Dios y Razón
Dios ante el tribunal de la razón
“Que ellos se conviertan a ti, no tú a ellos”
Los cristianos están en el mundo pero no son del
mundo, deben amar todo lo que hay en él y a todos los que hay en él. En
esta difícil dialéctica se encuentra el discípulo de Jesús con el
encargo de ser además testigo y misionero. ¿Cómo podemos servir a los
hombres sin dejarnos llevar por sus costumbres no siempre en sintonía
con el Evangelio? ¿Cómo escurrir el peligro de no ser al final
convertido por aquellos a quienes se pretende convertir?
Creo que la respuesta está en la vida de Cristo. Él, la Sabiduría
encarnada y la pureza absoluta, supo convivir en medio de gentes de todo
tipo. Si nos fijamos en los relatos que nos han dejado los evangelistas
encontramos una gran variedad de situaciones en las que Jesús sabe
desenvolverse perfectamente. Ante todo démonos cuenta de que al Señor no
le pone nervioso estar con personas que así, de entrada, no viven en la
verdad ni están bien encaminadas. El Señor se hace uno más, sabe estar
con la gente aunque sin asumir las costumbres que desagradan a Dios.
Pienso que en más de una ocasión tendría que hacer de tripas corazón y
callar viendo las cosas aún sin la perfección debida. Pero en cualquier
caso, nunca vemos a Cristo impaciente o intransigente con persona
alguna. Su regla de oro como decíamos ayer fue siempre la Caridad, el
Amor, que, como dice San Pablo, ama sin límites y sabe esperar y
aguantar contra toda esperanza hasta el momento preciso. Quizá lo que
nos pasa a los cristianos es que a veces nos hacemos con la
responsabilidad máxima de cara a la gente no cayendo en la cuenta de que
es Dios el siembra y el que planta y recoge en el momento oportuno.
Nosotros no somos los agentes principales de la misión, es Cristo y Su
Espíritu, y cuando no respetamos esta verdad nos volvemos intransigentes
y exigimos a los demás, una actitud que ni es de Dios ni ayuda para la
causa.
Así, pues, la clave para estar donde y como debemos estar con el
pueblo es Cristo: mirar Su Rostro mucho, estar mucho con Él, escuchar y
meditar asiduamente Su Palabra. Esta es la forma de ir asumiendo Su
misma forma interior. Así podremos dar a luz a muchos hijos en Él,
acompañándoles y animándoles con paciencia y magnanimidad.
“Señor, reconocemos nuestra impiedad”
El difícil paso que en estos momentos está dando
la Iglesia del “triunfalismo” a la “revisión crítica de sí misma”
encuentra en este grito del pueblo de Dios su base principal. Así lo
expresa Jeremías: “Señor, reconocemos nuestra impiedad, la culpa de
nuestros padres, porque pecamos contra ti”. La auténtica reforma de la
Iglesia empieza por darse cuenta ella misma en sus representantes
(pastores y fieles) que no siempre ha estado a la altura de su identidad
y su misión. Hay cristianos que no entienden que el Papa pida perdón
por actuaciones equivocadas y malas por parte de los cristianos. Pero
esta actitud a-crítica es anti-bíblica, pues ya el pueblo de la Antigua
Alianza fue consciente de que volver a Yahvé pasaba por la humillación
de reconocer que no había estado a la altura de esa Alianza, y que sus
pecados e infidelidades provocaron la ira y el rechazo por parte de
Dios. Lo mismo hoy. ¿Acaso Dios no se encoleriza y rechaza las acciones
por parte de creyentes que en vez de actuar y proclamar la Misericordia
de su Dios atropellan al inocente y alejan al ya alejado? Cada vez que
un cristiano cambia la compasión, el perdón, la paciencia en el
acompañamiento por la condena, la intransigencia y la inflexibilidad
está siendo infiel a la Alianza. A estas personas tan celosas de la ley
hay que recordarles el pasaje de Lucas donde el Maestro aparece siendo
criticado por los fariseos y sus escribas (de los que estos son ahora
nuevos representantes) por comer y beber con publicanos y pecadores. El
Señor responde que no necesitan médicos los sanos sino los enfermos. A
esto que digo estos cristianos responderán que esto es verdad pero que
Jesús pide siempre la conversión y el rechazo del pecado. Efectivamente,
pero ahora digo yo que la forma en que Cristo invita a la conversión y
la forma de acompañar a los pecadores es muy distinta de la que tienen
los que con su actitud se han ganado el ser dignos representantes del
fariseísmo ahora en versión cristiana. Jesús habló de la verdad, de la
salvación eterna, del cielo y del infierno, pero nunca amenazó a nadie
en concreto, ni siquiera a esos publicanos que vivían al margen de la
ley. Dios siempre se acerca con amor, ternura y misericordia a los
pecadores y alejados, no con amenazas. Si yo amo a un pecador esa es la
forma de enseñarle el camino del cielo. Este es el camino que Cristo
eligió para atraer a los hombres, y no el celo -superior al necesario-
por los principios y las leyes, todo ello al servicio del hombre, del
Reino. El mismo Jesús puso la ley por debajo del hombre cuando la
ocasión lo requería, por ejemplo cuando las espigas arrancadas o las
curaciones en sábado.
Si queremos reforma limpia de la Iglesia, si queremos acercarnos al
hombre de Dios para llevarle el Evangelio mucho me temo que tenemos
mucho que cambiar. La cosa es sencilla y ardua a la vez. Miremos a
Jesús. Él utilizó una sola arma y practicó una sola regla: la Caridad.
Así lo expuso San Felipe Neri delante del tribunal que lo examinaba
delante del Papa, que él no tenía reglas y que la única que había
elegido era ésta, la Caridad. Amando no tenemos que temer que la ley o
la verdad queden dañadas porque la verdadera Caridad NUNCA se pondrá en
frente de la Verdad sino todo lo contrario, la descubrirá con más
claridad.
La invencible idolatría
El Señor Dios manda al profeta Jeremías a que
realice una acción simbólica para hacer caer en la cuenta al pueblo de
su constante pecado de idolatría. Se niega a escuchar, tiene el corazón
endurecido el pueblo de Dios. En seguida que viene un ídolo a conquistar
nuestro afecto vamos detrás de él abandonando al Dios que hizo alianza
santa con nosotros.
Esta cuestión de la idolatría tiene capital importancia. El núcleo de
la ley divina nos señala constantemente que para el fiel sólo hay un
Dios en el cielo y en la tierra, y que sólo a Él debemos rendir culto.
Son numerosas las formas que tenemos de inclinar nuestro corazón a los
ídolos. La primera y más peligrosa, por sutil y nefasta, es la
auto-latría, el culto a la propia persona, a los propios talentos, a las
propias ideas, a lo propio en definitiva. Estas personas suelen estar
tocadas por la intransigencia y la inflexibilidad, adolecen de poca
capacidad de empatía.
Nuestro Dios nos invita dulcemente a escuchar, a abrirle el
corazón para colmar nuestro vacío con Su Amor, Su ternura. El antídoto
contra toda clase de idolatría es oír y conservar en lo profundo de
nuestro ser las palabras “Dios es tu Padre que te quiere con toda su
fuerza, con todo Su Ser. Quiere abrazarte, reconciliarte, hacerte sentir
digno e importante, un hijo querido suyo”.
Un tesoro, una ilusión…
Si hay una verdad de la que nadie podría dudar
jamás es que todos vamos en busca de un tesoro, de una ilusión. Nuestra
propia vida se configura en torno a la consecución de metas bien
definidas que nos sirven de motivación y sentido para nuestro vivir,
luchar y sufrir.
El Evangelio de Jesucristo tiene en su esencia la virtud de tocar los
puntos fundamentales de la vida y el destino del hombre. El misterio de
iniquidad, la historicidad de las culturas, los límites de lo humano
han hecho que lo más genuino de esta Buena Noticia haya quedado muchas
veces oscurecido. Han sido los grandes Concilios y la vida de los
grandes santos reformadores los que han ayudado en cada etapa de la
historia a la Iglesia a ir purificándose y creciendo en fidelidad y
transparencia para ser más fiel a su misión. ¿Cómo podríamos concentrar
el núcleo del Evangelio en pocas palabras, sin aparatosidades y
complicaciones técnicas? Yo lo haría de la siguiente manera: el
Evangelio de Jesucristo consiste en una promesa: la del Hijo de Dios que
se nos ofrece para una amistad redentora, purificadora, santificadora,
pacificadora del alma. El Hombre-Dios nos invita a una especial relación
con Él que nos lleve a una cristificación entendida no como mística
individualista y egocéntrica sino como caridad ardiente que fluye y
revierte sobre el exterior, en los ambientes, las personas que nos
rodean, con una especial atención al mundo del sufrimiento, de la
pobreza espiritual y material. El cristianismo es una asimilación libre y
personal que Dios ofrece y el hombre actual en orden a vivir la misma
vida divina. Ser como Dios, sentir como Él, amar con Su propio Amor,
compadecer como Él compadece, tener ese mismo Corazón de Cristo que
perdona, que ama, que se inmola, que se hace servidor sin intereses, que
ama con libertad y sin condiciones.
Quien encuentra a Cristo encuentra el tesoro escondido en el campo,
el cual debe ser escondido para mientras vender todo lo que se tiene,
desechar aquello que nos estorba con el fin de dejar el corazón libre
para ese Tesoro. Hay afectos desordenados que encadenan el corazón y lo
privan del Tesoro. Es el trabajo que el diablo hace con tanta diligencia
y tan bien. La soberbia y orgullo culpables son un afecto desordenado
que nos endurecen el corazón privándole del afecto por Dios. La ambición
desmesurada y el ansia de dominio y de sobresalir son otro afecto
desordenado que nos ciegan igualmente. Los parásitos que suelen llamar a
la puerta para anidar dentro de nosotros completan esta lista de
peligros con posible opresión sobre nuestro corazón. Son la pornografía,
la droga, el materialismo, las realidades virtuales que nos absorben el
tiempo y la mente. Todas estas cosas nos separan de nosotros mismos y
de Dios.
María es nuestro escudo y la guía que nos alumbra para no dar pasos en falso. Que ella nos conduzca por el sendero justo.
Quien
“Un modo peculiar de evangelizar”
Con todo respeto y comprensión respecto de los
muchos que han afirmado como lo más importante para la nueva
evangelización de nuestro mundo, la constante insistencia por parte del
magisterio de la Iglesia española respecto a la fe de España necesitan
plantearse una seria revisión. España es un país que tiene unas raíces
cristianas que deben ser conservadas y defendidas, de acuerdo. Pero uno
de los valores que precisamente están en la raíz del evangelio y que ha
reclamado desde hace siglos la modernidad es el de una sana laicidad.
¿Es menos español el que, conociendo sus raíces culturales cristianas,
respetándolas y amándolas, vive de otra manera o tiene un concepto de
verdad distinto al nuestro? La nueva evangelización debe ser resituada
en ese contexto donde empezó en sus orígenes, el paganismo. Los
cristianos aparecieron en la sociedad sin cristiandad, como levadura en
medio de una gran masa confusa entre el bien y el mal, entre la
oscuridad y una esperanza existencial incierta. En este panorama, ¿Cuál
fue el arma poderosa que hizo al Evangelio extenderse tan rápidamente?
Dos cosas muy importantes: el martirio y la sublimidad del mensaje vivido con sencillez.
Los Apóstoles son aquellos que refrendaron su testimonio con su
sangre. Y aquí está la cuestión. La unión entre lo atractivo del mensaje
junto a esa forma heroica de testimoniarlo es lo que lo hace atractivo.
Pero ¡ojo! No cualquier forma de martirio es aceptable. La forma en que
los mártires cristianos se entregan a la muerte es del todo peculiar.
Acercarse a estos relatos nos descubre que incluso en el modo de dar su
vida los cristianos están tocados por el sello particular del Espíritu.
Los cristianos tienen un modo peculiar de evangelizar también por ese
tesoro que llevan en vasijas de barro. Al vivir con transparencia,
elegancia, limpieza, pureza, sinceridad, sencillez la sublime palabra
del Salvador el Evangelio no tuvo más remedio que propagarse por
doquier. “El que quiera ser el primero de entre vosotros que sea el
último de todos y el esclavo de todos”. Evangelizar y ser cristiano son
una sola cosa, una sola. Ellos luchaban y se esforzaban por vivir de
verdad las exigencias de vida que la caridad que Cristo enseñó y vivió
requería. Imitadores del Señor, la vida cristiana es silenciosa pero
elocuente y atractiva para los corazones sencillos y llenos de vida.
Nada que ver con el cristianismo social o “de patria” que ha vivido de
fachadas, de uniformidades, cadáver, sin espíritu. Vivir lo que se cree,
ponerlo por obra para que las palabras vayan siempre acompañadas del
ejemplo.
El eterno pecado vencido por la eterna fidelidad
Hay una constante en la Historia de Israel
pueblo de Dios que se repite ahora también en la Historia de la Iglesia,
nuevo Pueblo de Dios. Se trata del pecado que el oráculo de Jeremías
llama abandono de Dios. Este pecado va marcando la historia del
pueblo de Dios no sólo en la Antigua Alianza sino también en la Nueva.
Pensemos en todas las torpezas y despropósitos que tanto las personas
como la Institución han provocado en orden a la misión. Todos pecamos y
todos fallamos, y nuestras debilidades queramos o no afectan a la
Iglesia. Por esta razón he dicho en alguna ocasión que me parece de una
torpeza supina la actitud de algunos cristianos que se niegan a asumir
una crítica constructiva, fraterna de todo lo que es la estructura y el
funcionamiento sobre todo institucional del pueblo de Dios.
En este orden de cosas no dudo en afirmar que gran responsabilidad en
la situación de alejamiento actual de muchas personas respecto de
Cristo y la Iglesia somos los cristianos y la misma institución. Esto lo
declaró el Concilio Vaticano, si bien tímidamente, pero así lo dijo.
Algunos, con el afán de proteger una concreta imagen de Iglesia (como de
inmortalidad y majestuosidad poco evangélica) se niegan a admitir esto y
hacen más daño que otra cosa. ¿Acaso no es fácilmente comprobable que
hay cosas en las que hemos fallado y hemos ido corrigiendo a lo largo de
los siglos, y que igualmente ahora hay cosas que no funcionan y piden
cambios para ser más capaces de una verdadera misión? Pero estos
responden: “Cuando el Papa o la Institución cambien nosotros nos
amoldaremos”. Esto es falso cristianismo, cómoda forma de vivir en la
Iglesia pasando por fieles y ortodoxos pero en el fondo poco arriesgado.
Estas personas jamás tendrán problemas de fama o integración en la
estructura pero tampoco favorecerán los cambios que el Espíritu quiera
para Su Iglesia. Escuchad bien esto: Dios nos ha dado luces A TODOS
para construir la Comunidad eclesial. Ese modelo por el que estos
cristianos se conducen según el cual sólo los sacerdotes, los obispos o
el Papa deben administrar las mociones del Espíritu y llevar adelante la
nave de la Iglesia está caduco y no ayuda en nada a la nueva
evangelización. Todos los cristianos por su bautismo están llamados a
co-implicarse en un discernimiento evangélico que nos ayude a ser cada
vez más fieles a Cristo a la Iglesia. Constatable que algo hemos hecho
mal (pecado de abandono) que nos ha llevado a esta situación. Dejemos de
mirar fuera de nosotros y asumamos el cambio evangélico que empieza
volviendo todos nosotros la mirada a Jesús, Su Palabra y el ejemplo
apostólico de una vida cristiana auténtica, con institución pero sin
institucionalismo, con caridad, comprensión mutua y diálogo, no con
persecución, censura y excomuniones.
Esa constante que se repite y nos persigue de alguna manera es
vencida por la eterna fidelidad de Dios que espera paciente a que esos
aljibes agrietados nos cansen para hacernos volver a Él de nuevo.
Unión con Jesús y servicio al Reino
Aquellas sublimes palabras del Apóstol “Ya no
vivo yo, es Cristo quien vive en mí (…) Vivo de la fe en el Hijo de Dios
que me amó hasta entregarse por mí” son la encarnación vivida de la
parábola de la Vid y los sarmientos. Así las cosas podemos afirmar con
tranquilidad que la santidad cristiana consiste en una especial intimidad con Jesús. Es un estarcon
Jesús. Desarrollar una equilibrada espiritualidad cristiana mirando en
cómo los santos la han vivido pasa por defender a capa y espada nuestra
vida de oración, y una oración de calidad. Pero no nos quedemos en algo
que según parece es peligroso, el intimismo auto-complaciente del que a
través de tanta mística al final no hace sino buscarse a sí mismo. La
unión con Jesús es la base irrenunciable. Para comprobar que esa unión
con Él es transparente y equilibrada -el demonio ataca mucho aquí- es
necesario vivir como Jesús: para el Reino. Desvincular mística de ardor
por el Reino le ha costado a la Iglesia muchos disgustos y sigue aún
formando cristianos que no fallan en las prácticas pero la Caridad y la
misericordia se les atragantan. Insistamos: acercarnos a Cristo nos
transforma en Él, nos hace vivir Su vida divina, y la nota
característica del Señor es Su particular unión con el Padre, con Su
voluntad, con el celo por la salvación de las personas y la promoción de
su dignidad, el consuelo y alivio por los que sufren. No en vano el
Padre Pío hizo construir un hospital dedicado especialmente al alivio
del sufrimiento de los hombres. Esto es la santidad, la piedad que llega
a la caridad entendida como el Amor mismo de Dios en favor de las
gentes. Otra cosa es un fraude…
“Se complace en la misericordia”
A las ovejas que habitan “apartadas” en la
maleza el Señor se dirige especialmente para presentarse a ellas como el
Dios que “se complace en la misericordia”. Lo primero en lo que tenemos
que caer en la cuenta es que el hombre espiritual no es el que está
“por encima de” los que caminan por otros senderos o están a otra altura
del camino. Lo que tenemos que tener bien presente es que TODOS,
absolutamente todos estamos necesitadisímos de la Misericordia de Dios.
¡Ojo! porque esto nadie lo niega a priori, pero sí a posteriori. Lo que
necesitamos es la misericordia de Dios, ¡no nuestros méritos y nuestras
buenas obras! Paradojas del destino cristiano: algunos creyendo combatir
el protestantismo han terminado cayendo en él. Algunos cristianos viven
sostenidos no en esta misericordia divina sino en la soberbia de su
“coherencia”, su “rectitud”. Yo me pregunto, estas personas, ¿se sienten
DE VERDAD pequeñas y frágiles? ¿Se creen en lo profundo de su ser que
“su fuerza y su poder vienen del Señor”? Doy un criterio de
discernimiento: el que se cree porque se sabe realmente pobre, frágil y
pequeño, no sólo lo hace porque lo ha leído o aprendido de la vida de
los santos sino porque ha experimentado y experimenta su constante
incapacidad y nulidad. ¡Ojo porque algunos OLVIDAN fácilmente su pobreza
pasada y su pecado acabando en verdaderos jueces de los demás! La
conclusión: el que juzga la vida del otro y falta de comprensión y
misericordia está más lejos de Dios que el que se sabe pobre, se humilla
y busca con ansia encarar constantemente su vida hacia Dios.
“Escucha y ve”
No hay soledad más pavorosa para una persona que
la de no sentirse importante para nadie. no experimentarse querido. La
Palabra del Señor nos presenta hoy este episodio en que Yahvé Dios
“escucha y ve las lágrimas” de Ezequías. Para Dios somos importantes,
nuestra vida no le es indiferente; nuestras lágrimas, angustias,
ilusiones y esperanzas son tenidas en cuenta. Como siempre insisto al
comentar la Palabra, esa soledad dramática de la que hablaba hace un
momento es hoy una auténtica enfermedad. Muchas personas se sienten
solas en este mundo, incluso aunque vivan acompañadas o en familia,
porque la soledad no se remonta con la mera convivencia sino con la
sintonía de corazones, haciendo al otro importante para mí, servirle y
amarle para que se sienta reconocido y amado de verdad.
Ante esta situación el Evangelio se presenta como la Buena Noticia
para aquellos que no cuentan en nuestro mundo, marcado por un fuerte y
desgarrador imperio del dinero y la ambición. Hay un Dios enamorado de
ti, preocupado por tu paz y tu felicidad. Hay personas que creen la
dicha como una ambición desmedida e imposible para ellas en sus
respectivas situaciones. Cristo te anuncia: “He venido para que tengas
VIDA, y vida en abundancia”. La evangelización del mundo contemporáneo
tiene aquí su núcleo esencial. Hacer que los hombres conozcan a este
Dios enamorado de nosotros para que podamos saciarnos con Su Pan, Su
Palabra y Su Espíritu, verdadero deleite y prenda de la vida futura.
“Dimos a luz… viento”
En continuidad con el texto de Isaías de ayer el
profeta sigue insistiendo en hacernos caer en la cuenta de cómo
nuestras obras son estériles cuando nacen de la soberbia o el
engreimiento. A fin de cuentas, todo aquello que construyamos sobre
nuestro propio orgullo será paja que se llevará el viento. “No trajimos
salvación al país, no le nacieron habitantes al mundo”. ¿Cuáles son
nuestras obras frente a Dios? ¿Qué vamos a presentar a Cristo cuando nos
presentemos delante de Él? A Dios le gusta que luchemos por la verdad,
la justicia, que sintamos como Él compasión por el que sufre, que no
pongamos la ley por encima de las personas etc… Dios no nos va a juzgar
por nuestro sometimiento a la ley o por nuestra meticulosa forma de
decir a todo “sí” sino por la caridad, la justicia y la verdad de
nuestro comportamiento. No veamos en esto una contraposición frente al
orden establecido. Si la institución se aleja de la caridad y el
verdadero bien de la persona su autoridad cae en descrédito y todos
tenemos que contribuir a resituarla para que sea autoridad de Cristo,
con Su Palabra, Su sentir. Un cristiano que duerme tranquilo porque
obedece en todo y no se sale de lo establecido pero su silencio se
produce a costa de acallar el grito de muchos que sufren no agrada a
Dios y su comportamiento es culpable.
Pero la promesa del Señor nos invita a la esperanza: “¡Vivirán tus
muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan
en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz, y la tierra de las
sombras parirá”. Lo que nuestra pobreza no consigue el poder del Brazo
del Altísimo lo logrará, pues nuestro Dios se ha mostrado a lo largo de
los siglos experto en sacar la riqueza de la pobreza, la luz de las
sombras.
Que nuestras vidas, nuestras obras y nuestras luchas sean elevadas
hacia la justicia divina por la virtud divina. Que nunca caigamos en la
soberbia de pensar que nuestra justicia y nuestra verdad son fruto de
elaboración propia.
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