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lunes, 5 de mayo de 2014

MONASTERIO TRADICIONAL ESPAÑA: Fiesta de Cristo Rey

MONASTERIO TRADICIONAL ESPAÑA: Fiesta de Cristo Rey: « Ergo Rex es tu? Tu dixisti… Sed Regnum deum non est de hoc mundo » (Ioan. 18 : 33-36) El año 1925, accediendo a una solicitud fi...











































viernes, 21 de marzo de 2014






Tránsito de Nuestro Padre San Benito


Die 21 Martii S. Benedicti Abbatis

San Benito Abad. Monasterio de Sta.Teresa. Lazcano (Guipúzcoa)
San Benito Abad. Monasterio de Sta.Teresa. Lazcano (Guipúzcoa)
San Benito de Nursia (480-547)
fue proclamado por Pablo VI patrono de Europa en 1964 por el
extraordinario influjo que, tanto su persona como el grupo de discípulos
que se reunieron en torno a él, ejercieron en la formación de la Europa
cristiana, difícil de entender sin la aportación de la Regla
Benedictina.
San Benito
vivió en una época en la que corrían peligro no solamente la Iglesia
sino también la sociedad y la cultura. “Mundo revuelto y confuso”, como
lo califica Luis Suárez en una caracterización que resumimos aquí. La
idea de que el Imperio romano desapareció como consecuencia de la
invasión de los bárbaros resulta incompleta y distorsionada a no ser que
se ponga en relación con otras dos cuestiones: solamente desapareció la
mitad occidental de dicho Imperio porque en torno a Constantinopla se
mantenía su otro brazo oriental, helenístico y, en realidad lo que
ocurrió en Occidente no fue tanto el punto final del mundo romano cuanto
su transformación: de la unidad a la pluralidad, del Imperio a las
naciones. Desde el siglo VII se comenzó a designar con un término
geográfico nuevo (Europa) a este conjunto que se prefería llamar como
“Christianitas” o “Universitas Christiana”. En este mundo en que los
nuevos reyes de estirpe bárbara ejercían su oscilante autoridad en medio
de un panorama confuso y violento, los obispos asumieron en sus
ciudades las cargas propias de las demandas del bien común que antaño
habían sido ejercidas por las desaparecidas instancias políticas así
como responsabilidades nuevas como la ayuda y la beneficencia nacidas de
la identidad cristiana y que nadie atendía en la Antigüedad.
Pero, al
tiempo que los nacientes reinos hacían suyo el contenido dogmático y
moral propio de la religión cristiana se daba un fenómeno curioso y era
que los católicos más conscientes y coherentes llegaron al
convencimiento de que era imposible vivir una vida plenamente cristiana
en el seno del mundo y en las ocupaciones habituales. Y a pesar de vivir
en un contexto histórico en el que los mandamientos de la ley de Dios y
las prescripciones de la Iglesia habían empezado a ser principios
constituyentes y nadie podía legislar en contra de las normas morales,
los cristianos concluyeron que no se puede vivir con plenitud la fe en
el corazón del mundo.
El monacato,
reconocido de manera unánime como una de las raíces de la Europa
cristiana se convirtió en lo que estaba llamado a ser cuando a la
tendencia ascética se incorporó el “contemptus mundi”, término que
define una de las aportaciones más relevantes de la espiritualidad
cristiana y difícilmente expresable en nuestro lenguaje porque no es
simple “desprecio del mundo” sino poner en su lugar a un mundo que vale
muy poco en relación con las realidades sobrenaturales que están en
juego. Precisamente por eso, y poor paradójico que pueda parecer, aquellos
monasterios tenían también una impresionante fecundidad temporal: los
monasterios se introducían como un fermento en la sociedad a la que
transformaban mostrando a los fieles que su propio ritmo de vida
:
oración, trabajo y descanso era aplicable a todos con las debidas
adaptaciones y reivindicando virtudes como la laboriosidad, el
cumplimiento del deber y el cultivo de la sabiduría.
Hoy se dice
que la vida monástica está en crisis. Como lo está la Europa que un día
fue cristiana. No puede ser de otra manera cuando se vive zascandileando
en torno al mundo, profesando una admiración simplista por la vida
moderna, sin cansarse de insistir en la necesidad de vivir el
catolicismo en medio de un mundo sobrevalorado.
Los enamorados del pasado —concedía Paul Souday, crítico de “Le Temps”, en polémica con el modernista Fogarazzo— pueden
caer en algún exceso” pero “sus prevenciones, por lo menos, se apoyan
en una cultura seria, una imaginación vivaz y un sentido crítico aguzado
que les ha permitido juzgar su siglo en contra de su instinto. Llegan a
pensar que lo que es característico de un siglo, moderno o antiguo,
tiene poco valor y que lo importante es lo que dura. El catolicismo
tiene la superioridad de sus mil novecientos años de existencia sobre
las ideas de las que Fogarazzo está tan satisfecho por ser modernas y
que acaso mañana habrán pasado. Lejos de querer modificarlo para ponerlo
a la moda, se puede pensar que su principal atractivo reside, por el
contrario, en una inmutable perennidad. Lejos de subordinarlo al siglo,
se tiene el derecho de amarlo por contraste y como refugio contra el
siglo
”.
La historia de la Iglesia es el relato de una larga confrontación con el mundo. Como recordaba Romano Amerio:
“Frente al
Paganismo, el Cristianismo sacó a relucir una virtud opuesta, rechazando
el politeísmo, la idolatría, la esclavitud de los sentidos, o la pasión
de gloria y de grandeza: en suma, sublimando todo lo terrestre bajo una
mirada teotrópica, ni tan siquiera barruntada por los antiguos [...] De
modo similar, ante los bárbaros la Iglesia no asumió la barbarie, sino
que se revistió de civilización; y en el siglo XIII, contra el espíritu
de violencia y de avaricia, asumió el espíritu de mansedumbre y de
pobreza con el gran movimiento franciscano; y no aceptó el renaciente
aristotelismo, sino que rechazó con energía la mortalidad del alma, la
eternidad del mundo, la creatividad de la criatura y la negación de la
Providencia, contraponiéndose así a todo lo esencial de los errores de
los Gentiles […] Y más tarde no se acomodó al subjetivismo luterano
subjetivizando la Escritura y la religión, sino reformando, es decir,
dando nueva forma, a su principio de autoridad. Finalmente, no se
amilanó ante la tempestad racionalista y cientificista del siglo XIX
diluyendo o cercenando el dato de fe, sino que, al contrario, condenó el
principio de la independencia de la razón. Tampoco acogió el impulso
subjetivista renacido en el modernismo, antes bien lo contuvo y lo
castigó”.
Hoy, por el
contrario, concluye el mismo filósofo y teólogo citando un texto
publicado en “L’Osservatore Romano” (25 julio 1974) la Iglesia
contemporánea “va buscando algunos puntos de convergencia entre el pensamiento de la Iglesia y la mentalidad característica de nuestro tiempo”.
El conflicto
que San Benito y sus hijos espirituales resolvieron satisfactoriamente
radica en no traicionar a la verdad bajo el señuelo de una caridad que
deja de serlo si se falta a la primera porque el servicio de veracidad
propio de la Iglesia radica en su misión de caridad hacia el género
humano.
Durante
siglos, los benedictinos se acercaron a la humanidad no para secundar su
movimiento sino para invertirlo, para reconducirlo hacia Dios.
No
parece tan seguro que el actual discurso oficialmente católico sea capaz
de alcanzar este objetivo cuando se instala en el fin último propio de
la visión antropológica y humanista: el triunfo y endiosamiento del
hombre.
Omnipotens
sempiterne Deus, qui hodierna die carnis eductum ergastulo sanctissimun
Confessorem tuum Benedictum sublevasti ad caelum: concede quaesumus,
haec festa tuis famulis celebrantibus cunctorum veniam delictorum; ut
qui exultantibus animis eius claritati congaudent, ipso apud te
interveniente, consocientur et meritis.   
 Per Dominum nostrum Jesum Christum, filium tuum, qui tecum vivit et
regnat in unitate Spiritus Sancti Deus, per omnia saecula saeculorum.
NOTA:En
el rito romano tradicional se celebra la fiesta de San Benito Abad el
21 de marzo, día de su muerte y entrada al cielo (así como en otros
monasterios benedictinos). En el Novus Ordo fue fijada el 11 de
julio, día que recuerda la Traslación de las reliquias de San Benito
desde Montecassino hasta el monasterio de Fleury, en Francia.
Padre Ángel David Martín Rubio
Fuente: Tradición Digital

lunes, 3 de marzo de 2014






Nuevo monasterio en México












  



EL PADRE ARIZAGA Y EL NUEVO 

MONASTERIO DE SAN JOSÉ



Estimados lectores:
El Padre
Rafael Arízaga ha llegado ya al nuevo Monasterio Benedictino de San
José. En este momento, se encuentra viviendo en una pequeña casa frente a la construcción del Monasterio, a la cual él cariñosamente llama: “El Mini-Monasterio. (Foto de arriba).

Pronto llegará una nueva vocación y varios jóvenes en México están interesados en ingresar en las próximas semanas.

Les pedimos
su colaboración económica para poder terminar la construcción, lo más
urgente son las puertas, ventanas y el piso para que el Padre pueda
empezar a vivir en el Monasterio. Esta es una obra importantísima para
México, América Latina y  para la Resistencia. Los frutos espirituales
serán enormes. Por caridad, y en nombre del Santo Patrono del
Monasterio, San José, les pedimos ayuda urgente para terminar esta gran
obra. Tengan por seguro que San José no dejará de recompensarles, al
ciento por uno, su limosna.
Para ayudar al Monasterio:

En México:

Banco BANAMEX, cuenta 7006704315
a nombre de: José Arízaga.

En Estados Unidos:

JP MORGAN CHASE:
- Account Name: ADOLFO ARIZAGA BALLESTEROS
Account Number: 3062532269
- Routing Number: 322271627
- Chase Swift Code: CHASUS33.
………………………………………………………………………………….
WELLS FARGO BANK:
-Account Name: ADOLFO ARIZAGA BALLESTEROS
-Account number: 0433871175
-Routing number: 122000247
- SWIFT Code (for international wires only): WFBIUS6S


Fuente: Apostolado Eucarístico





MONASTERIO DE NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES

Una Voce México informa que
gracias a los buenos oficios de don Arturo Gamarra, y a la amabilidad
del reverendo padre Dom Evagrio Póntico López, OSB, todos los domingos a
las 16.00 horas, habrá Misa Tridentina en el Monasterio Benedictino de
Nuestra Señora de los Ángeles, en Ahuatepec, Cuernavaca, Morelos.

Cuernavaca, se convierte así en
la quinta ciudad mexicana (Monterrey, Tijuana, Guadalajara y Morelia)
que tiene la gracia de contar con la misa tradicional todos los
domingos, según el espíritu del motu proprio Summorum Pontificum.

Vía Cuernavaca-Tepoztlán Km 4
Ahuatepec, Morelos
Cuernavaca Morelos C.P. 62131
http://unavocemx.org/misa-tradicional-en-cuernavaca/

Fuente: Acción Litúrgica


























viernes, 14 de febrero de 2014






La lengua de la Iglesia (y II)


Bastaría con estudiar un poco la historia de la Iglesia para comprobar la importancia de  la lengua latina, pero
queremos mostrar cómo recientemente los textos del Cuerpo Místico confirman el
recto uso que hacen las comunidades tradicionales al emplear el latín, a pesar
de la reformas para introducir más abundantemente la lengua vernácula.







Constitución Sacrosanctum Concilium del
Concilio Vaticano II:
“Procúrese, sin embargo, que los fieles
sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del
ordinario de la Misa que les corresponde”. SC nº 54
“De acuerdo con la tradición secular del
rito latino, en el Oficio divino se ha de conservar para los clérigos la lengua
latina”. SC nº 101
“La
Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en
igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las
acciones litúrgicas”. SC  nº 116

“Se
conservará el uso de la lengua Latina en los Ritos Latinos, salvo derecho
particular”. SC nº 36
El Magisterio pontificio posterior al Concilio
Vaticano II no ha dejado de recomendar que se estudie y utilice el latín:
 De manera
que esta lengua "florezca aún más y sea cada vez más apreciada"(Paulo
VI. Discurso, 10-XI-1973.). El Papa
Pablo VI
la definió como "ri­quísimo tesoro de piedad, y ropaje
celestial”;
Juan Pablo
II
, en la Carta Dominicae cenae, sobre la
celebración de la Eucaristía, ha recordado que la Iglesia romana "tiene
particula­res obligaciones para conservar, fomentar el latín" (Juan Pablo
II, Carta Dominicae cenae. 24-II-1980, n. 10).

Benedicto
XVI
en su Exhortación Sacramentum Caritatis nº 62 ha pedido que
“para expresar mejor la unidad y universalidad de la Iglesia, quisiera
recomendar lo que ha sugerido el Sínodo de los Obispos, en sintonía con las
normas del Concilio Vaticano II (Const. Sacrosanctum Concilium 36, 54)
exceptuadas las lecturas, la homilía y la oración de los fieles; sería bueno
que dichas celebraciones fueran en latín; también se podrían rezar en latín las
oraciones más conocidas de la tradición de la Iglesia y, eventualmente,
utilizar cantos gregorianos. Más en general, pido que los futuros sacerdotes, desde
el tiempo del seminario, se preparen para comprender y celebrar la santa Misa
en latín, además de utilizar textos latinos y cantar en gregoriano
; se
procurará que los mismos fieles conozcan las oraciones más comunes en latín y
que canten en gregoriano algunas partes de la liturgia".




“Siempre y en cualquier
lugar es lícito a los sacerdotes celebrar el santo sacrificio en latín”. Instrucción Redemptionis Sacramentum nº 112
 “La lengua latina siempre se ha tenido en
altísima consideración por parte de la Iglesia católica y los Romanos
Pontífices, quienes han promovido asiduamente su conocimiento y difusión,
habiendo hecho de ella la propia lengua, capaz de transmitir universalmente el
mensaje del Evangelio, como ya afirmaba autorizadamente la Constitución
apostólica Veterum sapientia de mi predecesor, el beato Juan XXIII”.
Benedicto XVI, Motu proprio Latina Lingua.
De la Constitución Apostólica Veterum Sapientia (Sobre la
promoción del estudio del latín) 22 de febrero de 1962:




La lengua latina es por su naturaleza perfectamente
adecuada para promover cualquier forma de cultura en cualquier pueblo: no
suscita celos, se muestra imparcial con todos, no es privilegio de nadie y es
bien aceptada por todos. Y no cabe olvidar que la lengua latina tiene una
conformación propia, noble y característica: un estilo conciso, variado,
armonioso, lleno de majestad y de dignidad
que conviene de modo
singular a la claridad y a la gravedad. VS 3
Por lo tanto, el pleno conocimiento y el fácil uso de esta lengua, tan
íntimamente ligada a la vida de la Iglesia, interesan más a la religión
que a la cultura y a las letras. VS 4
“la Iglesia, al abrazar en su seno a todas las naciones
y al estar destinada a durar hasta la consumación de los siglos, exige por su
misma naturaleza una lengua universal, inmutable, no popular” Pio XI
Por último, como la Iglesia católica posee una dignidad
que sobrepasa todas las sociedades humanas, pues ha sido fundada por Cristo el
Señor, conviene que use una lengua no vulgar, sino una llena
de nobleza y majestad. VS 7
Además, la lengua latina, a la que podemos verdaderamente llamar católica por
estar consagrada por el constante uso que de ella ha hecho la Sede Apostólica,
madre y maestra de todas las Iglesias, debe considerarse un tesoro … de
valor incomparable,
una puerta que pone en contacto directo con las verdades
cristianas transmitidas por la tradición y con los documentos de la enseñanza
de la Iglesia; y, en fin, un vínculo eficacísimo que une en admirable
e inalterable continuidad a la Iglesia de hoy con la de ayer y de mañana.
VS
8
Hemos decidido proveer con normas oportunas, enunciadas
en este solemne documento para que el antiguo e ininterrumpido uso de la lengua
latina sea mantenido y donde hubiera caído casi en abandono, sea absolutamente
restablecido. VS 10

Velen [los obispos] igualmente con paternal solicitud
para que ninguno de sus súbditos, por afán de novedad, escriba contra el uso de
la lengua latina tanto en la enseñanza de las sagradas disciplinas como en los sagrados
ritos de la Liturgia.
Nadie, en efecto, habrá de ser admitido al estudio de las
disciplinas filosóficas o teológicas si antes no ha sido plenamente instruido
en esta lengua
y si no domina su uso.
Si en algún país el estudio de la lengua latina ha
sufrido en algún modo disminuciones en daño de la verdadera y sólida formación,
por haber las escuelas eclesiásticas asimilando los programas de estudio de las
públicas, deseamos que allí se conceda de nuevo el tradicional lugar
reservado a la enseñanza de esta lengua;
Las principales disciplinas sagradas, como se ha
ordenado en varias ocasiones, deben ser enseñadas en latín
,
lengua que por el uso desde hace tantos siglos sabemos que es apropiadísima
para explicar con facilidad y con claridad singular la íntima y profunda
naturaleza de las cosas,
[ porque a más de haberse enriquecido ya
desde hace muchos siglos con vocablos propios y bien definidos en el sentido y
por lo tanto adecuados para mantener íntegro el depósito de la fe católica
Que ninguna otra prescripción o concesión, incluso digna
de mención especial, tenga ya vigor contra esta orden.



miércoles, 25 de diciembre de 2013






Oasis de San José




Nuevo Monasterio
tradicional en Córdoba


El boletín del Oasis
de Jesús Sacerdote nos trae una excelente noticia: la fundación de un nuevo
monasterio tradicional de monjas de clausura, en Villaviciosa, Córdoba, España.


El nuevo monasterio,
llamado Oasis de San José, ha sido fundado con cinco monjas del Oasis de Jesús
Sacerdote, en Barcelona. Que llegaron a Villaviciosa el pasado 26 de noviembre.
Una española, una mexicana, una colombiana, una argentina y una francesa. El
padre fundador ofició la Santa Misa en la forma extraordinaria, en la ermita de
Nuestra Señora de Villaviciosa y acto seguido las hermanas del Oasis subieron a
la propiedad.










Fuente: Acción Litúrgica.





Un «Oasis» de contemplación



Son cinco religiosas y proceden de Argentina, Colombia, España, Francia y
México. Desde el pasado mes de noviembre forman en Villaviciosa de
Córdoba el germen de una nueva comunidad de clausura, dentro de una
congregación muy joven llamada Oasis de Jesús Sacerdote. La superiora,
procedente del primero de los países citados, se llama Madre Marcela y
lo dice claramente: «Lo que nos unió fue la vocación contemplativa y la
devoción a la misa tridentina, que es el carisma fundamental de nuestra
congregación». Desde su llegada, se dedican a organizar la vida en
comunidad y acondicionar la casa en donde viven, el monasterio de San
José, y a trabajar la huerta de la que obtienen su sustento. «Más
adelante, cuando la casa esté acondicionada, realizaremos algún trabajo
manual para el exterior como nuestras hermanas de Barcelona, que se
dedican a la costura», reconoce la superiora.
El Oasis de Jesús Sacerdote fue fundado en Barcelona por el padre Pedro
Muñoz, que hoy tiene 86 años y sigue desplegando una enorme actividad
espiritual: «La idea surgió en los años de la posguerra, ayudando a
quienes querían estudiar en el Seminario después de la persecución
religiosa de los años de la República», declara el fundador a ABC
Córdoba. «Con el paso del tiempo —añade— se formó un grupo de chicas que
querían rezar para que los sacerdotes sean santos y fieles a su
vocación; ahora estamos esperando la confirmación, por parte de la Santa
Sede, como congregación de Derecho Pontificio con clausura papal».
Pedro Muñoz se siente muy agradecido al obispo de Córdoba, Demetrio
Fernández: «Le gustó —dice— la idea de que estableciésemos una comunidad
en su diócesis y desde hace unos días tenemos su aprobación oficial».
La misma sensación transmite la Madre Marcela: «Nos da mucha alegría
tener el apoyo del obispo y de los sacerdotes, gracias a ellos estamos
teniendo mucha ayuda de las parroquias de Villaviciosa, Espiel y otros
pueblos de la zona».
Externamente su seña de identidad más acusada es el uso cotidiano de la
liturgia tradicional, el hoy llamado «rito extraordinario». «Nosotras
vemos en la misa tridentina el misterio profundo, una espiritualidad que
nos llena», reconoce la superiora de la comunidad en Villaviciosa.
Todos los días a las siete de la mañana, y los domingos a las diez y
media, las hermanas oasistas asisten al santo sacrificio celebrado según
el rito secular cuya validez e importancia volvió a recordar el Papa
Benedicto XVI en 2007. (ABC de Córdoba)





domingo, 1 de diciembre de 2013






La lengua de la Iglesia (I)


LATINIDAD Y POPULARIDAD EN LA
LITURGIA
Por Romano Amerio
El Concilio
de Trento
 (ses. XXII, cap. 9) ordenó que en el curso de la Misa
el sacerdote explicase al pueblo parte de las lecturas. Esto no sólo se hacía
en la homilía, sino también y de modo muy abundante mediante los
libros de piedad
, difundidísimos hasta el Vaticano II,
que facilitaban seguir las diversas partes de la Misa.
Llevaban oraciones
apropiadas que a menudo parafraseaban los textos litúrgicos
, e incluso
viñetas reproduciendo del modo más evidente
 posible ante
los ojos el aspecto del altar, los actos del celebrante, y la posición de los
vasos y de los ornamentos. Naturalmente, siendo analfabeta gran parte del
pueblo cristiano no se podía encontrar perfecta concordancia entre la devota
disposición interior del vulgo y la secuencia de las ceremonias sagradas. Por
otro lado, la universalidad (letrada o iletrada) de la asamblea
conocía y reconocía los momentos más importantes y las articulaciones del rito
,
indicadas también por la campanilla.
 
De este modo no faltaba a
los ritos sagrados la participación espiritual de los fieles
. Y no
solamente no faltaba, sino que faltó cada vez menos después de que en los años
de la primera postguerra (en Italia por mérito de la Obra para la Realeza de
Cristo) en todos los países europeos se difundieran los cuadernillos con el
texto latino y la traducción al vulgar del Misal festivo.
Y conviene señalar que los
misales que contenían el texto latino y yuxtapuesta la traducción en lengua
moderna estuvieron en uso desde el siglo XVIII
y no sé si también antes. En la biblioteca
de Manzoni en Brusuglio existe uno latín-francés impreso en París en 1778, y
era utilizado por doña Giulia.
Suele objetarse que en el rito
latino el pueblo estaba desvinculado de la acción de culto y faltaba esa
participación activa y personal constituida en intención de la reforma. Pero
contra dicha objeción milita el hecho de que la mentalidad popular
estuvo durante siglos marcada por la liturgia
, y el lenguaje del
vulgo recogía del latín cantidad de locuciones, metáforas, y
solecismos
.
Quien lee esa vivísima pintura de la
vida popular que es el Candelaio de Giordano Bruno se
sorprende del conocimiento que los más bajos fondos tenían de las
fórmulas y de los actos de los ritos sagrados
: no siempre (es obvio) en la
semántica legítima, y a menudo llevados a sentidos deformes, pero siempre
atestiguando el influjo de los ritos sobre el ánimo popular.
Por el
contrario, hoy tal influencia se ha apagado del todo y el lenguaje toma sus
formas de otros campos, sobre todo del deporte.
El más importante fenómeno
lingüístico por el cual quinientos millones de personas han cambiado su
lenguaje de culto, no ha dejado hoy la más mínima sombra en el lenguaje
popular.
LOS VALORES DE LA LATINIDAD EN LA
IGLESIA. UNIVERSALIDAD







Por Romano Amerio
No queremos aquí retroceder hasta
la Auctorem
fidei
 de Pío VI
, que reprobó la propuesta
del Sínodo de Pistoya de realizar los
ritos en lengua vernácula(DENZINGER, 1566). No nos extenderemos ni
siquiera sobre la doctrina de Rosmini en las Cinque piaghe, cuando
consideraba que el justo remedio a la desvinculación del pueblo de la acción
sagrada no residía (como hoy erróneamente se le atribuye) en la abolición de la
lengua latina, sino en el desarrollo de la instrucción vital del pueblo
fiel.
Si decimos que el latín es
connatural a la religión católica
, ciertamente no nos referimos a una
connaturalidad metafísica coincidente con la esencia de la cosa misma (como si
el catolicismo no pudiese subsistir sin el latín), sino a una connaturalidad
histórica: un hábito adquirido históricamente por una peculiar aptitud y
conveniencia que el idioma latino tiene con la religión
.
El catolicismo nació, por así
decirlo, arameico; fue durante mucho tiempo griego; se hizo
pronto latino, y el latín se le hizo connatural. De entre las
muchas adaptaciones posibles de un lenguaje a la religión, la
connaturalidad histórica es la que mejor responde a las propiedades de ésta,
modelándose perfectamente sobre los caracteres de la Iglesia.
En primer
lugar, 
la Iglesia
es universal, pero su universalidad no es puramente geográfica ni consiste,
como se dice en el nuevo Canon, en estar difundida por toda la tierra
 .
Dicha universalidad deriva de la
vocación (están llamados todos los hombres) y de su nexo con Cristo, que ata y
reúne en Sí a todo el género humano. La Iglesia ha educado a las nacionalidades
de Europa y creado los alfabetos nacionales (eslavo, armenio), dando origen a
los primeros textos escritos.
En consonancia con la acción
civilizadora de los Estados europeos, ha educado a las nacionalidades de
África. Sin embargo, no puede adoptar el idioma de un pueblo particular,
perjudicando a los demás. A pesar de la disgregación postconciliar, a la
Iglesia católica parece escapársele lo mucho que la unidad de la lengua
aporta a la unidad de un cuerpo colectivo
: no ocurre así con
el Islam, que usa en sus ritos el paleoárabe incluso en los países no árabes;
ni con los hebreos, que usan para la religión el paleohebraico;
 tampoco
se les escapa a los Estados que han alcanzado después de la guerra su unidad
nacional, pues ninguno de ellos ha adoptado como lengua oficial una de
las lenguas nacionales, sino el inglés o el francés, lenguas de sus
colonizadores y civilizadores
 .
En segundo
lugar la Iglesia es sustancialmente inmutable
, y por ello se expresa con una
lengua en cierto modo inmutable, sustraída (relativamente y más que cualquier
otra) a las alteraciones de las lenguas usuales:
alteraciones tan rápidas que todos los idiomas hablados hoy tienen necesidad de
glosarios para poder entender las obras literarias de sus primeros
tiempos. La Iglesia tiene necesidad de una lengua que responda a su condición
intemporal y esté privada de dimensión diacrónica
.
Ahora bien, siendo imposible que una
lengua de hombres escape al devenir, la Iglesia se acomoda a un
lenguaje que elide cuanto es posible la evolución de la palabra
. Hablo en
términos prudentes porque, coincidiendo la diventabilidad con la vida de un
idioma, sé bien que también el latín de la Iglesia va cambiando con el correr
del tiempo. Incluso prescindiendo de la presente decadencia de la latinidad,
tanto profana como eclesial, basta confrontar las encíclicas del
siglo XIX con las de los últimos pontificados para advertir la diferencia
.
INMUTABILIDAD
RELATIVA. CARÁCTER SELECTO DEL IDIOMA LATINO
En tercer
lugar
 la
lengua de la Iglesia debe ser selecta y no vulgar, porque
las cosas que intenta expresar son las cumbres del espíritu
, más bien
un ensayo de realidades sobrehumanas.
No es que la Iglesia desprecie
el profanum vulgus al contrario, todo aquello que toca
lo santifica
, y el vulgo, los pobres y los simples son objeto
precipuo de su cuidado
.
Ella trata
con perfecta paridad en sus sacramentos a príncipes y a plebe
, y catequizó a los pueblos en
sus dialectos
Santo Tomás en Nápoles predicó en el
vernáculo napolitano, Gerson en el de la Alvernia y los
párrocos de Lombardía hasta final del siglo XIX en el del país.
Incluso fundó órdenes religiosas
expresamente comprometidas en la instrucción de las capas populares,
asemejándose a ellas incluso en la humildad del nombre (los Ignorantes).No
es por desprecio del pueblo o altanería sobre los pueblos como pudo la religión
tener el latín como lengua propia y connatural
. La razón de la
latinidad de la Iglesia es ciertamente aquélla, que ya tocamos en Iota Unum de
la continuidad histórica, por la cual la religión acompaña el curso de las
civilizaciones
.
Pero la razón importante es la
necesidad para la Iglesia de custodiar el dogma con una lengua que se mantenga
fuera de las pasiones
. Las pasiones, en una explicación completa (que
abarca desde el orgullo hasta la facilidad para sacar conclusiones), son
principio de fluctuación de las mentes, de alteraciones de la verdad y de
divisiones entre los hombres
. Y es ciertamente fútil el escándalo que se
monta a veces sobre las sutiles diferencias entre una definición y otra,
como si fuesen chanzas y menudencias de charlatanes
En conclusión, los caracteres del
latín de la Iglesia se fundan en una suprahistoricidad que
instaura, más que impide, la comunicación entre los hombres, del mismo modo que
el elemento de la vida sobrenatural instaura, más que impide, la comunión de
todos aquéllos que participan de la naturaleza humana. Lorenzo el
Magnífico
, discurriendo de las diversas excelencias de las lenguas,
atribuye la universalidad del latín a la «prosperidad de la fortuna».
No hace falta creer con los
medievales que, al igual que el Imperio, así la lengua de Roma haya estado
establecida «por lugar santo / donde mora el que a Pedro ha sucedido» (Inf. II,
23-24). Se puede rechazar tal sentencia y no desconocer sin embargo la
eminencia y el idiotropion de la latinidad de la Iglesia.
No conviene concluir este discurso
sin recordar que el latín constituía hasta hace poco tiempo la más
vasta κοιν
del
mundo de la cultura
. Si
espíritus de renuncia y de flaqueza no hubiesen frustrado la restauración
ordenada por Juan XXIII, esta κοιν
podría conservarse dentro de la Iglesia
Católica en la enseñanza, en los ritos y en el gobierno. Mayor fuerza moral que
la Iglesia mostra
ron
esos gobiernos civiles de nuestra época que consiguieron imponer o
persuadir a poblaciones enteras una lengua desconocida o extraña para ellos:
así ocurrió en Israel, que hizo nuevo el antiguo idioma, en la República
Popular China y en muchos Estados africanos
.
Romano
Amerio


Fuente: Iota Unum.

sábado, 26 de octubre de 2013






Fiesta de Cristo Rey


« Ergo Rex es tu?
Tu dixisti…
Sed Regnum deum
non est de hoc mundo » (Ioan. 18 : 33-36)



El año
1925, accediendo a una solicitud firmada por más de ochocientos obispos, el
Papa Pío XI instituyó para toda la Iglesia la festividad de Cristo Rey, fijada
en el último domingo del mes de octubre. 
Esta nueva invocación de Cristo, nueva y sin
embargo tan antigua como la Iglesia, tuvo muy pronto sus mártires, en la
persecución que la masonería y el judaísmo desataron en Méjico, con la ayuda de
un imperialismo extranjero: sacerdotes, soldados, jóvenes de Acción Católica y
aun mujeres que murieron al grito de “¡Viva Cristo Rey!”


Esta proclamación del poder de Cristo sobre las
naciones se hacía contra el llamado liberalismo. El liberalismo es una
peligrosa herejía moderna que proclama la libertad y toma su nombre de ella. 
La libertad es un gran bien que, como todos los
grandes bienes, sólo Dios puede dar
; y el liberalismo lo busca fuera de Dios; y
de ese modo sólo llega a falsificaciones de la libertad. 
Liberales fueron los que en el pasado siglo
rompieron con la Iglesia, maltrataron al Papa y quisieron edificar naciones sin
contar con Cristo. Son hombres que desconocen la perversidad profunda del
corazón humano, la necesidad de una redención, y en el fondo, el dominio
universal de Dios sobre todas las cosas, como Principio y como Fin de todas
ellas, incluso las sociedades humanas.

Padre Leonardo Castellani
Ellos son los que dicen: “Hay que dejar libres a
todos”, sin ver que el que deja libre a un malhechor es cómplice del malhechor;
“Hay que respetar todas las opiniones”, sin ver que el que respeta las
opiniones falsas es un falsario; “La religión es un asunto privado”, sin ver
que, siendo el hombre naturalmente social, si la religión no tiene nada que ver
con lo social, entonces no sirve para nada, ni siquiera para lo privado.
Contra este pernicioso error, la Iglesia arbola
hoy la siguiente verdad de fe: Cristo es Rey, por tres títulos, cada uno de
ellos de sobra suficiente para conferirle un verdadero poder sobre los hombres.
Es Rey por título de nacimiento, por ser el Hijo
Verdadero de Dios Omnipotente, Creador de todas las cosas; es Rey por titulo de
mérito, por ser el Hombre más excelente que ha existido ni existirá, y es Rey
por titulo de conquista, por haber salvado con su doctrina y su sangre a la
Humanidad de la esclavitud del pecado y del infierno.

Me diréis vosotros: eso está muy bien, pero es un
ideal y no una realidad. Eso será en la otra vida o en un tiempo muy remoto de
los nuestros; pero hoy día... Los que mandan hoy día no son los mansos, como
Cristo, sino los violentos; no son los pobres, sino los que tienen plata; no son
los católicos, sino los masones. Nadie hace caso al Papa, ese anciano vestido
de blanco que no hace más que mandarse proclamas llenas de sabiduría, pero que
nadie obedece. Y el mar de sangre en que se está revolviendo Europa, ¿concuerda
acaso con ningún reinado de Cristo?
La respuesta a esta duda está en la respuesta de
Cristo a Pilatos, cuando le preguntó dos veces si realmente se tenía por Rey.
“Mi Reino no procede de este mundo”. No es como los reinos temporales, que se
ganan y sustentan con la mentira y la violencia; y en todo caso, aun cuando
sean legítimos y rectos, tienen fines temporales y están mechados y limitados
por la inevitable imperfección humana.
Rey de verdad, de paz y de amor, su Reino
procedente de la Gracia reina invisiblemente en los corazones, y eso tiene más
duración que los imperios.
Su Reino no surge de aquí abajo, sino que baja de
ahí arriba; pero eso no quiere decir que sea una mera alegoría, o un reino
invisible de espíritus.

Dice que no es de aquí, pero no dice que no está
aquí. Dice que no es carnal, pero no dice que no es real. Dice que es reino de
almas, pero no quiere decir reino de fantasmas, sine reino de hombres. No es
indiferente aceptarlo o no, y es supremamente peligroso rebelarse contra El.
Porque Europa se rebeló contra Él en estos
últimos tiempos, Europa y con ella el mundo todo se halla hoy día en un
desorden que parece no tener compostura, y que sin El no tiene compostura…
Mis hermanos: porque Europa rechazó la reyecía de
Jesucristo, actualmente no puede parar en ella ni Rey ni Roque. Cuando Napoleón
I, que fue uno de los varones —y el más grande de todos— que quisieron arreglar
a Europa sin contar con Jesucristo, se ciñó en Milán la corona de hierro de
Carlomagno, cuentan que dijo estas palabras: “Dios me la dio, nadie me la
quitará”.
Palabras que a nadie se aplican más que a Cristo.
La corona de Cristo es más fuerte, es una corona de espinas. La púrpura real de
Cristo no se destiñe, está bañada en sangre viva. Y la caña que le pusieron por
burla en las manos, se convierte de tiempo en tiempo, cuando el mundo cree que
puede volver a burlarse de Cristo, en un barrote de hierro. “Et reges eos in
virga férrea” (Los regirá con vara de hierro).
Veamos la demostración de esta verdad de fe, que
la Santa Madre Iglesia nos propone a creer y venerar en la fiesta del último
domingo del mes de la primavera, llamando en nuestro auxilio a la Sagrada
Escritura, a la Teología y a la Filosofía, y ante todo a la Santísima Virgen
Nuestra Señora con un avemaría.
Los cuatro Evangelistas ponen la pregunta de
Pilatos y la respuesta afirmativa de Cristo:
“— ¿Tú eres el Rey de los judíos?”
“— Yo lo soy”.
¿Qué clase de rey será éste, sin ejércitos, sin
palacios, atadas las manos, impotente y humillado?, debe de haber pensado
Pilatos.
San Juan, en su capítulo XVIII, pone el diálogo
completo con Pilatos, que responde a esta pregunta:
Entró en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
“¿Tu eres el Rey de los Judíos?”
Respondió Jesús: “¿Eso lo preguntas de por ti
mismo, o te lo dijeron otros?”
Respondió Pilatos “¿Acaso yo soy judío? Tu gente
y los pontífices te han entregado. ¿Qué has hecho?”.
Respondió Jesús, ya satisfecho acerca del sentido
de la pregunta del gobernador romano, al cual maliciosamente los judíos le
habían hecho temer que Jesús era uno de tantos intrigantes, ambiciosos de poder
político: “Mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, Yo
tendría ejércitos, mi gente lucharía por Mí para que no cayera en manos de mis
enemigos. Pero es que mi Reino no es de aquí”.
Es decir, su Reino tiene su principio en el
cielo, es un Reino espiritual que no viene a derrocar al César, como Pilatos
teme, ni a pelear por fuerza de armas contra los reinos vecinos, como desean
los judíos.
El no dice que este Reino suyo, que han predicho
los profetas, no esté en este mundo; no dice que sea un puro reino invisible de
espíritus, es un reino de hombres; El dice que no proviene de este mundo, que
su principio y su fin está más arriba y más abajo de las cosas inventadas por
el hombre.
El profeta Daniel, resumiendo los dichos de toda
una serie de profetas, dijo que después de los cuatro grandes reinos que
aparecerían en el Mediterráneo, el reino de la Leona, del Oso, del Leopardo y
de la Bestia Poderosa, aparecería el Reino de los Santos, que duraría para
siempre. Ese es su Reino...
Esa clase de reinos espirituales no los entendía
Pilatos, ni le daban cuidado. Sin embargo, preguntó de nuevo, quizá
irónicamente: “—Entonces, ¿te afirmas en que eres Rey?”.
Respondió Jesús tranquilamente: “—Sí, lo soy —y
añadió después mirándolo cara a cara—; yo para eso nací y para eso vine al
mundo, para dar testimonio de la Verdad. Todo el que es de la Verdad oye mi
voz”.
Dijo Pilatos: “— ¿Qué es la Verdad?”
Y sin esperar respuesta, salió a los judíos y les
dijo: “—Yo no le veo culpa”.
Pero ellos gritaron: “—Todo el que se hace Rey,
es enemigo del César. Si lo sueltas a éste, vas en contra del César”.
He aquí solemnemente afirmada por Cristo su
realeza, al fin de su carrera, delante de un tribunal, a riesgo y costa de su
vida; y a esto le llama El dar testimonio de la Verdad, y afirma que su Vida no
tiene otro objeto que éste.
Y le costó la vida, salieron con la suya los que
dijeron: “No queremos a éste por Rey, no tenemos más Rey que el César”; pero en
lo alto de la Cruz donde murió este Rey rechazado, había un letrero en tres
lenguas, hebrea, griega y latina, que decía: “Jesús Nazareno Rey de los
Judíos”; y hoy día, en todas las iglesias del mundo y en todas las lenguas
conocidas, a 2.000 años de distancia de aquella afirmación formidable: “Yo soy
Rey
”, miles y miles de seres humanos proclaman junto con nosotros su fe en el
Reino de Cristo y la obediencia de sus corazones a su Corazón Divino.

Por encima del clamor de la batalla en que se
destrozan los humanos, en medio de la confusión y de las nubes de mentiras y
engaños en que vivimos, oprimidos los corazones por las tribulaciones del mundo
y las tribulaciones propias, la Iglesia Católica, imperecedero Reino de Cristo,
está de pie para dar como su Divino Maestro testimonio de Verdad y para
defender esa Verdad por encima de todo.
Por encima del tumulto y de la polvareda, con los
ojos fijos en la Cruz, firme en su experiencia de veinte siglos, segura de su
porvenir profetizado, lista para soportar la prueba y la lucha en la esperanza
cierta del triunfo, la Iglesia, con su sola presencia y con su silencio mismo,
está diciendo a todos los Caifás, Herodes y Pilatos del mundo que aquella
palabra de su divino Fundador no ha sido vana.
En el primer libro de las Visiones de Daniel, cuenta
el profeta que vio cuatro Bestias deformes y misteriosas que, saliendo del mar,
se sucedían y destruían una a la otra; y después de eso vio a manera de un Hijo
del Hombre que viniendo de sobre las nubes del cielo se llegaba al trono de
Dios; y le presentaron a Dios, y Dios le dio el Poderío, el Honor y el Reinado,
y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán, y su poder será poder eterno
que no se quitará, y su reino no se acabará.
Entonces me llegué lleno de espanto —dice Daniel—
a uno de los presentes, y le pregunté la verdad de todo eso. Y me dijo la
interpretación de la figura: “Estas cuatro bestias magnas son cuatro Grandes
Imperios que se levantarán en la tierra [a saber, Babilonia, Persia, Grecia y
Roma, según estiman los intérpretes], y después recibirán el Reino los santos
del Dios altísimo y obtendrán el reino por siglos y por siglos de siglos”.
Esta palabra misteriosa, pronunciada 500 años
antes de Cristo, no fue olvidada por los judíos. Cuando Juan Bautista empieza a
predicar en las riberas del Jordán: “Haced penitencia, que está cerca el Reino
de Dios”, todo ese pequeño pueblo comprendido entre el Mediterráneo, el Líbano,
el Tiberíades y el Sinaí resonaba con las palabras de Gran Rey, Hijo de David,
Reino de Dios. Las setenta semanas de años que Daniel había predicho entre el
cautiverio de Babilonia y la llegada del Salvador del Mundo, se estaban
acabando; y los profetas habían precisado de antemano, en una serie de
recitados enigmáticos, una gran cantidad de rasgos de su vida y su persona,
desde su nacimiento en Belén hasta su ignominiosa muerte en Jerusalén.
Entonces aparece en medio de ellos ese joven
doctor impetuoso, que cura enfermos y resucita muertos, a quien el Bautista
reconoce y los fariseos desconocen, el cual se pone a explicar metódicamente en
qué consiste el Reino de Dios, a desengañar ilusos, a reprender poderosos, a
juntar discípulos, a instituir entre ellos una autoridad, a formar una pequeña
e insignificante sociedad, más pequeña que un grano de mostaza, y a prometer a
esa Sociedad, por medio de hermosísimas parábolas y de profecías
deslumbradoras, los más inesperados privilegios: durará por todos los siglos —
se difundirá par todas las naciones — abarcará todas las razas — el que entre
en ella, estará salvado — el que la rechace, estará perdido — el que la
combata, se estrellará contra ella — lo que ella ate en la tierra será atado en
el cielo, y lo que ella desate en la tierra será desatado en el cielo.

San Pedro 


Y un día, en las puertas de Cafarnaúm, aquel
Varón extraordinario, el más modesto y el más pretencioso de cuantos han vivido
en este mundo, después de obtener de sus rudos discípulos el reconocimiento de
que él era el “Ungido”, el “Rey”, y más aún, el mismo “Hijo Verdadero de Dios
vivo”, se dirigió al discípulo que había hablado en nombre de todos y
solemnemente le dijo: “Y Yo a ti te digo que tú eres Kefá, que significa
piedra, y sobre esta piedra Yo levantaré mi Iglesia, y los poderes infernales
no prevalecerán contra ella y te daré las llaves del Reino de los Cielos. Y Yo
estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”
Y desde entonces, viose algo único en el mundo:
esa pequeña Sociedad fue creciendo y durando, y nada ha podido vencerla, nada
ha podido hundirla, nadie ha podido matarla. Mataron a su Fundador, mataron a
todos sus primeros jefes, mataron a miles de sus miembros durante las diez
grandes persecuciones que la esperaban al salir mismo de su cuna; y muchísimas
veces dijeron que la habían matado a ella, cantaron victoria sus enemigos, las
fuerzas del mal, las Puertas del Infierno, la debilidad, la pasión, la malicia
humana, los poderes tiránicos, las plebes idiotizadas y tumultuantes, los
entendimientos corrompidos, todo lo que en el mundo tira hacia abajo, se
arrastra y se revuelca (la corrupción de la carne y la soberbia del espíritu
aguijoneados por los invisibles espíritus de las tinieblas); todo ese peso de
la mortalidad y la corrupción humana que obedece al Ángel Caído, cantó victoria
muchas veces y dijo:
“Se acabó la Iglesia”.
El siglo pasado, no más, los hombres de Europa
más brillantes, cuyos nombres andaban en boca de todos, decían: “Se acabó la
Iglesia, murió el Catolicismo”. ¿Dónde están ellos ahora?
Y la Iglesia, durante veinte siglos, con grandes
altibajos y sacudones, por cierto, como la barquilla del Pescador Pedro, pero
infalible irrefragablemente, ha ido creciendo en número y extendiéndose en el
mundo; y todo cuanto hay de hermoso y de grande en el mundo actual se le debe a
ella; y todas las personas más decentes, útiles y preclaras que ha conocido la
tierra han sido sus hijos; y cuando perdía un pueblo, conquistaba una Nación; y
cuando perdía una Nación, Dios le daba un Imperio; y cuando se desgajaba de
ella media Europa, Dios descubría para ella un Mundo Nuevo; y cuando sus hijos
ingratos, creyéndose ricos y seguros, la repudiaban y abandonaban y la hacían
llorar en su soledad y clamar inútilmente en su paciencia...; cuando decían:
“Ya somos ricos y poderosos y sanos y fuertes y adultos, y no necesitamos
nodriza”, entonces se oía en los aires la voz de una trompeta, y tres jinetes
siniestros se abatían sobre la tierra: uno en un caballo rojo, cuyo nombre es
La Guerra; otro en un caballo negro, cuyo nombre es El Hambre; otro en un
caballo bayo, cuyo nombre es La Persecución Final; y los tres no pueden ser
vencidos sino por Aquel que va sobre el caballo blanco, al cual le ha sido dada
la espada para que venza, y que tiene escrito en el pecho y en la orla de su
vestido: “Rey de Reyes y Señor de Dominantes”.
El Mundo Moderno, que renegó la reyecía de su Rey
Eterno y Señor Universal, como consecuencia directa y demostrable de ello se ve
ahora empantanado en un atolladero y castigado por los tres últimos caballos
del Apocalipsis; y entonces le echa la culpa a Cristo.
Acabo de oír por Radio Excelsior una poesía de un
tal Alejandro Flores, aunque mediocre, bastante vistosa, llamada Oración de
este Siglo a Cristo, en que expresa justamente esto: se queja de la guerra, se
espanta de la crisis (racionamiento de nafta), dice que Cristo es impotente, que
su “sueño de paz y de amor” ha fracasado, y le pide que vuelva de nuevo al
mundo, pero no a ser crucificado.
El pobre miope no ve que Cristo está volviendo en
estos momentos al mundo, pero está volviendo como Rey
— ¿o qué se ha pensado él
que es un Rey?—; está volviendo de Ezrah, donde pisó el lagar El solo con los
vestidos salpicados de rojo, como lo pintaron los profetas, y tiene en la mano
el bieldo y la segur para limpiar su heredad y para podar su viña. ¿O se ha
pensado él que Jesucristo es una reina de juegos florales?
Y ésta es la respuesta a los que hoy día se
escandalizan de la impotencia del Cristianismo y de la gran desolación
espiritual y material que reina en la tierra. Creen que la guerra actual es una
gran desobediencia a Cristo, y en consecuencia dudan de que Cristo sea
realmente Rey, como dudó Pilatos, viéndole atado e impotente. Pero la guerra
actual no es una gran desobediencia a Cristo: es la consecuencia de una gran
desobediencia, es el castigo de una gran desobediencia y — consolémonos— es la
preparación de una gran obediencia y de una gran restauración del Reino de
Cristo. “Porque se me subleven una parte de mis súbditos, Yo no dejo de ser Rey
mientras conserve el poder de castigarlos”, dice Cristo.
En la última parábola que San Lucas cuenta, antes
de la Pasión, está prenunciado eso: “Semejante es el Reino de los cielos a un
Rey que fue a hacerse cargo de un Reino que le tocaba por herencia. Y algunos
de sus vasallos le mandaron embajada, diciendo: No queremos que este reine
sobre nosotros. Y cuando se hizo cargo del Reino, mandó que le trajeran
aquellos sublevados y les dieran muerte en su presencia”.
Eso contó Nuestro Señor Jesucristo hablando de sí
mismo; y cuando lo contó, no se parecía mucho a esos cristos melosos, de melena
rubia, de sonrisita triste y de ojos acaramelados que algunos pintan. Es un Rey
de paz, es un Rey de amor, de verdad, de mansedumbre, de dulzura para los que
le quieren; pero es Rey verdadero para todos, aunque no le quieran, ¡y tanto
peor para el que no le quiera!
Pio XI
Los hombres y los pueblos podrán rechazar la
llamada amorosa del Corazón de Cristo y escupir contra el cielo; pero no pueden
cambiar la naturaleza de las cosas. El hombre es un ser dependiente, y si no
depende de quién debe, dependerá de quien no debe
; si no quiere por dueño a
Cristo, tendrá el demonio por dueño. “No podéis servir a Dios y a las
riquezas”, dijo Cristo, y el mundo moderno es el ejemplo lamentable: no quiso
reconocer a Dios como dueño, y cayó bajo el dominio de Plutón, el demonio de
las riquezas.
En su encíclica Quadragesimo Anno, el Papa Pío XI
describe de este modo la condición del mundo de hoy, desde que el
Protestantismo y el Liberalismo lo alejaron del regazo materno de la Iglesia, y
decidme vosotros si el retrato es exagerado: “La libre concurrencia se destruyó
a sí misma; al libre cambio ha sucedido una dictadura económica. El hambre y
sed de lucro ha suscitado una desenfrenada ambición de dominar. Toda la vida
económica se ha vuelto horriblemente dura, implacable, cruel. Injusticia y miseria.
De una parte, una inmensa cantidad de proletarios; de otra, un pequeño número
de ricos provistos de inmensos recursos, lo cual prueba con evidencia que las
riquezas creadas en tanta copia por el industrialismo moderno no se hallan bien
repartidas”.
El mismo Carlos Marx, patriarca del socialismo
moderno, pone el principio del moderno capitalismo en el Renacimiento, es
decir, cuando comienza el gran movimiento de desobediencia a la Iglesia; y
añora el judío ateo los tiempos de la Edad Media, en que el artesano era dueño
de sus medios de producción, en que los gremios amparaban al obrero, en que el
comercio tenía por objeto el cambio y la distribución de los productos y no el
lucro y el dividendo, y en que no estaba aún esclavizado al dinero para darle una
fecundidad monstruosa. Añora aquel tiempo, que si no fue un Paraíso Terrenal,
por lo menos no fue una Babel como ahora, porque los hombres no habían recusado
la Reyecía de Jesucristo.
Los males que hoy sufrimos, tienen, pues, raíz
vieja; pero consolémonos, porque ya está cerca el jardinero con el hacha.
Estamos al fin de un proceso morboso que ha durado cuatro siglos.

Vosotros sabéis que en el llamado Renacimiento
había un veneno de paganismo, sensualismo y descreimiento que se desparramó por
toda Europa
, próspera entonces y cargada de bienestar como un cuerpo pletórico.
Ese veneno fue el fermento del Protestantismo; “rebelión de los ricos contra
los pobres”, como lo llamó Belloc, que rompió la unidad de la Iglesia, negó el
Reino Visible de Cristo, dijo que Cristo fue un predicador y un moralista, y no
un Rey; sometió la religión a los poderes civiles y arrebató a la obediencia
del Sumo Pontífice casi la mitad de Europa. Las naciones católicas se
replegaron sobre sí mismas en el movimiento que se llamó Contrarreforma, y se
ocuparon en evangelizar el Nuevo Mundo, mientras los poderes protestantes
inventaban el Puritanismo, el Capitalismo y el Imperialismo.
Thomas Hobbes
Maquiavelo


Martín Lutero
Entonces empezó a invadir las naciones católicas
una a modo de niebla ponzoñosa proveniente de los protestantes, que al fin
cuajó en lo que llamamos Liberalismo, el cual a su vez engendró por un lado el
Modernismo y por otro el Comunismo.
Entonces fue cuando sonó en el cielo la trompeta
de la cólera divina, que nadie dejó de oír; y el Hombre Moderno, que había
caído en cinco idolatrías y cinco desobediencias, está siendo probado y
purificado ahora por Cinco castigos y cinco penitencias:
Idolatría de la Ciencia, con la cual quiso hacer
otra torre de Babel que llegase hasta el cielo; y la ciencia está en estos
momentos toda ocupada en construir aviones, bombas y cañones para voltear casas
y ciudades y fábricas;
Idolatría de la Libertad, con la cual quiso hacer
de cada hombre un pequeño y caprichoso caudillejo; y éste es el momento en que
el mundo está lleno de despotismo y los pueblos mismos piden puños fuertes para
salir de la confusión que creó esa libertad demente;
Idolatría del Progreso, con el cual creyeron que
harían en poco tiempo otro Paraíso Terrenal; y he aquí que el Progreso es el
Becerro de Oro que sume a los hombres en la miseria, en la esclavitud, en el
odio, en la mentira, en la muerte;
Idolatría de la Carne, a la cual se le pidió el
cielo y las delicias del Edén; y la carne del hombre desvestida, exhibida,
mimada y adorada, está siendo destrozada, desgarrada y amontonada como
estiércol en los campos de batalla;
Idolatría del Placer, con el cual se quiere hacer
del mundo un perpetuo Carnaval y convertir a los hombres en chiquilines
agitados e irresponsables; y el placer ha creado un mundo de enfermedades,
dolencias y torturas que hacen desesperar a todas las facultadas de medicina.
Esto decía no hace mucho tiempo un gran obispo de
Italia, el arzobispo de Cremona, a sus fieles.
¿Y nuestro país? ¿Está libre de contagio? ¿Está
puro de mancha? ¿Está limpio de pecado? Hay muchos que parecen creerlo así, y
viven de una manera enteramente inconsciente, pagana, acristiana, multiplicando
los errores, los escándalos, las iniquidades, las injusticias. Es un país tan
ancho, tan rico, tan generoso, que aquí no puede pasar nada; queremos estar en
paz con todos, vender nuestras cosechas y ganar plata; tenemos gobernantes tan
sabios, tan rectos y tan responsables; somos tan democráticos, subimos al
gobierno solamente a aquel que lo merece; tenemos escuelas tan lindas; tenemos
leyes tan liberales; hay libertad para todo; no hay pena de muerte; si un
hombre agarra una criaturita en la calle, la viola, la mata y después la quema,
¡qué se va a hacer, paciencia!; tenemos la prensa más grande del mundo: por
diez centavos nos dan doce sábanas de papel llenas de informaciones y de
noticias; tenemos la educación artística del pueblo hecha por medio del cine y
de la radiotelefonía; ¡qué pueblo más bien educado va a ir saliendo, un pueblo
artístico! ¡Qué país, mi amigo, qué país más macanudo!
— ¿Y reina Cristo en este país? — ¿Y cómo no va a
reinar? Somos buenos todos. Y si no reina, ¿qué quiere que le hagamos?
Tengo miedo de los grandes castigos colectivos
que amenazan nuestros crímenes colectivos. Este país está dormido, y no veo
quién lo despierte. Este país está engañado, y no veo quién lo desengañe. Este
país está postrado, y no se ve quién va a levantarlo.
Pero este país todavía no ha renegado de Cristo;
y sabemos por tanto que hay alguien capaz de levantarlo.
Preparémonos a su Venida y apresuremos su Venida.
Podemos ser soldados de un gran Rey
; nuestras pobres efímeras vidas pueden
unirse a algo grande, algo triunfal, algo absoluto. 
Arranquemos de ellas el egoísmo, la molicie, la
mezquindad de nuestros pequeños caprichos, ambiciones y fines particulares. 
El que pueda hacer caridad, que se sacrifique por
su prójimo, o solo, o en su parroquia, o en las Sociedades Vicentinas...
El que pueda hacer apostolado, que ayude a
Nuestro Cristo Rey en la Acción Católica o en las Congregaciones… 
El que pueda enseñar, que enseñe… Y el que pueda quebrantar la iniquidad, que la
golpee y que la persiga, aunque sea con riesgo de la vida.
San Ignacio de Loyola

Y para eso, purifiquemos cada uno de faltas y de
errores nuestra vida
. Acudamos a la Inmaculada Madre de Dios, Reina de los
Ángeles y de los hombres, para que se digne elegirnos para militar con Cristo,
no solamente ofreciendo todas nuestras personas al trabajo, como decía el
capitán Ignacio de Loyola, sino también para distinguirnos y señalarnos en esa misma
campaña del Reino de Dios contra las fuerzas del Mal, campaña que es el eje de
la historia del mundo, sabiendo que nuestro Rey es invencible, que su Reino no
tendrá fin, que su triunfo y Venida no está lejos y que su recompensa supera
todas las vanidades de este mundo
, y más todavía, todo cuanto el ojo vio, el
oído oyó y la mente humana pudo soñar de hermoso y de glorioso.
Leonardo Castellani,


de
su obra “Cristo, ¿vuelve o no vuelve?”.








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