo,  
      fraternidad, unidad, vida, comunión con Dios» 149.        
               
               
      APÉNDICE: EUCARISTÍA, DIÁLOGO  
      ECUMÉNICO, INTERCOMUNIÓN        
               
                  Ante el misterio de la Eucaristía, el  
      Catecismo de la Iglesia Católica, después de haber recordado el texto  
      ya citado de Agustín («O sacramentum pietatis...») exclama:        
                  «Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las  
      divisiones de la Iglesia que impiden la común participación en la mesa del  
      Señor, tanto más apremiantes son las plegarias al Señor para que vuelvan  
      los días de la plena unidad de todos aquellos que creen en él» (n. 1398).        
                  Esta paradoja, la Eucaristía fuente de unidad y  
      signo actual de división, nos introduce en el tema del diálogo ecuménico  
      en torno a la Eucaristía.        
               
      1. Diálogos teológicos        
               
                  Por ser la Eucaristía el signo y la causa de la  
      unidad, el misterio eucarístico es hoy la manifestación concreta de la  
      división de los cristianos, por el simple hecho de que no todos los  
      cristianos pueden participar en la única Eucaristía.        
                  Diversos factores comprometen esta dolorosa  
      realidad. La no posibilidad actual de comulgar en el mismo cáliz y en la  
      misma Eucaristía entre católicos y ortodoxos, viene del hecho de que,  
      aunque teniendo una misma fe eucarística, aquella fe indivisa del primer  
      milenio de la Iglesia, diversas son hoy las concepciones respecto a la  
      Iglesia y a su constitución. El profundo vínculo entre Iglesia y  
      Eucaristía, manifestación de la unidad en la fe y en la vida y comunión en  
      la misma Eucaristía, impiden hoy una recíproca comunión eucarística y  
      empujan enérgicamente a la búsqueda de una unidad que permita poder  
      compartir el mismo altar y el mismo cáliz (cfr. UR 15 y 22).        
                  Más allá de las divergencias en el campo  
      eclesiológico con otras Confesiones cristianas, por diversos motivos,  
      somos divergentes en la fe eucarística. Para algunas Iglesias se trata de  
      una concepción diversa del ministerio ordenado y de su necesidad para la  
      válida celebración del misterio eucarístico. Sólo en la sucesión  
      apostólica y en el ministerio sacerdotal se tiene una válida Eucaristía,  
      según la doctrina de la Iglesia católica. Además, en las Confesiones  
      surgidas de la Reforma y también en la Comunión Anglicana, no se tiene una  
      clara afirmación de la realidad de la Eucaristía y de su sentido  
      sacrificial, como son creídos por la Iglesia Católica y Ortodoxa, a pesar  
      de los recientes intentos de acercamiento a las posiciones doctrinales de  
      la Iglesia Católica.        
                  Pero a pesar de todo, en nuestro tiempo han  
      sido notables los esfuerzos puestos en marcha en las Iglesias para una  
      mejor comprensión y formulación de la fe eucarística, tanto por parte de  
      autores individuales, como por parte de grupos de diálogo oficial a nivel  
      de Iglesias, como en documentos de grupos interconfesionales más o menos  
      oficiales. En el campo de las Iglesias de la Reforma es necesario  
      reconocer el esfuerzo cumplido por algunos autores para una plena  
      recuperación de la doctrina eucarística tradicional de la Iglesia  
      primitiva a nivel bíblico, patrístico, litúrgico y teológico.        
                  En el campo del diálogo oficial con los  
      diversos grupos, Iglesias y comunidades cristianas, es notable el esfuerzo  
      cumplido por la Comisión oficial mixta católico-anglicana sobre la  
      Eucaristía (ARCIC I) con un notable acercamiento sobre el tema de la  
      presencia, de la transustanciación y del sacrificio-memorial. Pero el  
      último juicio de la Iglesia católica pone de relieve que no todas las  
      dudas han desaparecido.        
                  Entre los autores protestantes que han  
      contribuido mucho a la mejor comprensión de la Eucaristía citamos en  
      particular a J. Jeremías, J.J. Von Allmen, Max Thurian (antes de hacerse  
      católico), J. De Wateville, cuyas obras hemos citado ya durante el curso  
      de nuestro estudio.        
                  Otros diálogos sobre el argumento son aquéllos  
      entre católicos y protestantes del área centroeuropea recogidos en 1971 en  
      el Documento de Combes y publicados bajo el título interrogativo:  
      ¿Hacia una misma fe eucarística?, Taizé 1972.        
                  En los Estados Unidos han sido diversos los  
      documentos de diálogo sobre la Eucaristía entre católicos y luteranos. El  
      último fruto de diálogo intereclesial prometido por el Consejo ecuménico  
      de las Iglesias es la formulación de la doctrina bíblica y teológica sobre  
      la Eucaristía en el Documento de Lima sobre el Bautismo, Eucaristía y  
      Ministerio (BEM).        
                  A pesar de las convergencias, al menos  
      verbales, en la síntesis bíblica sobre la Eucaristía y en el lenguaje  
      litúrgico de la celebración, notables divergencias separan todavía las  
      Iglesias de la Reforma, en la interpretación y el alcance de la presencia  
      real y del sacrificio eucarístico, de las posiciones de la Iglesia  
      católica y de las Iglesias ortodoxas. Divergencias que crean incomodidad y  
      que plantean el problema teológico de una fe que a pesar de proponerse con  
      idénticas fórmulas verbales se mantiene distinta en la afirmación de los  
      contenidos de esta fe y en la dimensión real del hecho de la  
      presencia y del sacrificio eucarístico. Estas diferencias se han  
      agravado después por el hecho de no encontrar una convergencia doctrinal  
      sobre el tema del ministerio ordenado, sobre el concepto de la sucesión  
      apostólica y sobre la constitución jerárquica de la Iglesia.        
               
      2. Intercomunión eucarística        
               
                  En estas condiciones de diálogo teológico, la  
      participación común en la Eucaristía, por muchos deseada como signo de  
      unidad, es posible solamente en ciertas situaciones que implican a los  
      individuos singulares y no a las comunidades eclesiales como tales, según  
      las posiciones oficiales de las diversas Iglesias.        
                  Mientras la participación común en la  
      Eucaristía y la misma «concelebración» de la Cena son comúnmente admitidas  
      entre las confesiones protestantes, comprendida la Comunión Anglicana, la  
      Iglesia católica y especialmente las Iglesias ortodoxas se sitúan en  
      posiciones rígidas, es decir, de absoluta negación de un determinado modo  
      de celebrar la Eucaristía con ministros de las otras Iglesias y también  
      entre ortodoxos y católicos.        
                  La Iglesia ortodoxa ha confirmado recientemente  
      la oposición también a la hospitalidad eucarística para cristianos  
      individuales de otras confesiones, comprendidos los católicos. El mismo  
      Patriarcado ortodoxo de Moscú que había concedido la «reciprocidad» de la  
      comunión eucarística hacia la Iglesia católica en el caso en que los  
      fieles católicos en caso de necesidad quisieran acercarse a la comunión,  
      ha vuelto a sus rígidas posiciones de absoluta negación.        
                  La Iglesia católica prohíbe a sus miembros la  
      participación eucarística mediante la comunión en las otras Iglesias.  
      Solamente en caso de necesidad autoriza a los propios fieles a acceder a  
      la Eucaristía en las Iglesias en que ésta es considerada válida, es decir,  
      prácticamente en las Iglesias ortodoxas. A su vez en caso de necesidad  
      admite a la comunión eucarística a los fieles de las Iglesias orientales  
      que no tienen comunión con la Iglesia católica, en caso de que «lo pidan  
      espontáneamente y estén bien dispuestos»; «esto vale para los miembros de  
      las otras Iglesias las cuales, a juicio de la Sede Apostólica, en relación  
      con los sacramentos en cuestión (en este caso la Eucaristía) se encuentren  
      en la misma condición que las Iglesias orientales». Los otros cristianos,  
      sin embargo, a juicio del obispo o de la Conferencia Episcopal, pueden  
      recibir en determinados casos de necesidad la Eucaristía, a condición de  
      que manifiesten la fe católica sobre este misterio y estén bien dispuestos  
      150.        
                  El Catecismo de la Iglesia Católica  
      recuerda, en síntesis, la posición de la Iglesia respecto a la  
      intercomunión (nn. 1399-141).        
                  La Eucaristía queda así en el centro mismo de  
      la unidad de la Iglesia como condena de las divisiones en el Cuerpo de  
      Cristo y como estímulo de la búsqueda de aquella unidad «católica», plena  
      y perfecta, en la fe y en la vida, vivida por la Iglesia en los diez  
      primeros siglos de su existencia, pero con las fisuras e imperfecciones de  
      aquel tiempo. Renunciar a esta tensión hacia la plena unidad, sobrepasando  
      las etapas de una paciente búsqueda de la verdad y del amor, sería  
      renunciar al sentido pleno de la Eucaristía como causa y signo de la  
      plenitud de la unidad eclesial según el querer de Cristo.        
               
      3. Eclesiología eucarística        
               
                  Hay también una cuestión teológica importante a  
      la cual no podemos dejar de aludir: la eclesiología eucarística. Se trata  
      de un tema importante sobre el cual se ha alcanzado un cierto  
      entendimiento entre católicos y ortodoxos con el Documento de Mónaco de  
      1982. Sin embargo, las posiciones han sido muy diversas por el hecho de la  
      diversa eclesiología católica y ortodoxa; la primera fundada sobre la  
      comunión en torno al primado de Pedro y la segunda fundada en torno al  
      principio episcopal y a la comunión entre las iglesias a nivel episcopal.        
                  Para la Iglesia católica la eclesiología  
      eucarística supone, a la vez, la plenitud de la Eucaristía y la plenitud  
      de estar el Cuerpo del Señor en la Iglesia católica en la cual  
      «subsistit» la Iglesia de Cristo. La Eucaristía hace la Iglesia en su  
      unidad jerárquica y, por lo tanto, en la comunión con el Papa y los  
      Obispos 151.        
                  Diferente es la posición de las Iglesias  
      ortodoxas y de modo especial de algunos teólogos, como N. Affanassiev y J.  
      Ziziuolas. Según el pensamiento de N. Affanassiev respecto al sentido de  
      la eclesiología eucarística la Iglesia local se funda en torno al Obispo  
      152. Más abierto y articulado es el pensamiento del máximo representante  
      actual de la eclesiología ortodoxa, el metropolita, J. Zizioulas 153.        
               
                  Bibliografía:        
                  Para las posiciones en la época del concilio  
      Vaticano II:        
      • J. Castellano, 
      La presencia real en clima ecuménico, en «Ephemerides  
      Carmeliticae» 19 (1968) pp. 354-372.        
      Para una puntualización crítica sobre el tema cfr.        
      • B. Gherardini, 
      Eucaristia ed ecumenismo, en  
      A. Piolanti, Il Mistero eucaristico, o.c., pp. 631-661.        
      Entre los otros documentos cfr.  
      Documento di Windsor sull’Eucaristia del 1971.        
      • Aa.Vv.  
      Eucaristia. Sfida alle Chiese divise, Messaggero, Padua 1984.        
      • G.J. Bekes, 
      Eucaristia e Chiesa. Ricerca dell’unità nel dialogo ecumenico,  
      Casale Monferrato, Piemme 1985.        
      Sobre el diálogo entre católicos y luteranos cfr.        
      • K.W. Irwin, 
      American Lutherans and Roman Catholics in dialogue on the Eucharist; a  
      methodological critic and proposal, Studia Anselmiana n. 76, Roma  
      1979.        
      Respecto al Documento de Lima está, por ahora, siendo  
      contrastado por parte de las diversas Iglesias. Se necesita esperar al  
      resultado concreto de la consulta para ver cuáles son los verdaderos  
      puntos de convergencia en torno a los temas fundamentales de la fe  
      eucarística. Una valoración del Documento desde el punto de vista  
      eucarístico en        
      • Ha Sun Ho, 
      La riflessione teologica sull’Eucaristia, alla luce del documento di  
      Lima “BEM”, P.U.U, Roma, 1991.        
      Sobre el problema teológico de la intercomunión se puede  
      consultar la obra en colaboración entre teólogos de diversas  
      denominaciones Vers l’intercommunion, Mame, París 1970; para una  
      puesta al día:        
      • G. Wainwright, 
      Eucaristia, en Dizionario di movimento ecumenico, EDB,  
      Bolonia 1994, pp. 505-509.        
      Todos los documentos del diálogo ecuménico se encuentran en  
      la edición completa: Enchiridio Oecumenicum, Ed Dehoniane, I,  
      Bolonia 1986, II, 1988. Para una exposición y un balance cfr.        
      • B. Sesboüé,  
      Pour une théologie oecuménique, Cerf, París 1990, pp. 189-243.        
      • P. Mc-Patlan, 
      The Eucharist makes the Church. Henri de Lubac and John Zizioulas in  
      dialoge, T&T Clark, Edimburgo 1993.        
      • Jaume Fontbona i  
      Missé, Comunión y sinodalidad. La eclesiología eucarística  
      después de N. Afanassiev en I. Ziziuolas y J.M.R. Tillard, Herder,  
      Barcelona 1994; en breve en su artículo: La eclesiología eucarística en  
      Oriente y Occidente, en «Phase» 35 (1995) pp. 209-217.        
               
               
                  La Eucaristía es vida. Su celebración está en  
      el centro de la existencia cristiana, como subrayan hoy, conscientemente,  
      los mejores exegetas de textos eucarísticos. Por eso como conclusión de  
      nuestras reflexiones teológicas sobre la Eucaristía queremos proponer  
      algunas consideraciones teológico-espirituales que nos permitan  
      captar, al mismo tiempo, la plenitud de la experiencia eucarística, sus  
      límites y sus obligados compromisos.        
                  Cuanto aquí queremos decir reproduce de algún  
      modo temas ya tratados, pero los propone de nuevo con la urgencia de una  
      teología para celebrar y vivir. Desde estas perspectivas me parece que  
      podemos encontrar las indicaciones más sugestivas de la pastoral  
      eucarística de hoy que se orienta precisamente hacia una eclesiología  
      eucarística, para una Iglesia que de la Eucaristía toma las directrices  
      para ser en el mundo sacramento universal de salvación.        
               
      I. EUCARISTÍA, PLENITUD DE VIDA        
               
                  La celebración eucarística realiza la plenitud  
      de la vida eclesial en la cual converge la revelación de Dios y la  
      manifestación de la plena humanidad de la Iglesia. En estas tres  
      dimensiones encontramos esta plenitud de vida: la Trinidad, la Iglesia y  
      la humanidad.        
               
      1. Plenitud de comunión con la Trinidad        
               
                  Si, según la frase de Orígenes, la Iglesia es  
      la «plenitud de la Trinidad», es preciso afirmar que esto se realiza en la  
      Eucaristía. Aquí tenemos la máxima revelación y comunicación de Dios, la  
      punta máxima de las relaciones de la Iglesia con su fuente, su modelo y su  
      meta. El carácter trinitario de la plegaria eucarística desvela el sentido  
      trinitario de la Eucaristía: del Padre, por  
      Cristo en el Espíritu Santo.        
               
                  Plenitud de la revelación y comunicación del  
      PADRE. La Eucaristía es el don del Padre, síntesis de todas las maravillas  
      de la historia de la salvación que de Él provienen, fuente de aquella vida  
      que el pan de vida nos comunica. La Eucaristía es una plegaria filial  
      y una acción paterna de Dios. La plegaria expresa de manera  
      ascendente, hacia Dios Padre, cuanto se da de manera descendente,  
      del Padre hacia nosotros.        
               
                  Plenitud de CRISTO. La Eucaristía es la  
      presencia de Cristo en su misterio pascual, como sacerdote y víctima, don  
      de Dios a los hombres, don de los hombres a Dios. En el Cristo de la  
      gloria tenemos la síntesis de los «misterios de la carne de Cristo». En la  
      Eucaristía se tiene la máxima presencia de Cristo en la Iglesia a nivel de  
      significado, de eficacia y de densidad ontológica. La comunión con Él a  
      través de los elementos terrestres del pan y del vino y de nuestra  
      corporeidad, están para indicar el realismo de la presencia y de la  
      salvación en la cual están ya implicados nuestros cuerpos y los elementos  
      de la naturaleza.        
               
                  Plenitud pentecostal del ESPÍRITU SANTO. La  
      Iglesia que ora y actúa «en el Espíritu Santo», pide y obtiene este don de  
      Cristo que transforma el pan y el vino y reúne a la Iglesia en la unidad  
      del único Cuerpo eclesial. El sacerdote que ora y consagra lo hace «en  
      la persona de Cristo y en virtud del Espíritu Santo». La Eucaristía,  
      cuerpo glorioso de Cristo, está llena del Espíritu Santo que lo vivifica y  
      es vivificante (cfr. PO 5). El Señor es la fuente del Espíritu; con la  
      comunión se renueva la efusión de este don que sucedió sobre la cruz en el  
      día de Pascua, según Juan y en el día de Pentecostés, según Lucas. El  
      Espíritu del Resucitado es aquél que hace la Iglesia y produce «comunión».  
      La Eucaristía aparece así como la experiencia de la máxima comunión a  
      nivel vertical y horizontal, como una imagen viva de la Trinidad.  
      La Iglesia eucarística es Iglesia trinitaria, hecha a imagen de  
      aquella misteriosa comunión de personas en la única naturaleza. También  
      nosotros «aun siendo muchos, somos un solo cuerpo». Si Tertuliano dijo que  
      la Iglesia es «el cuerpo de los Tres», este principio se realiza en el  
      misterio eucarístico. Unidos en la misma vida divina, cada uno conserva su  
      rostro, su irrepetible personalidad. Por eso la Eucaristía no cancela si  
      no aquello que es contrario a la unidad del amor; deja subsistir todas  
      aquellas diferencias de vocación, edad, cultura y carismas que enriquecen  
      la Iglesia... En una Iglesia que vive la comunión efectiva y afectiva  
      resplandece, por la Eucaristía, el rostro de Dios  
      uno-trino.        
               
      2. Plenitud de vida eclesial        
               
                  Como ya hemos subrayado, si la Eucaristía hace  
      la Iglesia, es aquí donde tenemos la máxima experiencia de la comunión con  
      Cristo y entre nosotros que es la esencia misma de la Iglesia. A nivel de 
      signo la Iglesia nunca se parece tanto a sí misma en cuanto pueblo,  
      cuerpo, familia, esposa, templo... como cuando celebra la Eucaristía. Pero  
      nunca posee con tanta intensidad a Cristo y su Espíritu como cuando  
      celebra el misterio eucarístico.        
                  Esto es verdad en la realidad de la Iglesia  
      universal y en la concreción de la Iglesia particular y local. Por eso,  
      una Iglesia eucarística debe hacer resplandecer las notas de la Iglesia:  
      unidad y santidad, apostolicidad y catolicidad. La comunión visible con el  
      obispo y con el Papa, expresada en la plegaria y con el affectus  
      communionis in caritate, in oboedientia et in unitate, hasta en la  
      disciplina que regula la celebración, es un signo de comunión efectiva que  
      revela la Iglesia apostólica.        
               
      3. Plenitud de humanidad        
               
                  La Eucaristía, lo hemos dicho, revela a la  
      Iglesia como nueva humanidad, renovada por Cristo y por su Espíritu. El  
      compromiso de vivir según el Evangelio proclamado es el signo de una  
      «humanización evangélica».        
                  Pero la misma asamblea ofrece un rostro  
      humanísimo de una Iglesia de hermanos unidos en la variedad de las  
      personas, de las edades y de las condiciones sociales. Las personas son  
      valoradas y reclamadas a una conversión del corazón en la mutua caridad.  
      La acogida, el signo de la paz, el canto que une, el sentido de la fiesta,  
      la llamada de nuevo al compromiso, la presentación de los dones de la  
      tierra y el compartir los bienes son, entre otros, signos de una plenitud  
      de humanidad.        
               
      II. LOS LÍMITES DE LA EXPERIENCIA EUCARÍSTICA: «YA» Y  
      «TODAVÍA-NO»        
               
                  La gozosa experiencia de plenitud no nos debe  
      hacer olvidar los muchos límites de nuestra Eucaristía. La celebración del  
      misterio pascual nos remite inexorablemente a su cumplimiento, al día de  
      «su venida» definitiva. Se vive, pues, en toda celebración el «ya y  
      todavía-no» de la escatología que acrecienta la esperanza y el  
      deseo de la venida de Cristo. No se olvide que es en lo interno de la  
      celebración donde brota del corazón de la Iglesia Esposa, bajo el impulso  
      del Espíritu, el «Marana-thà», como grito impaciente después de cada  
      encuentro con Cristo que ha dejado casi una herida en el corazón de la  
      Iglesia. Pero allí está también el «todavía-no» de la historia, es  
      decir, la experiencia no total de ser Iglesia eucarística por parte de los  
      fieles por diversas razones.        
               
      1. El «todavía-no» de la Iglesia eucarística        
               
                  Podría ser ilustrado este todavía-no de  
      la Iglesia eucarística con algunas pinceladas provocadoras:        
               
                  Todavía no reflejamos en nuestra  
      experiencia de Iglesia eucarística, el verdadero rostro eucarístico, por  
      falta de vida de fe y de caridad, por ignorancia del misterio que  
      celebramos, por incoherencias con la lógica de la Eucaristía, por la falta  
      de conversión al misterio pascual y a sus exigencias. Y claro que nosotros  
      limitamos por nuestra parte los efectos de la Eucaristía que dependen de  
      nuestra libre acogida; por eso, el encuentro cotidiano en la mesa  
      eucarística nos permite ser renovados constantemente en el misterio  
      pascual. Tenemos necesidad de la Eucaristía para no resignarnos a la  
      mediocridad de nuestra experiencia cristiana en la Iglesia.        
               
                  Todavía-no todos los hijos de Dios que  
      son invitados a la salvación y a la comunión se sientan a la mesa  
      eucarística. Cada celebración nos permite verificar cuántos sitios están  
      todavía vacíos y cuántos hermanos faltan a la llamada, o porque todavía no  
      conocen el Evangelio de la Eucaristía o porque conscientemente lo  
      rechazan, o bien porque sigue siendo para ellos indiferente.        
               
                  Todavía-no todas las Iglesias que  
      celebran la Eucaristía han alcanzado la unidad visible que la Eucaristía  
      quiere formar en una comunión orgánica.        
               
                  Todavía-no vivimos en la historia lo que  
      sacramentalmente expresamos en la Eucaristía. De la celebración a la vida,  
      poco a poco se desfigura el rostro eucarístico de la Iglesia, hasta  
      hacerse irreconocible en los individuos y en la comunidad cristiana el  
      hecho de que hayan celebrado el misterio y se hayan encontrado con Cristo.  
      Por eso tenemos necesidad de configurarnos a la Eucaristía cada día porque  
      cada día se desfigura en nosotros el rostro eucarístico de la Iglesia.        
               
      2. Celebrar y proclamar la esperanza        
               
                  También en la experiencia de tantos límites, la  
      Iglesia celebra sin cambios de opinión su esperanza y se proyecta hacia el  
      futuro prometido:        
                  Confiesa la comunión con los santos y la  
      esperanza de reunirse con ellos en la gloria.        
                  Espera la resurrección corporal prometida por  
      el pan que da la vida eterna; reconoce que la Eucaristía deja en nuestros  
      cuerpos semillas de resurrección que florecen tras el misterioso período  
      de la muerte y de la sepultura en la novedad de cuerpos resucitados.        
                  Proclama, casi hasta el límite de la utopía, la  
      esperanza de los Cielos nuevos y de la Tierra nueva que la transformación  
      eucarística prefigura en una «Pascua del universo» (cfr. GS 38-39).        
               
      III. LOS COMPROMISOS DE VIDA EUCARÍSTICA        
               
                  Entre el «ya y el todavía-no», entre la  
      plenitud y los límites, despuntan los compromisos de la Eucaristía y la  
      Iglesia vive cotidianamente la celebración del misterio eucarístico, como  
      realidad y esperanza.        
               
      1. Una misteriosa eficacia que no depende de nuestro empeño        
               
                  Hoy estamos tentados de medir la eficacia de la  
      Eucaristía con el metro de nuestro compromiso, de hacer depender los  
      frutos de la celebración de nuestra acogida, de proporcionar el opus  
      operantis Christi con el opus operantis Ecclesiae en el sentido  
      que hoy tiene esta fórmula: la libre adhesión y respuesta de la Iglesia.        
                  En Cristo, primogénito de toda criatura, en la  
      Iglesia que es sacramento universal de salvación, la Eucaristía tiene una  
      eficacia y un valor que están confiados a la plegaria misma de Cristo y  
      superan las experiencias limitadas y constatables de la Iglesia  
      celebrante.        
                  Un cambio misterioso se da entre el cielo y la  
      tierra en cada Eucaristía, una penetración de lo divino se insinúa en  
      nuestro mundo en todo altar. Las actitudes de alabanza y de acción de  
      gracias, la súplica para la venida del Espíritu, la ofrenda y la  
      intercesión tienen una eficacia cierta aunque misteriosa, con la  
      misma eficacia del misterio pascual. Cristo no vuelve al Padre, valga la  
      expresión, con las manos vacías. Remite al Padre la oblación de toda la  
      humanidad de la cual la Iglesia es voz y sacramento. Por eso la Eucaristía  
      no es extraña a nuestro mundo, también a lo que queda indiferente, como no  
      es indiferente al mundo Cristo y su misterio de redención.        
               
      2. El compromiso de la evangelización        
               
                  De la Eucaristía nace un empeño de  
      evangelización con todas sus consecuencias: anuncio gozoso de la  
      resurrección del Señor y de la salvación, preparado por la  
      preevangelización del testimonio, profundizado en la catequesis, hecho  
      eficaz y significativo con las obras evangélicas y con el testimonio de la  
      unidad de los creyentes en Cristo y de la caridad: «a fin de que el mundo  
      crea».        
               
      3. El testimonio de vida eucarística        
               
                  Los gestos sacramentales de la celebración, de  
      la palabra a la plegaria y de la ofrenda a la comunión, piden una lógica  
      continuidad en una vida que podamos definir eucarística. El Cuerpo de  
      Cristo, que es la Iglesia, ofrece a la Eucaristía su corporeidad para una  
      penetración en la historia y en la vida. En las palabras y en los gestos  
      de los cristianos el Cristo de la Eucaristía prolonga su presencia, si  
      estos son conformes al estilo mismo del Evangelio. Al contrario, en los  
      gestos de justicia, de lealtad, de solidaridad, de servicio, hechos con la  
      animación interior del Espíritu, el cristiano ofrece en el mundo el rostro  
      de Cristo en «signos» comprensibles incluso para quien no tiene fe y que  
      remiten al Evangelio del Señor, al Cristo humilde, pobre, misericordioso y  
      justo que ha pagado en persona el mensaje de renovación de la humanidad.  
      El cristiano, la Iglesia, las comunidades, se convierten por la Eucaristía  
      y en la lógica del misterio eucarístico, en «sacramentos del encuentro con  
      Dios», o bien en expresiones de la benevolencia y de la misericordia de  
      Dios para todos los hombres.        
                  No hay que maravillarse de que tal vez el  
      testimonio de una vida eucarística pida hoy, como en los primeros tiempos  
      de la Iglesia, la lógica del martirio: lo evidente de la muerte violenta,  
      pero también lo escondido del dar la vida y la sangre hasta la última  
      gota, día tras día.        
               
      IV. POR UNA IGLESIA DE ROSTRO EUCARÍSTICO        
               
                  En densas y sugestivas páginas de  
      espiritualidad eucarística, F.X. Durwell habla del «rostro eucarístico de  
      la Iglesia», es decir, de aquella imagen ideal que la Iglesia ofrece de sí  
      cuando celebra la Eucaristía. Los rasgos luminosos del rostro eucarístico  
      son simplemente los de una Iglesia que ama, en el sacramento del  
      amor de Cristo hasta el don de la vida; de una Iglesia que cree y sabe,  
      que en la fe posee el secreto de la vida y de la historia y celebra la fe  
      que le ha sido dada; es una Iglesia que espera y se proyecta hacia  
      el día del Señor; es una Iglesia destinada a la resurrección,  
      lavada de sus pecados, evangélica en sus compromisos puesto que  
      evangelizada y evangelizadora. Es una Iglesia «icono de la Trinidad».        
                  Este rostro eucarístico de la Iglesia está  
      destinado a ser mostrado al mundo en la continuidad de vida eucarística  
      que brota de la celebración. La Eucaristía es entonces, como se recordó en  
      el Congreso Eucarístico Nacional de Milán en mayo de 1983, la forma  
      de vida de la Iglesia, aquel molde interior en la cual se vacía cada día  
      para recibir en la gracia del Espíritu las semblanzas de Cristo, el  
      primogénito. Sin la Eucaristía la Iglesia se deforma, no adquiere aquel  
      rostro eucarístico que la hace semejante a Cristo. Con la Eucaristía se  
      con-forma, día a día, a Cristo en la gracia del Espíritu Santo que es el 
      iconógrafo interior de la belleza y de la santidad eclesial en el  
      Cuerpo y en los miembros individuales (F.X. Durwell, o.c., pp.  
      153-166).        
                  Vivir como se celebra; vivir lo que se celebra,  
      queda la lección de vida cada día nueva en el don renovado de la  
      Eucaristía.        
                  Este rostro de la Iglesia no puede no ser un  
      rostro mariano. La Iglesia que celebra la Eucaristía recuerda la presencia  
      de María en el misterio eucarístico. La Eucaristía es el «corpus natum  
      ex Maria Virgine». En las plegarias eucarísticas la Virgen María es  
      recordada e invocada. Pero hay más; según la feliz intuición de Pablo VI  
      en la Marialis cultus 16, María es modelo de la Iglesia en el  
      ejercicio del culto divino. Toda celebración eucarística es interiormente  
      mariana porque la Iglesia debe conformarse a su modelo de escucha de la  
      Palabra, de gratitud, de invocación del Espíritu, de ofrenda de Cristo, de  
      intercesión por la salvación de todos. En la celebración eucarística y en  
      la vida que brota de ella, María es modelo de una Iglesia que vive hasta  
      el fondo el misterio que celebra. Así pues, la Iglesia que celebra la  
      Eucaristía debe ser como María, su modelo: humilde, pobre, discreta, fiel  
      a Dios y a su gente, materna y acogedora, reserva de esperanza para la  
      humanidad porque tiende hacia las promesas de Dios que es fiel a su  
      alianza.        
                  El cristiano que participa en la Eucaristía es  
      hecho partícipe del misterio del Crucificado resucitado, es decir, de  
      aquel misterio que está en el centro de nuestra fe y de nuestra vida. Juan  
      Pablo II ha escrito: la Eucaristía es la celebración sacramental del  
      anonadamiento voluntario grato al Padre y glorificado con la resurrección.  
      El cristiano aprende a ser en la oblación de sí y en el amor hacia los  
      hermanos «eucaristía para el mundo», así como Cristo ha sido y es siempre  
      en la celebración de la Misa, Eucaristía para el Padre y para la humanidad  
      (cfr. Dominicae Coenae n. 6).        
               
                  Bibliografía:        
                  Sobre la relación María-Eucaristía cfr..        
      • Aa.Vv.,  
      Maria nella comunità che celebra l’Eucaristia, Collegamento Nazionale  
      Mariano, Roma 1982.        
      Me permito señalar mi contribución sobre la presencia y  
      ejemplaridad de María como es propuesta por la gran tradición eclesial en  
      las plegarias eucarísticas de Oriente y de Occidente La nostra  
      comunione con Maria nella celebrazione del memoriale del Signore, ibid., 
      pp. 71-100 o bien Vergine Maria, en Nuovo Dizionario di  
      Liturgia, pp. 1553-1580.        
               
                  El estudio del misterio eucarístico no puede  
      dejar de suscitar al final una acción de gracias, una «Eucaristía» y al  
      mismo tiempo una súplica. La expresamos con una plegaria extraída de la  
      Liturgia de san Basilio:        
      TE DAMOS GRACIAS SEÑOR, DIOS NUESTRO,        
      PORQUE HEMOS PARTICIPADO EN TUS SANTOS,        
      INMACULADOS, INMORTALES Y CELESTES MISTERIOS        
      QUE TÚ NOS HAS DADO PARA EL BIEN        
      Y SANTIFICACIÓN DE NUESTRAS ALMAS Y DE NUESTROS CUERPOS.        
      TÚ QUE IMPERAS SOBRE TODO,        
      CONCEDE QUE LA COMUNIÓN DEL SANTO CUERPO Y SANGRE        
      DE CRISTO SE CONVIERTA PARA NOSOTROS EN:        
      FE SIN MIEDO, AMOR SIN FALSEDAD, AUMENTO DE SABIDURÍA,  
      CURACIÓN DEL ALMA Y DEL CUERPO, VICTORIA SOBRE TODA FUERZA ADVERSA,  
      OBSERVANCIA DE TUS MANDAMIENTOS Y DEFENSA VÁLIDA ANTE EL TREMENDO TRIBUNAL  
      DE CRISTO  
       
       
        
      NB. Se ofrecen algunas  
      indicaciones generales. En cada capítulo se especifica la bibliografía  
      pertinente. Los libros señalados con un asterisco (*) pueden servir como  
      manuales de ayuda para seguir algunos temas del curso.        
               
      1. Repertorios bibliográficos recientes  
       
       
        
      B. Sesboüé,  
         Eucharistie: deux generations de travaus, en «Études» n. 355,  
      1981, pp. 99-115.        
                  Eucharistie. Bibliographie internationale  
      1975-1984. Suplemento 96-98, CERDIC, Publications, Estrasburgo, 1985.        
      G. Colombo, 
      Per il trattato sull’Eucaristia, en «Teologia» 13 (1988) 95-31; 14  
      (1989) 105-137.        
      C. Magnoli, 
      Saggio di bibliografia eucaristica (1980-1989), en 
      Aa.Vv., L’Eucaristia  
      celebrata: professare il Dio vivente. Linee di ricerca, Roma, CLV,  
      1991, pp. 126-146.        
      D.N. Power,    
      Il  
      mistero eucaristico. Infondere nuova vita alla Tradizione,  
      Brescia, Queriniana, 1997, pp. 437-444 bibliografía seleccionada en inglés  
      y en italiano.        
               
      2. Tratados sistemáticos        
               
      A. Tratados clásicos        
               
      G. Alastruey,            
      Tratado  
      de la Santísima Eucaristía,  
       
      Madrid, BAC, 1952.        
      M. De La Taille,        
       
      Mysterium Fidei,  
      París 1931.        
      I. Filograssi,  
      De  
      Sanctissima Eucharistia,  
      Roma 1957.        
      V. Heris,          
      Le  
      mystère de l’Euharistie,  
      París 1952.        
      (*) C.  
      Journet,          La messe. Présence du sacrifice de la Croix,  
      Brujas 1958 (ed. española: Desclée de Brouwer, Bilbao, 1968).        
      M.J. Nicolás, 
      L’Eucaristia, Roma, Ed. Paoline, 1961.        
      A Piolanti     
      Il mistero eucaristico, Firenze, 1955 (ed. española: Rialp, Madrid  
      1958).        
      Id. (ed.),          
      L’Eucaristia. Il misterio dell’altare nel pensiero e nella vita della  
      Chiesa, Roma 1957.        
      A.m. Roguet,  
       
      L’Eucharistie,  
      en Initiation Théologique, IV, París 1956, pp. 501-596.        
      (*) M.  
      Schmaus,        Dogmatica Cattolica, IV/1, Turín, Marietti  
      1966, pp. 227-480 (ed. española: Rialp, Madrid 1962).        
               
      B. Tratados postconciliares        
               
      (*) J. Auer-  
      J. Ratzinger,     Il mistero dell’Eucaristia, Asís 1972.        
      J. De bacciochi,         
      L’Eucharistie, Tournai 1964.        
      A. Beni,           
      L’Eucaristia, Turín 1971.        
      (*) J. Betz,      
      La Eucaristía como misterio central, en Mysterium Salutis  
      IV/ 2, Madrid, Ed. Cristiandad.        
      A. Gerken,     
      Teologia dell’Eucaristia, Roma, Ed. Paoline 1977 (ed. española: San  
      Pablo, Madrid 1991).        
      M. Gesteira Garza, 
      La Eucaristia. Misterio de comunión, Madrid, 1983.        
      (*) L. Ligier,   
      Il sacramento dell’Eucaristia, Roma, Gregoriana, 1977.        
      (*) M. Nicolau,         
      Nueva Pascua de la Nueva Alianza, Madrid 1974.        
      (*) A. Piolanti,          
      Il mistero eucaristico, LEV, 1983 (ed. española: Rialp, Madrid  
      1958).        
      (*) J.A. Sayés,            
      El misterio eucarístico, Madrid, BAC, 1986.        
      (*) J. Saraiva Martins,       
      I sacramenti dell’iniziazione cristiana, Roma, Urbaniana, 1988 (con  
      amplio relieve de datos en el tratado sobre la Eucaristía).        
      (*) V. Croce,  
      Cristo nel tempo della Chiesa. Teologia dell’azione liturgica, dei  
      sacramenti e dei sacramentali, Turín Leuman, LDC, 1992 (con amplio  
      tratamiento sobre la Eucaristía).        
      (*) B. Testa,    
      Los  
      sacramentos de la Iglesia,  
      Valencia, Edicep 199        
               
      3. Voces recogidas en los Diccionarios        
               
      Aa.Vv.,           
      Eucharistie, en Dictionnaire de Théologie catholique, V,  
      989-1368.        
      A. Ambrosanio,        
      Eucaristia, en Nuovo Dizionario di Teologia, Roma, Paoline  
      1977, pp. 447-470.        
      J. Betz,           
      Eucaristia, en Dizionario Teologico, Brescia Queriniana,  
      1966, pp. 611-636.        
      Id.,      
      Eucaristia, en Sacramentum mundi III, Brescia, Morcelliana,  
      1975, pp. 669-692 (ed. española: Herder, Barcelona).        
      J. Castellano,          
      Eucaristia, en Dizionario Enciclopedico di Spiritualità,  
      Roma, Città Nuova, 1990, pp.956-974.        
      S. Cipriani,    
      Eucaristia, en Nuovo Dizionario di Teologia Biblica, Ed.  
      Paoline, 1988, pp. 519-530.        
      R. Gerardi,    
      Eucaristia, en Dizionario di Teologia pastorale sanitaria,  
      Turín, Ed. Camilliane, 1997, pp. 412-421.        
      F. Marinelli, 
      Eucaristia, en Dizionario di Spiritualità dei Laici, Milán,  
      OR, 1981, pp. 263-262.        
      S. Rosso,        
      Eucaristia, en Enciclopedia di Pastorale III: Liturgia,  
      Casale Monferrato, Piemme, 1989, pp. 204-232.        
      E. Ruffini,      
      Eucaristia, en Nuovo Dizionario di Spiritualità, Ed.  
      Paoline, 1979, pp. 601-622.        
      R. Tura,         
      Eucaristia, en Dizionario Teologico Interdisciplinare,  
      Turín, Marietti, pp. 148-165.        
      P. Visentin,    
      Eucaristia, en Nuovo Dizionario di Liturgia, Ed. Paoline,  
      1984, 482-508.        
               
      4. Obras generales con una visión global del misterio  
      eucarístico        
               
      Aa. Vv.,          
      Enciclopedia eucaristica, Milán, Ed. Paoline 1964.        
      Aa. Vv.,          
      L’Eucaristia. Simbolo e realtà, Bolonia, Ed. Dehoniane, 1973.        
      Aa. Vv.,          
      Eucaristia. Aspetti e problemi dopo il Vaticano II, Asís, Ed.  
      Cittadella, 1968.        
      Aa. Vv.,          
      Eucaristia. Memoriale del Signore e sacramento permanente,  
      Turín-Leumann, LDC, 1967.        
      Aa. Vv.,          
      Celebrare l’Eucaristia. Significato e problemi della dimensione  
      rituale, Turín-Leumann, 1983.        
      Aa. Vv.,          
      Anamnesis. Eucaristia. Teologia e storia della celebrazione, Casale  
      Montferrato, Marietti, 1983.        
      Aa.Vv.,           
      Vincolo di carità. La celebrazione eucaristica rinnovata dal Vaticano  
      II, Ed. Qiqajon, Comunità di Bose, 1995.        
      (*) J. Aldazabal,      
      La Eucaristia, en Aa.Vv., 
      La celebración de la Iglesia. II. Los Sacramentos, Salamanca 1988,  
      pp. 181-436; versión italiana, Turín Leumann, LDC, 1994, pp. 193-482. 
              
      R. Cabie,        
      L’Eucaristia, en A.G.  
      Martimort, La Chiesa in preghiera II, Brescia, Queriniana,  
      1985 (ed. española: Herder, Barcelona 1992).        
      J. De Sainte Marie,   
      L’Eucharistie salut du monde. Études sur le saint sacrifice de la  
      messe, sa célebration, sa concélèbration, París 1982.        
      F.X. Durwell,           
      L’Eucaristia, sacramento del mistero pasquale, Roma, Ed. Paoline  
      1982.        
      C. Giraudo,   
      Eucaristia per la Chiesa. Prospettive teologiche sull’Eucaristia a  
      partire dalla «Lex orandi», Roma-Brescia, Gregoriana-Morcelliana,  
      1989.        
      Mazza e.,       
      La celebrazione eucaristica, genesi del rito e sviluppo  
      dell’interpretazione, Cinisello Balsamo, Ed. San Paolo, 1996.        
      Id.,      
      Origine dell’Eucaristia e sviluppo della Teologia eucaristica, en 
      Aa.Vv., Celebrare il  
      mistero di Cristo II, La celebrazione dei sacramenti, Roma,  
      Edizioni Liturgiche, 1996, pp. 125-290.        
      G. Padoin,      
      Il pane che io darò, Roma, Borla, 1993.        
      D. Powers,     
      Il mistero eucaristico. Infondere nuova vita alla tradizione,  
      Brescia, Queriniana, 1997; orig. inglés The Eucharistic mystery.  
      Revitalizing Tradition, New York 1993.        
      J.A. Sayés,     
      La presencia real de Cristo en la Eucaristía, Madrid, BAC, 1976.        
      E. Schillebeeckx,      
      La presenza eucaristica, Roma, Ed. Paoline, 1968.        
      J.M.R. Tillard,          
      L’Eucaristia. Pasqua della Chiesa, Roma, Ed. Paoline, 1969.        
      M. Thurian,   
      L’Eucaristia. Memoriale del Signore, sacrificio di azione di grazie e  
      di intercessione, Roma, Ave, 1979.        
      J.J. Von allmen,        
      Saggio sulla Cena del Signore, Roma, Ave 1968.        
               
      DEO PATRI OMNIPOTENTI PER CHRISTUM IN UNITATE SPIRITUS  
      SANCTI OMNIS HONOR ET GLORIA  |