| CAMINO EN VERDAD PARA LA VIDA | 
           
                          
                                  
                                           
                          
 
 
 
 Nadie 
 puede definirse a sí mismo mejor que uno mismo. Otra cosa es que uno lo 
 quiera o lo desee hacer. También es verdad que, en ocasiones, personas  
ajenas obstaculizan la visión que de nosotros mismos podamos tener, pero 
 jamás lo que realmente somos. Jesús de Nazaret, libre en su interior y  
en su expresión hacia afuera, se autodefinió como “camino, verdad y vida”. Tres 
 sustantivos de indiscutible positividad, de luz deslumbrante, de  
esencia de las esencias. Los tres están engarzados, como piedras  
preciosas de una misma joya, en el aro del profundo misterio, el amor.  
Amar es caminar y ser camino para que otros anden el suyo propio, sin  
ningún tipo de imposiciones. Ser verdad es vivir, ligero de equipaje,  
sin ningún rincón escondido y con buenas tijeras en las manos para  
desatar y liberar a quienes se pueda. Ser vida es romper el cascarón del 
 egoísmo, de la toxicidad, para alistarse en los sanitarios que, como  
dice papa Francisco, trabajan en hospitales de campaña para curar tantas 
 heridas.           
 Salvando las inalcanzables distancias con aquel a quien seguimos los  
cristianos, nuestros instrumentos esenciales, en medio de este mundo, es 
 ser, por mímesis y por amor al maestro, solidarios en el camino,  
solidarios en la verdad y solidarios en la vida. En nuestro sociedad hay 
 personas que hacen que otras caminen, pero también las hay que son un  
obstáculo para el caminar de los demás. Hay quienes transmiten la  
verdad, pero imperan en muchos denigrantes ámbitos la mentira. Hay  
quienes construyen, cuidan y recomponen la vida; pero también quienes  
destruyen, violentan, agreden, insultan o matan.           El nazareno “curó a muchos enfermos de muchos males y expulsó a muchos demonios”. 
 Ahí estaba el camino, la verdad y la vida. Es de evidente claridad que  
el verdadero camino de la Iglesia no puede ser otro que el de Jesús de  
Nazaret, como lo es para cada seguidor de Jesús. Esta es la hoja de  
ruta. Da pánico pensar en muchos comportamientos del pasado, como en  
muchas actitudes aún mantenidas en eclesiásticos o laicos. Y es que la  
radicalidad del Evangelio suscita tanto miedo que más tranquilizante  
resulta adulterarlo, “adaptarlo”, ningunearlo, o simplemente vivir de  
espaldas a él.           Pero no hay que engañarse. Ciertas son las palabras de Job: “El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero […] mi vida es un soplo”. Corto 
 es el camino del hombre sobre la tierra, la opción ineludible, desde  
una plena libertad de conciencia y de actuación, es la de Pablo: “El hecho de evangelizar no es para mí motivo de soberbia… pues mi paga es dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde. 
 Este “de balde” es lo que logra que una acción sea un servicio y no un  
instrumento para servirse de ella y por ella. Siempre es tiempo de  
gracia, pero las exigencias del momento conllevan dejarse de actitudes  
prepotentes y tóxicas y de palabras preñadas de vana filosofía mundana.  
Es llegado el tiempo del anuncio de la Buena Nueva del amor, de la  
solidaridad, de la misericordia, de la igualdad, de la acogida, de la  
ruptura con los caducos moldes fosilizados de un oscuro pasado que nació 
 entre oscuridades. Ha llegado el tiempo de ser “camino, verdad, y  
vida”. Mientras mis pensamientos revolotean como las gaviotas que siguen 
 mis pasos por la orilla de la mar, releo el poema de Luis López  
Anglada: 
 
 SALIENDO DE LA NOCHE 
 
 Salen de la noche; salen  llenos de un hondo cansancio; hombres que ya han dormido su sueño, que ya han entrado en la nada, que ya han vuelto de su no ser, de su lenta fatiga de no estar muertos. Salen de la noche; salen llenos de asombro -¿Por qué en el alma ese peso? ¿Por qué, si estaba dormido,  en el alma este recuerdo? ¿Por qué este llanto en los ojos si no era sueño más que del sueño, de nada, del peso muerto del cuerpo? Salen de la noche; miran la luz dorada del cielo tal vez con asombro de no estar muertos. 
  
Buenas noches   | 
                   
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            Publicado el 
                06/02/2015             | 
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            | NACIÓ DEL VIENTO | 
           
                          
                                  
                                           
                          
 
 
 
 Mi Río Mar, contigo miro el ritmo de olas y tenue viento y en sus verdes pupilas… recuerdos, mil recuerdos: mil palabras amadas, verdes algas de besos, flores, pétalos nuevos, risas sin extraña forma, pájaros en su vuelo, sombras, formas ligeras… recuerdos… mil recuerdos… en tus ritmos de olas y tenue viento. 
  
Buenas noches   | 
                   
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            Publicado el 
                26/11/2014             | 
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            | VUELTA A LOS BRAZOS | 
           
                          
                                  
                                           
                          
 
 
 
 Yo quisiera que ese día, cuando unas manos amigas esparzan mis cenizas sobre tus pupilas de sal y algas, mi Río Mar, y se hagan contigo y en ti espumas eternas corriendo por tus entrañas con un adiós sin huidas, mis ansias sean tus heridas y mis omisiones tus patéticos lamentos. 
 
 Yo quisiera que ese día,  la nobleza y hermosura de actos esperanzados -armonía y arte inmaculado de una raza inarmónica y maculada-  sea la obra de toda una vida  ofrecida en tu ara de sal, algas y corales,  cuando la muerte no pueda correr tras mi torpeza. 
 
 Yo quisiera que ese día,  huido el llanto y el bostezo del cumplido, sólo quede la alegría, alegría porque a ti habré venido a ver el cielo,  y a ver realizadas mis ilusiones agonizantes  en tu tintineo de estrellitas eternamente mutantes,  bajo el sol estremecido o las temblorosas sombras de los árboles. 
  
Eso… eso quisiera yo para ese día.   | 
                   
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            Publicado el 
                25/09/2014             | 
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            | INMENSIDAD DEL SENTIR | 
           
                          
                                  
                                           
                          
 
 
 
 Acumulación de gente con vestimenta festiva y andares solemnizados que todo curioso mira; también el cielo acompaña, con noche hecha poesía, lo solemne de la fiesta y la mezcla de sonrisas. 
 
 Los niños juegan a todo y absortos todo miran, sin comprender el Misterio que solitario camina; los enamorados juegan a besos sin celosías, a dulces abrazos tiernos entre idas y venidas; los hombres van por las calles olvidando sus fatigas… que hoy es día de Misterio y de estar con la familia. 
 
 Camina la procesión. El corazón se hace trizas desbordado de emociones, lágrimas estremecidas; la música rompe el aire con sones de orfebrería, mezclada con los cantares y aplausos en sinfonía. 
 
 Avanzan los costaleros firmes, pleamar divina, convencidos de que son bálsamo para una herida. Avanzando va el cortejo con estética florida, con arcano protocolo y una mirada-sonrisa. 
 
 Todo lo que aquí se ve  es placer para la vista; cantares de ruiseñores, flores de melancolía. ¡Religiosidad del pueblo a su manera vivida, puede que tenga sus sombras… En muchos, vivencia viva! 
  
Buenas noches   | 
                   
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            Publicado el 
                14/04/2014             | 
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            | LA LADERA DE JESÚS | 
           
                          
                                  
                                           
                          
 
 Por 
 más que nos repitamos que somos maravillosos hasta llegar a creérnoslo, 
 nuestra historia y la de la misma historia nos hablan de nuestra  
pequeñez y finitud. Décadas tras décadas, siglos tras siglos, siempre lo 
 mismo. La sociedad desestructurada en dos parcelas, letrados y  
fariseos, ayer; portadores de la verdad y murmuradores de quienes no son 
 como ellos o no se les deja ser, hoy.          
 Fue la historia repetida en Jesús de Nazaret. Narra Lucas cómo, una vez 
 más, los biempensantes de su época murmuraban de él que “acogía a los pecadores y comía con ellos”. Acoger 
 es “coger hacia sí”, romper distancias, aceptar, saberse igual, ponerse 
 en el lugar del otro. La acogida no es una estrategia tramposa, sino un 
 irrefrenable sentimiento de fraternidad. El amor del Padre rebosaba de  
la humanidad de Jesús de Nazaret. Tras la acogida, la comida. Para  
ellos, comer con alguien era, de alguna manera, aceptar su forma de ser, 
 familiarizarse, enraizarse, compartir lo que se era y lo que se sentía. 
 De ahí el escándalo de los letrados y fariseos con la postura de Jesús. 
 A quienes acogía y con los que comía eran pecadores, excluidos de la  
sociedad religiosa de la época, mal vistos, mal tratados y despreciados.          
 Se tenía que producir inevitablemente el enfrentamiento ideológico.  
Jesús de Nazaret no era como ellos, más valía desprestigiarlo, poner en  
duda sus palabras, cuestionar su comportamiento sospechoso. Optan por  
pancartear aquello de “dime con quién andas y te diré quién eres”. ¡Vaya 
 patraña!          
 Jesús de Nazaret está en otra ladera. Sus ojos son otros. Su corazón,  
otro. Su vivencia, otra. Su caminar, otro. Su religiosidad, otra. Conoce 
 el corazón del Padre. Es amor desbordado y desbordante. No quiere que  
el pecador se condene, sino que se salve. Dios no hace excepciones. El  
Dios de Jesús de Nazaret quiere “la salvación de todos”. “Todos” 
 para el Padre no sólo es la suma de las individualidades, en la que lo  
mismo da una más que una menos. Todo no es una abstracción, una  
globalidad anónima, un listado de números. “Todos” es cada uno,  
individualizado. Es un cuerpo compacto, en el que, si alguno falta, algo 
 falta al amor de Dios. La luz del amor de Dios ilumina y caldea el  
racimo completo, al tiempo que, inseparablemente, a cada una de las uvas 
 de dicho racimo.          
 La acogida a los pecadores y la comida con ellos genera un movimiento  
interior de conversión al Padre, de empatía con Jesús de Nazaret y de  
implicación en su Reino. Por ello, el clima en el que todo esto se  
produce es la alegría. La alegría del encuentro. La alegría de sentirse  
acogido, valorado, esperanzado, agrupado, liberado. Para eso ha venido  
al mundo Jesús de Nazaret. No descuida a las noventa y nueve ovejas  
restantes, pero valora también a una, la perdida, la que ha quedado  
enriscada en los caminos de la vida, la que se halla perdida, pero,  
confiado de las otras, sale al encuentro de la perdida. Esto debe ser  
motivo de gozo para todos, no de murmuración, de celos y de envidias.          
 La Iglesia no tiene otro camino que el de Jesús de Nazaret. Salir a los 
 extrarradios, donde se encuentra “la escoria”, según los biempensantes  
de nuestra sociedad, aproximarse a la oveja perdida, acogerla,  
expresarle “ternura”, huir de la dureza de los dogmatismos  
deshumanizadores, “cargar a las débiles sobre los hombros”. 
 Así, bañada del amor de Dios, la Iglesia ha de vivir el gozo de la  
fiesta. Ha de sonreír. Ha de expresar contentura. Ha de ir a lo  
esencial. Ha de podar lo accidental, porque sobra y porque puede herir.  
La Iglesia ha de tener en los oídos, desoyendo otras voces de sirenas,  
el susurro amoroso de su Señor: “Hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión”. No es cómoda la tarea, pero así es el seguimiento a Jesús de Nazaret.          Invito a la fiesta del encuentro al poeta Juan Ramón Jiménez: 
 
 “Te tenía olvidado, cielo, y no eras más que un vago existir de luz, visto –sin nombre– por mis cansados ojos indolentes. Y aparecías, entre las palabras perezosas y desesperanzadas del viajero, como en breves lagunas repetidas de un paisaje de agua visto en sueños… 
 
 Hoy te he mirado lentamente, y te has ido elevando hasta tu nombre”. 
  
Buenas noches.   | 
                   
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            Publicado el 
                11/09/2013             | 
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