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martes, 7 de junio de 2016

El aroma del fogón: Galletas de dátiles y avena

El aroma del fogón: Galletas de dátiles y avena: INGREDIENTES : 180 gr de dátiles 175 gr de harina integral de trigo 1     cucaradita de canela en polvo 1/2  cucharadita de sal 1...
































La Iglesia primitiva fue carismática
Alejandro Diez Macho, M. S.C.
Después del destierro cesó la profecía en Israel; únicamente quedó el
"eco de la profecía" y se esperaba con ansia la llegada del Mesías para
que de nuevo la profecía y sus fenómenos concomitantes se derramasen
sobre todo el pueblo mesiánico, no sólo sobre algunos privilegiados. Lo
había profetizado Joel 3. Efectivamente, el día de Pentecostés, fiesta
de la "clausura" de la Pascua, los judíos celebraban la donación de la
Ley en el Sinaí y la constitución de la Alianza o Antiguo Testamento. Lo
celebraban particularmente las clases sacerdotales y los esenios. Pero
era una fiesta de carácter nacional, y por eso se llenaba Jerusalén de
peregrinos llegados de la diáspora.
“Espíritu de Jesús”
Ese día de fiesta fue el escogido por el Señor para enviar al Espíritu Santo que había prometido.
Espíritu Santo significa para el judaísmo sobre todo espíritu de
profecía, y este sentido tiene muchas veces en el Nuevo Testamento. Pero
para los cristianos significó, además, todos los dones comunicados por
Dios e incluso lo que llamamos el Espíritu Santo con mayúsculas, es
decir la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Jesús ascendió al
cielo, es decir, cesó de comunicar su presencia visible a los
cristianos, para enviar al Espíritu Santo. Hasta el siglo IV, la fiesta
de la Ascensión se celebró junto con la fiesta de Pentecostés, con lo
que se subrayaba una finalidad importante de la Ascensión del Señor, o
sea, el envío del Espíritu Santo, también llamado en el Nuevo Testamento
"Espíritu de Jesús”.
Vino el Espíritu Santo el día de Pentecostés judío, y se comunicó con
tal abundancia y extensión que Pedro, en su primera alocución a los
judíos en tal fiesta tomó como texto la famosa profecía de Joel, en la
que se profetizaba la donación del Espíritu de Dios a todo el pueblo
mesiánico. Desde ese día, también fundacional de la Nueva Alianza o
Nuevo Testamento, los dones del Espíritu Santo se comunicaron a todo el
pueblo cristiano, no solamente a algunos individuos, particularmente
agraciadoscon el don de profecía.


El sugestivo tema de los carismas
La Iglesia cristiana comenzó así a ser carismática. Los dones que
acompañan a la recepción del Espíritu Santo se llaman carismas (jarismata en griego) cuya definición es dones del Espíritu Santo para la edificación de la comunidad.
Ésa es la diferencia básica respecto a los seis dones (en la Vulgata son
siete, pues se añade el don de la piedad), que recibirá el Germen de
David, el Mesías, y tras él, los cristianos. Dones que menciona Is 11,
2: don de sabiduría, de inteligencia, de consejo, de ciencia, de
fortaleza, de temor de Dios. Estos dones se ordenan a la santificación
del cristiano que los recibe. Son -dicen los teólogos- unos hábitos que
acompañan al Espíritu Santo en el alma, a la gracia santificante, y que
la habilitan para
seguir las mociones del Espíritu aun en situaciones o circunstancias
difíciles. Estos dones exigen la gracia santificante; los carismas, por
sí mismos no la exigen. Por ejemplo, Caifás profetizó que convenía que
muriese un hombre para salvar al pueblo, y Balaam pronunció, en contra
de su voluntad, verdaderas profecías. Tanto Caifás corno Balaam son
prototipos de personajes perversos.
No todas las comunidades cristianas primitivas recibieron en la misma
medida los carismas, que aparecían preferentemente en las asambleas
litúrgicas comunitarias. La comunidad más carismática fue la de Corinto.


Corinto, la comunidad carismática

Pablo habla de los carismas, sobre todo en el cap. 12 de la Primera
Carta a los Corintios, y hace la valoración de uno de ellos, el de
lenguas -muy apreciado por aquella comunidad- en el capítulo 14.
La comunidad de Corinto era "rica en toda cosa, en toda palabra y
conocimiento" (1, 5); "no le falta ningún carisma" (1, 7). Era la
comunidad carismática por excelencia.
La Primera Carta a los Corintios es polémica. Pablo se enfrenta, parece,
a los cristianos gnósticos de la comunidad, que se creían "perfectos"
precisamente por la"gnosis", por el "conocimiento" de los misterios
divinos y por el "éxtasis". En consecuencia se consideraban llegados a
la perfecta libertad cristiana, permitiéndose atentados contra la ética y
desatenciones con otros cristianos débiles, cosas que Pablo no podía
tolerar.
De entrada, Pablo recuerda a los corintios, en gran parte cristianos
procedentes de la gentilidad, que, cuando eran paganos, el "éxtasis" los
sacaba fuera de sí, de su libre albedrío, en el culto de los "dioses
mudos". También en el culto cristiano de Corinto ocurrían fenómenos
extáticos, extraños. ¿Producidos por poderes demoníacos o por el
Espíritu Santo? La comunidad necesitaba un criterio para discernir la
acción demoníaca de la acción del Espíritu. Y Pablo lo proporciona: un
cristiano verdadero no puede decir "maldito sea Jesús", como quizá -es
la opinión de Smithals- algunos gnósticos cristianos decían refiriéndose
a "Jesús" en cuanto hombre, pues, según ellos, Jesús-hombre nada tenía
que ver con Cristo y, por tanto, con el Espíritu Santo. Por eso se
atreverían a maldecir de
Jesús-hombre esos gnósticos que profesaban que Cristo no había venido en
carne. Eran los mismos que rechazaban la resurrección corporal de los
muertos, precisamente por ser corporal; los que decían que la
resurrección es puramente espiritual, y que había acontecido ya. Tales
gnósticos -viene a decirnos Pablo-, a pesar de su ciencia y de sus
manifestaciones extáticas, no tienen el Espíritu Santo.


Las “cosas del Espíritu“

En cambio, los cristianos que confiesan que "Jesús es el Señor", el
Kyrios, que admiran su encarnación, muerte y resurrección, éstos sí que
tienen el Espíritu Santo. Esa confesión, ese credo rudimentario, que fue
uno de los primeros credos de la Iglesia primitiva, no puede profesarse
sin el Espíritu Santo.
Los de Corinto consultaron a Pablo acerca de las "cosas del Espíritu". De ellas habla 1Co 12-14.
Pablo dice que los dones del Espíritu son muchos, y que todos proceden
del Espíritu Santo. La fuente de esos dones espirituales es única, Dios
uno y trino; la distribución (¿o variedad?) de los carismas se atribuye
al Espíritu Santo; la de los servicios o ministerios a la comunidad, al
Señor Jesucristo; la de actividades (sinónimo de jarismata en 1Co 12, 9.10), a Dios Padre, quien es el que "obra todo en todos".
Esta formulación ternaria, frecuente en el apóstol, es una manera de
hacer intervenir en los dones, en los carismas del Espíritu Santo, a las
tres personas divinas; pero no pretende acotar el campo de cada
Persona, como si cada una solamente interviniera en una clase de
carismas.
Lo que Pablo enseña es esto: carismas, servicios (o ministerios) y
operaciones, todo procede del Padre a través de Jesús, quien lo otorga
por medio del Espíritu Santo, también llamado Espíritu de Jesús. Por eso
en 1Co 12,6 se dice que "Dios (el Padre) obra en todos". Y en 12,11 que
"todas estas cosas las obra un mismo y solo Espíritu repartiendo a cada
uno según quiere".
Cada cristiano, un carisma
Los carismas son dones del Espíritu Santo para la edificación de la
comunidad (12,7). Este es, según Pablo, el criterio para saber qué don
del Espíritu merece el nombre de carisma, y para valorar la mayor o
menor importancia del don: el servicio de la comunidad, el mayor o menor
servicio de la misma. No olvidemos que cada cristiano tiene una
"manifestación del Espíritu", un carisma (1Co 12,71 l).
A uno se le da el lenguaje de sabiduría; a otro, el lenguaje de ciencia.
¿En qué se distinguen estos dos carismas? ¿Se diferencian de verdad o
son dos maneras de expresar el mismo don? No se puede responder con
certeza. Se trata de uno o dos carismas de conocimiento y, por tanto,
muy apreciados por los corintios, particularmente por sus gnósticos, que
ponían la perfección en la "gnosis", en la "sabiduría". Pablo tenía
este carisma y hablaba, sirviéndose de él, a los "perfectos” (1Co 2,6), a
los cristianos del espíritu, a los que realmente tenían este don. Un
don que consistía en un conocimiento
de las "profundidades" de Dios (1Co 2,10), de su misterioso plan salvífico.
Otros cristianos están dotados del carisma de la fe. La palabra "fe" no
significa aquí, al parecer, simplemente la fe teologal más desarrollada,
sino una fe capaz de trasladar montañas, es decir, e don de hacer
milagros, de hacer “imposibles”, que eso significa la expresión hebrea
"trasladar montañas".
Sigue el don de curaciones de enfermedades, el don de "obras" milagrosas, tal vez exorcismos, y el carisma de la profecía.
¿Qué es el carisma de profecía? Es el don de predicar la penitencia y el
juicio como los antiguos profetas, la penitencia y el juicio
escatológico, o sea, profecía concerniente al presente de la comunidad o
de sus miembros, y también el futuro. En 1Co 14, 3, Pablo detalla
funciones de la profecía: "El que profetiza habla a los hombres para su
edificación, exhortación y consolación." Según 1Co 14, 24-25, el profeta
descubre los secretos del hombre, lo pone de manifiesto y así lo
convierte.
Sigue ensanchándose la lista de los carismas: la discreción de
espíritus. Es la capacidad de discernir si el carismático habla en
nombre del Espíritu Santo o movido por el mal espíritu. En el capítulo
14 San Pablo dice: "Si uno profetiza, los otros 'disciernan': o todo el
grupo carismático o el que tenga el carisma de discernimiento" (14,29).
Termina la enumeración con el carisma de hablar variedad de lenguas y de
interpretarlas. El don de las lenguas era el más estimado por los
cristianos de Corinto, pero Pablo lo relega de intención al último
lugar. Su valoración la reserva para el capítulo 14. La variedad de
lenguas hace referencia a la plural manifestación de este fenómeno. Una
variedad es la lengua de los ángeles; en las religiones helenísticas se
creía que los ángeles se dirigían a la divinidad en una lengua especial.
La conclusión de Pablo tras la enumeración de los carismas es que "todas
estas cosas las obra un mismo y solo Espíritu, que reparte en
particular a cada uno según El quiere".
Como entre paréntesis
El don de lenguas consistía, y consiste en el movimiento carismático
contemporáneo, en orar mediante sonidos inarticulados o articulados, en
sílabas o palabras normalmente ininteligibles y sin significado aun para
el que las profiere, pues no son palabras de lenguas conocidas, vivas o
muertas.
Parece que en contados casos el habla corresponde a alguna lengua
existente, del presente o del pasado, pero desconocida para el
glosólalo.
Lo corriente es que sea a modo oración, pero puede ocurrir que tal
lenguaje sea portador de un mensaje para la comunidad. Entonces precisa
de interpretación. El fenómeno de hablar lenguas ha existido en
religiones no cristianas. Hay constancia de que se hablaban lenguas no
conocidas en religiones paganas de Mesopotamia casi dos mil años antes
Cristo. Se hablaron en Fenicia, Cana entre los Hititas, en Egipto, en
las religiones mistéricas del tiempo de Pablo.
El que sea, o pueda ser un fenómeno natural, no quiere decir que el
Espíritu Santo no pueda valerse de él y convertirlo en carisma
auténtico, a beneficio del que lo recibe o de la comunidad.
Cuerpo místico
Pablo pasa seguidamente a exponer la doctrina del cuerpo místico de
Cristo, alegoría conocida por el apólogo de Menenio Agripa y porque fue
usada frecuentemente  en la antigüedad para describir las
relaciones del cuerpo social.
Pablo pretende subrayar que cristianos forman un cuerpo, una unidad,
dentro de la cual hay variedad funciones, y que el funcionamiento de ese
cuerpo depende del cumplimiento de la función de cada miembro. Nadie
pretenda, pues, acaparar todos los carismas, nadie tenga el suyo en poca
consideración.
En la Iglesia -sigue Pablo aplicando la alegoría del cuerpo místico-
Dios ha puesto en primer lugar a unos como apóstoles; en segundo lugar
los profetas, en tercer lugar los doctores. Este es un grupo de
privilegiados, nombrados por orden, un grupo especial de carismáticos.
En Ef 4,11 se vuelve a nombrar el grupo, aumentado: apóstoles, profetas,
evangelistas, pastores y maestros. Hay quien cree que profetas,
doctores y evangelistas eran misioneros peregrinantes de comunidad a
comunidad. Esto no excluye que algunos estuvieran incardinados en una
comunidad.
Hemos considerado la función de los profetas. Los maestros y doctores
eran los "transmisores e intérpretes de la tradición de Cristo, los que
enseñaban los mandamientos y artículos de la fe” (H. Fr. von
Campenhausen); además, los que cuidaban de la catequesis de los neófitos
(Althaus). Pablo era, en una pieza, apóstol, profeta y maestro, amén de
hablar lenguas, de haber tenido éxtasis y revelaciones.
Tras esta tríada de carismáticos, Pablo empalma una nueva lista
detallando otros carismas, sin orden ni jerarquía. Sin embargo, vuelve a
poner en la cola el carisma de hablar lenguas. Observamos que Pablo
pone entre los carismas las "obras de ayuda" al prójimo y el "gobierno"
de la comunidad.


La caridad

Pablo intercala en el capítulo 13 una página maravillosa acerca de la
caridad, que no es un carisma, pero que está en la base y sobre todos
los carismas, y es el camino más excelente, el modo de comportarse más
perfecto, al que los carismas se ordenan como los medios al fin.
En este capítulo 13 vuelven a aparecer los carismas para parangonar los a
la caridad; para decir que los carismas no son nada, que no aprovechan
nada sin la caridad.
Empieza Pablo dicha contraposición por los carismas del lenguaje:” Si
hablando lenguas de hombres y de ángeles no tengo caridad, soy como
bronce que suena y címbalo que retiñe. Y si teniendo el don de profecía y
conociendo todos los misterios y toda la ciencia y tanta fe que
trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy nada."
Establecido en el capítulo 13 que la caridad está por encima de todos
los carismas y que su relación con la caridad les da a éstos mayor o
menor valor, Pablo pasa, en el capítulo 14, a establecer el orden de
importancia de dos carismas: profecía y don de lenguas.
Entre líneas se lee que los corintos preferían el don de lenguas a la
profecía, es decir, que preferían lo extático, lo incomprensible, lo que
les parecía obra superior del Espíritu. La profecía, ofrecida en
palabras asequibles, les parecía carisma inferior.
El apóstol mantiene todo lo contrario: al que reza en lenguas le
entiende Dios, pero no los hombres; por lo mismo, no edifica a la
comunidad, a menos que él u otro reciba el don de interpretar tal
glosolalía y así la comunidad se enriquezca con su mensaje. La profecía,
por el contrario, habla a la comunidad palabras de edificación, de
exhortación, de consolación. Más tarde, en el versículo 24, Pablo
atribuye también a la profecía el desenmascarar el interior, manifestar
lo que es propio del hombre.
No es que Pablo, con esto, se oponga al carisma de lenguas; al
contrario, desearía -así dice- que todos hablasen lenguas. Lo que enseña
es que la profecía es carisma superior, a menos que el glosólalo, él
mismo u otro, interprete, y así edifique a la comunidad. Esto supone que
puede hablar en lenguas y al mismo tiempo recibir el carisma de la
interpretación. Estos dos carismas -glosalía e interpretación-, en todo
caso, figuran como dones otorgados a personas distintas.
Hablar en lenguas sin interpretación no aporta edificación. “¿Qué
provecho -continúa el apóstol- representaría que yo os empezase a hablar
en lenguas, si no os aportara alguna revelación, conocimiento, profecía
o enseñanza?". Pablo prefiere hablar en la comunidad cinco palabras con
seso, dando instrucción a los demás, que diez mil palabras en lenguas
(14,59).
Hablar en lenguas no es carisma apto para convertir a incrédulos; éstos
tacharán el glosólalo de loco. Es únicamente para creyentes. Lo que
convence y convierte a los incrédulos es la profecía, pues sondea y
descubre su interior y los hace confesar al Señor.


La asamblea

Finalmente, Pablo, después de evaluar profecía y lenguas, establece
normas prácticas para el uso de los carismas en las asambleas
comunitarias. Supone Pablo que todos los participantes en la asamblea
comunitaria tienen algo que aportar. Cada uno aporta algo: un salmo, una
enseñanza, una revelación, una lengua, una interpretación. El apóstol
permite hablar en lenguas a dos o tres, con tal de que siga
interpretación y que no hablen a la vez, sino uno tras otro. Lo mismo a
los profetas: dos o tres, y que los demás dictaminen si la profecía es
de Dios o del enemigo. Si entretanto surge una revelación, que calle el
profeta, pues puede controlar su profecía, y dé paso a esa revelación.
Todo debe proceder en paz y en orden, pues Dios es "Dios de paz”.




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  3. La Iglesia primitiva fue carismática
    Alejandro Diez Macho, M. S.C.
    Después del destierro cesó la profecía en Israel; únicamente quedó el
    "eco de la profecía" y se esperaba con ansia la llegada del Mesías para
    que de nuevo la profecía y sus fenómenos concomitantes se derramasen
    sobre todo el pueblo mesiánico, no sólo sobre algunos privilegiados. Lo
    había profetizado Joel 3. Efectivamente, el día de Pentecostés, fiesta
    de la "clausura" de la Pascua, los judíos celebraban la donación de la
    Ley en el Sinaí y la constitución de la Alianza o Antiguo Testamento. Lo
    celebraban particularmente las clases sacerdotales y los esenios. Pero
    era una fiesta de carácter nacional, y por eso se llenaba Jerusalén de
    peregrinos llegados de la diáspora.
    “Espíritu de Jesús”
    Ese día de fiesta fue el escogido por el Señor para enviar al Espíritu Santo que había prometido.
    Espíritu Santo significa para el judaísmo sobre todo espíritu de
    profecía, y este sentido tiene muchas veces en el Nuevo Testamento. Pero
    para los cristianos significó, además, todos los dones comunicados por
    Dios e incluso lo que llamamos el Espíritu Santo con mayúsculas, es
    decir la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Jesús ascendió al
    cielo, es decir, cesó de comunicar su presencia visible a los
    cristianos, para enviar al Espíritu Santo. Hasta el siglo IV, la fiesta
    de la Ascensión se celebró junto con la fiesta de Pentecostés, con lo
    que se subrayaba una finalidad importante de la Ascensión del Señor, o
    sea, el envío del Espíritu Santo, también llamado en el Nuevo Testamento
    "Espíritu de Jesús”.
    Vino el Espíritu Santo el día de Pentecostés judío, y se comunicó con
    tal abundancia y extensión que Pedro, en su primera alocución a los
    judíos en tal fiesta tomó como texto la famosa profecía de Joel, en la
    que se profetizaba la donación del Espíritu de Dios a todo el pueblo
    mesiánico. Desde ese día, también fundacional de la Nueva Alianza o
    Nuevo Testamento, los dones del Espíritu Santo se comunicaron a todo el
    pueblo cristiano, no solamente a algunos individuos, particularmente
    agraciadoscon el don de profecía.


    El sugestivo tema de los carismas
    La Iglesia cristiana comenzó así a ser carismática. Los dones que
    acompañan a la recepción del Espíritu Santo se llaman carismas (jarismata en griego) cuya definición es dones del Espíritu Santo para la edificación de la comunidad.
    Ésa es la diferencia básica respecto a los seis dones (en la Vulgata son
    siete, pues se añade el don de la piedad), que recibirá el Germen de
    David, el Mesías, y tras él, los cristianos. Dones que menciona Is 11,
    2: don de sabiduría, de inteligencia, de consejo, de ciencia, de
    fortaleza, de temor de Dios. Estos dones se ordenan a la santificación
    del cristiano que los recibe. Son -dicen los teólogos- unos hábitos que
    acompañan al Espíritu Santo en el alma, a la gracia santificante, y que
    la habilitan para
    seguir las mociones del Espíritu aun en situaciones o circunstancias
    difíciles. Estos dones exigen la gracia santificante; los carismas, por
    sí mismos no la exigen. Por ejemplo, Caifás profetizó que convenía que
    muriese un hombre para salvar al pueblo, y Balaam pronunció, en contra
    de su voluntad, verdaderas profecías. Tanto Caifás corno Balaam son
    prototipos de personajes perversos.
    No todas las comunidades cristianas primitivas recibieron en la misma
    medida los carismas, que aparecían preferentemente en las asambleas
    litúrgicas comunitarias. La comunidad más carismática fue la de Corinto.


    Corinto, la comunidad carismática

    Pablo habla de los carismas, sobre todo en el cap. 12 de la Primera
    Carta a los Corintios, y hace la valoración de uno de ellos, el de
    lenguas -muy apreciado por aquella comunidad- en el capítulo 14.
    La comunidad de Corinto era "rica en toda cosa, en toda palabra y
    conocimiento" (1, 5); "no le falta ningún carisma" (1, 7). Era la
    comunidad carismática por excelencia.
    La Primera Carta a los Corintios es polémica. Pablo se enfrenta, parece,
    a los cristianos gnósticos de la comunidad, que se creían "perfectos"
    precisamente por la"gnosis", por el "conocimiento" de los misterios
    divinos y por el "éxtasis". En consecuencia se consideraban llegados a
    la perfecta libertad cristiana, permitiéndose atentados contra la ética y
    desatenciones con otros cristianos débiles, cosas que Pablo no podía
    tolerar.
    De entrada, Pablo recuerda a los corintios, en gran parte cristianos
    procedentes de la gentilidad, que, cuando eran paganos, el "éxtasis" los
    sacaba fuera de sí, de su libre albedrío, en el culto de los "dioses
    mudos". También en el culto cristiano de Corinto ocurrían fenómenos
    extáticos, extraños. ¿Producidos por poderes demoníacos o por el
    Espíritu Santo? La comunidad necesitaba un criterio para discernir la
    acción demoníaca de la acción del Espíritu. Y Pablo lo proporciona: un
    cristiano verdadero no puede decir "maldito sea Jesús", como quizá -es
    la opinión de Smithals- algunos gnósticos cristianos decían refiriéndose
    a "Jesús" en cuanto hombre, pues, según ellos, Jesús-hombre nada tenía
    que ver con Cristo y, por tanto, con el Espíritu Santo. Por eso se
    atreverían a maldecir de
    Jesús-hombre esos gnósticos que profesaban que Cristo no había venido en
    carne. Eran los mismos que rechazaban la resurrección corporal de los
    muertos, precisamente por ser corporal; los que decían que la
    resurrección es puramente espiritual, y que había acontecido ya. Tales
    gnósticos -viene a decirnos Pablo-, a pesar de su ciencia y de sus
    manifestaciones extáticas, no tienen el Espíritu Santo.


    Las “cosas del Espíritu“

    En cambio, los cristianos que confiesan que "Jesús es el Señor", el
    Kyrios, que admiran su encarnación, muerte y resurrección, éstos sí que
    tienen el Espíritu Santo. Esa confesión, ese credo rudimentario, que fue
    uno de los primeros credos de la Iglesia primitiva, no puede profesarse
    sin el Espíritu Santo.
    Los de Corinto consultaron a Pablo acerca de las "cosas del Espíritu". De ellas habla 1Co 12-14.
    Pablo dice que los dones del Espíritu son muchos, y que todos proceden
    del Espíritu Santo. La fuente de esos dones espirituales es única, Dios
    uno y trino; la distribución (¿o variedad?) de los carismas se atribuye
    al Espíritu Santo; la de los servicios o ministerios a la comunidad, al
    Señor Jesucristo; la de actividades (sinónimo de jarismata en 1Co 12, 9.10), a Dios Padre, quien es el que "obra todo en todos".
    Esta formulación ternaria, frecuente en el apóstol, es una manera de
    hacer intervenir en los dones, en los carismas del Espíritu Santo, a las
    tres personas divinas; pero no pretende acotar el campo de cada
    Persona, como si cada una solamente interviniera en una clase de
    carismas.
    Lo que Pablo enseña es esto: carismas, servicios (o ministerios) y
    operaciones, todo procede del Padre a través de Jesús, quien lo otorga
    por medio del Espíritu Santo, también llamado Espíritu de Jesús. Por eso
    en 1Co 12,6 se dice que "Dios (el Padre) obra en todos". Y en 12,11 que
    "todas estas cosas las obra un mismo y solo Espíritu repartiendo a cada
    uno según quiere".
    Cada cristiano, un carisma
    Los carismas son dones del Espíritu Santo para la edificación de la
    comunidad (12,7). Este es, según Pablo, el criterio para saber qué don
    del Espíritu merece el nombre de carisma, y para valorar la mayor o
    menor importancia del don: el servicio de la comunidad, el mayor o menor
    servicio de la misma. No olvidemos que cada cristiano tiene una
    "manifestación del Espíritu", un carisma (1Co 12,71 l).
    A uno se le da el lenguaje de sabiduría; a otro, el lenguaje de ciencia.
    ¿En qué se distinguen estos dos carismas? ¿Se diferencian de verdad o
    son dos maneras de expresar el mismo don? No se puede responder con
    certeza. Se trata de uno o dos carismas de conocimiento y, por tanto,
    muy apreciados por los corintios, particularmente por sus gnósticos, que
    ponían la perfección en la "gnosis", en la "sabiduría". Pablo tenía
    este carisma y hablaba, sirviéndose de él, a los "perfectos” (1Co 2,6), a
    los cristianos del espíritu, a los que realmente tenían este don. Un
    don que consistía en un conocimiento
    de las "profundidades" de Dios (1Co 2,10), de su misterioso plan salvífico.
    Otros cristianos están dotados del carisma de la fe. La palabra "fe" no
    significa aquí, al parecer, simplemente la fe teologal más desarrollada,
    sino una fe capaz de trasladar montañas, es decir, e don de hacer
    milagros, de hacer “imposibles”, que eso significa la expresión hebrea
    "trasladar montañas".
    Sigue el don de curaciones de enfermedades, el don de "obras" milagrosas, tal vez exorcismos, y el carisma de la profecía.
    ¿Qué es el carisma de profecía? Es el don de predicar la penitencia y el
    juicio como los antiguos profetas, la penitencia y el juicio
    escatológico, o sea, profecía concerniente al presente de la comunidad o
    de sus miembros, y también el futuro. En 1Co 14, 3, Pablo detalla
    funciones de la profecía: "El que profetiza habla a los hombres para su
    edificación, exhortación y consolación." Según 1Co 14, 24-25, el profeta
    descubre los secretos del hombre, lo pone de manifiesto y así lo
    convierte.
    Sigue ensanchándose la lista de los carismas: la discreción de
    espíritus. Es la capacidad de discernir si el carismático habla en
    nombre del Espíritu Santo o movido por el mal espíritu. En el capítulo
    14 San Pablo dice: "Si uno profetiza, los otros 'disciernan': o todo el
    grupo carismático o el que tenga el carisma de discernimiento" (14,29).
    Termina la enumeración con el carisma de hablar variedad de lenguas y de
    interpretarlas. El don de las lenguas era el más estimado por los
    cristianos de Corinto, pero Pablo lo relega de intención al último
    lugar. Su valoración la reserva para el capítulo 14. La variedad de
    lenguas hace referencia a la plural manifestación de este fenómeno. Una
    variedad es la lengua de los ángeles; en las religiones helenísticas se
    creía que los ángeles se dirigían a la divinidad en una lengua especial.
    La conclusión de Pablo tras la enumeración de los carismas es que "todas
    estas cosas las obra un mismo y solo Espíritu, que reparte en
    particular a cada uno según El quiere".
    Como entre paréntesis
    El don de lenguas consistía, y consiste en el movimiento carismático
    contemporáneo, en orar mediante sonidos inarticulados o articulados, en
    sílabas o palabras normalmente ininteligibles y sin significado aun para
    el que las profiere, pues no son palabras de lenguas conocidas, vivas o
    muertas.
    Parece que en contados casos el habla corresponde a alguna lengua
    existente, del presente o del pasado, pero desconocida para el
    glosólalo.
    Lo corriente es que sea a modo oración, pero puede ocurrir que tal
    lenguaje sea portador de un mensaje para la comunidad. Entonces precisa
    de interpretación. El fenómeno de hablar lenguas ha existido en
    religiones no cristianas. Hay constancia de que se hablaban lenguas no
    conocidas en religiones paganas de Mesopotamia casi dos mil años antes
    Cristo. Se hablaron en Fenicia, Cana entre los Hititas, en Egipto, en
    las religiones mistéricas del tiempo de Pablo.
    El que sea, o pueda ser un fenómeno natural, no quiere decir que el
    Espíritu Santo no pueda valerse de él y convertirlo en carisma
    auténtico, a beneficio del que lo recibe o de la comunidad.
    Cuerpo místico
    Pablo pasa seguidamente a exponer la doctrina del cuerpo místico de
    Cristo, alegoría conocida por el apólogo de Menenio Agripa y porque fue
    usada frecuentemente  en la antigüedad para describir las
    relaciones del cuerpo social.
    Pablo pretende subrayar que cristianos forman un cuerpo, una unidad,
    dentro de la cual hay variedad funciones, y que el funcionamiento de ese
    cuerpo depende del cumplimiento de la función de cada miembro. Nadie
    pretenda, pues, acaparar todos los carismas, nadie tenga el suyo en poca
    consideración.
    En la Iglesia -sigue Pablo aplicando la alegoría del cuerpo místico-
    Dios ha puesto en primer lugar a unos como apóstoles; en segundo lugar
    los profetas, en tercer lugar los doctores. Este es un grupo de
    privilegiados, nombrados por orden, un grupo especial de carismáticos.
    En Ef 4,11 se vuelve a nombrar el grupo, aumentado: apóstoles, profetas,
    evangelistas, pastores y maestros. Hay quien cree que profetas,
    doctores y evangelistas eran misioneros peregrinantes de comunidad a
    comunidad. Esto no excluye que algunos estuvieran incardinados en una
    comunidad.
    Hemos considerado la función de los profetas. Los maestros y doctores
    eran los "transmisores e intérpretes de la tradición de Cristo, los que
    enseñaban los mandamientos y artículos de la fe” (H. Fr. von
    Campenhausen); además, los que cuidaban de la catequesis de los neófitos
    (Althaus). Pablo era, en una pieza, apóstol, profeta y maestro, amén de
    hablar lenguas, de haber tenido éxtasis y revelaciones.
    Tras esta tríada de carismáticos, Pablo empalma una nueva lista
    detallando otros carismas, sin orden ni jerarquía. Sin embargo, vuelve a
    poner en la cola el carisma de hablar lenguas. Observamos que Pablo
    pone entre los carismas las "obras de ayuda" al prójimo y el "gobierno"
    de la comunidad.


    La caridad

    Pablo intercala en el capítulo 13 una página maravillosa acerca de la
    caridad, que no es un carisma, pero que está en la base y sobre todos
    los carismas, y es el camino más excelente, el modo de comportarse más
    perfecto, al que los carismas se ordenan como los medios al fin.
    En este capítulo 13 vuelven a aparecer los carismas para parangonar los a
    la caridad; para decir que los carismas no son nada, que no aprovechan
    nada sin la caridad.
    Empieza Pablo dicha contraposición por los carismas del lenguaje:” Si
    hablando lenguas de hombres y de ángeles no tengo caridad, soy como
    bronce que suena y címbalo que retiñe. Y si teniendo el don de profecía y
    conociendo todos los misterios y toda la ciencia y tanta fe que
    trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy nada."
    Establecido en el capítulo 13 que la caridad está por encima de todos
    los carismas y que su relación con la caridad les da a éstos mayor o
    menor valor, Pablo pasa, en el capítulo 14, a establecer el orden de
    importancia de dos carismas: profecía y don de lenguas.
    Entre líneas se lee que los corintos preferían el don de lenguas a la
    profecía, es decir, que preferían lo extático, lo incomprensible, lo que
    les parecía obra superior del Espíritu. La profecía, ofrecida en
    palabras asequibles, les parecía carisma inferior.
    El apóstol mantiene todo lo contrario: al que reza en lenguas le
    entiende Dios, pero no los hombres; por lo mismo, no edifica a la
    comunidad, a menos que él u otro reciba el don de interpretar tal
    glosolalía y así la comunidad se enriquezca con su mensaje. La profecía,
    por el contrario, habla a la comunidad palabras de edificación, de
    exhortación, de consolación. Más tarde, en el versículo 24, Pablo
    atribuye también a la profecía el desenmascarar el interior, manifestar
    lo que es propio del hombre.
    No es que Pablo, con esto, se oponga al carisma de lenguas; al
    contrario, desearía -así dice- que todos hablasen lenguas. Lo que enseña
    es que la profecía es carisma superior, a menos que el glosólalo, él
    mismo u otro, interprete, y así edifique a la comunidad. Esto supone que
    puede hablar en lenguas y al mismo tiempo recibir el carisma de la
    interpretación. Estos dos carismas -glosalía e interpretación-, en todo
    caso, figuran como dones otorgados a personas distintas.
    Hablar en lenguas sin interpretación no aporta edificación. “¿Qué
    provecho -continúa el apóstol- representaría que yo os empezase a hablar
    en lenguas, si no os aportara alguna revelación, conocimiento, profecía
    o enseñanza?". Pablo prefiere hablar en la comunidad cinco palabras con
    seso, dando instrucción a los demás, que diez mil palabras en lenguas
    (14,59).
    Hablar en lenguas no es carisma apto para convertir a incrédulos; éstos
    tacharán el glosólalo de loco. Es únicamente para creyentes. Lo que
    convence y convierte a los incrédulos es la profecía, pues sondea y
    descubre su interior y los hace confesar al Señor.


    La asamblea

    Finalmente, Pablo, después de evaluar profecía y lenguas, establece
    normas prácticas para el uso de los carismas en las asambleas
    comunitarias. Supone Pablo que todos los participantes en la asamblea
    comunitaria tienen algo que aportar. Cada uno aporta algo: un salmo, una
    enseñanza, una revelación, una lengua, una interpretación. El apóstol
    permite hablar en lenguas a dos o tres, con tal de que siga
    interpretación y que no hablen a la vez, sino uno tras otro. Lo mismo a
    los profetas: dos o tres, y que los demás dictaminen si la profecía es
    de Dios o del enemigo. Si entretanto surge una revelación, que calle el
    profeta, pues puede controlar su profecía, y dé paso a esa revelación.
    Todo debe proceder en paz y en orden, pues Dios es "Dios de paz”.




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  4. ORAR EN LENGUAS: UN MODO DE AMAR A DIOS
    El don de lenguas es una oración del corazón
    Robert Faricy S.J. y Milette Estrada
        Actualmente, millones de personas han recibido el don de
    lenguas. Es el elemento más distintivo de la corriente
    carismática-pentecostal que se ha extendido por todo el mundo y ha
    alcanzado a cristianos de prácticamente todas las denominaciones.
       Las lenguas han estado presentes en nosotros desde la
    bajada del Espíritu Santo sobre los discípulos en Pentecostés, y han
    estado siempre presentes en la vida de la Iglesia. Pero las lenguas son
    un don que muchas personas prefieren no recibir. Parece extraño,
    innecesario. A los que oran en lenguas les preguntan muchas veces: "¿Qué
    es eso? ¿Cómo se puede explicar?' ¿De qué me serviría el orar en
    lenguas?"
       Aunque le llamamos un "lenguaje" de oración, no es un
    idioma real, ordinario. Expertos lingüistas han analizado miles de
    cintas grabadas de personas orando en lenguas y no han encontrado una
    estructura lingüística en lo que estaban diciendo o cantando. Les falta
    la estructura de un idioma, aún cuando suena como un idioma. Hay
    excepciones en esto; lo que está diciendo una persona orando en lenguas
    puede ser reconocible como un idioma, diferente de cualquiera de los que
    conoce esa persona. Pero como ella no sabe lo que está diciendo, el
    efecto es el mismo: las lenguas son un don de oración.
        Encontramos útil el comparar las lenguas con la oración
    contemplativa, otra forma de oración no conceptual. Contemplación
    significa unión con Dios no conceptual, sin palabras. Es una unión a
    través del amor, una unión en la que adoramos, alabamos, amamos, o vamos
    a Dios sin palabras, ni pensamientos o ideas específicas.
       Podemos contemplar silenciosamente mirando al Señor,
    sabiendo que Él nos mira a nosotros con amor, misericordia y
    comprensión. Podemos decir el nombre de Jesús despacio en nuestros
    corazones, o podemos repetir algunas veces una frase como "Te amo,
    Jesús". Muchas personas contemplan silenciosamente en la misa, durante
    la elevacióndel cuerpo y sangre del Señor. También se quedan con el
    Señor después de la comunión, sin decir oraciones ni hacer peticiones,
    sino en un silencio interior profundo. Esto es contemplación silenciosa.
    Del mismo modo, el don de lenguas, aunque es ruidoso, puede
    considerarse contemplativo. Cuando hablamos o cantamos en lenguas, las
    sílabas con las que oramos no forman palabras que representan
    pensamientos o ideas como sucede en los idiomas humanos. No representan
    un concepto determinado; no tienen un contenido específico que podamos
    comprender. Conocemos a Dios más con nuestros corazones que con nuestras
    cabezas. Nuestro conocimiento trasciende pensamientos y palabras.
       Orar en lenguas nos ayuda a conocer al Señor de un modo que
    es distinto de simplemente conocer algo sobre Él. Puedo conocer sobre
    el Señor leyendo o estudiando, pero conocerle a Él es mucho más
    importante. Esta "contemplación ruidosa" extiende y profundiza nuestra
    capacidad de conocer y amar a Dios. Porque el don de lenguas es una
    forma de contemplación, sana nuestros espíritus como toda oración
    contemplativa. La contemplación nos permite entrar directamente a Dios.
    Es un conocimiento a través del amor. Este conocimiento del corazón
    alcanza y toca al Señor, como la mujer que alcanzó y tocó el borde de la
    túnica del Señor. Nos trae el poder curativo del Señor.
       Cuando yo (Robert Farici) recibí el don de lenguas, comencé
    a practicar la oración en lenguas un poco cada día. Después del primer
    año, me di cuenta de que se habían dado algunas curaciones importantes,
    no sólo en mi vida espiritual, sino también en mi psicología. Me
    encontré con que no sólo pecaba menos, también era tentado menos. El
    Señor ha entretejido algunos aspectos de mi personalidad que estaban
    deshechos y me ha reunificado.
       El uso del don de lenguas requiere de nosotros que abramos
    la boca y hablemos, pero nos quita el peso de tener que saber
    exactamente cómo orar en cada situación. Como escribe Pablo en Romanos
    8, 26-27: "El Espíritu también viene en ayuda de nuestra debilidad,
    porque no sabemos orar como conviene; pero el mismo Espíritu intercede
    por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. El que
    sondea nuestros corazones sabe lo que dice el Espíritu, porque el
    Espíritu intercede por los santos según el deseo de Dios".
       Usamos las lenguas no sólo en el ministerio de intercesión,
    sino también cuando oramos con alguien para pedir su sanación, por las
    intenciones de esa persona o para su liberación. Maridos y mujeres
    pueden orar en lenguas uno por el otro, como uno de los medios de unir y
    fortalecer su matrimonio. Los padres pueden orar suavemente en lenguas
    sobre sus hijos mientras están dormidos, o también cuando están
    despiertos. Las mujeres embarazadas pueden orar así por sus hijos dentro
    de ellas. Tú puedes orar en lenguas silenciosamente mientras conduces o
    caminas.
       Algunas veces podemos creer que hemos sobrepasado
    determinados dones espirituales. El don de lenguas es un buen ejemplo.
    Según maduramos en el Señor, notamos con frecuencia un cambio gradual en
    nuestra vida de oración, alejándose de la oración expresiva vocal hacia
    alguna forma de oración mental. Sin embargo, el don de lenguas no puede
    ser sobrepasado; es un don que crece con nosotros. No hay ninguna razón
    por la que los cristianos en cualquier etapa de crecimiento espiritual,
    no puedan orar y cantar al Señor en lenguas. Orar en lenguas es un don
    que es accesible a todos. Es dado por el Señor.
       Los que tienen el don de lenguas deberían usarlo
    diariamente para crecer en su relación con el Señor. Aquellos que no
    tienen el don de lenguas deberían buscarlo a través de la oración de los
    hermanos o pidiéndolo al Señor ellos mismos. Pidamos no rehusar nunca
    los regalos de amor que el Señor nos ofrece, para llevarnos a nosotros y
    a los demás más cerca de Él. 


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  5. EL ESPIRITU Y SUS DONES
    Juan Manuel Martín-Moreno, S. J.
    La especulación teológica medieval construyó sobre la arena movediza de
    una exégesis arbitraria de un texto de Isaías un grandioso edificio
    doctrinal sumamente elaborado, acerca de los siete dones del Espíritu
    Santo. Los materiales bien endebles con los que se llevaba a cabo esta
    construcción consistían en aplicar el análisis de objetos formales a
    cada uno de los dones mencionados en el texto. Si a esto se suma que
    había que dejar espacio para la gracia santificante, las gracias
    actuales, las siete virtudes infusas y los doce frutos del Espíritu, nos
    vemos un poco perdidos en una jungla conceptual muy lejana de nuestra
    sensibilidad moderna y bien lejana también del mundo de nuestras
    experiencias del Espíritu.
    ¿Quiere decir esto que toda aquella construcción teológica es algo
    inservible que haya que relegar a la historia? Pensamos que no. De las
    ruinas de aquel edificio que hoy día no puede tenerse en pie, podemos
    rescatar elementos e intuiciones muy valiosas para una mejor comprensión
    de nuestra experiencia del Espíritu y de nuestra vida de transformación
    en Cristo. Esto es lo que pretendemos hacer en estas breves líneas, a
    la manera como de las ruinas de los antiguos templos se han aprovechado
    columnas y materiales para integrar en nuevas construcciones enmarcadas
    en el estilo de la nueva época.


    I.- El texto de Isaías
    Decíamos que la piedra angular de aquel edificio doctrinal sobre los
    siete dones del Espíritu Santo era el texto de Isaías 11, 1 -3 a:
    "Saldrá un vástago del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotará.
    Reposará sobre él el Espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría e
    inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y
    temor de Yahvé. Y le inspirará en el temor de Yahvé”.
    En el texto hebreo original sólo aparecen seis dones, estando repetido
    dos veces el temor de Yahvé. El séptimo don, o don de piedad, sólo
    aparece en la traducción griega de los LXX y en la Vulgata latina. Es
    sólo apoyándose en estas traducciones como el texto ha podido servir de
    fundamento para una teología de los siete dones. Además, el texto de
    Isaías tiene un sentido mesiánico, y se refiere primariamente al futuro
    Rey que establecerá el perfecto Reinado de Dios. Los dones del Espíritu
    son
    dones del Mesías, y por eso el Nuevo Testamento aplicará este texto a
    Jesús en el momento de su unción mesiánica, al ser bautizado en el
    Jordán (Mt 3,16; Mc 1,10).
    Sólo en un sentido muy secundario se puede aplicar este texto a los
    cristianos, en la medida en que participan del don de Jesús Mesías y
    concurren por su vocación a realizar el Reino de Dios. Pero aquí hay una
    nueva dificultad. En el texto de Isaías se habla de dones del Espíritu
    para la tarea de la construcción del mundo y la sociedad nueva. En
    cambio en la teología clásica los siete dones tenían como finalidad la
    santificación personal, y se contraponían a los carismas que eran los
    que sí ayudaban para la construcción de la nueva comunidad.
    Por todo ello vemos que el citado texto de Isaías mal puede dar pie para
    una teología de siete dones de santificación personal de cada
    cristiano. Prescindiremos de este texto y reflexionemos sobre otros
    textos bíblicos que nos parecen más relevantes para el tema.
    Prescindiremos de numerar los dones, del número siete o de cualquier
    otro número concreto, y no trataremos de delimitar con exactitud el área
    correspondiente a cada uno de ellos.


    II.- Si conocieras el don de Dios

    Antes de hablar de la pluralidad de los dones convendría fijarse en todo
    el poder de sugerencia que tiene el término don, regalo. En el discurso
    de Pedro el día de Pentecostés se exhorta a la multitud: "Que cada uno
    se haga bautizar y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch
    2,38). 
    Se nos habla del don así, en singular, ese don del agua del Espíritu del
    que Jesús hablaba también en singular a la Samaritana: "Si conocieras
    el don de Dios...” (Jn 4,10).
    Antes de diversificarse en un haz de dones concretos, el gran don de
    Dios es su mismo Espíritu, que nos viene dado como manifestación de su
    amor y de su generosidad. De la misma manera que el rayo de luz blanca,
    al refractarse en el prisma, da lugar a un haz de diversos colores, así
    también el don del Espíritu en nosotros se diversifica en un haz
    multicolor de dones concretos, Pero el mayor regalo que una persona
    puede hacer es el don de sí. Y esto es lo que hace el Padre con
    nosotros, infinitamente mejor que esos padres que siendo malos saben dar
    cosas buenas a sus hijos (cf. Mt 7,11 ). ”El que nos entregó a su
    propio Hijo, ¿cómo no nos dará todas las otras cosas juntamente con El?”
    (Rm 8,32). Padre e Hijo nos hacen donación de su mismo Espíritu por el
    que son Uno, para hacernos vivir de su misma vida.
    Pero para acoger el don de Dios hace falta una conversión previa. Hace
    falta estar abierto a recibir. Una espiritualidad demasiado voluntarista
    ha centrado todo en el esfuerzo del hombre, en el mérito humano, en el
    precio que pagamos para recibir los dones de Dios. La Renovación
    Carismática quiere subrayar la gratuidad del don divino.
    La sociedad nos envuelve en sus hábitos mercantilistas. Las cosas valen
    por lo que cuestan. Estamos habituados a pensar que lo que no cuesta no
    tiene valor. Por eso hay que convertirse para apreciar el don de Dios.
    Hay que llegar a comprender que las cosas verdaderamente valiosas no
    cuestan nada, que una puesta de sol es más bella que el más lujoso
    espectáculo. ¿Qué hay tan valioso como el aire? Sin embargo no cuesta
    nada. Ahí está gratis; sólo hace falta abrir los pulmones para acogerlo.
    ¿Qué hay tan valioso como el agua? Ahí está gratis, siempre dispuesta a
    satisfacer nuestra sed.
    Pero habitualmente apreciamos las cosas por su precio o por nuestro
    esfuerzo en conseguirlas. Y hay que convertirse de esta actitud, para
    poder conocer el don, apreciarlo y acogerlo en su gratuidad. Y para
    acoger la vida como don gratuito hay que sentirse pobre y renunciar
    definitivamente a nuestros esquemas mercantiles en nuestro trato con
    Dios. "¡Oh, todos los sedientos venid por agua, y los que no tenéis
    plata, venid, comprad y comed sin plata, y sin pagar, vino y leche. ¿Por
    qué gastar plata en lo que no es pan y vuestro jornal en lo que no
    sacia?" (Is 55,1-2). Venid al mundo nuevo en el que no hay dinero, en el
    que "todo es gracia".
    El concepto de gratuidad viene reforzado por el término infuso que la
    teología medieval aplicaba a los dones del Espíritu. Infuso quiere decir
    infundido, derramado, y hace alusión al agua derramada en el bautismo,
    que es el momento en que recibimos estos dones. Junto con el agua que se
    derrama sobre nuestras cabezas, son derramados los dones del Espíritu. Y
    este concepto de infusión se opone radicalmente a cualquier idea de
    adquisición, de logro, de compra o de mérito.
    Se oponen estos dones infusos a las virtudes que uno puede ir
    adquiriendo poco a poco a base de ejercicio, de constancia, de ascética,
    de esfuerzo humano. Hay evidentemente en la vida unas virtudes que
    vamos adquiriendo poco a poco como fruto de nuestro esfuerzo. Pero no
    nos referimos a ellas al hablar de los dones, sino a un regalo gratuito
    de quien "nos amó primero". "Pues habéis sido salvados por la gracia
    mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios;
    tampoco viene de
    las obras para que nadie se gloríe." (Ef 1,8-9).


    III.- Dones de Santificación

    Otro elemento válido e iluminador de la teología medieval era la
    distinción que hacía entre los dones santificantes (los siete dones) y
    los carismas o gracias "gratis datae". Según esto habría que distinguir,
    en el plano de la gracia, unos dones preferentemente destinados a la
    santificación personal del cristiano, y otros destinados a la
    edificación del cuerpo de la Iglesia (carismas).
    No conviene insistir demasiado en esta diferencia, ya que se da una
    relación mutua entre ambos. Una persona santa (interiormente abierta a
    la acción del Espíritu) será forzosamente un instrumento más apto para
    acoger los carismas en la tarea de la construcción de la Iglesia. Sin
    embargo sí puede ser útil señalar la diversidad de funciones entre dones
    y carismas.
    Hay que resaltar primariamente la llamada del cristiano a la santidad.
    ¿Qué es santidad? En el Nuevo Testamento santidad significa
    consagración. Los santos son aquellos que están consagrados para el
    servicio de Dios. El Santo de Dios es Jesús, consagrado por el Padre.
    sellado con la unción del Espíritu, para realizar la misión salvadora
    que el Padre le confió. El cristiano en su bautismo es también escogido,
    consagrado por el Espíritu para asimilarse a Cristo. revestirse de
    Cristo, conformarse a su imagen. El ideal de santidad es entrar en el
    misterio pascual de Jesús, en su profunda actitud de despojo interior
    para la entrega al amor de los hermanos. Santidad es emprender el éxodo
    que nos saca de este mundo y sus criterios. para vivir a la luz de las
    bienaventuranzas: “A los que de antemano conoció los predestinó a
    reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera El el primogénito entre
    muchos hermanos" (Rm 8,29).
    El Espíritu Santo nos consagra con sus dones, nos aparta para una
    dedicación exclusiva al servicio de Dios, nos reviste de la misma
    entrega de Cristo por amor, y nos da un corazón nuevo, manso. pobre y
    limpio, hambriento de justicia. paciente y misericordioso, instrumento
    de paz. Y esta acción del Espíritu se interioriza en el hombre. Además
    de las llamadas gracias actuales o inspiraciones pasajeras, hay en el
    hombre nuevo una disposición permanente de docilidad de prontitud para
    dejarse
    moldear según la imagen de Jesús. Es como una segunda naturaleza.
    La santidad es una vocación, una llamada que tiene su propio dinamismo,
    que se va desplegando en el tiempo y va creciendo “hasta llegar al
    estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef
    4.133). Es un proceso en el que nos vamos despojando del hombre viejo y
    revistiendo del nuevo.
    Pues bien, todo este proceso y dinamismo tiene dos polos: uno exterior
    al hombre. que son las gracias y ayudas concretas que vienen de Dios, y
    otro interiorizado dentro del cristiano, que son los dones como
    capacidad de respuesta, como facilidad y agilidad del hombre interior
    para dejarse conducir por el Espíritu en su tarea de recrear en nosotros
    el hombre nuevo. Esta facilidad y capacidad permanente de respuesta
    interior en sus diversos aspectos es lo que llamamos dones del Espíritu
    Santo.


    IV.- Docilidad al Espíritu
    Definíamos, pues, los dones como docilidad interior y permanente a la
    obra del Espíritu en nosotros. Decíamos que esta actitud no es adquirida
    sino infusa, otorgada. Podemos explicarla mejor con algún ejemplo. Hay
    personas que nacen con buen oído y con una capacidad especial para
    gustar la música. Este buen oído no se puede adquirir ni aprender, y no
    es fruto de mucho trabajo o de muchos estudios. Se nace con él; es un
    don de la naturaleza, que capacita al hombre para gustar la música, para
    componer melodías nuevas o interpretarlas. Es un don permanente,
    habitual que hay que distinguir de los momentos pasajeros de inspiración
    para componer una melodía. La inspiración es pasajera, pero la
    facilidad para la música es habitual.
    En la vida del Espíritu ocurre algo semejante. ¿Por qué hay personas que
    se aburren habitualmente en la oración, a quienes la Biblia no les dice
    nada, incapaces de vibrar o emocionarse ante la belleza de las
    bienaventuranzas, torpes para captar la vocación o los impulsos con los
    que Dios quiere ir conduciendo su vida? En el fondo es la carencia de
    los dones del Espíritu la que lleva a esta situación de pasividad y
    aburrimiento, semejante a la que siente en un concierto un hombre que no
    tiene ningún
    interés ni facilidad para la música. Tardos de corazón para creer (Lc
    24,25), incapaces de comprender las cosas que son de arriba Un 3,12),
    sin sentido del misterio, sin capacidad de maravillarse y extasiarse. Lo
    que ocurre sencillamente es que “el hombre animal no tiene sensibilidad
    para el Espíritu.” (1Co 2,14). Es romo, zafio, insensible, tosco,
    superficial. Se aburre, bosteza, no capta los matices, no es capaz de
    ilusionarse. En el fondo es que no hay en él esa sensibilidad, ese don
    interior que le haga vibrar y resonar en armonía con la acción del
    Espíritu.
    En cambio, el hombre espiritual muestra una gran connaturalidad con las
    mociones espirituales, que conlleva facilidad, gusto, agilidad,
    sensibilidad a los detalles, perspicacia, agudeza intuitiva,
    profundidad, docilidad y abandono. Son estos dones interiorizados los
    que posibilitan que el hombre pueda responder de una manera dinámica y
    crecer en santidad, es decir, irse asimilando progresivamente a Cristo.
    En los picaderos distinguen entre caballos de boca dura, a quienes hay
    que regir con un grueso hierro en la boca (bocado), y los caballos finos
    a quienes se rige con un finísimo hilo de metal (filete) y son
    sensibles al más suave tirón de las riendas. Es de esta docilidad
    habitual al Espíritu de la que estamos tratando.


    V.- Diversidad de dones
    ¿Por qué hablar de dones así, en plural? Hasta ahora sólo hemos hablado
    de palabras en singular: docilidad, sensibilidad... ¿En qué sentido
    podemos hablar de los dones en plural, de docilidades, sensibilidades,
    etc?
    Sin insistir en el número siete, ni tratar de diversificar los dones con
    precisi6n según el criterio de sus objetos formales, sí podemos decir
    que esta actitud de docilidad puede recibir diversos nombres, al ser
    aplicada a las distintas áreas o aspectos de nuestra vida en las que se
    ejercita la acción del Espíritu.
    Encontramos personas sencillas que sin muchos estudios han llegado a una
    comprensión muy profunda de los misterios del Reino. Hay en ellos una
    inteligencia natural. Ese es un don del Espíritu.
    En otras personas encontramos un don especial para saborear las cosas de
    Dios, para asombrarse ante sus maravillas, para gustar
    contemplativamente la alabanza, la música y la poesía de la oración. Es
    otro don del Espíritu.
    En otras personas encontramos un gran don para discernir interiormente
    las mociones del Espíritu y los signos por los que Dios nos muestra su
    voluntad en nuestra vida. En otras detectamos una gran capacidad de
    ilusión por el programa evangélico, y una gran creatividad para
    concretarlo en formas renovadas y en dar sentidos proféticos nuevos a la
    propia existencia bajo la acción del Espíritu.
    De alguna manera, podernos decir que hay una gran variedad de dones de
    santificación personal: sensibilidad para captar los valores de la
    castidad consagrada; sensibilidad para vibrar emocionalmente ante un
    compromiso radical de pobreza evangélica; docilidad al Espíritu para
    transformar situaciones de intenso dolor o humillación en signo de amor y
    misericordia...
    Verdaderamente "cada uno recibe de Dios un don particular, éste de una
    manera, aquél de otra" (1Co 7,7). Así como en la llamada a construir la
    Iglesia hay distintos carismas para distintos individuos, así también en
    la llamada a la santidad hay diversas vocaciones a encarnar algún
    aspecto especial de Cristo, a especializarse en su actitud
    contemplativa, en su misericordia, en su amor fiel en medio del
    sufrimiento, etc. A cada Una de estas vocaciones corresponde un don del
    Espíritu que prepara y capacita para responder activamente a las
    diversas mociones que se irán dado a lo largo del proceso de crecimiento
    en Cristo.
    Distinguían también los teólogos entre dones y virtudes. Quizás esta
    distinción pueda parecer demasiado sutil, pero quiero recogerla porque
    nos ayuda a ilustrar algo muy importante. Según esta teología, las
    virtudes nos disponen para poder actuar conforme al dictado de la razón.
    En cambio los dones nos disponen para actuar conforme a los dictados
    del Espíritu Santo. Hay algo muy importante en esta distinción. Pone de
    manifiesto que la acción del Espíritu, aunque nunca sea absurda o
    antirracional, sí desborda con mucho los límites de la razón. Los santos
    han llegado a hacer cosas a las que nunca hubieran llegado por el solo
    ejercicio de su razón.
    En el caso del discernimiento espiritual, por ejemplo, S. Ignacio de
    Loyola distingue dos momentos en que entran en juego distintas
    capacidades del hombre. En un primer momento se sopesan los pros y los
    contras a favor de una u otra opción en cualquier alternativa que se nos
    presente, y todo ello según la luz de la razón. Aquí estaría en juego
    la virtud de la prudencia. Pero hay un segundo momento en que se captan
    las mociones concretas del Espíritu por vía de signos, diversidad de
    espíritus, consolaciones o desolaciones, intuiciones que ya no pueden
    ser discernidas por la razón humana. La capacidad para este
    discernimiento nos viene de un don especial del Espíritu. Lo
    entenderemos mejor con un ejemplo. La razón es apta para captar tan solo
    aquellos mensajes que llegan en una cierta- frecuencia dentro de una
    banda determinada, Pero hay mensajes de Dios emitidos en unas
    frecuencias que no corresponden a la banda de la simple razón.
    Necesitamos un receptor equipado con una banda especial para estas
    frecuencias. Los dones del Espíritu son esta banda especial que nos
    capacita para captar frecuencias que escapan a la simple razón.
    “El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios... Nosotros
    no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de
    Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales
    hablamos también, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino
    aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos
    espirituales. El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de
    Dios: son necedad para él. Y no las puede conocer, pues sólo
    espiritualmente pueden ser discernidas" (1Co 2,10.12-14).
    Son los dones del Espíritu los que nos constituyen, por tanto, en
    hombres espirituales, capaces de sondear hasta las profundidades de Dios
    (v. 10), "captar las cosas del Espíritu de Dios” (v. 14) y no
    "naturalmente” (v. 13) ni "con una sabiduría humana", sino con una nueva
    sensibilidad recibida por todos cuantos tenemos la mente en Cristo.


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  6. Nuestra acogida al hermano en el Grupo de Oración

    Rodolfo Puigdollers



    La comunidad es un don de Dios. El Cristo glorificado, en medio de la
    comunidad cristiana, nos da su Espíritu. Dándonos gratuitamente su
    Espíritu nos reúne en comunidad. En el otro, en el hermano, es Cristo
    quien me sale al encuentro. Es el Cristo que me habla, que me ayuda, que
    me corrige; es el Cristo pobre, necesitado, hambriento.
    Para poder acoger auténticamente al hermano necesito sentirme comunidad
    cristiana; necesito sentirme cuerpo de Cristo, donde cada uno tiene su
    función y su lugar; necesito aceptar y estar en comunión con los
    dirigentes. Sintiéndome así comunidad podré discernir cuál es el rostro
    de Cristo que viene a mi encuentro: ¿el Cristo que me habla o el Cristo
    que me pide una palabra?, ¿el Cristo que me consuela o el Cristo que
    pide consuelo?, ¿el Cristo que me reprende o el Cristo que pide ayuda?
    El hermano, la comunidad, es siempre el gran don que me hace Cristo.
    Rechazando al hermano, rechazo a Cristo; aislándome de la comunidad, me
    aíslo de Cristo.
    Para que la presencia de Cristo resplandezca en nuestra comunidad es
    preciso vivir en la fe. La presencia de Cristo es un misterio de fe,
    sólo en la fe seremos conscientes de esta presencia. Y la fe alimenta
    con la esperanza, la gran esperanza del don de Cristo, la esperanza de
    su venida; se alimenta con el amor, el amor que nos lo hace anhelar, que
    nos lo hace ver en sus huellas, que nos hace suspirar en su ausencia.
    La oración, la contemplación, la súplica continua purifica nuestro
    corazón para poder ver el Cristo en medio de nosotros. Sabemos que está,
    y, a veces, no lo vemos. Pero El está. ¡Purifica, Señor, nuestro
    corazón!
    Cuando pido perdón al hermano, dejo que el Espíritu Santo entre en mi
    interior y purifique mi rostro. Si mi rostro, mis palabras, mi silencio,
    mis acciones, mi espera, resplandecen con la luz de Cristo, mi hermano
    verá al Señor. Si la luz de Cristo resplandece en mi hermano, yo, en mis
    tinieblas, veré al Señor. Así viviremos en la fe y en la palabra del
    que nos ha hecho hermanos. Las tinieblas de la comunidad son siempre un
    problema de purificación. Y «puro» significa que está sólo el Señor. No
    es culpa del hermano. Si tu ojo es puro, verás todo el Cuerpo. Los ojos
    purificados, los ojos de la Paloma, ven siempre el Cuerpo de Cristo.
    Ésta es la profecía: ver al Cristo en medio de su Cuerpo. Éste es el
    discernimiento: contemplar con los ojos de Cristo. Éste es el don de
    lenguas: unirse al canto del Espíritu.
    Acoger al hermano es acoger a Cristo. Acoger al hermano es pedir que Cristo nos acoja. 


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  7. El GRUPO de RENOVACIÓN
    CARISMÁTICA y los CARISMAS
    Manuel Casanova S. J. 
    FE EXPECTANTE 
    Al hablar de grupos de renovación podríamos hacer una gran lista: grupos de revisión
    de vida, grupos de oración según las más variadas orientaciones y formas. En un grupo se
    insiste en la oración litúrgica, en otro en la preparación de un tema o de un texto bíblico, en
    otro en el silencio o la contemplación; en otros se busca una acción concreta o un compromiso
    determinado.
    El grupo de oración en la Renovación Carismática se caracteriza por la fe expectante, es
    decir, una fe que espera firmemente que Dios realizará lo que ha prometido. Con frecuencia
    muchos «creyentes» no esperan ver realizadas las cosas que dicen creer. Así sus vidas y
    asambleas cristianas se mueven en un nivel de fe bastante deficiente.
    Jesús prometió a sus discípulos, y en ellos a toda Iglesia que el Espíritu Santo les
    guiaría a la verdad, les iluminaría sobre todo lo que El les había dicho (Jn 14,26), que el
    Espíritu vendría sobre ellos como una fuerza y poder para dar testimonio de El con valentía
    (Hch 1,8). Si el Espíritu está, pues, en cada cristiano y desea transformarnos como individuos
    y como cuerpo, debemos reunirnos juntos para dar al Padre el culto que El espera de nosotros
    en espíritu y verdad» (Jn 4,24), y para abrirnos cada vez más a la acción del Espíritu en
    nosotros.
    EL ESPÍRITU SANTO Y LOS CARISMAS 
    Creemos que es el Espíritu el que nos congrega en la Iglesia, y que esta Iglesia
    universal se manifiesta aquí y ahora en este grupo de creyentes reunidos en nombre de Jesús
    (Mt 18,20). Es el Espíritu de Jesús el que nos va formando más y más en el Cuerpo de Cristo,
    y lo realiza a través de los dones espirituales o carismas. Si, pues, nos reunimos con esta
    convicción profunda, «en el Espíritu», no podremos menos de experimentar lo que es la
    acción del Espíritu formando, transformando y unificando la comunidad cristiana. 
    EN LA ASAMBLEA SE MANIFIESTAN LOS CARISMAS 
    Es precisamente a través de sus dones o carismas que el Espíritu actúa en el grupo de
    oración. La reunión de oración es el marco adecuado para que se manifiesten estos dones.
    San Pablo insiste en el valor de los dones de la palabra, como la palabra de sabiduría, palabra
    de conocimiento, la profecía en la asamblea cristiana (cf.: 1 Co 12-14). 30
    Todos los dones, tanto los de la palabra como los de fe, y los de servicio a la
    comunidad proceden del mismo y único Espíritu. «Según nuestra manera de ver y entender»,
    dice K. Ranaghan, «los dones del Espíritu que se manifiestan en el Cuerpo de Cristo son
    acciones de Jesús, el Señor resucitado entre nosotros, que actúa a través de unos miembros de
    su cuerpo, abiertos y dóciles a las inspiraciones del Espíritu. Son pues, extensiones de la
    actuación de la Palabra viva de Dios en medio de nosotros, de Jesús. En su operación son
    análogas a la proclamación de la Escritura, aunque por supuesto no tienen el mismo valor».
    (
    Nota: K. RANAGHAN, -As the Spirit Leads Us., p. 52, Paulist Press, N. Y. 1971).
    DOCILIDAD Y DISPONIBILIDAD 
    Por lo tanto en la reunión de oración es muy importante que todos y cada uno participen
    buscando al Señor y estando atentos al Espíritu Santo. En la asamblea donde se dé esta fe
    expectante en la actuación del Señor, por su Espíritu, a través de sus dones espirituales o
    carismas; donde haya gran docilidad y disponibilidad al Espíritu, se dará la manifestación de
    tales dones, en su gran diversidad, según las necesidades de la comunidad. «Cuando os
    reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en
    lenguas, una interpretación; pero que todo sea para edificación» (1 Co. 14,26). 
    VARIEDAD DE DONES
     Los dones se manifiestan según las necesidades orgánicas de la Iglesia, de la
    comunidad. Don de dirigir la reunión, don de profecía, según 1 Co 14,3., don de enseñar, don
    de discenir. Cuando un grupo crece y se va formando en comunidad más amplia con un
    mayor radio de influencia, el número de dones va aumentando, o mejor dicho, los dones ya
    existentes en los miembros de la comunidad se van manifestando: dones de la palabra, dones
    de fe, dones de servicio a todos niveles.
    En el Nuevo Testamento hay cuatro listas de carismas con mención explícita de este
    término: 1 Co 12, 4-10; 28-31; Rom 12,6-8; 1 P 4,10. Hay otras cuatro sin usar dicho
    término: 1 Co 14,6.13; 14,28; Ef 4,11; y Mc 16,17-18. No vamos a detenernos ahora en su
    enumeración y estudio. Recordemos solamente que todos estos carismas son dones gratuitos
    del Espíritu Santo para la edificación. Todos deben recibirse con gratitud, podemos aspirar a
    ellos y pedirlos, sobre todo los más útiles al servicio de los hermanos.
    REGLA DE ORO EN EL USO DE LOS CARISMAS 
    Todos los carismas están al servicio del amor, nos dice S. Pablo (1 Co 13). Ya podría
    tener uno los carismas más extraordinarios, si ese cristiano no tiene caridad, si no usa su don
    según la ley del amor, de nada sirve. Porque el Espíritu Santo es el mismo amor del Padre y
    del Hijo, y todas sus actuaciones en los miembros del Cuerpo de Cristo han de manifestar su
    naturaleza. El amor construye, une, da vida y vence al mal. 31
    Los grupos de oración que saben apreciar y pedir con humildad, pero al mismo tiempo
    con fe expectante, los dones espirituales, y los ponen al servicio del amor fraterno, verán
    crecer la comunidad y darán testimonio, con valentía, de Jesús resucitado. 


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  8. ORIGEN y PRIMEROS PASOS de un GRUPO de RENOVACIÓN CARISMÁTICA
    Luis Martín
       Los orígenes de todo grupo de la
    R.C. son siempre humildes. Las cosas del Señor siempre tienen un comienzo pobre
    y humilde, como Nazaret, Belén. Es el grano de mostaza. No hay técnicas
    prefabricadas para poner un grupo en marcha.
       Para empezar basta que haya
    algunas personas, más bien pocas, aunque nada más sean dos o tres, que se
    reúnan a orar con determinada frecuencia con ansias de abrirse al Espíritu. No
    importa si saben mucho o poco de la Renovación Carismática. Esta oración que
    empieza sea espontánea, sincera, con espíritu de pobres, aceptándose y amándose
    unos a otros y a partir de la palabra de Dios. Evitar desde el principio todo
    formalismo o rutina. Basta que se atengan a lo que dice San Pablo: «cuando os
    reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un
    discurso en lenguas, una interpretación; pero que todo sea para edificación».
    (1 Co. 14,26).
        Para que el grupo cuaje y siga
    adelante es necesario que este mínimo de personas sigan orando así durante un
    tiempo razonable, tres o cuatro meses, sin tener prisa para que crezca el
    grupo. Este tiempo, hasta que el grupo empieza a crecer, es muy importante: en
    él se va formando como el núcleo del futuro grupo, núcleo del que han de salir
    después los servidores y catequistas. En este tiempo necesitan abrirse mucho
    unos a otros y compartir la palabra de Dios y las vivencias por las que vayan
    pasando. Así se inicia ya el proceso de crecimiento y maduración espiritual y
    empezarán a despuntar los carismas.
        Muy importante en el comienzo de
    un grupo es la forma como resuelve las primeras dificultades por las que
    necesariamente ha de pasar, pues, aunque todos vienen con los mejores deseos,
    surgen enseguida dificultades, por la diversidad de caracteres, sentimientos,
    situaciones espirituales, modo de entender la oración, etc. La tentación de
    marcharse está siempre amenazando y hay quien cede: lo que más cuesta será
    siempre aprender a amar y aceptar a los demás tales como son. Esta es la gran
    dificultad de todo grupo y de ello depende en gran parte su apertura al
    Espíritu y a sus dones, dificultad que no sólo se da en los comienzos sino a lo
    largo de toda la vida de un grupo.
       Por otra parte, a los grupos
    siempre viene alguna persona difícil o problemática que resulta incómoda para
    los demás. Entonces solemos pensar: «si tal persona dejara de venir al grupo,
    todo sería más fácil, avanzaríamos más, haríamos mejor la oración... ». Pero
    esto es un engaño. Esa persona difícil que se nos ha metido en el grupo es la
    piedra de toque de nuestro grado de amor y aceptación a los demás. Si no la
    puedo amar, es la que me está denunciando, como si hubiera sido enviada por el
    Señor, hasta qué punto el pecado sigue en mí, hasta qué punto necesito un
    corazón nuevo para amar como el Señor ama. Por la fuerza del amor del Señor en
    mí llegaré a amarla como amo a los demás. 
        También empezarán a venir al
    grupo cojos y ciegos y tullidos: aquellos débiles y enfermos y pobres que en
    todas partes son rechazados, incluso en muchas comunidades que se dicen
    cristianas. Estos han de ser los mimados del grupo.
       Vendrán también personas
    inestables, que no durarán mucho; vendrán otros a observar, vendrán muchos
    sedientos del Señor.
       Es de gran importancia el sentido
    de acogida, que se tiene para todos, pero principalmente para aquellos que
    vienen por primera vez. No basta saludarlos e invitarlos a participar en la
    oración. Hace falta más: interesarse por ellos, mostrarles afecto, confianza y
    familiaridad desde el primer momento, y que nunca se sientan solos en el grupo
    sin saber a quién dirigirse.
        La acogida tiene una gran importancia para que
    permanezcan los que vienen por primera vez y ha de ser uno de los signos que
    constantemente está ofreciendo el grupo.
       Otro punto importante es la
    iniciación que hay que ir dando a los nuevos. Si hay ya un grupo considerable
    habrá que programar un seminario de iniciación; si son pocos, se puede hacer de
    forma más sencilla, pero siempre en clima de oración. Los seminarios de
    iniciación no son simple transmisión de conocimientos, sino que además y
    principalmente han de ir creando una atmósfera espiritual de apertura y entrega
    al Señor.
        Terminada esta etapa de
    iniciación será bueno celebrar un retiro para el Bautismo en el Espíritu y en
    este momento ha de sentirse la presencia orante de todo el grupo.
        El grupo terminará de completarse
    cuando llegue a formar un equipo de servidores, según cualquiera de los
    distintos procedimientos que hay para ello. Si el grupo lleva ya varios meses
    funcionando no se dilate más la formación del equipo de servidores. Si es uno
    solo el que lleva la responsabilidad del grupo, recuerde que si esto vale para
    los comienzos, llega enseguida un momento en que hay que compartir esta
    responsabilidad con algunos más que tengan plena aceptación de todo el grupo.
       Cada grupo está llamado a
    recorrer un camino de crecimiento en la vida del Espíritu, de amor mutuo entre
    todos los miembros, de entrega al Señor y a los demás. Debe ser testimonio del
    amor, de la liberación del Señor y de su presencia. Y seguir caminando hasta
    las metas que le vaya marcando el Señor: quizá la comunidad, quizás otro tipo
    de compromiso.


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  9. 5 LÍNEAS de FUERZA de la ASAMBLEA de ORACIÓN CARISMÁTICA
    Luis Martín


        Las reuniones de oración de los grupos de la Renovación
    Carismática son una vuelta a la espontaneidad de las primeras
    comunidades cristianas. Por los datos que nos suministra el Nuevo
    Testamento vemos que en aquellas comunidades destacaban los siguientes
    elementos:
    • Se alababa y se celebraba al Señor con salmos y cantos inspirados (Ef 5,19)
    • Se proclamaba la Palabra del Señor y los testigos que estaban presentes
     contaban en la reunión lo que Jesús había dicho y hecho (Col 3,16-17)
    • Se tenía la fracción del pan o cena del Señor
    • Tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.
          La reunión de oración de un grupo de la Renovación
    se caracteriza por cinco líneas de fuerza que la definen y la
    distinguen:
    1. Presencia de Jesús: Hay una toma de conciencia de la presencia
    del Señor en medio del grupo, cumpliendo El su promesa "donde están dos
    o tres reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos (Mt 18,20).
    Presencia, además, con su poder y con su amor para curar, iluminar,
    fortalecer, hablar y reconfortar. Esta es la clave de la oración del
    grupo.
    2. Apertura al Espíritu Santo: Se empieza siempre invocando al
    Espíritu, y cada miembro así como el grupo entero se abre a la acción
    del Espíritu que nos lleva a experimentar y sentirnos como hijos de
    Dios, que nos introduce en el misterio y conocimiento de Jesús Hijo de
    Dios y derrama su amor en nuestros corazones (Rm 5,5).
    3. Oración de alabanza: Es la expresión de todo lo que el Señor
    está haciendo en cada uno y también en el grupo o en la comunidad. Hay
    verdadera necesidad de cantar las maravillas del Señor, de alabarle,
    alegrarnos y regocijarnos con El. Predomina la alabanza sobre las otras
    clases de oración (petición, perdón, etc.). La alabanza tiene una gran
    fuerza para elevar enseguida el tono del grupo y hacerlo receptivo de la
    acción del Espíritu.
    4. Comunión en el Espíritu y con Jesús: Al experimentar que
    también nos sentimos compenetrados con el Señor y con los hermanos que
    participan en la reunión, y que nos penetran las palabras y sentimientos
    del Señor. Es cuando el Señor empieza a construir el grupo y la
    comunidad y percibimos cómo empezamos a formar un solo cuerpo con el
    Señor y nos sentimos miembros unos de otros. Empezamos también a
    escuchar a los demás, a compadecernos de ellos, a amarlos: es un amor
    con el que el Señor empapa todo el grupo.
    5. Palabra de Dios: Sí, que «la palabra de Dios habite en
    vosotros con toda su riqueza (Col 3,16) se siente como palabra vida,
    como mensaje de Dios acogido con gozo y hambre, que da alimento a toda
    la oración.


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  10. por Philippe Madre
    (síntesis de Montse González)
    "Por eso, tomad las armas de Dios ... "   (Ef 6, 10 - 20)
    El combate espiritual es el combate contra el Mal, contra el Maligno. Él
    es el primer enemigo, es el que tentó a Jesús en el desierto y en
    Getsemaní. El Maligno quiere destruir al hombre en su vida física,
    psicológica y espiritual; entendiendo nuestra vida espiritual como la
    vida con Dios. El hombre está hecho para la vida, para vivir plenamente
    la vida de Dios. El Maligno tratará por todos los medios de desviarnos
    de la dirección correcta. Tiene, para ello, dos aliados con los que
    vivimos a diario: el mundo y la carne
    ÷ EL COMBATE CONTRA EL MAL
    Éste es el primer aspecto del combate espiritual. Es un combate personal
    entre el Maligno y yo. El Maligno sólo puede actuar contra mí a través
    de la tentación. No tiene ningún poder directo sobre mi; no puede
    destruir nada en mi si yo no soy cómplice de alguna manera. Por eso va a
    querer tentarme, va a querer confundirme o engañarme.
    El primer intermediario es el mundo. El Maligno se esconde detrás del
    mundo. Al decir "mundo" nos referimos a un estado espiritual que también
    puede estar dentro de nosotros. Encontramos esta consideración en el
    prólogo del Evangelio de S. Juan: "La luz ha venido al mundo y el mundo
    no la ha recibido". El mundo es una especie de poder oscuro y ciego que
    rechaza acoger el Amor de Dios y no quiere conocerlo ni oír hablar de
    Él. El mundo es una mentalidad que se cierra a la vida del Dios que puso
    su tienda entre nosotros y nos ama infinitamente.
    Una de las manifestaciones del mundo actual es lo que el Papa llama "la
    cultura de la muerte" que quiere hacernos ver como normal algo que va
    contra la vida misma, que es única, sagrada e inviolable. El mundo está a
    nuestro alrededor; nosotros estamos dentro y hemos sido llamados a
    mantenernos en el mundo, pero sin ser del mundo; llamados a no ser
    prisioneros de las ideas de la cultura dominante del s. XXI. El mundo
    tiene un miedo profundo a los verdaderos cristianos porque dan
    testimonio de Cristo y esto hace dudar a aquellos que están plenamente
    en el mundo. El verdadero cristiano suscita interrogantes al mundo.
    Hay un segundo intermediario que la Biblia llama la carne. La palabra
    carne se pude entender de formas muy diferentes, pero para el combate
    espiritual sólo hay un sentido que nos interesa y S. Pablo lo utiliza
    muy a menudo en sus cartas. La carne está en cada uno de nosotros; es
    una parte de nuestro comportamiento, de nuestros sentimientos; es una
    parte de nuestro ser interior; es una parte que está en contra del
    espíritu. El espíritu del hombre está en cada uno de nosotros; es el que
    me hace salir de mis egoísmos, hace que me preocupe de los demás, que
    no mire mis intereses sino que mire los intereses de mi hermano/a. El
    espíritu del hombre es quien hace de cada uno de nosotros "servidores"
    en todos los campos de la vida.
    La carne está en contra del espíritu y, en muchos momentos, en nuestros
    comportamientos, opiniones, decisiones..., la carne se va a oponer a que
    nosotros nos demos a los demás. Por la carne va a venir la tentación.
    Es normal tener tentaciones. No creamos que puede haber una vida sin
    tentaciones; aquél que se cree un buen cristiano porque no tiene
    tentaciones es un iluso espiritual.
    Hay tres grandes campos en nuestras vidas donde nuestra carne puede
    hacerse cómplice del Maligno y nos puede hacer sucumbir a la tentación.
    Y, puesto que el combate es algo que nos acompaña hasta el final de
    nuestros días, debemos aprender a examinarnos a la luz de Dios en cada
    etapa de nuestra vida.
    El primer campo tiene relación con el propio deseo. Tiene que ver con la
    manera de desear las cosas en nuestro corazón, que puede llevarnos a
    una tendencia posesiva de tener, de poseer, de acaparar. Nos lleva a
    vivir egocéntricamente. Esta desviación provoca que lo primero es mi
    deseo o mi placer o mi yo, antes que el deseo del otro o la necesidad
    del otro.
    El segundo campo parte del deseo normal de ser querido, respetado,
    reconocido. Este deseo puede llevarnos a una desviación que da lugar a
    querer ser admirados, a buscar tener buena fama, a desear ser bien
    vistos por todos; incluso a ser idolatrados. Esto es lo que llamamos la
    vanidad. La vanidad puede convertirse en el motor de muchas de nuestras
    acciones. En vez de ser movidos por el amor, somos movidos por el deseo
    de ser admirados.
    El tercer campo es la desviación de algo muy hermoso y humano. Es la
    necesidad de crear que hay en todos nosotros, de utilizar mi tiempo, mi
    inteligencia, mis cualidades... para mejorar el mundo, para servir a los
    otros, para extender los valores del Reino de Dios. Esta desviación se
    da cuando el hombre quiere controlarlo todo, dominarlo todo para ser "el
    más" y no para ayudar a los otros. Esto trae como consecuencia el poder
    y el querer tener siempre la razón.
    El combate espiritual implica vernos por dentro para analizar en qué
    campo podemos estar "tocados" y ver esto dentro del cuadro de nuestra
    familia, nuestro trabajo, nuestro Grupo de Oración, nuestro servicio
    pastoral, nuestras relaciones humanas... para no dejar grietas por donde
    se puede colar el Maligno y hacernos sucumbir.
    La primera etapa de un combate espiritual es la etapa de reconocimiento
    de la verdad que solamente el Espíritu Santo puede permitirnos vivir.
    Sólo el Espíritu nos convence de pecado, dice S. Juan. Y cuando yo me
    reconozco pecador en un campo concreto, recibo la misericordia de Dios y
    Él me da la gracia de no cultivar miedos o remordimientos y abrirme a
    un nuevo futuro con Dios con bases más sólidas. Por eso, la vida del
    cristiano es ir de victoria en victoria. Cada victoria sobre el mal me
    prepara para la siguiente, porque es un avance hacia la luz de Dios; me
    acerca más a Dios y a que mi vida sea una vida construida en la vida de
    Dios.
    Hay cinco formas de proteger la vida de Dios en nosotros, es decir, de
    que el Bien triunfe sobre el Mal, de que Dios triunfe sobre nuestro "yo"
    :
    1. La oración. El diálogo con el Amor. No es hacer un número
    determinado de oraciones; es una cuestión de amor. El Amor es un mendigo
    en medio de nosotros y necesita ser reconocido, saber que existe para
    alguien. Oración como diálogo de amor entre Dios y nosotros. La oración
    de alabanza es excelente porque nos permite salir de nosotros mismos
    para ir hacia Dios. La oración de adoración tiene el mismo movimiento:
    salimos de nosotros y vamos hacia Jesús. Y lo más importante, en el
    combate espiritual, es la perseverancia en la oración. No rezamos sólo
    cuando estamos bien, cuando nos apetece ... La verdadera oración es
    aquella que se prolonga cuando no nos apetece. Es una cuestión de
    fidelidad a Jesús que sabemos nos ama. Hay un padre de la Iglesia que
    decía: "La gloria está reservada a Dios. Pero hay una "gloria" para el
    hombre: durar en la fidelidad, durar en este deseo de oración. Una vez
    que nos hemos convertido y hemos decidido cambiar, salir del abismo, la
    gloria del hombre es durar en la fidelidad".
    2. La Iglesia. Nosotros no hemos sido hechos para combatir solos.
    La Iglesia es como el padre que vigila a sus hijos y ve como sus hijos
    aprenden a andar y a caminar siguiendo a Cristo. Cuando hablo de la
    Iglesia, hablo de los sacramentos. Especialmente de la Eucaristía y
    también de la Reconciliación que es un arma excelente aunque no tengamos
    grandes pecados; porque el sacramento de la Reconciliación no sólo nos
    limpia de los pecados graves, también nos ayuda a situarnos cada vez más
    en la luz de Cristo y esto nos ilumina para ver nuestras malas
    tendencias.
    3. Las obras de misericordia. Es el comportamiento espiritual que
    nos lleva a ponernos al servicio. ¿Al servicio de quién?. Al servicio
    de todos aquellos que necesitan a Dios de una forma u de otra. Hay
    situaciones de estancamiento espiritual que pueden superarse a través de
    las obras de misericordia, que suponen -muchas veces- dejar de mirarnos
    a nosotros mismos y abrirnos a las necesidades de otros seres humanos.
    4. La contemplación. Es una forma muy cercana a la oración pero
    lleva consigo este matiz: buscar la presencia de Dios en nuestro corazón
    de una forma cada vez más permanente; cultivar la atención del corazón
    al Amor de Dios, aunque no sienta nada, aunque tenga la impresión de que
    Dios está muy lejos de mí; superar lo que son sólo impresiones y vivir
    la realidad espiritual de que soy morada de Dios. Él espera que yo esté
    atento a su presencia. San Juan de la Cruz vivió esto en las tentaciones
    más terribles de su vida. Sale de ellas volviéndose espontáneamente a
    la presencia de Dios en él. La contemplación es que Dios esté presente
    en mi corazón, en mi vida, en todas mis circunstancias; no solamente en
    los momentos de oración y de celebración, sino también cuando estoy en
    cualquier actividad: familiar, profesional, apostólica... Él está en mi
    corazón. Él se esconde en mi corazón y espera que me acuerde de Él;
    espera que mi corazón esté atento a Su presencia en el metro, en el
    autobús, en el coche, en el trabajo, cocinando...
    5. La obediencia. Todos nosotros tenemos necesidad de ser mirados
    con una mirada espiritual. Esto es : que alguien conozca lo que
    vivimos, todo lo que nos puede perturbar, todo lo que nos puede hacer
    daño o dar miedo, lo que nos puede hacer caer en el pecado. Y esa
    persona nos ayuda, nos cuida y nos protege, nos orienta. Esta persona
    nos ayuda a conocernos interiormente, ora por nosotros y con nosotros,
    nos mira con misericordia y nos anima en el camino.
    ÷ EL COMBATE PARA DIOS
    El segundo aspecto del combate espiritual es lo que llamaremos "el
    combate para Dios". Es aprender a ponerse del lado de Dios, a dar
    testimonio del Amor de Dios, aprender a vivir en la línea de nuestro
    Bautismo y Confirmación. El combate para Dios comprende la búsqueda de
    la voluntad de Dios para nosotros, pues aunque somos tentados y somos
    vulnerables y caemos en el pecado, Dios quiere algo para mí.
    Muchas veces, sobre todo cuando estamos en situaciones difíciles o
    cuando tenemos que tomar decisiones importantes, cuando estamos
    perdidos, preguntamos a Dios: Señor, ¿qué quieres que haga?. Y el Señor
    raramente responde. Nosotros queremos que nos responda inmediatamente y
    concretamente. El Señor no nos quiere decir lo que tenemos que hacer
    porque no somos marionetas en sus manos; somos seres libres, hombres y
    mujeres pecadores y heridos, pero libres.
    Así pues, la voluntad de Dios sobre nosotros no es una cuestión de algo
    qué hacer, sino una cuestión de ser alguien. El Señor quiere que yo sea
    alguien especial: una persona que manifieste en todo mi ser la Alianza
    de Amor que hay entre Dios y yo. La voluntad de Dios es que yo sea cada
    vez más transparente a su Amor en medio del mundo. Pero no me va a decir
    cómo tengo que hacer las cosas;, lo que me pedirá es que yo encuentre
    la forma de hacer las cosas siendo reflejo de su Amor.
    El Señor sabe muy bien que el pecado puede poner confusión en el hombre,
    haciéndolo dudar entre el bien y el mal; por eso nos da ciertas pautas
    para no caer en esa confusión. Estas pautas no son los mandatos del
    mundo. Nosotros las conocemos y la Iglesia nos las enseña: es lo que
    llamamos la moral cristiana. No son sólo unos mandamientos que yo deba
    cumplir por obligación. Entrar en la voluntad de Dios es entrar con
    libertad por este camino.
    Cristo jamás impuso nada a sus discípulos. Él les invitó a seguirle y,
    de hecho, muchos de los discípulos que al principio estaban con Jesús no
    se quedaron con Él mucho tiempo y otros lo traicionaron en algún
    momento. Miremos el momento de la pasión de Jesús: ¿cuántos se quedaron
    con Él?. Esto muestra bien que irradiar el Amor de Jesús o cumplir su
    voluntad es el gran combate de la persona humana.
    A menudo tenemos una idea equivocada de lo que es la voluntad de Dios;
    por eso muchas veces deseamos respuestas y Él no responde como
    quisiéramos. Dios responde a su manera, es decir, nos indica un camino
    discretamente, a través de un encuentro con una persona, de un
    acontecimiento de nuestra vida, de una oración... Muchas veces eso lo
    vemos más tarde cuando reflexionamos pasado un tiempo y descubrimos que
    Dios actuó en nuestra vida.
    En esta reflexión sobre cómo entrar en la voluntad de Dios, nos ayudará
    el texto bíblico del primer libro de Samuel en el capítulo 17. Es la
    historia de David y Goliat. Goliat representa al mundo, que se burla de
    Dios y de aquellos que han hecho alianza con Dios. David representa al
    pequeño que cree en Dios: "si Dios me ha salvado del león y del oso,
    también me salvará de Goliat". La fuerza de David no está en su cuerpo
    ni en su inteligencia, sino en lo que Dios le ha manifestado de su Amor y
    su Fidelidad. Entonces Saúl le permite luchar. Pero Saúl, que no
    entiende por qué David quiere luchar, le pone una armadura. Quiere poner
    a David las armas del hombre. Mas el peso de éstas es tan grande, que
    David ni siquiera puede dar un paso. Entonces, David se quita la coraza y
    las armas, y decide poner su seguridad en otra parte. Es una forma de
    renunciar a aquello que es una falsa seguridad. Dios no le dice a David
    lo que tiene que hacer; es David quien lo va descubriendo. Así. él elige
    su arma: una onda y cinco pequeñas piedras. El mundo dice que esto es
    completamente ridículo; pero David ya está decidido, está seguro de sí
    mismo, está seguro de Dios y continúa adelante con su plan.
    Podemos ver también a través de la historia de David que la voluntad de
    Dios para nosotros es algo que siempre nos parece demasiado grande. Es
    siempre algo que no somos capaces de hacer. Es lo que le decía el rey
    Saúl: "Tú no eres capaz, es demasiado fuerte para ti; es mejor que vayas
    a cuidar tu rebaño de ovejas".
    A pesar de las recomendaciones de Saúl, David está decidido y prepara su
    onda y sus cinco piedras. Estas cinco piedras tienen un significado
    simbólico para nosotros en el combate espiritual. Y para tener verdadera
    fuerza deben ser lanzadas con la onda y no solamente con la mano.
    Anteriormente vimos cuales eran estas piedras: la oración , la iglesia,
    las obras de misericordia, la contemplación y la obediencia. La onda es
    la docilidad al Espíritu Santo.
    En el combate espiritual hay una parte de Dios y otra parte nuestra. Es
    muy importante saber que, en la fe, todo depende de Dios; pero es
    necesario que nosotros pongamos lo que está a nuestro alcance que es
    actuar para que Dios pueda darnos su fuerza. Así entraremos en la
    voluntad de Dios. La madre Teresa tiene una frase magnífica para este
    tema; decía "ora como si todo dependiera de Dios, pero obra como si todo
    dependiera de ti". Aquí están la onda y la proyección de las piedras.
    El Espíritu Santo quiere suscitar, quiere inspirar nuevas actitudes en
    nuestras vidas. De este Espíritu ya nos hablaba el Antiguo Testamento a
    través del profeta Isaías: "Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un
    vástago brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor,
    espíritu de inteligencia y sabiduría, espíritu de consejo y valor,
    espíritu de conocimiento y temor del Señor.."(Is 11,1-3). El Espíritu
    Santo es el que suscita en nuestras almas este movimiento de querer
    entrar en la voluntad de Dios y de la Iglesia; y ella nos enseña que hay
    siete dones que acompañan la acción del Espíritu.
    No podemos entrar en la voluntad de Dios sin el poder del Espíritu Santo
    que está dentro de nosotros. Todas las acciones que pudiéramos hacer
    con nuestras propias fuerzas serían muy pobres y darían muy poco fruto,
    aunque sean buenas acciones; pero cuando estas acciones están inspiradas
    por el Espíritu Santo en nuestros corazones, entonces adquieren una
    fuerza, un poder grande, y se convierten en armas del combate espiritual
    para entrar cada vez más en la voluntad de Dios.
    Vamos a ver cómo el Espíritu Santo va dando fuerza a cada una de estas
    piedras y cómo nosotros podemos colaborar con Él para que sean lanzadas
    con fuerza y que podamos ir de victoria en victoria, igual que el joven
    David pudo vencer a Goliat.
    1. La primera piedra es la de la oración. La fuerza de la oración
    se debe sobre todo a dos dones el don de Temor de Dios y el don de
    Ciencia, a través de estos dones nuestra oración crece en la fe. La
    fuerza de la oración es la que nos hace tomar en nosotros y para
    nosotros lo que pedimos o bien lo que estamos intentando vivir. Tenemos
    un ejemplo en el momento de la cruz, cuando Jesús le dice a Juan: "He
    aquí a tu madre" y el Evangelio nos dice que a partir de aquella hora el
    discípulo la recogió en su casa. Juan tomó inmediatamente lo que Jesús
    le ofreció. Toma a María como si fuera suya. Ésta es la fuerza de la
    oración: tomar para sí lo que Jesús nos promete o nos da. Muchas veces
    no tomamos en serio las promesas de Dios porque pensamos que Dios no nos
    escucha, que escucha más a otros hermanos. Y ésta es la "herida de la
    vida". Creemos que somos amados y elegidos; pero sólo con nuestra mente,
    no con nuestro corazón. Necesitamos la audacia de la fe. La audacia que
    tuvo Juan cuando se llevó a la madre de Jesús a su casa. Cuando en la
    R.C. se da una palabra de conocimiento por una persona cuyo carisma ha
    sido confirmado, es como una promesa de Dios; y ahora Dios necesita que
    tomemos en serio lo que nos promete. Esto es la audacia de la fe.
    2. La segunda piedra es la Iglesia. Y el don del Espíritu que va a
    servir más a esta piedra es el don de Sabiduría. Antes vimos los
    sacramentos de la Eucaristía y Reconciliación. Pero hay otras actitudes
    inspiradas por el Don de Sabiduría; por ejemplo, querer ser enseñados,
    querer ser formados, acoger con un corazón puro la enseñanza de la
    Iglesia. Hay demasiados cristianos que ignoran su propia doctrina y el
    Espíritu de Sabiduría inspira en nosotros un deseo de saber más de Dios,
    más de su doctrina, para fortalecernos en el combate para Dios. En la
    cultura actual, muchos hombres y mujeres fabrican sus propias creencias,
    sus propias opiniones. Por el don de Sabiduría, el Espíritu suscita en
    nuestro corazón el deseo de vivir en la verdad de Cristo. Y la Iglesia
    es la depositaria de esta verdad. Otra actitud dentro la Iglesia que nos
    fortalece, es saber que somos enviados. No somos nosotros los que
    elegimos lo que queremos hacer en la Iglesia, sino que somos enviados
    por Cristo, en el poder del Espíritu Santo, para cumplir la voluntad de
    Dios. Jesús mismo fue enviado por Dios. Nuestra fuerza no está en
    nuestras capacidades; nuestra fuerza está en el hecho de que somos
    enviados. Él espera que respondamos a la llamada, no que tengamos éxito;
    los frutos le corresponden a Él. Una última actitud -en esta segunda
    piedra- que nos hace fuertes es la búsqueda de la comunión y la unidad
    entre los hermanos. Aunque caminemos en medio de dificultades, si en
    nuestro corazón hay preocupación por la unidad y luchamos por ella,
    entonces aunque nos sintamos débiles seremos fuertes en Dios. El amor a
    la unidad en el seno de la Iglesia, en el seno de la Renovación, en el
    seno de los grupos de oración, en el seno de la familia, en el seno de
    la pareja, en el seno de nuestras comunidades... es un signo muy grande
    de la fuerza de Dios. Y esta piedra puede vencer ante el gigante, que es
    una figura del que lo divide todo.
    3. La tercera piedra son las obras de misericordia. Es decir: hay
    que ir hacia aquellos que sufren, hacia los que viven distintos modos
    de pobrezas y miserias. Puede ser la enfermedad; pero puede ser la
    ignorancia, la falta de fe. Lo importante es entrar en un servicio hacia
    los que sufren de uno u otro modo. A menudo, el Maligno nos tienta
    diciéndonos que no tenemos nada que ofrecer. La tercera piedra de David
    es ofrecer a Dios lo que no nos sentimos capaces de hacer, es decir, dar
    nuestra simple presencia. Y cuando la damos, el Espíritu Santo nos
    ayuda a tener el gesto o la palabra conveniente. Esta piedra está
    proyectada por el Don de Fortaleza. Es una gracia del Espíritu Santo que
    sólo se manifiesta cuando estamos presentes ante los que sufren, cuando
    estamos presentes ante aquellos que necesitan a Dios y hacia los cuales
    somos enviados por Cristo. El don de Fortaleza solamente obra cuando
    estamos sobre el terreno. Si yo voy hacia los enfermos, aunque me sienta
    totalmente impotente ante ellos, el hecho de estar presente -en nombre
    de Cristo- hace que el don de Fortaleza surja en mí. No es que yo me
    sienta fuerte: Dios es fuerte en mí y esa fuerza de Dios va a llegar al
    alma y a la vida de las personas que visitamos. La fortaleza de Dios
    visita a aquellos a quienes somos enviados.
    4. La cuarta piedra es la contemplación. Con el don de
    Inteligencia que nos descubre lo secreto del corazón. Inteligencia
    quiere decir leer el interior. Por este don abrimos los ojos del corazón
    a la presencia de Dios en los acontecimientos que vivimos, incluso
    acontecimientos difíciles. Por este don crece nuestra fe en la presencia
    de Dios en nuestra vida. Es decir incesantemente: "Yo sé que estás ahí
    Señor, no entiendo... pero sé que Tú estás y eso es suficiente para mí.
    Tú estás presente en mi vida..." Esta es la palabra de contemplación en
    la cual estamos invitados a entrar y que implica mucha fuerza espiritual
    por nuestra parte; porque hay momentos en que somos bendecidos por Dios
    en nuestra sensibilidad, en nuestra emotividad. Entonces sentimos bien
    que Dios está presente en nosotros, pero hay muchos momentos en que no
    tenemos ese tipo de bendición y podemos olvidarnos de la presencia de
    Dios en nosotros y entonces nos privamos de la presencia del Amigo. Ser
    contemplativos es vocación de todo cristiano. Para muchos puede ser
    también una forma particular de combate espiritual.
    5. La quinta piedra es la obediencia a un director espiritual.
    Esta piedra adquiere fuerza con el don de Consejo y el don de Piedad o
    podemos también llamarlo don de Confianza Filial. Por el don de Consejo
    nos abrimos a acoger y recibir consejos, nos dejamos corregir, aceptamos
    aprender y deseamos ser instruidos en los caminos del Señor. Y por el
    don de piedad nos abrimos a una confianza filial cada vez mayor y este
    don se convierte para nosotros en un camino de humildad y sencillez. El
    mayor enemigo de la confianza filial es el miedo, sobre todo el miedo a
    Dios. Por eso la escuela de confianza es la obediencia a un padre
    espiritual.
    Hay varias etapas en el acompañamiento espiritual y todas ellas tienen
    como meta crecer en la Caridad. Podemos hablar de distintos grados en la
    caridad:
    · Un primer grado es cuando queremos cumplir los mandamientos de
    Dios que son los deberes del cristiano, los preceptos del Evangelio y es
    lo que nos enseña la moral de la Iglesia. Esto sería el acompañamiento
    básico del cristiano.
    · Hay un segundo grado en el crecimiento de la caridad. La
    encontramos en el Evangelio en el episodio del joven rico. Este hombre
    cumplía los preceptos de la ley de Dios, pero esto no era bastante para
    él. Jesús le contestó: "Si quieres ser perfecto...". No es deber, es
    invitación. Es vivir los consejos evangélicos: pobreza, castidad y
    obediencia. Para caminar en este nivel necesitamos un director
    espiritual.
    · Hay un tercer grado que se llama el abandono en la voluntad de
    Dios. Ya no tenemos voluntad propia. Para ayudarnos en ese caminar
    necesitamos un padre o una madre espiritual.
    Cuando es Dios el que entra en la lucha, se llama prueba. La prueba
    viene de Dios; la tentación viene del Maligno. Las pruebas nos hacen
    vulnerables; pero a la vez nos hacen crecer en la vida y en el amor de
    Dios. En la tentación hay que luchar; en la prueba hay que abandonarse,
    porque es Dios quien la permite.
    Las cinco piedras son importantes. No podemos coger una y dejar las
    otras, aunque en cada momento de nuestra vida espiritual dos o tres de
    ellas son más fuertes que las otras. Somos nosotros quienes debemos
    elegirlas, tomarlas en serio y vivirlas de verdad; de ese modo se
    convertirán en armas poderosas del Espíritu que nos traerán la victoria
    sobre nuestros enemigos


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