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martes, 2 de septiembre de 2014

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pedro antonio moscatel rodriguez (pedroantoniomoscatelrodriguez@gmail.com)
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HISTORIA Y CARISMA DE LA ORDEN FRANCISCANA SEGLAR

FRANCISCO JAVIER ROJO ALIQUE

1. ORÍGENES Y DESARROLLO DE LA ORDEN DE LA PENITENCIA EN LA

EDAD MEDIA

1.1. El problema de los orígenes de la Orden de la Penitencia

El primer problema que se nos plantea a la hora de aproximarnos a nuestro

pasado es el de nuestros propios orígenes, que ha sido y sigue siendo objeto de debate

entre los historiadores.

Tradicionalmente se ha venido afirmando que Francisco de Asís fundó en primer

lugar la Orden de Frailes Menores, luego la de las Clarisas y finalmente una tercera

para seglares que vivían en sus casas, conocida en sus orígenes como Orden de

Penitencia. Sin embargo, la investigación histórica más reciente no permite sostener por

más tiempo semejante explicación.

La historiografía actual afirma, y con razón, que san Francisco no pudo fundar la

Orden de la Penitencia porque ésta ya existía desde antiguo. Al principio, englobaba a

los pecadores públicos que tenían que cumplir una penitencia forzosa para ser recibidos

de nuevo en la comunidad. Pero, con el paso del tiempo, junto a éstos comenzaron a

aparecer otros penitentes de carácter voluntario, que buscaban en los rigores y

privaciones penitenciales un camino de perfección cristiana, paralelo al monacato, pero

asequible a todo el mundo, hombres y mujeres, seglares y eclesiásticos, casados o

solteros.

A principios del siglo XIII este estado penitencial se encontraba plenamente

reconocido por la Iglesia. Y dicho estado fue el que adoptó Francisco de Asís desde el

momento de su conversión, tal y como recuerda él mismo en las palabras que abren su

Testamento: “El Señor me dio de esta manera, a mí, hermano Francisco, el comenzar a

hacer penitencia”. En los inicios de su vida de “penitencia”, Francisco de Asís era un

penitente en el sentido amplio y profundo del término, que entendía la “penitencia” en

su acepción propiamente evangélica de metanoia o conversión continua a Dios. Y la

penitencia permaneció como uno de los rasgos que configuraron a la primera fraternidad

franciscana, cuyos miembros se presentaban a sí mismos como “penitentes de Asís”. La

evolución institucional de la fraternidad no renegó de semejantes características, pero

las englobó en un proyecto más amplio y ambicioso de “vivir según el modelo del santo

Evangelio”, que incluía la práctica apostólica y mayor actividad entre las gentes, y que

convirtió a los “hermanos” en “frailes”, religiosos regulares a todos los efectos, con una

implicación pastoral cada vez mayor.

“Hacer penitencia” fue por tanto una connotación de la experiencia de Francisco,

y al mismo tiempo lo que Francisco y sus compañeros debían pedir con insistencia a

todos los fieles de cualquier condición. Francisco entendía ese “hacer penitencia” en la

acepción amplia y exigente de estilo de vida más evangélicamente coherente y

modificado en cuanto a la forma de situarse ante Dios, ante el prójimo y ante uno

mismo.

Por todo ello, puede resultar lógico y natural atribuir a Francisco la “institución”

de la Orden o, en todo caso, de una verdadera Orden de la Penitencia. Pero la cuestión
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es compleja y se encuentra todavía en discusión. Aunque muchos autores han querido y

quieren ver en la Carta a los fieles, y sobre todo en su primera redacción, textos

dirigidos por Francisco a sus penitentes, e incluso una regla para los mismos, no hay

nada que lo pruebe con certeza.

Sin embargo, ese vínculo entre Francisco y la Orden de la Penitencia / Orden

Tercera lo establecen de manera innegable los biógrafos del santo desde fecha muy

temprana. Ya en la década de 1230 Julián de Espira escribía que el Poverello había

instituido “tres órdenes: a la primera llama de los hermanos Menores, de las pobres

Señoras es la segunda, y la tercera de los Penitentes, que acoge individuos de ambos

sexos”. La misma tradición se encuentra documentada en fuentes externas a la Orden

Franciscana de las décadas de 1230 y 1240.

Resulta importante señalar que, mientras algunos de estos testimonios tempranos

vinculan los orígenes de la Orden de la Penitencia a la persona de Francisco de Asís,

otros sugieren que en su fundación fue obra de los Hermanos Menores en su conjunto, e

incluso hay quien atribuye su creación al papa Gregorio IX. Incluso a finales del siglo

XIX se formuló una tesis, hoy totalmente abandonada, que sostenía que los orígenes de

toda la Familia Franciscana estuvieron en un núcleo inicial de penitentes que se habían

reunido en torno a Francisco de Asís, del que luego, contra la voluntad del fundador, se

habían separado los hermanos menores y las damas pobres para llevar una forma de

vida religiosa canónica.

En resumen, hoy en día sabemos con seguridad que la Orden de la Penitencia

fue anterior en el tiempo a Francisco, por lo que éste no pudo ser su fundador. Pero al

mismo tiempo resulta innegable que Francisco de Asís y sus compañeros fueron los

inspiradores y propagadores más importantes del estado penitencial y dieron un gran

impulso para la extensión de dicha Orden, hasta el punto de que muchos penitentes

eligieron para su guía espiritual a los Hermanos Menores.

Resulta asimismo razonable pensar que desde muy pronto madurase la idea de

crear un movimiento-orden de naturaleza laica y religiosa en el entorno franciscano,

promovida por el propio Francisco, por los hermanos menores o por las autoridades

eclesiásticas, comenzando por el papa Gregorio IX. Esta iniciativa no nacía de la nada,

sino de la existencia previa de un estado penitencial canónicamente reconocido y de

experiencias como la de la Tercera Orden de los Humillados, cuya forma de vida,

denominada Propositum, había sido aprobada en 1201 por la santa Sede.

Para algunos autores, estos argumentos resultan suficientes para demostrar que

Francisco de Asís fue el fundador de la Tercera Orden Franciscana de Penitencia. Los

fundadores de órdenes religiosas no dejan de serlo por no haber sido ellos los creadores

de la vida religiosa, de los consejos evangélicos o de la vida comunitaria. Se les

considera más bien fundadores porque han aglutinado comunidades, les han dado una

forma de vida evangélica y una finalidad apostólica. Por tal motivo, discutirle a

Francisco el carácter de fundador de una Orden de penitencia sería comparable a

negarle a San Benito el carácter de fundador de los benedictinos porque no inventó el

monacato, o a Santo Domingo el de fundador de los dominicos porque no escribió la

regla que éstos adoptaron.

Otros estudiosos consideran que el centro de los estudios sobre los orígenes de la

Tercera Orden no debe situarse en la cuestión de su “fundación” o “no-fundación” por

parte de Francisco. Debe más bien desplazarse al conocimiento de la realidad histórica

concreta de la Orden de la Penitencia, franciscana o no, y a su evolución e

institucionalización a lo largo del siglo XIII. A analizar ese proceso nos vamos a dedicar

a continuación.
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1.2. El acercamiento de la Orden de Penitencia a la Familia Franciscana:

Del Memoriale Propositi a la Supra Montem

Hacia el año 1220 ya existían dentro del movimiento penitencial franciscano

diferentes estilos de vida, que acabaron con el paso del tiempo por institucionalizarse en

las tres órdenes franciscanas, cada una con su propia forma de vida canónicamente

aprobada. En el caso de la Orden de la Penitencia, veinte años después de la muerte de

san Francisco existía entre los frailes Menores la certeza de que la santa Sede había

confirmado las normas de vida que el Poverello había dado a los penitentes

franciscanos. Como ya hemos, algunos autores consideran que esas normas se

encontrarían en la Carta a los fieles.

Fuera o no dicho texto de Francisco una “regla” para penitentes, lo cierto es que

en la década de 1220 desde la Iglesia se intentó proporcionar unas normas precisas que

regulasen la existencia y diesen soporte legal a los penitentes y sus fraternidades. Para

ello se elaboró entre 1221 y 1228 el Memoriale propositi, un texto de carácter jurídico,

destinado a penitentes que vivían “en sus propias casas”, es decir, que no llevaban una

vida monástica. Para ellos se enumeraron una detallada serie de reglas de

comportamiento en el mundo y en el ámbito de su fraternidad. Los penitentes que

aceptaran esta forma de vida se comprometían a seguir a Cristo mediante la renuncia, el

ayuno y la oración. Es de destacar, sin embargo, la flexibilidad que se da al

cumplimiento de estos preceptos en función de la situación concreta de cada hermano,

además de la autoridad que se concede al ministro para dispensar a los hermanos según

su buen criterio.

Los penitentes eran considerados auténticas personas eclesiásticas, que como

tales gozaban de privilegios, exenciones y obligaciones. Vivían en el mundo pero

profesaban los valores del evangelio. Su estructura organizativa y jurídica era una

continuación del múltiple estilo de vida penitente tradicional. No se organizaban como

una institución unificada bajo un ministro general, sino que su elemento constitutivo

eran las fraternidades, que se colocaban bajo la jurisdicción episcopal y cuya autoridad

residía en la asamblea de hermanos que se tenía periódicamente. En esas reuniones se

elegían el ministro y el visitador, o encargado de la instrucción y de la corrección.

Tradicionalmente se ha considerado al Memoriale como la primera regla de la

orden de penitencia de inspiración franciscana. Sin embargo, es importante señalar que

en su contenido no se plantea en manera alguna el problema de los vínculos entre la

Orden de la Penitencia y otras órdenes religiosas, como los Hermanos Menores o los

Predicadores. De su contenido se desprende, más bien, que los penitentes que lo seguían

constituían una Orden autónoma, que todavía no estaba orientada por Órdenes

religiosas, y mucho menos sujeta a ellas.

Sin embargo, ya en la época de redacción del Memoriale existirían fraternidades

de penitentes que se habrían acercado de hecho a los hermanos menores. Por tal motivo

los frailes podían considerar a esos penitentes como una "Tercera Orden franciscana".

Pero eso no significaba que la Orden de la Penitencia se encontrara vinculada de manera

exclusiva a los Franciscanos. Sería con el paso del tiempo como se iría dado una

maduración progresiva de vínculos entre Penitentes y Menores.

Esos vínculos se irían volviendo cada vez más frecuentes durante las décadas

centrales del siglo XIII. La documentación parece sugerir que los Penitentes querían

unirse a los Menores, aunque no tuvieran obligación de hacerlo. Desde la década de

1240 fueron más frecuentes las asociaciones de laicos que tenían como sede los

conventos franciscanos, aunque no todos esos grupos pertenecían a la Orden de la

Penitencia, quizás porque los frailes se resistían a encuadrar a esos laicos en una

“Tercera Orden” de la que tuvieran que hacerse cargo. En un escrito de la década de

1260 tradicionalmente atribuido a san Buenaventura, se alega que los frailes Menores

no podían promover la Orden de la Penitencia por el gran esfuerzo que suponía la

asistencia de sus fraternidades, que llevaría a la Orden de Frailes Menores a perder su

libertad de acción y a verse envuelta en incesantes conflictos con el clero secular y con

las autoridades civiles a causa de los privilegios y exenciones de los penitentes.
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En cualquier caso, debía de estar en marcha un proceso de acercamiento entre

penitentes y frailes menores, no exento de algunas resistencias y aspiraciones de

autonomía. No todos los grupos de penitentes buscaron siempre en década de 1280 la

relación con los frailes Menores. De hecho, en 1285 apareció una regla para “los

hermanos y hermanas de la penitencia del bienaventurado Domingo”, que vinculaba a

los mismos a la Orden de Predicadores. Posiblemente la aparición de esta regla

contribuyó, de forma directa o indirecta, a que en 1289 el papa Nicolás IV, antiguo

Ministro General de los Franciscanos instituyera oficialmente, mediante la bula Supra

montem, la “Orden de la penitencia del bienaventurado Francisco”, que a continuación

recibiría también el nombre de “Tercera Orden de la penitencia del bienaventurado

Francisco”. En la Supra montem se establecía además una regla definitiva para los

penitentes, que reproducía en buena parte los contenidos del Memoriale propositi.

Debemos también señalar que Nicolás IV atribuía la fundación de la Orden de la

Penitencia a san Francisco y obligaba a todas las fraternidades de penitentes a tener

como visitadores únicamente a frailes menores, aunque dejando a los obispos

diocesanos como autoridad de referencia de los terciarios.

La Supra montem sancionó definitivamente la institución de la Tercera Orden de

la Penitencia / Tercera Orden franciscana, la primera Tercera Orden oficialmente ligada

a una Orden mendicante, que rigió a la Orden Tercera hasta finales del siglo XIX.

1.3. El éxito de la Orden Tercera tras la Supra montem

El firme respaldo del pontificado a la fórmula de vida terciaria franciscana,

manifestado en la bula Supra montem de 1289, sería un reflejo del éxito de la Orden

Tercera de san Francisco en la sociedad de su época, y al mismo tiempo favoreció su

rápida difusión por toda la Cristiandad. “En nada se manifiesta la magnitud del

movimiento franciscano en el siglo XIII como en la propagación e importancia

alcanzada por la orden de penitencia” (L. Iriarte), aunque resulta imposible reducir a

datos estadísticos esa gran penetración social.

Quizás una de las claves del éxito de la Tercera Orden franciscana se encuentre

en la notable elasticidad de la regla de Nicolás IV, que se ajustaba a diferentes

posibilidades de vida y a orientaciones religiosas muy diversas, garantizándoles

legitimidad y autonomía a un tiempo. Los laicos encontraron en ella la posibilidad de

pertenecer a una Orden religiosa en cuanto tal y de asumir un tipo de vida religiosa,

reconocida y aprobada, que se podía poner en práctica en la propia casa, en la familia,

realizando las propias labores de trabajo y disponiendo de los bienes propios. Pero al

mismo tiempo proporcionó un marco de vida para aquellos proyectos de perfección

evangélica, personales o comunitarios, que no querían o no podían integrarse en otras

estructuras ya consolidadas.

Los terciarios franciscanos quedaron así enmarcados en una dimensión de

"conciliación" entre la vida religiosa y el mundo. Los penitentes podían conservar sus

propiedades, e incluso ser ricos, sin que eso derogase su opción religiosa. Sin imponer

la pobreza y la renuncia a la propiedad personal como supuestos irrenunciables de una

correcta vida religiosa, la Orden de la Penitencia abría a los laicos un espacio que

podían ocupar activamente. Pertenecer a ella no exigía en realidad drásticos abandonos

y renuncias, y su forma de vida podía adaptarse a los nuevos grupos sociales, activos y

laboriosos, que deseaban contar con espacios de integración social y religiosa y no

estaban llamados a un hacer penitencia que implicase separación del mundo. Dentro de

la Orden Tercera, otras personas podían, como opción personal, llevar una vida cristiana

más radical y pobre.

La mayor parte de los terciarios franciscanos de los siglos XIII y XIV serían

personas que vivían en sus propias casas y con su propia familia. Como distintivo

externo vestían una túnica talar, modesta y severa, parecida al hábito de los frailes

menores. Además desde 1396 la santa Sede les permitió llevar el cordón franciscano

como símbolo de su pertenencia a la Orden. Los terciarios se agrupaban en
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