Historia del Rosario - Octubre mes del Rosario
Historia del Rosario
El pueblo
cristiano siempre ha sentido la necesidad de la mediación de María,
Omnipotencia suplicante, canal de la gracia: se multiplican así a lo
largo de los siglos las devociones marianas, tanto litúrgicas coma
populares.
Sin embargo,
entre las devociones a María, con el paso de los años, una se destaca
claramente: el Santo Rosario, el ejercicio piadoso por excelencia en
honor de la Santísima Virgen María, Madre de Dios.
Entre las devociones a María, con el paso de los años, una se destaca claramente: el Santo Rosario
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
En
la antigüedad, los romanos y los griegos solían coronar con rosas a las
estatuas que representaban a sus dioses como símbolo del ofrecimiento
de sus corazones. La palabra rosario significa "corona de rosas".
Siguiendo
esta tradición, las mujeres cristianas que eran llevadas al martirio
por los romanos, marchaban por el Coliseo vestidas con sus ropas más
vistosas y con sus cabezas adornadas de coronas de rosas, como símbolo
de alegría y de la entrega de sus corazones al ir al encuentro de Dios.
Por la noche, los cristianos recogían sus coronas y por cada rosa,
recitaban una oración o un salmo por el eterno descanso del alma de las
mártires.
ORIGEN Y DESARROLLO
En
la Edad Media, se saluda a la Virgen María con el título de rosa,
símbolo de la alegría. El bienaventurado Hermann le dirá: «Alégrate, Tú,
la misma belleza. / Yo te digo: Rosa, Rosa», y en un manuscrito francés
medieval se lee: «cuando la bella rosa María comienza a florecer, el
invierno de nuestras tribulaciones se desvanece y el verano de la eterna
alegría comienza a brillar». Se adornan las imágenes de la Virgen con
una «corona de rosas» y se canta a María como «jardín de rosas» (en
latín medieval rosarium); así se explica la etimología del nombre que ha
llegado a nuestros días.
En
esa época, los que no sabían recitar los 150 salmos del Oficio divino
los sustituían por 150 Avemarías, acompañadas de genuflexiones,
sirviéndose para contarlas de granos enhebrados por decenas o de nudos
hechos en una cuerda. A la vez se meditaba y se predicaba la vida de la
Virgen. En el s. XIII, en Inglaterra, el abad cisterciense Étienne de
Sallai escribe unas meditaciones en donde aparecen 15 gozos de Nuestra
Señora, terminando cada una de ellas con un Avemaría.
Sin
entrar en una discusión crítico-histórica pormenorizada sobre los
detalles del origen último del Rosario en su estructura actual, podemos
afirmar que es, sin duda, Santo Domingo de Guzmán el hombre que en su
época más contribuyó a la formación del Rosario y a su propagación, no
sin inspiración de Santa María Virgen. Motivo fue el extenderse la
herejía albigense, a la que combatió, «no con la fuerza de las armas,
sino con la más acendrada fe en la devoción del Santo Rosario, que fue
el primero en propagar, y que personalmente y por sus hijos llevó a los
cuatro ángulos del mundo...» (León XIII, Enc. Supremi apostolatus, 1
sept. 1883).
A
finales del s. XV los dominicos Alain de la Rochelle en Flandes,
Santiago de Sprenger y Félix Fabre en Colonia, dan al Rosario una
estructura similar a la de hoy: se rezan cinco o quince misterios, cada
uno compuesto por diez Avemarías. Se estructura la contemplación de los
misterios, que se dividen en gozosos, dolorosos y gloriosos, repasando
así en el ciclo semanal los hechos centrales de la vida de Jesús y de
María, como en un compendio del año litúrgico y de todo el Evangelio.
Por último se fija el rezo de las letanías, cuyo origen en la Iglesia es
muy antiguo.
La
devoción al Rosario adquirió un notable impulso en tiempos de León XIII
añadiéndose a las letanías lauretanas la invocación «Reina del
Santísimo Rosario».
En los últimos tiempos ha contribuido de manera especial a la
fundamentación y propagación de esta devoción mariana los hechos
milagrosos de Lourdes y Fátima: «la misma Santísima Virgen, en nuestros
tiempos, quiso recomendar con insistencia esta práctica cuando se
apareció en la gruta de Lourdes y enseñó a aquella joven la manera de
rezar el Rosario.
ESTRUCTURA
La
forma típica y plenaria del rezo del Rosario, con 150 Avemarías, se ha
distribuido en tres ciclos de misterios, gozosos, dolorosos y gloriosos a
lo largo de la semana, dando lugar a la forma habitual del rezo de
cinco decenas de Avemarías, contemplando cinco misterios -diarios (la
costumbre suele asignar al domingo, miércoles y sábado los gloriosos;
los gozosos al lunes y jueves y los dolorosos al martes y viernes),
rezándose al final de los cinco misterios las letanías lauretanas. Juan
Pablo II añadió el ciclo de misterios luminosos los jueves.
Los
tres grupos de misterios nos recuerdan los tres grandes misterios de la
salvación. El misterio de la Encarnación nos lo evocan los gozos de la
Anunciación, de la Visitación, de la Natividad del Señor, su
Presentación en el templo y la Purificación de su Madre y, por último,
su encuentro entre los doctores en el Templo. El misterio de la
Redención está representado por los diversos momentos de la Pasión: la
oración y agonía en el huerto de Getsemaní, la flagelación, la
coronación de espinas, el camino del Calvario con la Cruz a cuestas y la
crucifixión. El misterio de la vida eterna nos lo evoca la Resurrección
del Señor, su Ascensión, Pentecostés, la Asunción de María y su
Coronación como Reina. «Todo el Credo pasa, pues, ante nuestros ojos, no
de una manera abstracta, con fórmulas dogmáticas, sino de una manera
concreta en la vida de Cristo, que desciende a nosotros y sube a su
Padre para conducirnos a Él. Es todo el dogma cristiano, en toda su
profundidad y esplendor, para que podamos de esta manera y todos los
días, comprenderlo, saborearlo y alimentar nuestra alma con él» (R.
Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y nuestra vida interior, 3 ed.
Buenos Aires 1954, 261).
Juan
Pablo II incluyó en el rezo del Rosario los Misterios de Luz, que
incluye varias escenas de la vida de Jesús que faltaban por considerar:
el Bautismo, las Bodas de Caná, el Anuncio del Reino, la Transfiguración
y la institución de la Eucaristía.
INSTITUCIÓN DE LA FIESTA DEL SANTO ROSARIO
El
7 de octubre de 1571 se llevó a cabo la batalla naval de Lepanto, en la
cual los cristianos vencieron a los turcos. Los cristianos sabían que
si perdían esta batalla, su religión podía peligrar y por esta razón
confiaron en la ayuda de Dios a través de la intercesión de la Santísima
Virgen. El Papa San Pío V pidió a los cristianos rezar el rosario por
la flota.
Días
más tarde llegaron los mensajeros con la noticia oficial del triunfo
cristiano. Posteriormente, instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las
Victorias el 7 de octubre.
Un
año más tarde, Gregorio XIII cambió el nombre de la fiesta por el de
Nuestra Señora del Rosario y determinó que se celebrase el primer
domingo de Octubre (día en que se había ganado la batalla). Actualmente
se celebra la fiesta del Rosario el 7 de Octubre y algunos dominicos
siguen celebrándola el primer domingo del mes.
J. FERRER SERRATE , M. GARCIA MIRALLES (GER)
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