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miércoles, 30 de julio de 2014

Homilías Dominicales | Dios y Razón

Homilías Dominicales | Dios y Razón














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HOMILÍAS DOMINICALES

Comentario teológico-espiritual de la Palabra del Domingo




“Sal”


SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo A
     En este texto de Génesis está
contenido el inicio de todo el misterio de nuestra fe y del plan que
Dios tiene sobre nosotros. En ese inicio de la fe hay una actitud
radicalmente primera que está expresada en el imperativo sal, que indica lo primero que tenemos que hacer al empezar una vida sinceramente religiosa. Dios penetra
en nuestra vida, en nuestro corazón, en nuestra existencia, y se
presenta con una invitación, con una promesa que podemos resumir así: quiero
bendecirte, quiero hacerte mío, quiero compartir contigo la experiencia
más sublime del amor conmigo, Fuente del Amor pleno
. “Sal” es, por tanto, poner esta promesa divina en el centro mismo de nuestro corazón,
abandonando al mismo tiempo toda autosuficiencia, todo proyecto de
auto-preservación, todo plan de auto-realización pseudopersonal. Digo
así porque lo auténticamente personal sólo es pleno cuando
conocemos y nos abandonamos al Verbo de la Vida, en quien hemos sido
hechos. Por tanto, la fe comienza aquí, y también en profundizar ese abandono
confiado en las manos de nuestro Padre del Cielo. La vida es muy
insegura y se pasa mucho “frío” en ella cuando nos estamos con Dios. “Sal” es también ¡ponte en camino!
El Señor nos invita a caminar, a seguir hacia adelante, a pesar de
constatar que hay cosas en nuestra vida que no van bien, que no alcanzan
una madurez total. Esto no impide tomar decisiones que nos aparten de
situaciones peligrosas y de autodestrucción; pero la experiencia nos
dice que la perfección humana en la santidad pasa por etapas de
auténtica inmadurez, y que, con cada día que empieza, nace una renovada esperanza de ir construyendo con la Gracia nuestra propia restauración. Así, invocamos con el salmista a Dios diciendo “Oh Dios, restáuranos, que brille Tu Rostro y nos salve”. No tengamos miedo, y que la duda no ahogue nuestros deseos de santidad, pues “Dios nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, dispuso darnos Su Gracia por medio de Jesucristo”. Es el Evangelio el que tiene poder para transformarnos. La escena de la Transfiguración nos lo muestra. Es la Persona de Jesús, es Él y no otro el que tiene toda la luz, porque en “Él reside corporalmente la plenitud de la divinidad”.; es Él quien debe ser escuchado. Cuando Abrahán, figura del creyente, sale y se pone en camino, aquello que le guía por caminos nuevos hacia una promesa aún para él incierta no es otra virtud que la de la obediencia, entendida como la actitud interior del propio corazón que se pone a la escucha de Dios.
     Unidos a María, guiados por Ella y
siguiendo su ejemplo, hacemos una sola plegaria para que el Reino de
Dios llegue a nosotros y a todos los hombres.

“Sólo en Dios”


DOMINGO OCTAVO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
     Dos ideas principales entresacamos de las lecturas de este Domingo. La primera es que somos importantes
para Dios. Jamás deja de preocuparse por nosotros y por nuestras cosas,
de ahí que estemos invitados a experimentar y anunciar que Dios nos ama
con un amor providente. Dios está con nosotros, detrás, delante, al
lado, nos acompaña en la travesía de la vida. Pero si alteramos la
jerarquía de los valores, entonces quedaremos a merced del éxito que
obtengamos en nuestros proyectos, la salud del cuerpo, los “golpes de
fortuna”. Aquí viene la segunda idea: para que nuestra paz y nuestra
dicha no dependan de estos factores vulnerables tenemos que depositar
nuestra confianza en una roca, en un alcázar que ponga a salvo nuestra felicidad y nuestra vida. Jesús, el Señor, es esa Roca firme cuyo amor y cuya providencia nos velan de continuo. De Él viene nuestra salvación, es decir, nuestro gozo y nuestra paz, la llenura de
nuestro corazón. Seamos hombres de fe que pongamos en la manos de
Cristo nuestra vida. ¡Qué paz y qué gozo saber que tanto nuestra vida
como nuestras necesidades, problemas o preocupaciones están en Manos
de Dios! Aquí está la razón de nuestra paz. ¿Y qué si nos falla este
mundo? ¿Y qué si nos falla cualquier cosa? El Amor y el cuidado materno
de Dios no nos abandonarán y estarán conmigo SIEMPRE.
     Bajo la guía de María, llevados de su
mano de Madre, pidamos a Dios el don de la sabiduría y de la fe en la
divina Providencia. Que el Señor nos conceda poder empezar el próximo
tiempo santo de Cuaresma con ánimo renovado y muchos deseos de santidad,
conversión y amor a Dios.

“La clave de la verdadera sabiduría: imitar a Dios”


SÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
“LA CLAVE DE LA VERDADERA SABIDURÍA: IMITAR A DIOS”
     Tanto el libro del Levítico como la enseñanza de Jesús nos dicen: “sed perfectos (o santos) como vuestro Padre celestial es perfecto”.
La pregunta consecuente que uno se hace es cómo se consigue esa
santidad o perfección divinas. La respuesta de la Palabra es ésta: imitar a Dios.
Todos sabemos que la naturaleza espontánea del hombre nos lleva a
devolver el insulto, a vengarse del enemigo, a guardar rencor a quien
nos hace daño. Pero el Señor nos dice: “sé santo; no odies de corazón; no te vengues ni guardes rencor”.
Dios no odia nada ni a nadie creado por Él, ni si quiera al diablo.
Dios sólo sabe amar y querer el bien para todos sus hijos y todas sus
criaturas. ¿Qué padre o madre, por más que el hijo se desboque, llega a
odiarlo? Entonces, según lo que Dios quiere de nosotros, ¿qué tenemos
que hacer? Nos lo ha dicho Jesús: “Rezar por los que os persiguen.
Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los
pecadores aman a los otros pecadores”
. A parte de la cuestión del
mérito, descubrimos aquí una cuestión muy importante que merece la pena
resaltar. El mal, el daño, el dolor se vence con la oración. Podemos
cerrar las puertas al rencor y al odio orando por aquellos que nos
dañan; demostrado está que, guardar todo ese mal dentro, lo que provoca
es la enfermedad, la depresión y la ansiedad. Muchas personas acuden a
especialistas para recibir tratamientos, terapias y fármacos porque no
pueden dormir o no pueden hacer una vida totalmente normal. La
experiencia pastoral de la oración de sanación interior demuestra que en
muchos casos la razón es un pecado o una maldad cometida que no ha sido
liberada, expulsada fuera, y se ha enquistado en el corazón de la
persona provocándole todo tipo de alteraciones. Es el rencor que se
guarda contra alguien que me hizo algo muy grave, o el odio que se posa
igualmente causando toda clase de males personales y familiares. La
pastoral de la sanación en familias enteras corrobora que esta situación
de odios guardados no sólo dañan a las personas singulares sino a toda
la familia, arruina los negocios, las empresas, quiebra la salud. Sólo
hay una manera de liberación, y no son las pastillas y ni las terapias
de catarsis. Es el perdón, la bendición y la reconciliación. Hay
personas que cierran su corazón a esto, incluso a pesar de advertir todo
el veneno que reciben, pero no están dispuestas a ello. Es una
insensata y segura autodestrucción.
     Sólo quien permanece unido a Dios a
través de la oración y la meditación de Su Palabra, junto con la vida
sacramental, puede amar al prójimo y perdonar de esta manera. Sólo si la
Caridad de Dios actúa vivamente en nosotros podemos lograr imitarle a
Él y practicar la verdadera sabiduría.

“Una Ley Nueva, sí, pero ¿cuál?


DOMINGO SEXTO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
“UNA LEY NUEVA, SÍ, PERO ¿CUÁL?”
      Posiblemente el evangelio de hoy
sea el más penosamente interpretado a lo largo de la historia de la
exégesis. Cada época interpreta según sus categorías culturales el dato
revelado, y esto no es algo extraño a la idiosincrasia del hombre y la
cultura misma. Dicho esto, a lo largo de la historia de la Iglesia, este
fenómeno no ha faltado en los seguidores de Jesús.
      El título que hemos escogido esta
semana es directamente provocador. “Una Ley Nueva, sí, pero ¿cuál?”.
Todos los exegetas y teólogos, pastores etc hablan de una Ley Nueva traída
por Cristo. Pero mi pregunta es ¿cuál? La razón por la que se hace
necesaria esta pregunta es que hemos oído hablar a muchos de “Ley Nueva”
interpretando esa novedad sin salir del círculo de comprensión de los
fariseos, por tanto, a mi juicio, sin llegar a una verdadera novedad. Si
hablamos de novedad y nos seguimos quedando en las normas, en el espíritu legalista entonces
no hay novedad alguna. Por razón de estas malas interpretaciones, a
veces hemos dañado y apartado a familias enteras de Dios y de la
Iglesia; y ¿qué hemos sacado? Nada. Es difícil justificar que hayamos
tenido en ocasiones comportamientos tan distantes del evangelio de
Jesucristo, con un estilo tan radicalmente distinto al suyo.
     ¿Dónde estaría, a nuestro juicio, ese acento
especial de la Ley Nueva del Evangelio? El texto que se nos propone en
la segunda lectura de Primera Corintios tiene la respuesta. En esa “sabiduría que no es de este mundo, sino en una sabiduría divina, misteriosa, escondida”. La novedad está en un modo nuevo de ver y vivir la realidad moral,
producido por la acción del Espíritu de Dios, que convierte la acción
de la persona en una epifanía de su corazón, un corazón penetrado
totalmente de Dios, totalmente unido a Él. Aquí está esa sabiduría
misteriosa, escondida; en la acción oculta al arrogante de Dios que en
silencio trabaja en el alma humilde. ¿Qué tiene que ver esto con el
moralismo legalista que hemos visto y seguimos viendo? Hemos encerrado y
ahogado al Espíritu de Dios en la fría y cómoda norma, pensando que
poniendo la norma por encima de la persona salvábamos así al Espíritu
Santo. Queriendo atraer a la persona, la alejamos, incluso la
humillamos.
     ¿Cuál es la verdadera exigencia de esta Nueva Ley de Cristo? En el papel que Jesús hace jugar al corazón humano.
La norma regula la moralidad objetiva de las acciones humanas, pero
Cristo no es un legislador, Cristo es redentor y liberador del hombre, y
como tal advierte que, amén de ajustar la norma a la moralidad
objetiva, el hombre debe luchar por purificar y liberar su corazón, y a
esta tarea algunas cosas ayudan y otras no. Si la mirada fuera y dentro
de nosotros es limpia. Si mi pensamiento es limpio y ordenado. Si ordeno
y hago fluir por los cauces corrector las diferentes pasiones que me
constituyen. Si dedico tiempo suficiente al silencio y a la meditación.
Si alimento mi espíritu con buenas lecturas y con oración de calidad, o
normalmente con vaciedades o imágenes sucias. Hay en nuestra cultura
actual un cáncer horrendo contra la pureza que es la pornografía,
de fácil acceso y privada, a través de internet etc. Si quiero vivir la
novedad de la Ley Nueva necesito una renovación interior que ante todo
comience por una decisión firme de hundir las raíces de mi día cotidiano
en las aguas de la oración, meditativa y contemplativa, alternada con
la Lectio divina; junto a una vida sacramental rica y bien vivida. Aquí
está la verdadera garantía de una renovada vida cristiana según la
novedad de la Ley Nueva del Evangelio. Que María, nuestra Madre, nos lo
conceda, y que este nuevo espíritu, impulsado por el Papa Francisco, no
caiga en saco roto, y todos optemos por salir de nuestros anquilosados
esquemas.

“Abiertos o cerrados, cosa del Espíritu…”


QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
“ABIERTOS O CERRADOS, COSA DEL ESPÍRITU”
     La actitud interior más contraria a una vida espiritual fecunda es la de cerrarse a la propia carne. El Espíritu de Dios, en el que somos madurados, nos hace hombres nuevos sacándonos de nosotros mismos e impulsándonos hacia fuera.
El hombre nuevo se preocupa ya no de sí mismo sino de los intereses de
Dios y los hermanos. El Amor que el Espíritu de Jesús nos ha infundido
en nuestro corazón nos hace amar con ese mismo Amor divino, es una
participación de ese Amor. Como consecuencia, el cristiano va reflejando
en su rostro y en su conducta la gloria y la Caridad del Señor, dando
así testimonio a los hombres del Evangelio de la salvación. Así, pues,
si queremos tener una medida para conocer la generosidad y la madurez
espiritual de una persona, veamos esta variable: estar abierto o cerrado
a la propia carne, es decir, al sí mismo sin referencia transcendente,
sin un Amor más grande al que se sirve, de quien se vive. Se nos cala
bien pronto cuando vivimos desde nosotros mismos y cuando lo hacemos
desde el Espíritu de Dios. Cuando encontramos  a Cristo y somos revestidos de Su Espíritu, reverdece
nuestra carne. De esta verdad dan testimonio todos los santos, sus
obras, sus paisanos y familiares, que han tenido la dicha de contemplar
qué bien se está cerca de un buen cristiano, qué hermoso es contemplar
la prudencia, la exquisitez humana del amado de Dios.
     Otra de las notas características del cristiano que evangeliza es la kénosis infusa por Su Maestro cuando le va transformando poco a poco y dándole Su propia Vida divina. San Pablo lo vivía así: “Yo
hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no
lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me
precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y Éste crucificado”.
¿Cómo anunciamos el misterio de Dios?
A veces puede observarse cómo hay cristianos que predican con
arrogancia, con humana sabiduría, con mucha retórica. Hay muchas maneras
de predicar humanamente. Creo que la peor es la del que lo hace sin
humildad, demonizando o incluso despreciando al interlocutor. ¿Acaso la
Palabra encarnada de Dios nos enseñó eso? Querría con todo el corazón
que ningún predicador del evangelio sembrara la divina Palabra de una
forma distinta a como lo hacía Jesús; sin herir, sin finas ironías, sin
respeto, sin comprensión, sin superioridad, sin despreciar nunca ni a la
persona ni a sus ideas, aunque no estemos de acuerdo con ellas. ¡No se
puede anunciar el Evangelio de Jesucristo sin humildad! La palabra de la
predicación debe ser una preciosa manifestación del poder del Espíritu,
para que nuestra fe y la fe del oyente no se apoye en la sabiduría de
los hombres sino en el poder de Dios. Esta es la recomendación y el
ejemplo de San Pablo, y Él era Apóstol y tenía esa autoridad. ¿Quién soy
yo, sacerdote, siervo de los siervos de los siervos? ¿Quién soy yo,
catequista…? La autoridad conferida por la Iglesia a través de un
encargo no es para imponer, dominar o avasallar sino para que el que te
oye reconozca, no sólo en la Palabra sino en las formas, al Dios manso y humilde corazón.
     Sólo así podrá en buen Dios hacernos
luz y sal para el mundo. Para no ser oscuros o insípidos testigos
necesitamos sólo una cosa: llenarnos nosotros del misterio que servimos.
Nos falta mucho roce y trato con Dios, y hasta que no nos decidamos a esto jamás podremos emprender una verdadera nueva evangelización.

“Más y mejor”


TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
“MÁS Y MEJOR”
            Una de las mayores dificultades de la vida cristiana es
saber concretar en las circunstancias particulares de cada uno la tarea
de la conversión. Ciertamente el enemigo número uno de la misma es
nuestro conformismo y nuestra falta de fuego de Dios. En el fondo, no
nos creemos necesitados de profunda renovación; a fin de cuentas, damos
por buena nuestra vida, nuestras pequeñas faltas de caridad y de riesgo
por Dios y por Su Reino. Si nos preocupáramos por las cosas del Reino de
Dios con el mismo ímpetu que a veces buscamos nuestras cosas seguro que
nuestra santidad crecería a grandes pasos.


En cualquier caso, la Palabra de Dios hoy nos ha dicho por boca del
Verbo: “Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios”. Al oír esta
invitación, uno se pregunta: ¿qué significa que me tengo que convertir? Y
luego, ¿cómo me puedo yo convertir?


Creo que “conviértete” quiere decir acércate más y mejor a
Dios. El Reino de los Cielos nos ha sido descrito como esa vida nueva
que Dios nos ha regalado a través de Su Hijo muerto y resucitado,
operante hoy en la Iglesia y en el corazón de los creyentes. Pero en
realidad esta vida nueva se concreta en la especial relación de
intimidad y amistad que se da entre el fiel y el Dios vivo. A veces nos
creemos muy religiosos y que amamos mucho a Dios, pero ¿dicen lo mismo
nuestras obras? ¿Tenemos de verdad trato amistoso, íntimo con Dios? ¿Le escuchamos y buscamos Su voluntad haciendo silencio en nosotros?


Convertirme significa, por tanto, crecer y profundizar en la relación
con el Señor, alimentarme interiormente de Su Palabra, del trato
frecuente y cotidiano con Él. De este modo, me puedo convertir, esto es,
dejar de ser el que soy, el hombre viejo, el hombre de pecado, de
crítica, de egoísmo, para ser santo, imagen de Dios, otro cristo, el
hombre nuevo vivificado por el Espíritu donde destaca la alegría, la paz
y la caridad.



Jesús, el Cordero de Dios




SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
“Ciclo A”
“JESÚS, EL CORDERO DE DIOS”

Las fiestas sagradas que acabamos de
concluir nos han revelado que Jesús es Rey y Señor que viene a nuestro
encuentro para salvarnos. En esta misma línea se colocan los textos
litúrgicos de la Palabra de este segundo Domingo del Tiempo Ordinario.
En esta ocasión, Juan Bautista exclama: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Así, pues, la figura con la que se nos presenta a Cristo es la de un cordero.
     El cordero es el animal manso que se ofrece
como víctima a Dios para significar un intercambio entre Dios y el
hombre, el signo de la Alianza, que en el caso de los judíos se hace
mediante la cena ritual de la pascua. Jesús es llamado “Cordero de Dios”
porque con mansedumbre, sin odio y sin rencor, se hace víctima
de reparación a Dios por nuestros pecados. Él paga con Su muerte lo que
merecían nuestras rebeldías, y destruye la misma muerte con el
sacrificio de Sí mismo. La catequesis a que nos conduce esta figura
bíblica del Cordero es al altísimo precio que Dios nos ha comprado, una
vez que nos hicimos enemigos suyos por el pecado. No sé si nos damos
cuenta hasta dónde está Dios dispuesto a llegar para rescatarnos, para
hacernos suyos, para que entendamos que Él nos ama, nos busca y nuestra
suerte no le les indiferente. A veces somos tan necios que prestamos
reconocimiento y admiramos a personas, ídolos por la sola razón de que
nos gusta una música, un deporte; pero no hemos caído en la cuenta de
que ninguno de estos personajes ha ofrecido su vida por nosotros por
amor. Quizá lo que nos cuesta entender y lo que nos escandaliza es un
amor “sin precio”, gratuito, como el de Dios. Al estar acostumbrados al
interés y a dar según recibamos, no podemos entrar en este misterio de
amor sin límites ni costes. Nos abruma, nos da hasta miedo pensar en un
amor así, tal y como lo describe San Pablo. Son pocos los que están
dispuestos a amar libremente sin tener en cuenta lo que uno recibe,
obviamente siempre dentro de coordenadas que no lleguen a la violencia
de cualquier clase, esto creo que sobra decirlo.
     Bien, pues, ahí lo tenemos, a un Dios
que se ha hecho hombre, que es bautizado para comenzar su ministerio de
salvación para nosotros, y nos adelanta que esta redención no la llevará
a cabo desde la justicia humana, social o política sino con el solo
argumento del amor, la entrega, el sacrificio de sí, asumiendo nuestro
castigo para liberarnos a nosotros de la muerte. La grandeza de esta
acción de Dios no está en que nos tengamos que sentir obligados desde un punto de vista meramente moral a pagar o agradecerle esto al Señor, la grandeza está en que Él lo hace por amor y para despertar en nosotros nuestro amor a Él.
La fe está sostenida por el amor, no por la obligación o por el
legalismo. Lo que Cristo busca es que reconozcamos Su Amor por nosotros
para que nuestro corazón se deje amar por el Amor más grande, ya que sin
éste, todo intento de amar es vana superficialidad, porque lo que no
está en íntima comunión con la Fuente poco podrá dar por sí mismo.
     Pidamos a María que hagamos todo lo
que esté de nuestra mano para que nuestros ojos puedan reconocer a este
Dios cuya grandeza se muestra en la máxima entrega, la de la propia
vida; junto a este don, veamos el de María, que nos entrega con igual
generosidad, la vida de su Hijo.

Abriendo las puertas del Cielo




SOLEMNIDAD DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
Ciclo A”
“SE ABRIERON LOS CIELOS”

     “Cumplamos toda justicia. ¿Y
cuál es esta justicia? Son las humillaciones de tu adorable humanidad
que, en reverente pleitesís a la santidad infinita, constituye la
ofrenda que nos libera de nuestro pecado ante Dios”
(C. MARMION, Cristo en sus misterios, 9. Cit. en “Intimidad Divina p. 216).
    
     Nos pasamos la vida abriendo puertas,
materiales y simbólicas, y de otra manera no tendría sentido nuestra
existencia. En el momento en que Jesús es bautizado se abren los cielos. Me gustaría sintetizar la reflexión desde este simbolismo y ver sus implicaciones.
     Nuestra vida se va desarrollando en un
continuo abrir diversas clases de puertas, pero sólo una da sentido a
todo pequeño paso y desafío que nos encontramos en este mundo: la del
Cielo. Entiendo “Puertas del Cielo” como ese nuevo horizonte, ese
sentido de transcendencia que Dios da a lo largo de nuestra existencia,
el gesto por el que Él nos alarga Su Brazo poderoso para dar esperanza y
eternidad a nuestras acciones, a nuestras fatigas. “Se abrieron los
Cielos” y Dios se nos manifiesta, se nos da a conocer: el Padre unge al
Hijo y el Espíritu Santo se posa sobre Su cabeza. Primera implicación:
Dios quiere contar en nuestra vida, quiere ser el protagonista, porque
sólo Él puede abrir nuestra pequeña libertad a una vida más grande, la
vida divina.
     Todo esto ha sido realizado a través del misterio de la encarnación. Cristo”, que es el título que da significado a la misión
del Hijo, contiene la identidad y el modo en que Dios nos abre a
nosotros las puertas del cielo para llevar adelante Su voluntad de
darnos Su Vida. Jesús es ungido, enviado a divinizar al hombre y a la creación por Su misterio. ¿Y cómo lo hace?
     “Mirad a mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me complaco”.
     Lo primero a lo que nos invita Dios Padre es a que miremos
a Su Hijo, a Jesús. No leamos de pasada esta expresión porque carece de
toda retórica. Nosotros sabemos bien a lo que miramos y a lo que
queremos mirar. Es la mirada del corazón, que atraído por los
afectos, emociones, la bondad y la belleza de las cosas se posa donde
quiere, y a veces donde puede. ¡Tenemos que mirar a Jesús! Aprendamos a
mirarlo. ¿Cómo se hace? Aprendámoslo… Dejémonos enseñar. Abrámonos a
tratar de comprenderlo… Deseemos hacerlo…
     “La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará”.
     En vez de fijarnos y remachar la miseria que nos hunde en el abismo y separa de Dios, la Palabra nos invita a no quebrar
el espíritu y la vida del que se siente naufragar, alejarse de Dios,
sumirse en la tiniebla del pecado. Todos los que han recibido el carisma
del acompañamiento espiritual saben que lo más cómodo es atenerse a
unas normas y simplemente “aplicarlas”, con más o menos compasión. ¿Es
eso lo que hizo Jesús ante los casos difíciles que intentaron
presentarle los malvados fariseos? Es difícil entender cómo después de
tantos ejemplos de Cristo y tras tantos años sigamos a veces cayendo en
la tentación de intentar acercar a Dios a los demás a golpe de Derecho y
Catecismo. Por esa “comodidad y un mal entendido celo” muchos han
sentido que les hemos apagado la mecha que vacilaba y quebrado la
caña que se cascaba. Cristo nos GRITA: “no se hizo el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre”.
Esto entiéndanlo bien, por favor, aquellos que siguen poniendo en
determinadas circunstancias difíciles  las normas por encima de las
personas.
    “No gritará, no clamará, no voceará por las calles”.
     Esto quiere decir al menos dos cosas:
que Cristo no nos saldrá al encuentro de un modo “extraordinario”,
“ruidoso”, “famoso” sino en el silencio de aquél espíritu que se mira a sí mismo con humildad.
     “Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas”.
     En estas “simbólicas obras” se decribe
en qué consiste la misión del Mesías, por tanto, cómo Cristo nos abre a
nosotros las puertas del cielo. Jesús abre nuestros ojos, que
están ciegos. Como Él ya previó, debemos recordar que TODOS sin
excepción somos ciegos, también los que piensan que cumplen las normas y
caen en la mala costumbre de señalar las miserias de los demás,
extrañándose y escandalizándose, como si la fe fuera un camino sólo para
perfectos, peligro del que muy pronto la Iglesia se alejó cuando el
Donatismo. Jesús abre nuestros ojos con Su Palabra, con Su Perdón sin
límite, con la fuerza de Su Cuerpo, con Su presencia divina en el
Sacramento comido y reservado para el diálogo, la contemplación, la
amistad, el compartir. ¡Iglesias abiertas! Lo pide el Papa Francisco, lo
piden los fieles; además, la nueva evangelización no será sin la
Eucaristía, la Confesión y la Oración que requieren que las Iglesias
estén abiertas con un horario.
     Jesús saca a los cautivos de la cárcel.
Aquí hay una clara alusión al pecado. Como Él enseña a través del
Evangelio y la Carta de San Juan, el pecado esclaviza. Sólo Su acción
poderosa y la acción de Su Espíritu puede obrar nuestra liberación de
tanta atadura provocada por pecados, transimisiones, ligaduras de toda
clase. El reino del maligno está muy bien organizado y Satanás tiene
sabe cómo y cuándo atacar a cada uno para tenernos a su merced: son los
vicios, las malas costumbres, el mal carácter, la falta de caridad y
frutos de vida cristiana, el egoísmo, la insolidaridad, la falta de
criterio ante la cultura actual. Todo esto nos tiene en “la cárcel”, y
nos hace habitar en tinieblas. Pero ¡he aquí la Buena Noticia,
que Cristo nos dice: ¡Sal de ahí, Yo te libero!
     Que María nuestra Madre nos acompañe
en este camino. Ella está junto a nosotros y ora por esta intención.
Confiémonos a su maternal intercesión para dejarnos conducir y encontrar
por Aquél que nos abre los cielos para que tengamos la Vida de su Hijo,
la Vida divina.

Jesús, Sabiduría de Dios




DOMINGO SEGUNDO DE NAVIDAD
Ciclo A
“JESÚS, SABIDURÍA ENCARNADA”

            La primera lectura nos presenta un elogio de la Sabiduría. Dios mismo la creó, y la mandó a vivir en medio de los hombres; más particularmente, a Su heredad, a Su pueblo. «En Jerusalén se halla mi poder». El pueblo de Dios contiene dentro de sí esa Sabiduría
creada por Dios para habitar entre sus miembros, iluminarlos, guiarlos,
saciarlos. El nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, conserva y anuncia esta
Buena Noticia, Evangelio de la Alegría.


            Lo primero que podemos extraer de este texto es que el Señor nos quiere hacer mirar hacia un horizonte nuevo, quiere que encontremos nuestra paz y nuestra felicidad en esa Sabiduría creada por Él mismo, y que se encuentra en Su pueblo.


            ¿De qué se trata? ¿En dónde Dios nos hace reposar nuestra
mirada? ¿De qué fuente nos quiere hacer beber el agua que apaga todo
deseo? La respuesta nos la da San Pablo en su himno cristológico que
encontramos en la segunda lectura: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la Persona de Cristo con toda
clase de bienes espirituales y celestiales (…) nos ha destinado a ser
sus hijos».


            Hermanos, Dios nos ha bendecido, es decir, nos alimenta
el corazón con una amplia gama de bienes que se resumen en una Persona,
en un Rostro: Jesucristo, por quien estamos llamados a ser hijos.
Jesús es la Sabiduría de Dios, el Agua viva que apaga nuestra sed
interior, el Pan que nos alimenta y nos sacia; la Esperanza en la que
podemos apoyar nuestros deseos y sufrimientos más hondos.


            Por esta razón dice el Apóstol: «Que el Padre de la
gloria os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine
los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a
la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los
santos». Esta petición es importantísima, porque sin la luz dada por
Dios no podemos reconocer a Jesús como el tesoro más grande, el Amor
mismo hecho Persona. Nuestros ojos están cegados, confundidos y nos
dificultan conocer, experimentar interiormente que el Señor Jesús es nuestro tesoro, nuestra lotería, nuestro más preciado bien.


            Nos lo expresa tan bien el evangelista Juan cuando
identifica a la Palabra que estaba desde siempre junto a Dios con la luz
y la sabiduría de los hombres, y que esta Palabra que nos ilumina ha
venido a habitar entre nosotros. La Sabiduría de Dios se ha
encarnado en Jesús, y nosotros tenemos que recibirlo, acogerlo, hacerle
sitio dentro de nosotros, de nuestros planes, de nuestro tiempo.


            En María tenemos el ejemplo vivo más cercano para vivir
este misterio de Navidad. Nos fijamos en su humildad y en su fe para
seguir cada día hacia delante puestos los ojos del corazón en Su Hijo,
que inició y completa nuestra fe.



“El Señor, amigo de la vida”




TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
“Ciclo C”
“EL SEÑOR, AMIGO DE LA VIDA”
     Es admirablemente asombrosa la imagen
de Dios que el libro de la Sabiduría nos relata en el texto que
escuchamos hoy en la Liturgia. Tanto es así, que podríamos hablar de una
verdadera revolución. Lamentablemente, aún pesa mucho la
imagen de un Dios preocupado sólo porque se cumplan una serie de normas,
abstracto, teórico; sí, un Dios que ama mucho pero parece que nada
tiene que hacer ni decir para nuestra vida concreta y cotidiana. He aquí
algún fragmento para nuestra consideración y oración:
     “¿Cómo subsistirían las cosas si Tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si Tú no las hubieses llamado?
     Aquí está el sentido de nuestra existencia, el fundamento de nuestra vida, en que vivimos por Dios, somos
porque Él nos mantiene en este mundo, nos ha creado por amor y para
amarnos. La pobreza más radical que puede padecer alguien es no ser
consciente de que su vida es esencialmente el fruto de un inexplicable acto de amor por parte de Dios, un Dios que demuestra Su Amor amando antes, durante y después de nuestra creación. Esta es la base explicativa de la Palabra de este Domingo. Dios nos ama siempre, y ese amor hace que nos busque, nos espere, arda en deseos de que le conozcamos, de que nos dejemos reconciliar con Él.
     “Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida”.
Dios perdona a todos, SIEMPRE, y es “amigo de la vida”, una expresión
bonita que la Sagrada Escritura nos regala y que tenemos que subrayar en
contraste con ese Dios que hemos hecho “enemigo de la vida”; el dios
del no, de la prohibición, de la norma por encima de las personas, del
cumplimiento, un dios sin corazón, sin aliente, sin vida, que se
contenta con nuestros sacrificios o comportamientos exteriores, todo un
ejemplo de bien copiado fariseísmo. ¿A cuántas personas hemos hecho
sufrir con una idea de Dios que no es la verdadera? ¿A cuántas personas
hemos alejado de Dios por nuestra dureza, intransigencia, legalismo,
moralismo, puritanismo y tantos ismos insensatos llenos de pretendida
justicia pero faltos de misericordia…? Repitámoslo: “Señor, amigo de
la vida…”. Es el Dios vivo y verdadero, el que quiere seguir dando
esperanza a los hombres de este tiempo, tan necesitados de Él; un Dios
cercano que pregunta “cómo estas” antes de “qué has hecho”; el Dios que
ha venido para que tengamos vida, y vida en abundancia; un Dios que se
puede celebrar, adorar, amar, servir, e incluso morir por Él…
Hemos hecho muchos cristianos largo tiempo que conocen perfectamente la
doctrina y saben comportarse perfectamente en Misa y cuándo tienen que
ir al Templo pero incapaces de celebrar a un Dios que está realmente vivo; incapaces de adorar
a un Dios infinitamente adorable y amable, en acrecentar el gusto de
estar largos ratos con Él para expansionar el corazón en la verdadera
Fuente de la vida interior, la Eucaristía; incapaces de experimentar el
Amor de un Dios que de verdad ama y, a la postre, de poder dedicar la
vida a amarle a Él, a responder al amor con amor.
     “Por eso corriges poco a poco a
los que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se
conviertan y crean en Ti, Señor”
.
     El objetivo más alto de la corrección
que tanto el buen Dios como el buen apóstol buscan es, sin duda, la
conversión, el arrepentimiento. Ese “poco a poco” es importante porque a
veces hemos roto el alma de las personas con nuestra forma de corregir,
con nuestras malas maneras, con nuestra poca delicadeza. Tristemente
hemos perdido a veces el horizonte con la corrección, olvidando que servimos a Dios cuando corregimos, y en Su Nombre, amonestamos a los demás para que
abran el corazón a Dios. La infinita y gran sabiduría de Dios hace que,
a lo largo de nuestra vida, a través de tantas personas y
acontecimientos descubramos esta progresiva corrección de Dios. Pero
quiero insistir en que Él no nos avasalla con el peso de la culpa sino
que nos invita siempre a una vida mejor con la conversión.
     Todo esto se hace carne en la historia de Zaqueo con Jesús. “Zaqueo, baja en seguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. ¿Nos damos cuenta? Dios nos busca, pide encontrarse con nosotros, pide entrar
en nuestra casa porque Él sabe que Su presencia ya provoca la
conversión. Esto tendría que ser nuestro manual de apóstoles y de
pastores del pueblo de Dios, esta previsión sutil, esta delicadeza, este
amor que crea arte para llegar al corazón de las personas. Es el infinito Amor divino
el que busca y espera todo lo que haga falta con tal de ganar una sola
persona para Cristo y Su Reino, que son eternos, que es, nuestra Patria
definitiva.
     Que la Santísima Virgen María nos
ayude a comprender y a vivir el misterio de la misericordia y del perdón
de Dios en Su Hijo y Salvador nuestro Jesucristo.

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