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jueves, 31 de julio de 2014

LA EUCARISTÍA, BANQUETE SACRIFICIAL. COMUNIÓN CON CRISTO Y CON LOS HERMANOS EN LA IGLESIA

LA EUCARISTÍA, BANQUETE SACRIFICIAL. COMUNIÓN CON CRISTO Y CON LOS HERMANOS EN LA IGLESIA

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CAPÍTULO TERCERO


LA EUCARISTÍA, BANQUETE SACRIFICIAL. COMUNIÓN CON CRISTO Y
CON LOS HERMANOS EN LA IGLESIA

 

            Sumario:

1. Panorama histórico. 2. Enseñanzas del Magisterio. 3.
Algunas investigaciones teológicas. Apéndice: Eucaristía: diálogos
ecuménicos e intercomunión.

 

            Bibliografía:

            Es clásica la obra de

H. De Lubac,
Corpus Mysticum. L’eucaristia e la Chiesa nel medievo, Jaca Book,
Milán 1982.

Del mismo autor es justo recordar las páginas centrales
sobre la Eucaristía y la Iglesia de su conocido libro Meditazione sulla
Chiesa
Ed. Paoline, Milán 1955, pp. 176-196.

M. Gesteira Garza,
La eucaristía, misterio de comunión, Salamanca,
Sígueme, 19922.

Aa.Vv.
Eucaristia e Chiesa. Atti della Settimana Teologica,
en «Bollettino
della diocesi di Verona» 70 (1983), número monográfico sobre el tema con
varios estudios que se citarán:
I.Biffi, Eucaristia e
Chiesa nel medievo e nel concilio di Trento,
en Eucaristia e
Chiesa, o.c
., pp. 501-513.

Para una visión del tema en la teología del Vaticano II y
en la actual reflexión cfr. los estudios de

E. Ruffini,
Eucaristia e Chiesa nel Vaticano II, en Eucaristia e Chiesa, o.c.,
pp. 515-529.

G. Colombo,
Eucaristia e Chiesa nella riflessione sistematica, ibid, pp.
557-574.

B. Forte,
La Chiesa nell’Eucaristia, D’Auria, Nápoles 1975.

J.M.R. Tillard,
Chair de l’Eglise, chair du Christ. Aux sources de l’ecclesiologie de
communion
, París, Cerf, 1992; versión española. Salamanca, Sígueme
1995.

En la misma línea teológica se inserta el primer documento
de diálogo oficial católico-ortodoxo, suscrito en Mónaco en 1982: Il
mistero della Chiesa e dell’Eucaristia alla luce del mistero della
Santissima Trinità
.

 

PREMISA

            La Eucaristía, presencia de Cristo y memorial
de su sacrificio, está esencialmente ordenada a la comunión; ella misma es
banquete de comunión y es precisamente en la comunión eucarística donde se
da la comunión en el sacrificio de Cristo y en su Persona. De este modo,
Él nos pone en relación con el Padre y con el Espíritu; es, a través de la
comunión eucarística como se realiza el fin mismo de la Eucaristía: hacer
la Iglesia, realizar la comunión con la Trinidad y la humanidad y cumplir
el misterio de aquella unidad que es la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.

            Está claro que pueden darse diversos modos de
participar en la Eucaristía y que la eficacia del sacrificio eucarístico
alcanza a aquéllos que no comulgan; también es verdad que hay modos de
estar en contacto con Cristo presente en la Eucaristía a través de la
adoración y el culto del Santísimo Sacramento; pero, debemos decirlo,
incluso para corregir cierto minimalismo eucarístico que se ha introducido
en la visión de la Eucaristía: el misterio eucarístico que expresa y
realiza la comunión con Cristo y entre nosotros requiere la participación
digna y comprometida de los fieles en el banquete eucarístico.

            Sobre este tema, aunque se han dado períodos de
alejamiento por parte de los cristianos de la comunión eucarística, no se
han dado controversias ni herejías y no se puede apelar a un Magisterio de
la Iglesia articulado, como el que poseemos sobre el sacrificio y sobre la
presencia. La falta de problemas de tipo especulativo no disminuye la
importancia vital de este aspecto de la comunión que por el contrario,
como se verá enseguida, constituye el punto nodal de la reflexión
eucarística de hoy, el empeño más sentido de la Iglesia que quiere vivir
según la lógica de la comunión eucarística con todas las consecuencias,
incluso sociales. Y aquí se sitúa también la espiritualidad y la mística
de la Eucaristía hoy, en torno al sacrificio de Cristo y a la comunión con
Él, a fin de que se realice el misterio de la Iglesia-Eucaristía: «muchos
un solo cuerpo» (Rm 12, 5; 1 Co 10, 17).

            En torno a este aspecto de la Eucaristía
tendremos ocasión de aprehender los puntos más actuales de la teología y
de la espiritualidad eucarística, en plena sintonía con el Magisterio.

 

1. PANORAMA HISTÓRICO


 


           


La relación entre la Eucaristía y la Iglesia que se da
mediante la celebración de la fracción del pan y la comunión eucarística,
está ya bien presente en la misma institución de la Eucaristía, como Cena
comunitaria en la cual Jesús realiza la comunión con los suyos en el
momento de su Pasión, a través de su cuerpo y su sangre ofrecidos como
alimento y bebida. Desde la perspectiva de Juan, tanto la Cena como la
cruz tienen esta dimensión de unidad, de reunión de los hijos de Dios
dispersos; el servicio, la caridad, la plegaria por la unidad son el
ambiente natural y la exigencia normal de la Eucaristía que Jesús
instituye y manda repetir en su memoria. La doctrina de los Apóstoles
vincula conjuntamente la celebración de la fracción del pan a la realidad
de la comunidad cristiana y a sus empeños de comunión hasta el compartir
los bienes. Pero es, sobretodo, Pablo quien en 1 Co 10, 16-17
afirma la identificación Eucaristía-Iglesia para extraer en 1 Co
11, 17-34 las consecuencias de la que es una verdadera celebración
comunitaria de la Cena del Señor, sacramento de su donación total a la
Iglesia.

            En Pablo, pues, el tema de la comunión personal
y comunitaria en el cuerpo y la sangre de Cristo propone esta triple
identificación entre la Iglesia y la Eucaristía: 1) a nivel de
lenguaje:
tanto la Iglesia como la Eucaristía son cuerpo (soma)
del Señor; 2) a nivel de simbolismo eficaz: la unidad del pan y del
cáliz sugiere el simbolismo del único Cuerpo y del único Espíritu en la
Iglesia; 3) finalmente, en la profunda realidad: la Iglesia es
Cuerpo de Cristo porque se nutre del cuerpo de Cristo que es la
Eucaristía. Tenemos ya aquí la fecunda idea desarrollada por los Padres:
la Eucaristía hace la Iglesia; la Iglesia hace la Eucaristía. Una frase
que es justa con tal que sea comprendida de este modo: Cristo
dándose a la Iglesia en la Eucaristía la convierte en su Cuerpo;
Cristo,
presente en la Iglesia, dándose en la Eucaristía, la celebra y
la da a los suyos. La estructura profunda de estas identificaciones
muestra a la Iglesia como aquel Cuerpo místico y al mismo tiempo real que
el Cristo de la gloria tiene sobre la tierra; y presenta a la Eucaristía
como aquel cuerpo misterioso (sacramental), o bien real (objetivo), que
hace de la Iglesia el cuerpo que ella recibe. El cuerpo y la sangre de la
Eucaristía reclaman luego aquel misterio de la total donación de Cristo a
la Iglesia como su Esposa y su Cuerpo, hecha una vez sobre la cruz y
repetida en cada celebración eucarística (cfr. Ef 5, 25-27).

            En la época patrística la relación
Eucaristía-Iglesia es muy sentida; no se puede imaginar la Iglesia sin
verla en torno al único altar, en la perfecta comunión de la fe, bajo la
presidencia del obispo con su presbiterio, como nos sugiere Ignacio de
Antioquía: «Procurad serviros con fruto de la única Eucaristía; una es, en
efecto, la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz por la unidad
de su sangre, uno el altar como uno el obispo con los presbíteros y
diáconos, mis cofrades, a fin de que todo lo que hagáis lo hagáis según
Dios» 108.

            De la Eucaristía fluye toda la vida y la acción
de la comunidad cristiana y de la caridad social hasta el martirio. La
Iglesia se reencuentra en su propio signo y en su experiencia fundante en
torno al misterio del cuerpo y de la sangre del Señor. Bastan aquí algunas
sobrias ilustraciones de este hecho con los textos patrísticos esenciales.

            Cipriano de Cartago nos habla del simbolismo
venerado en la tradición antigua: «Cuando el Señor llama a su cuerpo el
pan compuesto por la unión de un gran número de granos, señala la unidad
de nuestro pueblo... Y cuando él llama a su sangre el vino resultante de
un gran número de racimos y granos, y formando una única bebida, él
significa que nuestra grey está hecha de una multitud reconducida a la
unidad». Es, también, él el que sugiere otro simbolismo: «Cuando en el
cáliz el agua se mezcla con el vino, es el pueblo quien se mezcla en
Cristo, es el pueblo de los creyentes el que se implica y se une a aquél
en quien cree. Esta mezcla, esta unión del vino y del agua en el cáliz del
Señor es indisoluble. Así la Iglesia, esto es, el pueblo que está en la
Iglesia y que fiel y firmemente, persevera en la fe, no podrá nunca estar
separado de Cristo, sino que él será fiel a un amor que de dos hará uno» (Ep.
63, 13; cfr. Ep. 69, 5.2).

            Este tema será retomado con frecuencia por
otros Padres posteriores. Agustín desarrolla con gran intuición
catequética el proceso paralelo que lleva a la confesión del pan y el
proceso de los neófitos que se convierten en el Cuerpo de Cristo 109.

            Expresiones similares encontramos en un
conocido sermón de Gaudencio de Brescia: «El pan es considerado con razón
imagen del cuerpo de Cristo. El pan, en efecto, resulta de muchos granos
de trigo. Ellos son reducidos a harina y la harina después es pastada con
agua y cocida a fuego. Así también el cuerpo místico de Cristo es único
pero está formado por toda la multitud del género humano, llevada a su
condición perfecta mediante el fuego del Espíritu Santo... Por la sangre
de Cristo vale, en un cierto sentido la misma analogía del vino, similar a
la del pan. En un primer momento se da la recolección de muchos granos o
racimos en la viña por Él mismo plantada. Sigue el pisar la uva en la
prensa de la cruz...» 110

            Pero es, sin duda, san Agustín quien mejor ha
explotado cuanto se puede decir de la relación Eucaristía-Iglesia, desde
el múltiple simbolismo de unidad en la unión eficaz del Cuerpo por medio
de la Eucaristía. Hemos recordado ya el vínculo entre Cristo y la Iglesia
en el único sacrificio. Baste ahora citar uno de los muchos textos en los
cuales se identifica el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, con la
Eucaristía que es recibida por los fieles: «¿Qué ves sobre el altar? El
pan y el cáliz (...) pero para la ilustración de vuestra fe, os decimos
que este pan es el cuerpo de Cristo y el cáliz es su misma sangre... Pero
si queréis comprender qué es el Cuerpo de Cristo escuchad al apóstol que
os dice: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo” (...). Así pues, vosotros
sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, lo que está sobre el altar es el
símbolo de vosotros mismos, y lo que vosotros recibís es vuestra realidad.
Vosotros mismos lo confirmáis diciendo: Amén. Se os dice: He aquí el
cuerpo de Cristo; y vosotros respondéis: Amén, así sea. Sois, pues,
miembros de Cristo para responder en verdad: Amén» 111. Recordemos de
nuevo el ya citado texto alusivo al sacrificio eucarístico que es también
sacrificio de la Iglesia: «Éste es el sacrificio de los cristianos:
“También siendo muchos somos un solo cuerpo de Cristo” (Rm 12, 5);
y la Iglesia lo renueva continuamente en el sacramento del altar, conocido
por los fieles, donde se ve que en lo que ofrece (la Eucaristía), se
ofrece también a sí misma (la Iglesia)» 112.

            Juan Crisóstomo plantea toda su eclesiología
sobre el misterio eucarístico que él celebra con el pueblo; y de ello hace
brotar todas las consecuencias de una vida cristiana comprometida en el
amor a los hermanos. He aquí un texto significativo: «Muchos son los
vínculos que nos ligan conjuntamente: una misma mesa es puesta delante de
todos..., a todos se da la misma bebida y nosotros la recibimos también
del mismo cáliz. El Padre, queriendo inducirnos a amar, en su sabiduría ha
meditado también esto, que nosotros bebemos del mismo cáliz, símbolo de la
más perfecta caridad... Nosotros hemos sido hechos partícipes de una mesa
espiritual común; debemos, por lo tanto, estar unidos por un mismo amor
espiritual» 113. En efecto, desde esta convicción, Crisóstomo llevará
adelante el paralelismo entre la presencia de Cristo en la Eucaristía y en
el hermano, estableciendo de manera ideal la correspondencia entre el
sacramento eucarístico y el «sacramento del hermano». Célebre es un texto
suyo en el cual se expresa así: «La Iglesia no es un museo de oro y
plata... ¿Queréis honrar el cuerpo del Señor? No lo desdeñéis cuando lo
veáis cubierto de harapos; después de haberlo honrado en la Iglesia con
hábitos de seda, no lo abandonéis fuera sufriendo el frío, no lo dejéis en
la miseria... Aquél que ha dicho: “Esto es mi cuerpo”... y que os ha
garantizado con su palabra la verdad de las cosas, ha dicho esto también:
Lo que os habéis negado hacer al más pequeño, me lo habéis negado a mí
mismo» 114.

            Este aspecto eclesial tiene su formulación
orante en las plegarias eucarísticas con las cuales la Iglesia celebra el
misterio. Ellas expresan todo el misterio de la Iglesia comunidad, Cuerpo,
Esposa y Pueblo de Dios. Ellas ponen a la Iglesia en «estado eucarístico»
mediante las diferentes expresiones de la plegaria: alabanza, acción de
gracias, invocación, ofrenda e intercesión. Ellas afirman, sobretodo, la
unidad que se realiza por el único Espíritu del Señor mediante la comunión
en el único cuerpo y en el único cáliz.

            En la Anáfora alejandrina de Basilio de Cesarea
se pide: «Haznos dignos, Señor, de comulgar en tus santos misterios, para
la santificación del alma, del cuerpo y del espíritu, para que nos
convirtamos en un solo cuerpo y en un solo espíritu...» En la anáfora de
Teodoro de Mopsuestia se señalan estos efectos de la efusión del Espíritu
Santo sobre los dones: «Para que todos juntos seamos hechos unánimes por
un mismo vínculo de caridad y de paz, y nos convirtamos en un solo cuerpo
y en un solo espíritu, como llamados estamos a una sola esperanza de
nuestra vocación» 115.

            También el canon romano expresa una visión de
la Iglesia eucarística como familia de Dios, pueblo del Señor, comunidad
ordenada en los diversos ministerios, Iglesia santa y católica... 116

            Esta conciencia ha permanecido con claridad en
la teología eucarística oriental que habla voluntariamente de una
eclesiología eucarística, es decir, de una experiencia de la Iglesia que
nace de la celebración de los misterios. Hay un testimonio, de nuevo, en
el medievo bizantino, Nicolás Cabasilas, el cual escribe a propósito de la
Eucaristía, que es también experiencia del misterio de Pentecostés por la
efusión del Espíritu en los dones y en los fieles: «Los santos misterios
representan a la Iglesia no como símbolos, sino como el corazón representa
los miembros y como la raíz de un árbol sus ramas... Los santos misterios,
en efecto, son el cuerpo y la sangre de Cristo, que para la Iglesia es
verdadero alimento y verdadera bebida. Participando en ellos, no es la
Iglesia quien los transforma en el cuerpo humano... sino que es ella misma
quien es transformada en estos dones, igual que el elemento superior y
divino prevalece sobre el terreno» 117.

            En la teología occidental, este aspecto
eclesial de la Eucaristía no está tan acentuado. Ciertamente no falta la
dimensión teológica en la comprensión del misterio. Santo Tomás tiene muy
presente que la gracia de la Eucaristía es «la unidad del Cuerpo místico»,
la comunión con Cristo y entre nosotros, la unidad del pueblo cristiano
118. No faltan teólogos, especialmente del área monástica que han puesto
de relieve la admirable relación teológica y espiritual entre la
Eucaristía y la Iglesia. El mismo maestro de santo Tomás, S. Alberto Magno
había escrito: «Como el pan... está hecho de muchos granos los cuales
comunican todo su contenido y se compenetran el uno con el otro, así el
verdadero Cuerpo de Cristo está hecho de muchas gotas de sangre de nuestra
naturaleza... mezcladas entre sí, y así muchos fieles... unidos en el
afecto y comunicados con Cristo Cabeza constituyen místicamente el único
cuerpo de Cristo... y por eso este sacramento nos lleva a hacer la
comunión de todos nuestros bienes temporales y espirituales» 119.

            Sin embargo, en el medievo la atención
primordial se pone sobre otros aspectos: la presencia, la adoración, el
sacrificio. La misma práctica rarefacta de la comunión eucarística es en
provecho de una forma de contemplación de la hostia consagrada;
ciertamente esto no contribuye a desarrollar esta eclesiología eucarística
y esta relación indisoluble entre Eucaristía e Iglesia mediante la
comunión del único cuerpo y sangre del Señor. Algún guiño al carácter
eclesial de la Eucaristía se encuentra también en la doctrina del concilio
de Trento especialmente en el proemio del decreto sobre la presencia real
(cfr. supra).

            Nuestro tiempo, como tiempo de la Iglesia
redescubierta como Cuerpo místico y Pueblo de Dios en virtud de los
sacramentos y de la Eucaristía, parece sin duda más sensible a este
aspecto. A ello ha contribuido el despertar eclesiológico y la reforma
litúrgica, la reflexión conciliar y la misma eclesiología que está a la
búsqueda de su autocomprensión como «Cuerpo de Cristo» por medio de la
celebración eucarística, máxima experiencia del ser Iglesia. Han sido
notables los trabajos de H. De Lubac, arriba citados. Pero sobre este tema
han escrito páginas muy bellas también autores protestantes como J.J. Von
Allmen 120: la Eucaristía como revelación de los límites y de la plenitud
de la Iglesia. Estamos en la feliz convergencia de una eclesiología que
encuentra su raíz sacramental en la Eucaristía. Como ha escrito J.
Ratzinger: «Se podría definir brevemente la Iglesia como Pueblo de Dios en
virtud del Cuerpo de Cristo», en el sentido de que «el nuevo pueblo recibe
de la Cena del Señor su propia realidad» 121.

            Es de nuevo la Eucaristía la que hace la
Iglesia, volviendo así a la mejor comprensión del misterio como realizado
por Jesús en la Cena y en la cruz y como ha sido proclamado por Pablo.

            Este filón teológico-espiritual, sin duda,
deberá ser de nuevo, estudiado y desarrollado mejor, pero ya poseemos
algunas líneas seguras de doctrina en el más reciente Magisterio eclesial.

 

II. ENSEÑANZAS DEL MAGISTERIO

 


           


Una nueva sensibilidad en la presentación del misterio
eucarístico aparece en los documentos del Vaticano II. En la LG 3 ya se
afirma: «Con el sacramento del pan eucarístico, se representa y produce la
unidad de los fieles». La relación Eucaristía-Cuerpo místico está
claramente expresada en el n. 7: «En la fracción del pan eucarístico
participando nosotros realmente en el cuerpo del Señor, somos elevados a
la comunión con él y entre nosotros». De nuevo en el n. 11 se dice:
«Alimentándose del cuerpo de Cristo en la asamblea santa, muestran
concretamente la unidad del pueblo de Dios, que es felizmente expresada y
admirablemente producida por este augustísimo sacramento».

            Esta presencia eucarística de Cristo en todas
las legítimas asambleas de los fieles, bajo la presidencia del obispo y en
comunión de fe y de amor, hace la Iglesia local en su más simple
expresión, incluso en una comunidad «pobre, pequeña, dispersa», pero que
posee la presencia de Cristo «por virtud del cual se recoge la Iglesia
una, santa, católica y apostólica».

            En efecto, «nuestra participación en el cuerpo
y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a transformarnos en lo que
recibimos, a hacernos revestir en todo, en el cuerpo y en el espíritu, de
Aquél en el cual hemos muerto, hemos sido sepultados y hemos resucitado»
122. En el mismo número de la LG se afirma con la cita de un texto de la
liturgia hispano-mozárabe, a propósito de la Cena del Señor «a fin de que
por medio de la carne y de la sangre del Señor esté estrechamente unida
toda la fraternidad del cuerpo» 123.

            Estamos en el centro de una eclesiología
eucarística que el Concilio presenta también con estos efectos y estos
compromisos: «No es posible que se forme una comunidad cristiana si no
teniendo como raíz y fundamento la celebración de la santa Eucaristía, de
la cual, por lo tanto, debe empezar cualquier educación tendente a formar
el espíritu de comunidad. Y la celebración eucarística, a su vez, para ser
plena y sincera debe avanzar tanto en las diversas obras de caridad y en
la recíproca ayuda, como en la acción misionera y en las diferentes formas
de testimonio cristiano» 124.

            Juan Pablo II en la Carta Dominicae Coenae
ha puesto de relieve este semblante desarrollando nuevamente algunos
aspectos novedosos de la reflexión teológica y de la espiritualidad
eucarística como la relación entre la Eucaristía y la caridad, el prójimo
y la existencia cotidiana.

            Tomando como base estas enseñanzas podemos
recordar ahora algunos aspectos sistemáticos que ponen de relieve la
relación con la Eucaristía como comunión con Cristo en la Iglesia.

            El Catecismo de la Iglesia católica
reserva una bella disertación al tema del «banquete pascual» (nn.
1382-1405). Es, por lo tanto, obligado referirse a algunos de los puntos
doctrinales en cada uno de los argumentos que seguirán 125.

 

 

            Pasamos ahora a señalar brevemente algunos
aspectos de la Eucaristía como comunión con Cristo, don del Espíritu y
comunión con los hermanos en la Iglesia.

 

1. La Eucaristía comunión con Cristo: riqueza de aspectos y
compromisos

 

            La Eucaristía es el cuerpo y la sangre de
Cristo entregados a nosotros como comunión; en ella comemos y bebemos la
carne y la sangre de Cristo, nos alimentamos de Él. La gran riqueza de
aspectos de esta comunión está, precisamente, en la riqueza misma que es
Cristo. En primer lugar, la comunión nos une a Cristo en su misterio
pascual y, por lo tanto, a la plenitud de sus misterios; pero Él mismo nos
pone en comunión con el Padre que efunde en nosotros el Espíritu Santo, de
manera que la Eucaristía es comunión con la Trinidad 126. El aspecto
sacramental del alimento y de la bebida sugiere, al mismo tiempo, la vida
que él da y la transformación interior en Él; mejor dicho, como dice santo
Tomás: «El efecto propio de la Eucaristía es la transformación del hombre
en Cristo» 127. La Eucaristía renueva y acrecienta aquella comunión con
Cristo iniciada en el bautismo a fin de que Cristo viva en nosotros y
nosotros vivamos en Él. Ella tiene también un aspecto esponsal de comunión
del Esposo Cristo con la Esposa Iglesia, afirma Teodoreto de Ancyra:
«Comiendo los miembros del Esposo y bebiendo su sangre, nosotros cumplimos
una unión esponsal» 128.

            Son muchos los textos patrísticos y litúrgicos
que evidencian esta gracia crística de la comunión eucarística. Valga para
todos la enseñanza de Juan Crisóstomo a propósito de la Eucaristía: «Es el
Cuerpo que fue ensangrentado, golpeado por la lanza, por quien brotan las
fuentes de salvación, las de la sangre y del agua por toda la tierra.
Cristo es levantado de los abismos en una luz fulgurante, y dejando aquí
sus rayos, ha accedido hasta el trono celeste. Ahora bien, éste es el
cuerpo que él nos da para tener y comer» 129.

            Y cuanto confiesan algunos conocidos himnos de
la liturgia latina:
Adoro te devote, Ave verum
corpus natum...

            Como ha sido ya recordado, a propósito de la
relación entre Eucaristía y Penitencia, el primer empeño fundamental de la
comunión eucarística es el de una digna preparación. No nos podemos
acercar a la Eucaristía conscientes de pecado mortal. Es la constante
enseñanza de la Iglesia la que inspirándose en san Pablo (cfr. 1 Co
11, 28) pide a todos examinarse a sí mismos para no comer indignamente el
cuerpo del Señor; de hecho, no sería lógico acercarse al banquete de la
comunión con Cristo sin haber cumplido el obligado camino de conversión en
el sacramento de la penitencia. Sólo en caso de necesidad y no pudiendo
confesarse, nos podemos acercar a la comunión, previo el acto de
contrición, y con el propósito de acceder cuanto antes a la confesión
sacramental 130.

            La comunión con Cristo, puesto que instaura una
verdadera «simbiosis» («vive en mí y yo en él»), requiere el compromiso
constante de una vida evangélica, a fin de que se pueda vivir en
Cristo viviendo como Él. La relación entre el comer la Eucaristía y
vivir la Palabra adquiere aquí todas las lógicas consecuencias,
especialmente las referentes al precepto de la caridad.

            El Catecismo de la Iglesia Católica
recuerda como primer efecto de la comunión el crecimiento de nuestra
comunión con el Señor Resucitado, recordando los textos del evangelio de
Juan y un texto eucarístico de la liturgia siro-antioquena (nn.
1391-1392). Además, la comunión nos separa del pecado, cancela los pecados
veniales y nos preserva del pecado mortal aunque se distingue la
especificidad de la Eucaristía respecto al sacramento de la reconciliación
(nn. 1393-1395).

 

2. La Eucaristía comunión con el Espíritu Santo

 

            La comunión eucarística es comunión con y en el
Espíritu Santo. Cristo Resucitado comunica a sus discípulos la plenitud
del Espíritu que es también el don de la Nueva Alianza en su sangre. Son
muchos los textos litúrgicos que subrayan esta relación entre el Espíritu
Santo y la liturgia, como don eucarístico. La epiclesis eucarística
recuerda también esto: desciende el Espíritu sobre los dones a fin de que
se llenen de Espíritu Santo los que comulgan. Recordemos algunos textos
patrísticos y litúrgicos.

            Quizás uno de los textos más antiguos que ponen
en relación la Eucaristía con la acción y el don del Espíritu Santo es la
homilía pascual del Anónimo cuartodecimano, en ella leemos estas palabras:
«Éstos son para nosotros los manjares de la sagrada solemnidad, ésta la
mesa espiritual, éste el gozo y el alimento inmortal. Nosotros que nos
nutrimos del pan bajado del cielo y que bebemos el cáliz que da alegría
–como sangre viva y candente que ha recibido la impronta del Espíritu
celeste...» 131. En algunos textos de los Padres posteriores tendremos la
misma idea que vincula el tema, vino, fuego, sangre, espíritu y caridad.

            S. Efrén el sirio canta en uno de sus himnos:
«En tu pan está escondido el Espíritu que no puede ser comido. En tu vino
hay un fuego que no puede ser bebido: el Espíritu en tu pan, el fuego en
tu vino, maravilla sublime que nuestros labios han bebido...» El Espíritu
Santo es el fuego al cual se acerca el que es puro y del cual se aleja
quien es disoluto». E Isaac de Antioquía: «Venid a ver, comed la llama que
hará de vosotros ángeles de fuego y gustar el sabor del Espíritu» 132.

            Ambrosio de Milán escribe: «La comunión con
Cristo es, pues, comunión con el Espíritu. Cada vez que bebéis recibís la
remisión de los pecados y os embriagáis del Espíritu» (De Sacramenti,
V, 3, 17).

            El don del Espíritu Santo en la Eucaristía
tiene un típico valor eclesial. Un autor occidental discípulo de Agustín,
Fulgencio de Ruspe, escribe entre otras cosas: «Se dice que el Espíritu
viene, mientras es implorado por los fieles, cuando crece y aumenta el don
de la caridad y de la humanidad... Por eso la Iglesia santa, mientras pide
en el sacrificio del cuerpo y de la sangre de Cristo, que le sea enviado
el Espíritu Santo, pide, ciertamente, el don de la caridad con el cual
pueda «conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef
4, 3) 133... Y con mayor insistencia, estableciendo el paralelismo entre
Espíritu Santo y caridad: «Así el Espíritu Santo que concede a la Iglesia
la caridad y en ella la conserva, santifica con su poder divino el
sacrificio» 134.

            Las epiclesis consagratorias ponen de relieve
la acción del Espíritu Santo que llena de sí el pan y el vino, de modo que
los que comulgan se nutren del pan espiritual y de la sangre espiritual.
En algunas anáforas orientales, entre los gestos de Jesús en la cena se
recuerda que él «llenó el cáliz con su Espíritu...» 135.

 

3. La Eucaristía comunión con la Iglesia

 

            La comunión eucarística reclama la unión con
los hermanos que participan en la misma mesa eucarística y forman con
nosotros la Iglesia-asamblea. Pero la comunión en la Eucaristía extiende
nuestra unidad a todos aquéllos que profesan la misma fe y, en la misma
unidad bajo los legítimos pastores, forman el único Cuerpo de Cristo. Esta
comunión «en las cosas santas» («communio sanctorum») es el vínculo
sacramental que hace de toda la Iglesia el único Cuerpo del Señor, unido
en el mismo Espíritu.

            Teodoro de Mopsuestia explica así el sentido
eclesial de la epiclesis: «El sacerdote pide entonces que venga la gracia
del Espíritu Santo sobre todos aquellos que están reunidos, a fin de que
cuantos son hechos un solo cuerpo por el sacramento del renacimiento,
estén ahora próximos en la unidad del único cuerpo por la participación en
el Cuerpo del Señor y unidos en la comunión y en la paz, en el deseo de
servirse recíprocamente» (PE 208).

            Uno de los textos más altos sobre la unidad de
todos en Cristo y en la Iglesia, mediante la comunión eucarística es obra
de Cirilo de Alejandría que comenta así el capítulo 17 de Juan: «Para
fundirse en la unidad con Dios y entre nosotros, y para amalgamarnos los
unos con los otros, el Hijo unigénito, sabiduría y consejo del Padre,
planeó un medio maravilloso: por medio de un solo cuerpo, su propio
cuerpo, él santifica a los fieles en la mística comunión, haciéndolos
concorpóreos consigo y entre sí» 136. La idea de la concorporeidad y
consanguinidad de todos, con Cristo y entre nosotros, es también propia de
Cirilo de Jerusalén en su catequesis mistagógica IV (22ª), n. 3.

            Esta conciencia debe avanzar hacia la
reconciliación fraterna, hacia la perfecta comunión eclesial en la misma
fe y en el amor a los Pastores de la Iglesia, que queda ya expresado con
la plegaria por el Papa y los obispos, y por todos los otros componentes
de la Iglesia.

            El compromiso de vida eucarística que nace de
aquí está precisamente en el vivir en comunión perfecta con la Iglesia,
con la conciencia de ser miembros de este Cuerpo.

            El Catecismo de la Iglesia Católica, en
un número sintético (n. 1396) recuerda el sentido de la comunión eclesial
con el célebre texto de Agustín ya citado arriba 137.

 

4. La Eucaristía y la fraternidad humana

 

            Como ha escrito Juan Pablo II: «El auténtico
sentido de la Eucaristía se convierte por sí en escuela de amor activo
hacia el prójimo... La Eucaristía nos educa en este amor del modo más
profundo; ella demuestra, en efecto, el valor que tiene a los ojos de Dios
cada hombre, nuestro hermano y hermana, así se ofrece Cristo a sí mismo de
igual modo a cada uno, bajo las especies del pan y del vino. Si nuestro
culto eucarístico es auténtico, debe hacer crecer en nosotros la
conciencia de la dignidad de cada hombre. La conciencia de esta dignidad
se convierte en el motivo más profundo de nuestra relación con el prójimo»
(Dominicae Coenae n. 6 y 4-7).

            En la antigüedad cristiana la Eucaristía ha
sido el centro de una vasta sociabilidad sin fronteras que ha dispuesto a
la creación de una verdadera y propia vida social de ayuda, asistencia y
promoción que nacía del altar eucarístico. Hoy de nuevo, la Eucaristía
educa en el diálogo, en el servicio, y debe traducirse en una vida social
que invita a la condivisión de los bienes y extiende la caridad a nuevas
iniciativas inspiradas por el mismo movimiento de ofrenda y de don que es
el de la Eucaristía.

            Podemos decir con un teólogo ortodoxo: «La
liturgia eucarística, siendo fundamentalmente una adoración y una ofrenda,
es también una reestructuración activa y responsable del mundo por parte
de los cristianos; ella tiene una dimensión fundamentalmente política.
Puede restaurar el tiempo, el espacio, las relaciones de las personas
humanas entre sí y la relación del ser humano con la naturaleza. Su
carácter eucarístico, es decir, la capacidad de recibir la vida, los
otros, los frutos de nuestro trabajo, la naturaleza, al igual que los
dones, la capacidad de ofrecerlos recíprocamente y de ofrecerlos al mismo
tiempo a Dios... en la alegría y en la gratuidad, es diametralmente
opuesto al modo egoísta según el cual se organiza nuestra civilización de
consumo» 138.

            Los cristianos, pues, son invitados por la
Eucaristía a instaurar una civilización del amor que se inspire en el
mismo modo de celebrar, uniendo la adoración y la condivisión y
difundiendo por todas partes la paz de Cristo.

            También en este punto el Catecismo (n.
1397) recuerda cómo la Eucaristía nos compromete en las relaciones con los
pobres, citando un bello texto del gran Doctor de la fraternidad
eucarística, Juan Crisóstomo.

 

            Bibliografía:


           


Para la antigüedad cristiana

A. Hamman,
Vita liturgica e vita sociale, Jaca Book Milano 1971.

• Para la actualidad se puede citar el bello documento de
la Conferencia Episcopal Italiana, Eucaristia comunione e comunità,
Roma 1983, especialmente los nn. 34-55.

Son muchos los estudios sobre una ética que nace de la
celebración y desde la experiencia eucarística. cfr. por ejemplo, el
pensamiento de un ortodoxo:

C. Yannaras,
La libertà dell’ethos. Alle radici della crisi morale in Occidente,
Dehoniane, Bolonia 1984; y las orientaciones de

Ph. J. Rosato,
Linee fondamentali e sistematiche per una teologia etica del culto,
en Aa. Vv. Liturgia.
Etica della religiosità
,. Curso de Moral, v. 5, Queriniana, Brescia
1986, pp. 11- 70.

cfr. también nuestro artículo:

Eucaristia, pane della pace, en
Aa. Vv., Sul monte la
pace
, Teresianum, 1990, pp. 151-174.

cfr. también el documento de base para El XLVI Congreso
Eucarístico Internacional celebrado en Wroclaw, Polonia, mayo de 1997:
Eucaristia e libertà
, con mi presentación: L’Eucaristia sorgente di
libertà
, Centro eucarístico de Ponteranica 1997.

 

5. La Eucaristía en dimensión escatológica

 

            La Eucaristía reclama enérgicamente la
dimensión escatológica de la vida cristiana. Es comunión con el Cristo de
la gloria, prenda de vida eterna y de resurrección corporal. Y celebrada
«hasta que Él venga» comunica una plenitud de gracia que solamente podrá
tener una realización en la vida eterna. Ella es, en efecto, la «prenda de
la gloria futura». En esta perspectiva escatológica queremos hacer alusión
a tres dimensiones conectadas con el misterio de la comunión con Cristo y
con los hermanos.

            Este aspecto escatológico está presente en el
Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 1402-1405) con una serie de
enseñanzas bíblicas: el pan eucarístico es prenda de vida futura, es
experiencia del «Marana-tha», anticipación del banquete eterno, esperanza
de la vida eterna.

 


Eucaristía y comunión de los santos

 

            En la celebración de la Eucaristía y en la
comunión entramos en comunión con los santos de la gloria a través de la
presencia de Cristo. Así se expresa claramente la fe de la Iglesia en las
plegarias eucarísticas en las cuales se afirma la comunión con la Virgen
María y los santos y se invoca su intercesión (cfr. SC 8; LG 50 y 51).
Esta comunión se extiende a una intercesión para la salvación eterna de
los difuntos, incluyendo a aquéllos cuya fe sólo Dios ha podido conocer.

            Esta comunión es ya un signo, una anticipación
de la gloria prometida, y nos viene dada en Cristo: «concédenos a nosotros
tus hijos... obtener la heredad de tu reino, donde con todas las
criaturas, liberadas de la corrupción y de la muerte, cantaremos tu
gloria» 139.

 


Eucaristía y glorificación final

 

            La comunión en Cristo por medio de los signos
de su cuerpo y de su sangre que tocan al hombre en su corporeidad, es la
garantía de aquella resurrección corporal que Jesús mismo ha prometido a
quien come su carne 140. Los Padres Apostólicos, especialmente Ignacio,
Justino e Ireneo, han subrayado este misterio de la comunión con Aquél que
es inmortal y que ha prometido la resurrección también a nuestros cuerpos.

            La Eucaristía es «el único pan que es fármaco
de inmortalidad, antídoto contra la muerte, alimento de vida eterna en
Jesucristo» 141. «De este alimento la sangre y nuestras carnes se nutren
en vistas a la transformación» 142.

            «Nuestros cuerpos nutridos por la Eucaristía,
depositados en la tierra y disueltos, resurgirán a su tiempo... Nuestros
cuerpos que reciben la Eucaristía, por eso mismo, no son ya corruptibles,
porque tienen en sí la esperanza de la resurrección...» 143.

            El concilio Vaticano II habla de esto
indirectamente en la Lumen gentium 48 afirmando que Cristo se une a
los fieles «con el alimento del propio cuerpo y de la propia sangre, para
hacerlos partícipes de su vida gloriosa».

            Cada comunión eucarística deposita en nuestros
cuerpos las semillas de la incorrupción y hace de nuestros cuerpos,
también después de la muerte, semillas que no mueren, sino que esperan la
futura resurrección. Como ha escrito Chiara Lubich en una bella y original
intuición teológica: «Se podría decir que en virtud del pan eucarístico el
hombre se convierte en “Eucaristía” para el universo, en el sentido de que
está con Cristo, germen de transfiguración del universo. En efecto, si la
Eucaristía es causa de la resurrección del hombre, ¿no puede ser que el
cuerpo del hombre, divinizado por la Eucaristía, esté destinado a
corromperse bajo tierra para concurrir a la renovación del cosmos? ¿No
podemos decir que después de muertos somos nosotros, con Jesús, la
Eucaristía de la tierra? La tierra nos come como nosotros comemos la
Eucaristía: por lo tanto, no para transformarnos a nosotros en tierra,
sino a la tierra en «cielos nuevos y tierras nuevas». Es fascinante pensar
que los cuerpos de nuestros muertos cristianos tienen el papel de
colaborar con Dios en la transformación del cosmos» 144.

 


Los nuevos cielos y la nueva tierra

 

            La Eucaristía en cuanto cuerpo y sangre del
Señor resucitado es ya el anuncio de la «Pascua del universo» de aquella
transformación misteriosa de los Cielos nuevos y de la Tierra nueva. El
Vaticano II en la GS 38-39 pone de relieve la continuidad de nuestra
actividad humana con el misterio de la gloria y la espera de las promesas
escatológicas. Y habla de la Eucaristía en estos términos: «Un signo de
esta esperanza y un viático para el camino lo ha dejado el Señor a los
suyos en aquel sacramento de fe en el cual los elementos naturales,
cultivados por el hombre, se transforman en su cuerpo y sangre gloriosas,
como banquete de comunión fraterna y pregustación del convite del cielo».

            Una plegaria eucarística de la Iglesia retoma
estos conceptos y hace alusión al Reino donde todas las criaturas «serán
liberadas de la corrupción y de la muerte». La Eucaristía, nueva creación,
es ya desde esta vida la prenda y la anticipación de la plenitud de
novedad del Cristo resucitado que viene a nuestro encuentro para hacernos
partícipes de la vida inmortal 145.

 

6. Síntesis de fe y de vida

 

            En la comunión eucarística, cada día, la
Iglesia y los cristianos actualizan el mandato de Cristo: «Haced esto en
memoria mía». El sacrificio y la presencia de Cristo se hacen de la
Iglesia
a través de la comunión eucarística en la cual se realiza la
unión nupcial entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Porque Cristo se da
a la Iglesia en su cuerpo y en su sangre y la Iglesia es verdadero Cuerpo
de Cristo. Podemos traducir en palabras el gesto inefable de la comunión
eucarística. Cristo dándose a su Iglesia, parece decir: «Te doy mi cuerpo
para que tú seas mi Cuerpo; te doy mi sangre para que vivas de mí y como
yo». A su vez la Iglesia entregándose a Cristo en la comunión parece
decir: «Te ofrezco mi vida, toda mi corporeidad, para que tú puedas vivir
en mí». Éste es el cambio cotidiano que hace la Iglesia Cuerpo místico de
Cristo, continuamente renovado y «rejuvenecido» por la efusión del
Espíritu que los Padres de la Iglesia ven efundido en el cáliz de la
sangre eucarística y en el cuerpo eucarístico del Señor.

            A este Cuerpo de Cristo resucitado se
incorporan día tras día todos los fieles que acceden a la Eucaristía a fin
de que en ellos se realice aquella transformación que Agustín describía
con estas palabras: «La fuerza de este alimento es la de producir la
unidad, a fin de que reducidos a ser el Cuerpo de Cristo» convertidos en
sus miembros, seamos aquello que recibimos» 146; es la misma
convicción de León Magno en el texto ya citado: «la Eucaristía no hace
otra cosa más que cambiarnos en lo que recibimos» 147.

            La Eucaristía es, de nuevo según las palabras
de Agustín, «sacramento de la piedad, signo de la unidad, vínculo de
caridad» 148. Ella realiza el misterio de la unidad entre todos que es,
según la plegaria de Jesús y la teología de Pablo, el fin del sacrificio
de la cruz. Como dice Chiara Lubich: «Uniendo los cristianos mediante la
Eucaristía a sí mismos y entre sí en un único cuerpo, que es el suyo, da
la vida a la Iglesia en su esencia más profunda: cuerpo de Cristo,
fraternidad, unidad, vida, comunión con Dios» 149.

 

 

APÉNDICE: EUCARISTÍA, DIÁLOGO
ECUMÉNICO, INTERCOMUNIÓN

 

            Ante el misterio de la Eucaristía, el
Catecismo de la Iglesia Católica,
después de haber recordado el texto
ya citado de Agustín («O sacramentum pietatis...») exclama:

            «Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las
divisiones de la Iglesia que impiden la común participación en la mesa del
Señor, tanto más apremiantes son las plegarias al Señor para que vuelvan
los días de la plena unidad de todos aquellos que creen en él» (n. 1398).

            Esta paradoja, la Eucaristía fuente de unidad y
signo actual de división, nos introduce en el tema del diálogo ecuménico
en torno a la Eucaristía.

 

1. Diálogos teológicos

 

            Por ser la Eucaristía el signo y la causa de la
unidad, el misterio eucarístico es hoy la manifestación concreta de la
división de los cristianos, por el simple hecho de que no todos los
cristianos pueden participar en la única Eucaristía.

            Diversos factores comprometen esta dolorosa
realidad. La no posibilidad actual de comulgar en el mismo cáliz y en la
misma Eucaristía entre católicos y ortodoxos, viene del hecho de que,
aunque teniendo una misma fe eucarística, aquella fe indivisa del primer
milenio de la Iglesia, diversas son hoy las concepciones respecto a la
Iglesia y a su constitución. El profundo vínculo entre Iglesia y
Eucaristía, manifestación de la unidad en la fe y en la vida y comunión en
la misma Eucaristía, impiden hoy una recíproca comunión eucarística y
empujan enérgicamente a la búsqueda de una unidad que permita poder
compartir el mismo altar y el mismo cáliz (cfr. UR 15 y 22).

            Más allá de las divergencias en el campo
eclesiológico con otras Confesiones cristianas, por diversos motivos,
somos divergentes en la fe eucarística. Para algunas Iglesias se trata de
una concepción diversa del ministerio ordenado y de su necesidad para la
válida celebración del misterio eucarístico. Sólo en la sucesión
apostólica y en el ministerio sacerdotal se tiene una válida Eucaristía,
según la doctrina de la Iglesia católica. Además, en las Confesiones
surgidas de la Reforma y también en la Comunión Anglicana, no se tiene una
clara afirmación de la realidad de la Eucaristía y de su sentido
sacrificial, como son creídos por la Iglesia Católica y Ortodoxa, a pesar
de los recientes intentos de acercamiento a las posiciones doctrinales de
la Iglesia Católica.

            Pero a pesar de todo, en nuestro tiempo han
sido notables los esfuerzos puestos en marcha en las Iglesias para una
mejor comprensión y formulación de la fe eucarística, tanto por parte de
autores individuales, como por parte de grupos de diálogo oficial a nivel
de Iglesias, como en documentos de grupos interconfesionales más o menos
oficiales. En el campo de las Iglesias de la Reforma es necesario
reconocer el esfuerzo cumplido por algunos autores para una plena
recuperación de la doctrina eucarística tradicional de la Iglesia
primitiva a nivel bíblico, patrístico, litúrgico y teológico.

            En el campo del diálogo oficial con los
diversos grupos, Iglesias y comunidades cristianas, es notable el esfuerzo
cumplido por la Comisión oficial mixta católico-anglicana sobre la
Eucaristía (ARCIC I) con un notable acercamiento sobre el tema de la
presencia, de la transustanciación y del sacrificio-memorial. Pero el
último juicio de la Iglesia católica pone de relieve que no todas las
dudas han desaparecido.

            Entre los autores protestantes que han
contribuido mucho a la mejor comprensión de la Eucaristía citamos en
particular a J. Jeremías, J.J. Von Allmen, Max Thurian (antes de hacerse
católico), J. De Wateville, cuyas obras hemos citado ya durante el curso
de nuestro estudio.

            Otros diálogos sobre el argumento son aquéllos
entre católicos y protestantes del área centroeuropea recogidos en 1971 en
el Documento de Combes y publicados bajo el título interrogativo:
¿Hacia una misma fe eucarística?,
Taizé 1972.

            En los Estados Unidos han sido diversos los
documentos de diálogo sobre la Eucaristía entre católicos y luteranos. El
último fruto de diálogo intereclesial prometido por el Consejo ecuménico
de las Iglesias es la formulación de la doctrina bíblica y teológica sobre
la Eucaristía en el Documento de Lima sobre el Bautismo, Eucaristía y
Ministerio
(BEM).

            A pesar de las convergencias, al menos
verbales, en la síntesis bíblica sobre la Eucaristía y en el lenguaje
litúrgico de la celebración, notables divergencias separan todavía las
Iglesias de la Reforma, en la interpretación y el alcance de la presencia
real y del sacrificio eucarístico, de las posiciones de la Iglesia
católica y de las Iglesias ortodoxas. Divergencias que crean incomodidad y
que plantean el problema teológico de una fe que a pesar de proponerse con
idénticas fórmulas verbales se mantiene distinta en la afirmación de los
contenidos de esta fe y en la dimensión real del hecho de la
presencia y del sacrificio eucarístico. Estas diferencias se han
agravado después por el hecho de no encontrar una convergencia doctrinal
sobre el tema del ministerio ordenado, sobre el concepto de la sucesión
apostólica y sobre la constitución jerárquica de la Iglesia.

 

2. Intercomunión eucarística

 

            En estas condiciones de diálogo teológico, la
participación común en la Eucaristía, por muchos deseada como signo de
unidad, es posible solamente en ciertas situaciones que implican a los
individuos singulares y no a las comunidades eclesiales como tales, según
las posiciones oficiales de las diversas Iglesias.

            Mientras la participación común en la
Eucaristía y la misma «concelebración» de la Cena son comúnmente admitidas
entre las confesiones protestantes, comprendida la Comunión Anglicana, la
Iglesia católica y especialmente las Iglesias ortodoxas se sitúan en
posiciones rígidas, es decir, de absoluta negación de un determinado modo
de celebrar la Eucaristía con ministros de las otras Iglesias y también
entre ortodoxos y católicos.

            La Iglesia ortodoxa ha confirmado recientemente
la oposición también a la hospitalidad eucarística para cristianos
individuales de otras confesiones, comprendidos los católicos. El mismo
Patriarcado ortodoxo de Moscú que había concedido la «reciprocidad» de la
comunión eucarística hacia la Iglesia católica en el caso en que los
fieles católicos en caso de necesidad quisieran acercarse a la comunión,
ha vuelto a sus rígidas posiciones de absoluta negación.

            La Iglesia católica prohíbe a sus miembros la
participación eucarística mediante la comunión en las otras Iglesias.
Solamente en caso de necesidad autoriza a los propios fieles a acceder a
la Eucaristía en las Iglesias en que ésta es considerada válida, es decir,
prácticamente en las Iglesias ortodoxas. A su vez en caso de necesidad
admite a la comunión eucarística a los fieles de las Iglesias orientales
que no tienen comunión con la Iglesia católica, en caso de que «lo pidan
espontáneamente y estén bien dispuestos»; «esto vale para los miembros de
las otras Iglesias las cuales, a juicio de la Sede Apostólica, en relación
con los sacramentos en cuestión (en este caso la Eucaristía) se encuentren
en la misma condición que las Iglesias orientales». Los otros cristianos,
sin embargo, a juicio del obispo o de la Conferencia Episcopal, pueden
recibir en determinados casos de necesidad la Eucaristía, a condición de
que manifiesten la fe católica sobre este misterio y estén bien dispuestos
150.

            El Catecismo de la Iglesia Católica
recuerda, en síntesis, la posición de la Iglesia respecto a la
intercomunión (nn. 1399-141).

            La Eucaristía queda así en el centro mismo de
la unidad de la Iglesia como condena de las divisiones en el Cuerpo de
Cristo y como estímulo de la búsqueda de aquella unidad «católica», plena
y perfecta, en la fe y en la vida, vivida por la Iglesia en los diez
primeros siglos de su existencia, pero con las fisuras e imperfecciones de
aquel tiempo. Renunciar a esta tensión hacia la plena unidad, sobrepasando
las etapas de una paciente búsqueda de la verdad y del amor, sería
renunciar al sentido pleno de la Eucaristía como causa y signo de la
plenitud de la unidad eclesial según el querer de Cristo.

 

3. Eclesiología eucarística

 

            Hay también una cuestión teológica importante a
la cual no podemos dejar de aludir: la eclesiología eucarística. Se trata
de un tema importante sobre el cual se ha alcanzado un cierto
entendimiento entre católicos y ortodoxos con el Documento de Mónaco de
1982. Sin embargo, las posiciones han sido muy diversas por el hecho de la
diversa eclesiología católica y ortodoxa; la primera fundada sobre la
comunión en torno al primado de Pedro y la segunda fundada en torno al
principio episcopal y a la comunión entre las iglesias a nivel episcopal.

            Para la Iglesia católica la eclesiología
eucarística supone, a la vez, la plenitud de la Eucaristía y la plenitud
de estar el Cuerpo del Señor en la Iglesia católica en la cual
«subsistit»
la Iglesia de Cristo. La Eucaristía hace la Iglesia en su
unidad jerárquica y, por lo tanto, en la comunión con el Papa y los
Obispos 151.

            Diferente es la posición de las Iglesias
ortodoxas y de modo especial de algunos teólogos, como N. Affanassiev y J.
Ziziuolas. Según el pensamiento de N. Affanassiev respecto al sentido de
la eclesiología eucarística la Iglesia local se funda en torno al Obispo
152. Más abierto y articulado es el pensamiento del máximo representante
actual de la eclesiología ortodoxa, el metropolita, J. Zizioulas 153.

 

            Bibliografía:

            Para las posiciones en la época del concilio
Vaticano II:

J. Castellano,
La presencia real en clima ecuménico, en «Ephemerides
Carmeliticae» 19 (1968) pp. 354-372.

Para una puntualización crítica sobre el tema cfr.

B. Gherardini,
Eucaristia ed ecumenismo, en
A. Piolanti,
Il Mistero eucaristico, o.c., pp. 631-661.

Entre los otros documentos cfr.
Documento di Windsor sull’Eucaristia del 1971.

Aa.Vv.
Eucaristia. Sfida alle Chiese divise
, Messaggero, Padua 1984.

G.J. Bekes,
Eucaristia e Chiesa. Ricerca dell’unità nel dialogo ecumenico,
Casale Monferrato, Piemme 1985.

Sobre el diálogo entre católicos y luteranos cfr.

K.W. Irwin,
American Lutherans and Roman Catholics in dialogue on the Eucharist; a
methodological critic and proposal,
Studia Anselmiana n. 76, Roma
1979.

Respecto al Documento de Lima está, por ahora, siendo
contrastado por parte de las diversas Iglesias. Se necesita esperar al
resultado concreto de la consulta para ver cuáles son los verdaderos
puntos de convergencia en torno a los temas fundamentales de la fe
eucarística. Una valoración del Documento desde el punto de vista
eucarístico en

Ha Sun Ho,
La riflessione teologica sull’Eucaristia, alla luce del documento di
Lima “BEM”
, P.U.U, Roma, 1991.

Sobre el problema teológico de la intercomunión se puede
consultar la obra en colaboración entre teólogos de diversas
denominaciones Vers l’intercommunion, Mame, París 1970; para una
puesta al día:

G. Wainwright,
Eucaristia, en Dizionario di movimento ecumenico, EDB,
Bolonia 1994, pp. 505-509.

Todos los documentos del diálogo ecuménico se encuentran en
la edición completa: Enchiridio Oecumenicum, Ed Dehoniane, I,
Bolonia 1986, II, 1988. Para una exposición y un balance cfr.

B. Sesboüé,
Pour une théologie oecuménique, Cerf, París 1990, pp. 189-243.

P. Mc-Patlan,
The Eucharist makes the Church. Henri de Lubac and John Zizioulas in
dialoge
, T&T Clark, Edimburgo 1993.

Jaume Fontbona i
Missé,
Comunión y sinodalidad. La eclesiología eucarística
después de N. Afanassiev en I. Ziziuolas y J.M.R. Tillard
, Herder,
Barcelona 1994; en breve en su artículo: La eclesiología eucarística en
Oriente y Occidente
, en «Phase» 35 (1995) pp. 209-217.

 


CONCLUSIÓN: EUCARISTÍA Y VIDA

 

            La Eucaristía es vida. Su celebración está en
el centro de la existencia cristiana, como subrayan hoy, conscientemente,
los mejores exegetas de textos eucarísticos. Por eso como conclusión de
nuestras reflexiones teológicas sobre la Eucaristía queremos proponer
algunas consideraciones teológico-espirituales que nos permitan
captar, al mismo tiempo, la plenitud de la experiencia eucarística, sus
límites y sus obligados compromisos.

            Cuanto aquí queremos decir reproduce de algún
modo temas ya tratados, pero los propone de nuevo con la urgencia de una
teología para celebrar y vivir. Desde estas perspectivas me parece que
podemos encontrar las indicaciones más sugestivas de la pastoral
eucarística de hoy que se orienta precisamente hacia una eclesiología
eucarística, para una Iglesia que de la Eucaristía toma las directrices
para ser en el mundo sacramento universal de salvación.

 

I. EUCARISTÍA, PLENITUD DE VIDA

 

            La celebración eucarística realiza la plenitud
de la vida eclesial en la cual converge la revelación de Dios y la
manifestación de la plena humanidad de la Iglesia. En estas tres
dimensiones encontramos esta plenitud de vida: la Trinidad, la Iglesia y
la humanidad.

 

1. Plenitud de comunión con la Trinidad

 

            Si, según la frase de Orígenes, la Iglesia es
la «plenitud de la Trinidad», es preciso afirmar que esto se realiza en la
Eucaristía. Aquí tenemos la máxima revelación y comunicación de Dios, la
punta máxima de las relaciones de la Iglesia con su fuente, su modelo y su
meta. El carácter trinitario de la plegaria eucarística desvela el sentido
trinitario de la Eucaristía:
del Padre, por
Cristo en el Espíritu Santo.

 

            Plenitud de la revelación y comunicación del
PADRE. La Eucaristía es el don del Padre, síntesis de todas las maravillas
de la historia de la salvación que de Él provienen, fuente de aquella vida
que el pan de vida nos comunica. La Eucaristía es una plegaria filial
y una acción paterna de Dios. La plegaria expresa de manera
ascendente, hacia Dios Padre, cuanto se da de manera descendente,
del Padre hacia nosotros.

 

            Plenitud de CRISTO. La Eucaristía es la
presencia de Cristo en su misterio pascual, como sacerdote y víctima, don
de Dios a los hombres, don de los hombres a Dios. En el Cristo de la
gloria tenemos la síntesis de los «misterios de la carne de Cristo». En la
Eucaristía se tiene la máxima presencia de Cristo en la Iglesia a nivel de
significado, de eficacia y de densidad ontológica. La comunión con Él a
través de los elementos terrestres del pan y del vino y de nuestra
corporeidad, están para indicar el realismo de la presencia y de la
salvación en la cual están ya implicados nuestros cuerpos y los elementos
de la naturaleza.

 

            Plenitud pentecostal del ESPÍRITU SANTO. La
Iglesia que ora y actúa «en el Espíritu Santo», pide y obtiene este don de
Cristo que transforma el pan y el vino y reúne a la Iglesia en la unidad
del único Cuerpo eclesial. El sacerdote que ora y consagra lo hace «en
la persona de Cristo y en virtud del Espíritu Santo».
La Eucaristía,
cuerpo glorioso de Cristo, está llena del Espíritu Santo que lo vivifica y
es vivificante (cfr. PO 5). El Señor es la fuente del Espíritu; con la
comunión se renueva la efusión de este don que sucedió sobre la cruz en el
día de Pascua, según Juan y en el día de Pentecostés, según Lucas. El
Espíritu del Resucitado es aquél que hace la Iglesia y produce «comunión».
La Eucaristía aparece así como la experiencia de la máxima comunión a
nivel vertical y horizontal, como una imagen viva de la Trinidad.
La Iglesia eucarística es Iglesia trinitaria, hecha a imagen de
aquella misteriosa comunión de personas en la única naturaleza. También
nosotros «aun siendo muchos, somos un solo cuerpo». Si Tertuliano dijo que
la Iglesia es «el cuerpo de los Tres», este principio se realiza en el
misterio eucarístico. Unidos en la misma vida divina, cada uno conserva su
rostro, su irrepetible personalidad. Por eso la Eucaristía no cancela si
no aquello que es contrario a la unidad del amor; deja subsistir todas
aquellas diferencias de vocación, edad, cultura y carismas que enriquecen
la Iglesia... En una Iglesia que vive la comunión efectiva y afectiva
resplandece, por la Eucaristía, el rostro de Dios

uno-trino.

 

2. Plenitud de vida eclesial

 

            Como ya hemos subrayado, si la Eucaristía hace
la Iglesia, es aquí donde tenemos la máxima experiencia de la comunión con
Cristo y entre nosotros que es la esencia misma de la Iglesia. A nivel de
signo la Iglesia nunca se parece tanto a sí misma en cuanto pueblo,
cuerpo, familia, esposa, templo... como cuando celebra la Eucaristía. Pero
nunca posee con tanta intensidad a Cristo y su Espíritu como cuando
celebra el misterio eucarístico.

            Esto es verdad en la realidad de la Iglesia
universal y en la concreción de la Iglesia particular y local. Por eso,
una Iglesia eucarística debe hacer resplandecer las notas de la Iglesia:
unidad y santidad, apostolicidad y catolicidad. La comunión visible con el
obispo y con el Papa, expresada en la plegaria y con el affectus
communionis in caritate, in oboedientia et in unitate,
hasta en la
disciplina que regula la celebración, es un signo de comunión efectiva que
revela la Iglesia apostólica.

 

3. Plenitud de humanidad

 

            La Eucaristía, lo hemos dicho, revela a la
Iglesia como nueva humanidad, renovada por Cristo y por su Espíritu. El
compromiso de vivir según el Evangelio proclamado es el signo de una
«humanización evangélica».

            Pero la misma asamblea ofrece un rostro
humanísimo de una Iglesia de hermanos unidos en la variedad de las
personas, de las edades y de las condiciones sociales. Las personas son
valoradas y reclamadas a una conversión del corazón en la mutua caridad.
La acogida, el signo de la paz, el canto que une, el sentido de la fiesta,
la llamada de nuevo al compromiso, la presentación de los dones de la
tierra y el compartir los bienes son, entre otros, signos de una plenitud
de humanidad.

 

II. LOS LÍMITES DE LA EXPERIENCIA EUCARÍSTICA: «YA» Y
«TODAVÍA-NO»

 

            La gozosa experiencia de plenitud no nos debe
hacer olvidar los muchos límites de nuestra Eucaristía. La celebración del
misterio pascual nos remite inexorablemente a su cumplimiento, al día de
«su venida» definitiva. Se vive, pues, en toda celebración el «ya y
todavía-no» de la escatología que acrecienta la esperanza y el
deseo de la venida de Cristo. No se olvide que es en lo interno de la
celebración donde brota del corazón de la Iglesia Esposa, bajo el impulso
del Espíritu, el «Marana-thà», como grito impaciente después de cada
encuentro con Cristo que ha dejado casi una herida en el corazón de la
Iglesia. Pero allí está también el «todavía-no» de la historia, es
decir, la experiencia no total de ser Iglesia eucarística por parte de los
fieles por diversas razones.

 

1. El «todavía-no» de la Iglesia eucarística

 

            Podría ser ilustrado este todavía-no de
la Iglesia eucarística con algunas pinceladas provocadoras:

 

            Todavía no reflejamos en nuestra
experiencia de Iglesia eucarística, el verdadero rostro eucarístico, por
falta de vida de fe y de caridad, por ignorancia del misterio que
celebramos, por incoherencias con la lógica de la Eucaristía, por la falta
de conversión al misterio pascual y a sus exigencias. Y claro que nosotros
limitamos por nuestra parte los efectos de la Eucaristía que dependen de
nuestra libre acogida; por eso, el encuentro cotidiano en la mesa
eucarística nos permite ser renovados constantemente en el misterio
pascual. Tenemos necesidad de la Eucaristía para no resignarnos a la
mediocridad de nuestra experiencia cristiana en la Iglesia.

 

            Todavía-no todos los hijos de Dios que
son invitados a la salvación y a la comunión se sientan a la mesa
eucarística. Cada celebración nos permite verificar cuántos sitios están
todavía vacíos y cuántos hermanos faltan a la llamada, o porque todavía no
conocen el Evangelio de la Eucaristía o porque conscientemente lo
rechazan, o bien porque sigue siendo para ellos indiferente.

 

            Todavía-no todas las Iglesias que
celebran la Eucaristía han alcanzado la unidad visible que la Eucaristía
quiere formar en una comunión orgánica.

 

            Todavía-no vivimos en la historia lo que
sacramentalmente expresamos en la Eucaristía. De la celebración a la vida,
poco a poco se desfigura el rostro eucarístico de la Iglesia, hasta
hacerse irreconocible en los individuos y en la comunidad cristiana el
hecho de que hayan celebrado el misterio y se hayan encontrado con Cristo.
Por eso tenemos necesidad de configurarnos a la Eucaristía cada día porque
cada día se desfigura en nosotros el rostro eucarístico de la Iglesia.

 

2. Celebrar y proclamar la esperanza

 

            También en la experiencia de tantos límites, la
Iglesia celebra sin cambios de opinión su esperanza y se proyecta hacia el
futuro prometido:

            Confiesa la comunión con los santos y la
esperanza de reunirse con ellos en la gloria.

            Espera la resurrección corporal prometida por
el pan que da la vida eterna; reconoce que la Eucaristía deja en nuestros
cuerpos semillas de resurrección que florecen tras el misterioso período
de la muerte y de la sepultura en la novedad de cuerpos resucitados.

            Proclama, casi hasta el límite de la utopía, la
esperanza de los Cielos nuevos y de la Tierra nueva que la transformación
eucarística prefigura en una «Pascua del universo» (cfr. GS 38-39).

 

III. LOS COMPROMISOS DE VIDA EUCARÍSTICA

 

            Entre el «ya y el todavía-no», entre la
plenitud y los límites, despuntan los compromisos de la Eucaristía y la
Iglesia vive cotidianamente la celebración del misterio eucarístico, como
realidad y esperanza.

 

1. Una misteriosa eficacia que no depende de nuestro empeño

 

            Hoy estamos tentados de medir la eficacia de la
Eucaristía con el metro de nuestro compromiso, de hacer depender los
frutos de la celebración de nuestra acogida, de proporcionar el opus
operantis Christi
con el opus operantis Ecclesiae en el sentido
que hoy tiene esta fórmula: la libre adhesión y respuesta de la Iglesia.

            En Cristo, primogénito de toda criatura, en la
Iglesia que es sacramento universal de salvación, la Eucaristía tiene una
eficacia y un valor que están confiados a la plegaria misma de Cristo y
superan las experiencias limitadas y constatables de la Iglesia
celebrante.

            Un cambio misterioso se da entre el cielo y la
tierra en cada Eucaristía, una penetración de lo divino se insinúa en
nuestro mundo en todo altar. Las actitudes de alabanza y de acción de
gracias, la súplica para la venida del Espíritu, la ofrenda y la
intercesión tienen una eficacia cierta aunque misteriosa, con la
misma eficacia del misterio pascual. Cristo no vuelve al Padre, valga la
expresión, con las manos vacías. Remite al Padre la oblación de toda la
humanidad de la cual la Iglesia es voz y sacramento. Por eso la Eucaristía
no es extraña a nuestro mundo, también a lo que queda indiferente, como no
es indiferente al mundo Cristo y su misterio de redención.

 

2. El compromiso de la evangelización

 

            De la Eucaristía nace un empeño de
evangelización con todas sus consecuencias: anuncio gozoso de la
resurrección del Señor y de la salvación, preparado por la
preevangelización del testimonio, profundizado en la catequesis, hecho
eficaz y significativo con las obras evangélicas y con el testimonio de la
unidad de los creyentes en Cristo y de la caridad: «a fin de que el mundo
crea».

 

3. El testimonio de vida eucarística

 

            Los gestos sacramentales de la celebración, de
la palabra a la plegaria y de la ofrenda a la comunión, piden una lógica
continuidad en una vida que podamos definir eucarística. El Cuerpo de
Cristo, que es la Iglesia, ofrece a la Eucaristía su corporeidad para una
penetración en la historia y en la vida. En las palabras y en los gestos
de los cristianos el Cristo de la Eucaristía prolonga su presencia, si
estos son conformes al estilo mismo del Evangelio. Al contrario, en los
gestos de justicia, de lealtad, de solidaridad, de servicio, hechos con la
animación interior del Espíritu, el cristiano ofrece en el mundo el rostro
de Cristo en «signos» comprensibles incluso para quien no tiene fe y que
remiten al Evangelio del Señor, al Cristo humilde, pobre, misericordioso y
justo que ha pagado en persona el mensaje de renovación de la humanidad.
El cristiano, la Iglesia, las comunidades, se convierten por la Eucaristía
y en la lógica del misterio eucarístico, en «sacramentos del encuentro con
Dios», o bien en expresiones de la benevolencia y de la misericordia de
Dios para todos los hombres.

            No hay que maravillarse de que tal vez el
testimonio de una vida eucarística pida hoy, como en los primeros tiempos
de la Iglesia, la lógica del martirio: lo evidente de la muerte violenta,
pero también lo escondido del dar la vida y la sangre hasta la última
gota, día tras día.

 

IV. POR UNA IGLESIA DE ROSTRO EUCARÍSTICO

 

            En densas y sugestivas páginas de
espiritualidad eucarística, F.X. Durwell habla del «rostro eucarístico de
la Iglesia», es decir, de aquella imagen ideal que la Iglesia ofrece de sí
cuando celebra la Eucaristía. Los rasgos luminosos del rostro eucarístico
son simplemente los de una Iglesia que ama, en el sacramento del
amor de Cristo hasta el don de la vida; de una Iglesia que cree y sabe,
que en la fe posee el secreto de la vida y de la historia y celebra la fe
que le ha sido dada; es una Iglesia que espera y se proyecta hacia
el día del Señor; es una Iglesia destinada a la resurrección,
lavada de sus pecados, evangélica en sus compromisos puesto que
evangelizada y evangelizadora. Es una Iglesia «icono de la Trinidad».

            Este rostro eucarístico de la Iglesia está
destinado a ser mostrado al mundo en la continuidad de vida eucarística
que brota de la celebración. La Eucaristía es entonces, como se recordó en
el Congreso Eucarístico Nacional de Milán en mayo de 1983, la forma
de vida de la Iglesia, aquel molde interior en la cual se vacía cada día
para recibir en la gracia del Espíritu las semblanzas de Cristo, el
primogénito. Sin la Eucaristía la Iglesia se deforma, no adquiere aquel
rostro eucarístico que la hace semejante a Cristo. Con la Eucaristía se
con-forma, día a día, a Cristo en la gracia del Espíritu Santo que es el
iconógrafo interior de la belleza y de la santidad eclesial en el
Cuerpo y en los miembros individuales (F.X. Durwell, o.c., pp.
153-166).

            Vivir como se celebra; vivir lo que se celebra,
queda la lección de vida cada día nueva en el don renovado de la
Eucaristía.

            Este rostro de la Iglesia no puede no ser un
rostro mariano. La Iglesia que celebra la Eucaristía recuerda la presencia
de María en el misterio eucarístico. La Eucaristía es el «corpus natum
ex Maria Virgine».
En las plegarias eucarísticas la Virgen María es
recordada e invocada. Pero hay más; según la feliz intuición de Pablo VI
en la Marialis cultus 16, María es modelo de la Iglesia en el
ejercicio del culto divino. Toda celebración eucarística es interiormente
mariana porque la Iglesia debe conformarse a su modelo de escucha de la
Palabra, de gratitud, de invocación del Espíritu, de ofrenda de Cristo, de
intercesión por la salvación de todos. En la celebración eucarística y en
la vida que brota de ella, María es modelo de una Iglesia que vive hasta
el fondo el misterio que celebra. Así pues, la Iglesia que celebra la
Eucaristía debe ser como María, su modelo: humilde, pobre, discreta, fiel
a Dios y a su gente, materna y acogedora, reserva de esperanza para la
humanidad porque tiende hacia las promesas de Dios que es fiel a su
alianza.

            El cristiano que participa en la Eucaristía es
hecho partícipe del misterio del Crucificado resucitado, es decir, de
aquel misterio que está en el centro de nuestra fe y de nuestra vida. Juan
Pablo II ha escrito: la Eucaristía es la celebración sacramental del
anonadamiento voluntario grato al Padre y glorificado con la resurrección.
El cristiano aprende a ser en la oblación de sí y en el amor hacia los
hermanos «eucaristía para el mundo», así como Cristo ha sido y es siempre
en la celebración de la Misa, Eucaristía para el Padre y para la humanidad
(cfr. Dominicae Coenae n. 6).

 

            Bibliografía:

            Sobre la relación María-Eucaristía cfr..

Aa.Vv.,
Maria nella comunità che celebra l’Eucaristia,
Collegamento Nazionale
Mariano, Roma 1982.

Me permito señalar mi contribución sobre la presencia y
ejemplaridad de María como es propuesta por la gran tradición eclesial en
las plegarias eucarísticas de Oriente y de Occidente La nostra
comunione con Maria nella celebrazione del memoriale del Signore, ibid.,
pp. 71-100 o bien Vergine Maria, en Nuovo Dizionario di
Liturgia,
pp. 1553-1580.

 

            El estudio del misterio eucarístico no puede
dejar de suscitar al final una acción de gracias, una «Eucaristía» y al
mismo tiempo una súplica. La expresamos con una plegaria extraída de la
Liturgia de san Basilio:

TE DAMOS GRACIAS SEÑOR, DIOS NUESTRO,

PORQUE HEMOS PARTICIPADO EN TUS SANTOS,

INMACULADOS, INMORTALES Y CELESTES MISTERIOS

QUE TÚ NOS HAS DADO PARA EL BIEN

Y SANTIFICACIÓN DE NUESTRAS ALMAS Y DE NUESTROS CUERPOS.

TÚ QUE IMPERAS SOBRE TODO,

CONCEDE QUE LA COMUNIÓN DEL SANTO CUERPO Y SANGRE

DE CRISTO SE CONVIERTA PARA NOSOTROS EN:

FE SIN MIEDO, AMOR SIN FALSEDAD, AUMENTO DE SABIDURÍA,
CURACIÓN DEL ALMA Y DEL CUERPO, VICTORIA SOBRE TODA FUERZA ADVERSA,
OBSERVANCIA DE TUS MANDAMIENTOS Y DEFENSA VÁLIDA ANTE EL TREMENDO TRIBUNAL
DE CRISTO


 

NB. Se ofrecen algunas
indicaciones generales. En cada capítulo se especifica la bibliografía
pertinente. Los libros señalados con un asterisco (*) pueden servir como
manuales de ayuda para seguir algunos temas del curso.

 

1. Repertorios bibliográficos recientes


 

B. Sesboüé,

   Eucharistie: deux generations de travaus, en «Études» n. 355,
1981, pp. 99-115.

            Eucharistie. Bibliographie internationale
1975-1984.
Suplemento 96-98, CERDIC, Publications, Estrasburgo, 1985.

G. Colombo,

Per il trattato sull’Eucaristia, en «Teologia» 13 (1988) 95-31; 14
(1989) 105-137.

C. Magnoli,

Saggio di bibliografia eucaristica (1980-1989), en
Aa.Vv., L’Eucaristia
celebrata: professare il Dio vivente. Linee di ricerca,
Roma, CLV,
1991, pp. 126-146.

D.N. Power,  

Il
mistero eucaristico. Infondere nuova vita alla Tradizione,

Brescia, Queriniana, 1997, pp. 437-444 bibliografía seleccionada en inglés
y en italiano.

 

2. Tratados sistemáticos

 

A. Tratados clásicos

 

G. Alastruey,          

Tratado
de la Santísima Eucaristía,


Madrid, BAC, 1952.

M. De La Taille,      


Mysterium Fidei,

París 1931.

I. Filograssi,

De
Sanctissima Eucharistia,

Roma 1957.

V. Heris,        

Le
mystère de l’Euharistie,

París 1952.

(*) C.
Journet,         
La messe. Présence du sacrifice de la Croix,
Brujas 1958 (ed. española: Desclée de Brouwer, Bilbao, 1968).

M.J. Nicolás,

L’Eucaristia, Roma, Ed. Paoline, 1961.

A Piolanti
    
Il mistero eucaristico, Firenze, 1955 (ed. española: Rialp, Madrid
1958).

Id. (
ed.),         
L’Eucaristia. Il misterio dell’altare nel pensiero e nella vita della
Chiesa,
Roma 1957.

A.m. Roguet,


L’Eucharistie
,
en Initiation Théologique, IV, París 1956, pp. 501-596.

(*) M.
Schmaus,       
Dogmatica Cattolica, IV/1, Turín, Marietti
1966, pp. 227-480 (ed. española: Rialp, Madrid 1962).

 

B. Tratados postconciliares

 

(*) J. Auer-
J. Ratzinger,    
Il mistero dell’Eucaristia, Asís 1972.

J. De bacciochi,
        
L’Eucharistie, Tournai 1964.

A. Beni,
          
L’Eucaristia, Turín 1971.

(*) J. Betz,
     
La Eucaristía como misterio central, en Mysterium Salutis
IV/ 2, Madrid, Ed. Cristiandad.

A. Gerken,
    
Teologia dell’Eucaristia, Roma, Ed. Paoline 1977 (ed. española: San
Pablo, Madrid 1991).

M. Gesteira Garza,

La Eucaristia. Misterio de comunión, Madrid, 1983.

(*) L. Ligier,
  
Il sacramento dell’Eucaristia, Roma, Gregoriana, 1977.

(*) M. Nicolau,
        
Nueva Pascua de la Nueva Alianza, Madrid 1974.

(*) A. Piolanti,
         
Il mistero eucaristico, LEV, 1983 (ed. española: Rialp, Madrid
1958).

(*) J.A. Sayés,
           
El misterio eucarístico, Madrid, BAC, 1986.

(*) J. Saraiva Martins,
      
I sacramenti dell’iniziazione cristiana, Roma, Urbaniana, 1988 (con
amplio relieve de datos en el tratado sobre la Eucaristía).

(*) V. Croce,
 
Cristo nel tempo della Chiesa. Teologia dell’azione liturgica, dei
sacramenti e dei sacramentali
, Turín Leuman, LDC, 1992 (con amplio
tratamiento sobre la Eucaristía).

(*) B. Testa,  

Los
sacramentos de la Iglesia,

Valencia, Edicep 199

 

3. Voces recogidas en los Diccionarios

 

Aa.Vv.,
          
Eucharistie, en Dictionnaire de Théologie catholique, V,
989-1368.

A. Ambrosanio,
       
Eucaristia, en Nuovo Dizionario di Teologia, Roma, Paoline
1977, pp. 447-470.

J. Betz,
          
Eucaristia, en Dizionario Teologico, Brescia Queriniana,
1966, pp. 611-636.

Id.,
     
Eucaristia, en Sacramentum mundi III, Brescia, Morcelliana,
1975, pp. 669-692 (ed. española: Herder, Barcelona).

J. Castellano,
         
Eucaristia, en Dizionario Enciclopedico di Spiritualità,
Roma, Città Nuova, 1990, pp.956-974.

S. Cipriani,
   
Eucaristia, en Nuovo Dizionario di Teologia Biblica, Ed.
Paoline, 1988, pp. 519-530.

R. Gerardi,
   
Eucaristia, en Dizionario di Teologia pastorale sanitaria,
Turín, Ed. Camilliane, 1997, pp. 412-421.

F. Marinelli,

Eucaristia, en Dizionario di Spiritualità dei Laici, Milán,
OR, 1981, pp. 263-262.

S. Rosso,
       
Eucaristia, en Enciclopedia di Pastorale III: Liturgia,
Casale Monferrato, Piemme, 1989, pp. 204-232.

E. Ruffini,
     
Eucaristia, en Nuovo Dizionario di Spiritualità, Ed.
Paoline, 1979, pp. 601-622.

R. Tura,
        
Eucaristia, en Dizionario Teologico Interdisciplinare,
Turín, Marietti, pp. 148-165.

P. Visentin,
   
Eucaristia, en Nuovo Dizionario di Liturgia, Ed. Paoline,
1984, 482-508.

 

4. Obras generales con una visión global del misterio
eucarístico

 

Aa. Vv.,
         
Enciclopedia eucaristica, Milán, Ed. Paoline 1964.

Aa. Vv.,
         
L’Eucaristia. Simbolo e realtà, Bolonia, Ed. Dehoniane, 1973.

Aa. Vv.,
         
Eucaristia. Aspetti e problemi dopo il Vaticano II, Asís, Ed.
Cittadella, 1968.

Aa. Vv.,
         
Eucaristia. Memoriale del Signore e sacramento permanente,
Turín-Leumann, LDC, 1967.

Aa. Vv.,
         
Celebrare l’Eucaristia. Significato e problemi della dimensione
rituale,
Turín-Leumann, 1983.

Aa. Vv.,
         
Anamnesis. Eucaristia. Teologia e storia della celebrazione, Casale
Montferrato, Marietti, 1983.

Aa.Vv.,
          
Vincolo di carità. La celebrazione eucaristica rinnovata dal Vaticano
II
, Ed. Qiqajon, Comunità di Bose, 1995.

(*) J. Aldazabal,
     
La Eucaristia, en Aa.Vv.,
La celebración de la Iglesia. II. Los Sacramentos, Salamanca 1988,
pp. 181-436; versión italiana, Turín Leumann, LDC, 1994, pp. 193-482.

R. Cabie,
       
L’Eucaristia, en A.G.
Martimort,
La Chiesa in preghiera II, Brescia, Queriniana,
1985 (ed. española: Herder, Barcelona 1992).

J. De Sainte Marie,
  
L’Eucharistie salut du monde. Études sur le saint sacrifice de la
messe, sa célebration, sa concélèbration
, París 1982.

F.X. Durwell,
          
L’Eucaristia, sacramento del mistero pasquale, Roma, Ed. Paoline
1982.

C. Giraudo,
  
Eucaristia per la Chiesa. Prospettive teologiche sull’Eucaristia a
partire dalla «Lex orandi»
, Roma-Brescia, Gregoriana-Morcelliana,
1989.

Mazza e.,
      
La celebrazione eucaristica, genesi del rito e sviluppo
dell’interpretazione,
Cinisello Balsamo, Ed. San Paolo, 1996.

Id.,
     
Origine dell’Eucaristia e sviluppo della Teologia eucaristica, en
Aa.Vv., Celebrare il
mistero di Cristo
II, La celebrazione dei sacramenti, Roma,
Edizioni Liturgiche, 1996, pp. 125-290.

G. Padoin,
     
Il pane che io darò, Roma, Borla, 1993.

D. Powers,
    
Il mistero eucaristico. Infondere nuova vita alla tradizione,
Brescia, Queriniana, 1997; orig. inglés The Eucharistic mystery.
Revitalizing Tradition
, New York 1993.

J.A. Sayés,
    
La presencia real de Cristo en la Eucaristía, Madrid, BAC, 1976.

E. Schillebeeckx,
     
La presenza eucaristica, Roma, Ed. Paoline, 1968.

J.M.R. Tillard,
         
L’Eucaristia. Pasqua della Chiesa, Roma, Ed. Paoline, 1969.

M. Thurian,
  
L’Eucaristia. Memoriale del Signore, sacrificio di azione di grazie e
di intercessione
, Roma, Ave, 1979.

J.J. Von allmen,
       
Saggio sulla Cena del Signore, Roma, Ave 1968.

 

DEO PATRI OMNIPOTENTI PER CHRISTUM IN UNITATE SPIRITUS
SANCTI OMNIS HONOR ET GLORIA

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