Como sacerdotes debemos estar muy atentos a no entender ni hacer entender la Eucaristía de manera individualista, como pura “ devoción privada”, ritualizada, desprendida de la comunidad que celebra, cosificada, estática, vivida como una especie de “apartado” religioso en medio de un día, que queda después, al margen de la media de hora de celebración.
Al mandato de Jesús de celebrar la cena “ en su memoria” debe responder una “obediencia” creyente y sacerdotal que nos lleve a una Eucaristía donde el pasado redentor nos alcance como memorial, el presente quede iluminado y transformado con la fuerza del Espíritu y el fruto permanezca abierto a la promesa de Dios. Cuando esto ocurre así, quedamos inmersos en la dinámica interna del acontecimiento de Cristo Salvador: su vida, su muerte y resurrección y la espera de su venida gloriosa se entrañan en el corazón mismo de la historia, en el pan y en el vino, convertidos en su cuerpo y sangre.
Nunca insistiremos lo suficiente en la responsabilidad que tenemos los sacerdotes como ministros de la Eucaristía en centrar en torno al sacramento eucarística el conjunto de la vida cristiana. De la Eucaristía dice, en efecto, el Concilio que es el “centro y culmen” de la vida cristiana. Es aquel sacramento donde la vida cristina llega a su plenitud. La expresión conciliar posee una gran fuerza y dinamismo.
Nuestra responsabilidad eucarística se nos convierte en responsabilidad por el conjunto de la vida cristiana que culmina, como tal vida cristiana, en la Eucaristía. Esto significa, por una parte, que no hay ni un solo aspecto de la vida del creyente que no sea radicalmente eucarístico, y por otra, no hay “culmen de vida”, si no hay vida que culmine. El “culmen eucarístico” no es en efecto, no es realidad extraña a la vida. Es, pues, más bien, un desafío de plenificación de la propia existencia, de salvación de la propia vida, en sentido profundamente solidario: ni nuestra vida, ni la de los demás, ni la historia, ni el mundo….son una realidad plena.
La Eucaristía es la mediación sacramental para el encuentro real y personal con el Resucitado. Sólo desde ese encuentro eucarístico hace el sacerdote que todo su encuentro ministerial con el hombre y con el mundo sea realmente un acontecimiento de salvación integral, de vida plena. Desligar en la práctica la propia entrega sacerdotal de la Eucaristía es desgajarla del tronco mismo que hace que sea entrega “cristificada” en cuanto asumida en la misma entrega de Cristo Jesús, “quien me amó y se entregó por mí”.
SÚPLICA SACERDOTAL
Señor, nos has saciado con el pan del cielo en la Eucaristía,
Te pedimos nos fortalezcas, para que no dudemos, para que no nos enfriemos con la indiferencia religiosa que nos rodea.
Para que nos engañemos, ni engañemos a los demás, para que no despreciemos a los hermanos, para que no busquemos en los afanes del mundo la felicidad, para que no caigamos en la tentación de abandonarte, para que no destruyamos la vida, para que no despreciemos el Evangelio.
Haz que te adoremos con corazón pobre y limpio, misericordioso y manso, para construir tu Reino y alcanzar la bienaventuranza eterna.
Amén.
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