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domingo, 5 de octubre de 2014

La Nueva Jerusalem: Retiro para la elección de servidores (19-1-2013)

La Nueva Jerusalem: Retiro para la elección de servidores (19-1-2013)











































miércoles, 30 de enero de 2013






Retiro para la elección de servidores (19-1-2013)




RENOVACIÓN CARISMÁTICA
Retiro para la elección
de servidores
(19-1-2013)
INTRODUCCIÓN


         Podemos
considerar que comenzamos una nueva etapa por la importancia que tiene el
cambio en los equipos de servicio, aunque eso no es lo fundamental en nuestro
camino de fe, ni siquiera en la vida de la Renovación Carismática,
porque lo importante es que seamos capaces de seguir alabando a Dios en todo
momento y circunstancia, escuchándole y que su Espíritu Santo nos siga guiando
y nos haga cada día más dóciles a su voz y más humildes y sencillos.
         La obra
siempre es de Dios, pero él nos utiliza a nosotros como instrumentos. Muchos de
nosotros le pedimos en nuestra oración, con nuestros cantos, que nos moldee,
que nos haga nuevos cada día, y no cabe duda que lo va haciendo. Cuando soy
capaz de pararme y de reconocer la obra que el Espíritu Santo ha hecho en mí,
no tengo más remedio que postrarme y reconocer su infinita misericordia, su
sabiduría, su amor. Pero aun viendo eso, también estoy convencido de que Dios
necesita a personas concretas para hacer lo que se necesita en cada momento.
         El
apóstol San Pablo en su carta a los Efesios 4,11 dice: “Y Él ha constituido a
unos, apóstoles, a otros profetas, a otros evangelizadores, a otros pastores y
maestros”. Habitualmente nuestro interés se queda ahí y ponemos el acento en
que hay diversidad de carismas, que cada uno está llamado a una “tarea” según
Dios quiere, pero el texto continúa: “Para
el perfeccionamiento de los santos…y para la edificación del Cuerpo de Cristo”.
         Esto último
da sentido a todo lo anterior, porque si el Señor “constituye”, si regala
carismas es para algo y llama más la atención la denominación que el apóstol da
a los miembros de aquella primera iglesia, a los miembros del Cuerpo de Cristo
que somos todos nosotros, les llama santos. ¿Lo eran o es que estaban llamados
a serlo? Y ahí estamos nosotros. “Llamados a ser santos”.
         Esa
santidad, todos sabemos que no podemos conseguirla por nuestros medios y es la
acción santificadora del Espíritu Santo la que nos tiene que capacitar.
         Lo que
da sentido a nuestra vida es la búsqueda de la santidad, pero no en abstracto,
como si fuese algo ajeno, que sólo afectase a los otros, se trata de “mi
santidad”, porque nosotros estamos hechos para la santidad, es nuestra vocación;
hemos sido creados a imagen de Dios y destinados a ser semejanza de Dios. Y no
ser santos significa fracasar. En cambio mis carismas, aún siendo útiles para
que otros caminen buscando esa santidad, a mí pueden llevarme a la perdición.
         A la
santidad y a los carismas les sucede como al evangelio y la vida, no son dos
caminos distintos, sólo hay un camino y es unir los dos.
         Los
místicos lo entendieron y lo entienden perfectamente: los carismas, como todo
lo demás que tenemos, son un regalo de Dios y es necesario vivir la gratuidad
en todos los sentidos, reconociendo que por ser regalo de Dios debemos darle
gracias cuando lo recibimos y debemos darlo gratis a los demás.
         Muchas
de las reacciones equivocadas que vemos en los demás y que nosotros mismos tenemos,
se deben a que no se entiende esto y si se entiende no se acepta fácilmente.
Ejercer un carisma no es un derecho que podemos exigir, es una obligación, un
servicio a los demás. Y ese servicio tiene que pasar por una renuncia a
nosotros mismos y una entrega desinteresada.
         Caminar
en santidad implica un desasimiento, una renuncia constante. Nada de lo que
tenemos es nuestro, ni siquiera los bienes espirituales, pero los que tenemos
son para ponerlos en ejercicio, en caso contrario no recibiremos el ciento por
uno y se nos pedirán cuentas por no hacer fructificar el don recibido.
         ¿Y cómo
podemos conseguir este equilibrio? La fórmula es siempre la misma; pidámosle al
Señor la docilidad y la humildad necesarias para que nuestro corazón esté
siempre abierto a la acción de su Espíritu Santo y Él que sabe lo que
necesitamos nos lo dará.
         Por eso
le tenemos que decir: “Tú, Señor, que conoces nuestros corazones, ven en ayuda
de nuestra debilidad para que seamos santos e irreprochables ante Ti”.
         El
servicio, cuando es de verdad, es una gran bendición porque el Señor da siempre
el ciento por uno, pero también es un desgaste. El que no siente que se está
dejando la piel, la vida, por servir a los demás no está sirviendo, “se está
sirviendo”.
         Por eso
la elección para el servicio debe ser adoptada desde la oración, la escucha y
el discernimiento. Dios siempre bendecirá nuestra elección si está hecha con
pureza de intención.
         Una cosa
importante y que muchas veces olvidamos: el Señor no necesita nuestra capacidad
porque Él capacita al que llama, no necesita nuestros carismas porque Él es el
dueño de los carismas, sólo necesita que doblemos nuestras rodillas ante Él y
le digamos: “Aquí estoy Señor para hacer
tu voluntad”.
I.- EL SERVIDOR
IDENTIFICADO CON SU MISIÓN



         “Si no os parece bien servir al Señor,
escoged hoy a quién serviréis… Yo y mi familia serviremos al Señor”
(Jos
24, 15).
         El
pueblo de Israel decide servir al Señor. Vosotros habéis tomado la libre
decisión de seguir al Señor y este seguimiento exige adhesión y fidelidad,
buscándole en todo momento. Es lo que nos dice el Dt. 4, 29: “Buscarás al Señor, tu Dios, y lo
encontrarás si lo buscas de todo corazón”.
         1.-
Jesús elige a sus discípulos
         Marcos
3, 13-15: “Jesús subió al monte y llamó a
los que él quiso, y se reunieron con él. Así instituyó a los doce, que los
llamó también apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a
predicar, y a expulsar demonios”.
         Jesús
subió al monte, lugar de amplia visión, de toma de decisiones y de grandes
acontecimientos. Lugar de oración y encuentro con el Padre y llamó y eligió a
los que él quiso, de entre un número amplio de seguidores y se reunieron con
él. Es Jesús quien llama, quien toma la iniciativa; sin embargo, la respuesta
de adhesión al Señor es libre en cada uno de los discípulos, sienten la
vocación de seguirle y se congregan con él.
         El
discípulo es llamado por Jesús para vivir junto a él en la intimidad, aprender
de él y formar parte de su grupo, que requiere una fidelidad y relación de
amistad, que dan lugar a compartir dudas y experiencias; todo un aprendizaje
durante tres años en el conocimiento y doctrina del Maestro. Este encuentro
personal con el Señor les transmite una forma de vivir, pensar y actuar como
él.
         El
servidor, en la Renovación,
seguirá los mismos pasos y el orden en que lo hicieron los primeros discípulos
en el seguimiento a Jesús. El Evangelio es el mismo y el proceso de ser
discípulo antes que apóstol es imprescindible en la proclamación del Reino.
         El
servidor no se postula a sí mismo, sino que a través de los hermanos ha sido
llamado por el Señor para confiarle una misión; por tanto, el Señor elige, pone
su confianza en él, quiere su amistad, es su acompañante en el camino de la
conversión y crecimiento personal junto al grupo de hermanos.
         Igual
que los apóstoles cuando volvían de predicar, se reunían con Jesús para
contarle cómo les había ido la jornada, qué había sucedido, qué dificultades
habían tenido, etc, y lo hacían a solas con el Señor, del mismo modo, el
servidor, ha de volver junto al Maestro, al final de cada jornada de trabajo,
para hablar con confianza y aprender de él. Es necesario constituir una
relación de intimidad personal, que lo conduzca al conocimiento de la verdad,
al amor que todo lo puede.
         2.- Servir desde el amor
         Así
sucedió con Pedro. Jesús resucitado y vencida la muerte, se dirige a Pedro para
preguntarle si lo amaba; hasta tres veces le pregunta, espera completar el
número de confesiones de amor, para destruir la herida de sus tres negaciones.
         “Pedro, ¿me amas más que éstos? Y Pedro
responde: Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”
. Y el Señor
confía en Pedro, que le declara su amor, y le da el encargo de construir y
dirigir su Iglesia, diciéndole: Apacienta
mis ovejas.
         Así
también, el servicio ha de hacerse desde el amor, la humildad y la obediencia
al Señor; querer hacer su voluntad, como Pedro y con toda sinceridad decirle:
Tú lo sabes todo Señor, tú conoces mis capacidades y debilidades, mi vida está
en tus manos.
         En todo
servicio hay un gran secreto: poner los ojos en el Señor, fiarse de él. Su
Palabra nos dice: Sin mí no podéis hacer
nada
(Jn 15, 5). Con él podemos realizar el servicio confiado y dar fruto
en abundancia y duradero.
         El Papa
Benedicto XVI en la carta apostólica “Porta Fidei” dice: “Lo que el mundo
necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados
en la mente y el corazón por la
Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente
de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, esa que no tiene fin”.
         El
servidor tiene que ser una persona de fe, porque sólo el que tiene fe camina
seguro y confiado, sin vacilar, y ello genera la confianza para que otros le
sigan.
         El
servidor tiene que conocer el camino a recorrer, porque el que guía tiene que
ir por delante, aunque recorra el mismo camino que los demás.
         Y para
ello es imprescindible la oración. Sin vida de oración personal no hay progreso
espiritual, porque sólo la oración comunitaria no basta. Por eso, la oración
diaria para el servidor, no es un lujo, es una necesidad y una obligación para
poder cumplir con su servicio. Debe tener recogimiento interior y actuar
siempre desde esa apertura a la presencia de Dios en su vida. Hay que
disponerse interiormente para dejarse inspirar y guiar por el Espíritu Santo
para poder guiar a otros, y así promover en los hermanos esa vida que Dios les
ha concedido y puedan desarrollar todos los dones y capacidades que de él han
recibido.
         Cuando
el servidor tiene esta disposición interior a la apertura al Espíritu Santo, va
conociéndose a sí mismo, su propia realidad, sus pasiones, sus emociones, sus
sentimientos, su pecado; en una palabra, su limitación y pobreza; y es bien
importante esto porque, conociéndose a sí mismo, no se elevará por encima de
nadie y no le costará ser el último.
         El
servidor lo es, no porque sea el mejor, el más fantástico, sino porque así le
ha parecido bien al Señor. Por eso, no tiene que pensar que todo lo hace bien y
que sin él nada marcha como debe, es decir, no sentirse imprescindible.
         Otra
cosa, que no se crea que sólo a él le habla Dios y que es infalible, pues
entonces no sabrá escuchar a nadie que no sea él mismo.
II.- EL CARISMA DEL
SERVICIO



         Ser
servidor es un carisma. Y el carisma supone una llamada del Señor, una gracia
que él mismo confiere y un don que capacita para realizar la misión
encomendada.
         Como
todo carisma, el servicio es una luz y una fuerza que da el Espíritu Santo, luz
y fuerza que hacen ver la necesidad y el sufrimiento en el hermano, al mismo
tiempo que se tiende a ayudarlo. Se trata, por consiguiente, de obedecer al
Espíritu, a ese Espíritu que impulsa siempre a hacer lo que el Señor pide, como
él lo pide y donde lo pide. Quien tiene el carisma del servicio está revestido
de los mismos sentimientos de Cristo Jesús, que pasó haciendo el bien y supo
acercarse a los pobres, a los marginados, a los enfermos, a los que nadie
quería. Por eso es tan importante para vivir este carisma la humildad, la
renuncia a los propios derechos, el saber perder, la muerte al egoísmo, al
orgullo y al amor propio. Servir es amar. Si todos los carismas deben estar
motivados por el amor, el servicio es lo que hace al amor transparente. Ya san
Pablo lo decía cuando nos daba las características del amor. El amor es
paciente, es servicial.. (1 Cor. 13, 4).
         Como
ejemplo de este carisma bien podríamos poner la parábola del buen samaritano.
En ella se ve que el verdadero servidor, a veces, no es quien debiera ejercerlo
por el ministerio encomendado, sino el que no cuenta demasiado pero que sin
embargo está atento a las cosas que hacen falta y es misericordioso con todos.
El sacerdote y el levita pasaron de largo, dieron un rodeo para no implicarse
demasiado en el sufrimiento del hermano. El samaritano, sin embargo, es quien
se compromete hasta el final, el que tiene el auténtico espíritu de servicio
hacia los demás. Se trata del amor, una vez más. El verdadero prójimo es el que
tiene compasión del otro (Lc 10, 25-37).
         Jesús lo
tenía muy claro: no se puede ser de Dios y estar a la defensiva, no se puede
obedecer al Espíritu Santo y pensar antes en uno mismo que en los otros. Lo
explica con una frase bien significativa: “Nadie
puede servir a dos amos; porque odiará a uno y amará al otro; o será fiel a uno
y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero”
(Mt 6, 24).
Dinero que no sólo hay que entender en sentido literal sino que es también todo
lo que significa posesión, dominio, acaparamiento. Y es que, donde está el
tesoro está irremediablemente el corazón.
         A veces,
el estar en un grupo cristiano no nos libra del gusto al poder, al prestigio,
al dejarnos llevar por el qué dirán. Somos humanos y nos gusta ser considerados
y valorados y nos gusta también a aspirar a puestos importantes o a  estar en los de arriba. Ni siquiera los
apóstoles, estando al lado del Señor, se libraron de este pecado. Nos dice san
Marcos: “Llegaron a Cafarnaún y, una vez
en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos callaban, pues
por el camino habían discutido sobre quién era el más importante. Jesús se
sentó, llamó a los doce y les dijo: el que quiera ser el primero, que sea el
último de todos y el servidor de todos”
(Mc 9, 33-35).
         El
ejemplo a seguir lo tenemos en Jesús. Él, que está ungido por el Espíritu, es
el que nos abre el camino de la voluntad de Dios. Hay que mirarlo a él para
comprender cómo debemos vivir, cómo relacionarnos con los demás, cuál debe ser
la escala de valores que nos mueva. Jesús no sólo habla, no sólo da discursos,
sino que vive aquello que dice. Y si ha venido a comunicar la buena noticia del
amor del Padre a la humanidad, toda su vida ha de estar impregnada de gestos y
actitudes que manifiesten ese amor. Por eso su misión fue un servicio
desinteresado al Padre y a todas las gentes. Por eso se rebajó hasta someterse
a la muerte y una muerte de cruz.
         Algunos
textos evangélicos nos pueden ayudar a comprender esta realidad. El primero
hace relación al deseo de puestos importantes que tenían los apóstoles. En este
contexto, Jesús les habla a sus amigos: “Sabéis
que los jefes de las naciones los gobiernan tiránicamente y que los magnates
las oprimen. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante
entre vosotros, sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, sea
vuestro esclavo. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos”
(Mt 20,
25-28). Y por si quedara dudas, en el Evangelio de Lucas, Jesús vuelve a
desarrollar este tema añadiendo un nuevo matiz: ¿Quién es más importante, el
que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pues
bien, yo estoy en medio de vosotros como el que sirve (Lc 22, 27).
         Y para
muestra, un ejemplo. Todos lo conocemos. Estamos en la Última Cena de Jesús con
sus discípulos. El evangelista comienza diciendo que habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13, 1). Después viene el
relato del lavatorio de los pies. Para Jesús, amar es rebajarse, ponerse de
rodillas delante del hermano, ayudar a limpiar desde la propia humillación su
suciedad, quitarse el manto del poder para poder servir… Al final, la lección
para nosotros: Os he dado ejemplo, para que hagáis lo que yo he hecho con
vosotros. Yo os aseguro que un siervo no puede ser mayor que su señor, ni un
enviado puede ser superior a quien lo envió. Sabiendo esto, seréis dichosos si
lo ponéis en práctica (Jn 13, 15-17).
         El
servicio se hace carisma también cuando hay hermanos que son elegidos por el
grupo para una tarea concreta: son los servidores. Todos conocemos su
significado, porque en gran parte depende de ellos que los grupos vayan
creciendo en la fidelidad al Espíritu Santo.
         Un buen
servidor es el que es consciente que este carisma, aunque haya sido recibido
por la elección de los miembros del grupo, es un don que le viene de lo alto.
        
         Estamos
viviendo un momento importante, en el que vais a elegir, a la luz de Dios,
aquellos hermanos que pastorearán nuestro grupo en el equipo de servicio. Por
eso vamos a hablar de las cualidades humanas y espirituales que debe tener un
buen servidor. Esto es bueno y nos ayudará a hacer un buen discernimiento,
aunque muchos penséis que no estáis capacitados para llevar a cabo esta tarea.
         El
artículo 3.3.2 del Reglamento de la Renovación habla sobre las cualidades del
servidor que yo voy a leeros literalmente. Dice así:
    Los
miembros que forman
los diversos órganos de servicio, dada su importancia y
su responsabilidad, deben ser personas de:
-        
Oración
y frecuencia sacramental.
-        
Fieles
a la Palabra
y al Magisterio de la
Iglesia.
-        
Con
don de gobierno: pacientes, dialogantes, capaces de trabajar en equipo.
-        
Con
sentido común, equilibrio mental y emocional y discernimiento.
-        
Que
conocen y viven la espiritualidad propia de la RCC  y velan por el uso correcto de los dones y
carismas.
    Se
apuntan estas cualidades siendo conscientes de que el Señor hace
maravillas  con la pobreza de los
hermanos/as y regala a los que escoge los dones necesarios para el servicio.
    Seguro
que después de escuchar esto, todos diréis que, desde un punto de vista humano,
ninguno de nosotros tenemos las suficientes cualidades humanas y espirituales.
¿Significa esto que no tenemos que tener servidores? No. Significa que tenemos
que confiar en la Sabiduría
de Dios y en la fuerza de su Espíritu Santo, porque es Dios quien nos llama y
es el Espíritu Santo quien nos capacita. No olvidemos nunca las palabras de
Jesús: No me habéis elegido vosotros a mí
sino que soy yo quien os ha elegido a vosotros
. Los que salgáis no habéis
elegido ser servidores. Es Dios, a través de los hermanos, quien os elige.
    Por
eso es importante que lo sienta como un regalo, que lo viva en la humildad y en
la gratitud, y que esté personalmente abierto al Espíritu a través de una vida
de oración. Después, es necesario que ame a los hermanos para los que ha sido
elegido para servir. Sin amor, y sin amor concreto, no hay carisma, sólo el
cumplimiento de unas funciones u obligaciones. El servidor no es el dueño del
grupo, ni el que manda, ni el que tiene que dar los criterios de organización
según su forma de ser o de pensar. El servidor, desde su apertura a Dios y
desde el amor a los hermanos, desde las cualidades que el Señor le ha dado,
debe trabajar, en unidad siempre con el resto de servidores y en comunión con toda
la Renovación,
para que las personas se abran a la acción del Espíritu y a sus carismas, para
que sea el Señor y no otros intereses los que dinamicen tanto la oración como
el desarrollo de las reuniones, para que, en definitiva, la comunidad se vaya
construyendo.
    Y
para terminar este apartado lo hago con unas palabras del apóstol de los
gentiles cuando da normas concretas de conducta para el servicio a los
hermanos. Dice así: “Que vuestro amor no
sea una farsa; detestad lo malo y abrazaos a lo bueno. Amaos de verdad unos a
otros como hermanos y rivalizad en la mutua estima. No seáis perezosos para el
esfuerzo; manteneos fervientes en el espíritu y prontos para el servicio del
Señor. Vivid alegres por la esperanza, sed pacientes en la tribulación y perseverantes
en la oración. Compartid las necesidades de los creyentes; practicad la
hospitalidad… Vivid en armonía unos con otros y no seáis altivos, antes bien
poneos al nivel de los sencillos. Y no seáis autosuficientes”
(Rom 12,
9-13.16).
III.- EL SERVICIO Y EL
SERVIDOR A EJEMPLO DE MARÍA




         No ha
habido en la historia de la humanidad servidora más eficaz para el Plan de
Salvación de Dios que María. Ella es fiel espejo en el que mirarnos, cuando
tratamos de comprender cómo debe ser un servidor y cuál es la actitud que
debemos tener ante Dios.
        
         1.- Ya desde la Anunciación del ángel
Gabriel (Lc 1, 26-38) y su primer saludo (Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo
), la reacción de María, muy humana
por cierto, es de temor (Ella se asustó
por estas palabras
). No pareció alegrarse mucho aunque el ángel le invitara
a ello. Más bien al contrario. El ángel le da una explicación: No temas, María, porque has hallado gracia
delante de Dios
… Precioso, sin duda, pero María, desde un punto de vista
muy humano y muy razonable, plantea alguna duda: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? Lo que el ángel
expresa a continuación es el momento de GRACIA: el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra.
La sola mención al Espíritu Santo hace que éste penetre
hasta lo más hondo del alma de María, proporcionándola la certeza profunda de
Dios y la plena confianza en su poder. Entonces, ya no desde la mente sino
desde la revelación, la respuesta de María es plena en sabiduría, humildad y
disponibilidad: He aquí la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra.
        
         De esta
Palabra y de la actitud de María extraemos las primeras conclusiones:
·       
Es
Dios quien nos llama y nos elige para servirle.
·       
Es
Él quien nos capacita, por la acción del Espíritu Santo, llenándonos de fe y
confianza.
·       
Ser
humildes no es sólo sentirnos pequeños y limitados, sino aceptar la llamada de
Dios bajo estas premisas, confiando en su poder que multiplica y unge nuestras
pobres habilidades.
·       
Estar
disponibles. Probablemente, al igual que muchas veces nosotros, María también
pensó “que no era aquél el momento más adecuado”. Imaginaos quedarse embarazada
sin estar casada, en aquella cultura y en aquel tiempo… pero ella no cuestiona
el momento de Dios sino que lo acoge.
2.-
Pasado un tiempo desde la Anunciación, María
prorrumpe en una aclamación a Dios (Lc 1, 46-56) que, en muchas ocasiones, se
contrapone con nuestros sentimientos hacia el servicio. Así, mientras nosotros
pensamos “vaya responsabilidad, vaya compromiso, no voy a estar a la altura de
las circunstancias, no tengo tiempo, mis circunstancias personales son
complicadas, etc.”, ella alaba a Dios y se alegra en Él (Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi
salvador…
). Mientras a nosotros se nos cae el mundo encima, ella se siente
privilegiada por ser elección de Dios (porque
ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las
generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor
maravillas…
). Mientras nosotros sólo acertamos a intuir dificultades y
tribulaciones, ella es consciente de ser un eslabón precioso en la cadena de la Salvación al ver
realizarse la promesa que Dios había hecho desde antiguo (Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como había
anunciado a nuestros padres a favor de Abrahám y de su linaje por los siglos).
                  
         Seguimos
extrayendo preciosas conclusiones:
·       
Estar
alegres en la confianza de ser llamados por Dios, nuestro Salvador.
·       
Alabar
a Dios y darle gracias por encima de toda circunstancia.
·       
Sentirnos
privilegiados y honrados por su llamada.
·       
Aceptar
dicha llamada con mucha humildad, pues no somos mejores que nadie y, por tanto,
no nos debemos sentir superiores a nadie. Para que Dios nos colme de bienes
debemos estar hambrientos para amarle a Él sobre todas las cosas y para ser los
últimos y los servidores de todos.
         3.- Otra magnífica faceta de María, de la que debemos
aprender en el ejercicio de nuestro servicio, es la de interiorizar las
situaciones, meditarlas y buscar luz sobre ellas en nuestra oración personal.
Como se nos dice en Lc 2, 19, María
guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.
Ante la tentación
de actuar con prisas, de agobiarnos ante los problemas, de querer solucionarlos
de cualquier manera o de resolverlos de una manera racional, María nos da
ejemplo de buen discernimiento: acogiendo, reflexionando y orando.
4.- Otro motivo de reflexión es la actuación
de María en las bodas de Caná, antes del comienzo de la vida pública de Jesús.
De ahí podemos extraer varias magníficas conclusiones:
- María está atenta para descubrir la
necesidad del otro.
Cuántas veces, nuestras prisas y nuestros
agobios hacen que no prestemos atención a la ayuda que nuestro hermano nos está
pidiendo. Estamos tan ensimismados en nuestro pequeño mundo que, a menudo,
caemos en la tristeza y la depresión. Bastaría con que miráramos con atención a
nuestro alrededor, para que descubriéramos que, en la mayoría de las ocasiones,
lo que nos preocupa es nada comparado con el dolor y el sufrimiento que, con
mayores motivos, experimentan muchos de los que nos rodean. Además, mientras
estamos exclusivamente pendientes de nuestros problemas, no sólo no los
solucionamos, sino que los solemos hacer más grandes e importantes de lo que
realmente son. La actitud de María nos habla de la atención del servidor a los
pequeños detalles humanos, los que integran y ayudan a construir la comunidad.
También nos habla de desprendimiento, de no encerrarnos en nosotros mismos,
sino de estar atentos para captar las necesidades de los otros y actuar sobre
ellas.
        
         - María
es consciente del poder de Jesús.
         Aún no había comenzado la vida pública de
Jesús. Aún no se habían contemplado la multitud de prodigios que acompañarían
su predicación. Y, sin embargo, María ya es plenamente consciente de los dones
sobrenaturales de su Hijo. A quien vive en la intimidad de Dios, el Padre le da
la intuición espiritual de conocer certeramente sus caminos y de saber que nada
hay imposible para Él.
        
         - María
intercede por las necesidades de otros.
         La
intercesión de María cambia los planes de Dios. A pesar de que aún “no es la
hora”, María, con su insistencia, su confianza y su fe en el poder de Jesús,
propicia su decisiva intervención en bien de los novios. Es una gran lección de
fe y confianza. Nosotros, a menudo y por uno u otros motivos, no clamamos por
la intervención de Dios. Sin duda, no creemos merecer su atención o no pensamos
que nuestra súplica vaya a encontrar respuesta. Estamos profundamente equivocados
pues no sólo nos escucha con atención, sino que se deleita cuando le pedimos
por las necesidades de otros. Él, que es Amor, se goza especialmente cuando el
amor brota de nuestro corazón. ¡Y su generosidad nos desborda y va siempre más
allá de lo que nosotros podamos concebir!.
         5.- Como colofón de este somero
recorrido por la vida de María, nos encontramos en Juan 19, 25, Junto a la cruz de Jesús estaba su madre.
La vida de María no es fácil… pero persevera hasta el final. El verdadero
discípulo y servidor de Jesús permanece siempre a sus pies, en la alegría y en
la tristeza, en la tribulación y en el regocijo, en la oscuridad y en la luz.
         Vemos
cómo a través de los pocos párrafos de los Evangelios que nos relatan hechos
relacionados con María, podemos dibujar un precioso perfil de las cualidades
del servidor y de su actitud ante el servicio. Las resumo a continuación:
·       
El
buen servidor acoge el don de Dios en la certeza de que es Él quien le elige y
capacita por la acción del Espíritu Santo.
·       
El
buen servidor es humilde para aceptar la llamada de Dios porque confía en su
Poder y no en sus propias fuerzas.
·       
El
buen servidor es disponible y no cuestiona el momento de Dios sino que lo
acoge.
·       
El
buen servidor está siempre alegre porque vive en la esperanza que sólo Dios da.
·       
El
buen servidor alaba a Dios por su grandeza y le da gracias por elegirle para su
servicio.
·       
El
buen servidor se siente privilegiado por la llamada de Dios.
·       
El
buen servidor debe ser el último y el servidor de todos. No es mejor que nadie
y, por tanto, no se debe sentir superior a nadie.
·       
El
buen servidor ora permanentemente, guarda las cosas y las medita en su corazón.
·       
El
buen servidor discierne acogiendo, reflexionando y orando al Espíritu Santo.
·       
El
buen servidor está atento para descubrir la necesidad del otro y cuidar los
pequeños detalles.
·       
El
buen servidor confía ilimitadamente en el Poder de Jesús.
·       
El
buen servidor intercede por las necesidades de los hermanos.
·       
El
buen servidor persevera en toda circunstancia y permanece, en todo momento, a
los pies de Jesús.
            

1 comentario:




  1. gloria
    a DIOS por esta enseñanza que uncion la de nuestro querido parroco Luis
    Mariano, que riqueza y verdad esperitual, que suerte tenemos con el,
    deseo y espero que muchos hermanos se nutran con esta enseñanza, debemos
    acudir a ella cuando se nos olvide que servir desde Dios, con El y para
    El, es lo mejor de lo mejor.GLORIA A DIOS
    Responder

















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