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domingo, 11 de enero de 2015

Descargar eBook PDF Catecismo de la Iglesia Católica - ICAR

Descargar eBook PDF Catecismo de la Iglesia Católica - ICARLa Santa Misa
Himno de Gloria
por el Padre Mateo Crawley-Boevey SS.CC.
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Carta de S. S. el Papa al Padre Mateo Crawley, SS; CC.
A nuestro querido Hijo Mateo Crawley Boevey, Sacerdote
Congregación de Los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
PIO XII, Papa
de
la
Querido hijo: Salud y Bendición Apostólica.
Próximo ya a expirar el quincuagésimo año, aniversario de aquel otro en
que, investido de la dignidad sacerdotal, ofreciste por primera vez el Santo
Sacrificio, no queremos que te veas privado de las felicitaciones y votos de
nuestro paternal corazón; tanto más, cuanto que ha llegado a nuestro
conocimiento que te encuentras en la actualidad recluido en un hospital, no
ya debido a la edad provecta, sino por razón de muy grave enfermedades,
viéndote, por consiguiente, imposibilitado para seguir trabajando con aquella
abnegación y aquel entusiasmo que te eran habituales en la obra de la
Consagración de las familias católicas al dulcísimo Corazón de Jesús.
Con todo, lo que no puedes hacer mediante la labor apostólica o por las
predicaciones y viajes apostólicos, puedes suplirlo, seguramente, con
ardientes preces dirigidas a Dios Nuestro Señor, o con las angustias y
padecimientos aceptados resignadamente y en espíritu de reparación.
Que te comportes así, en esta forma, no dudamos un punto; pero al desear
consolarte en la presente enfermedad, queremos formular, al mismo tiempo,
ardientes votos por que en breve recobres las fuerzas y así puedas, de nuevo,
entregarte con ardor a esa laudable empresa, haciendo que tome mayor
incremento cada día.
Del mismo modo que para Nuestros Predecesores para Nos este asunto
responde a nuestros más caros deseos. Sí, ardientemente anhelamos que la
caridad de Jesucristo, surgiendo de su Divino Corazón, vuelva otra vez a
posesionarse de la vida privada de los hombres y de la pública de las
naciones; pues solamente en esta forma se podrá llegar en breve a remediar a
tantos afligidos y desgraciados, a reanimar a tantos débiles e inseguros, a
exhortar con eficacia a tantos descuidados e indolentes, y a excitar, en fin,
con ardor, a todos los hombres a que practiquen esa virtud cristiana que dotó
a la primitiva Iglesia de su más excelsa gloria, cual es la de la santidad y la
del martirio.
Que el Divino Redentor vuelva otra vez a reinar en la sociedad civil y en el
hogar doméstico, mediante su ley y su divino amor, y entonces, sin duda
alguna, serán extirpados aquellos vicios que vienen a ser como las fuentes de
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la infelicidad y miseria de los hombres. Entonces, también, las discordias
desaparecerán; la justicia— pero la que en realidad es verdadera j u s t i c i a -
consolidará los cimientos de la sociedad humana, y la libertad auténtica,
aquella que nos adquirió Jesucristo (Gal. IV, 31), hará honrosa la dignidad de
sus individuos y los convertirá en hermanos.
Hay, empero, una cosa que Nos deseamos de una manera especial— que
y
viene a ser, por otra parte, el fin primordial de la obra que tú, desde hace ya
tanto tiempo, y con tanta diligencia, vienes propagando y es que las familias
cristianas se consagren al Corazón de Jesús, “y eso en tal forma, que su
imagen, al ser expuesta en el lugar más honroso de la casa, como en un
trono, Jesucristo Nuestro Señor reine de modo visible en los hogares
católicos” .(Benedicto XV Carta. “Libenter tuas”, del 27 de abril de 1915. A.
A S., vol. VII, pág. 203.)
Ahora bien: esta consagración no es, de ningún modo, una ceremonia vana y
vacía de sentido; antes bien, impone a todos, en general, y a cada uno en
particular, la obligación de conformar su vida con los preceptos cristianos:
que amen con amor ferviente a Jesús en la Sagrada Eucaristía; que se
acerquen, lo más frecuentemente que les sea posible, al celestial Banquete, y
que traten, ya sirviéndose de las obras de una santa penitencia, ya mediante
súplicas dirigidas a Dios, de trabajar en pro, no tan sólo de su propia
salvación, sino también de la de los demás.
Estos son, querido Hijo, nuestros votos y anhelos que Nos complacemos en
comunicarte, a ti, que vas a celebrar el quincuagésimo aniversario de tu
sacerdocio y cuya eficacia encomendamos a la bondad y misericordia
divinas.
Mientras tanto, como prueba de Nuestra paternal benevolencia, y en prenda
de las gracias de lo Alto, os damos, de todo corazón, en el Señor, la
Bendición Apostólica.
Dado en Roma, cerca de San Pedro, el 11 de julio de 1948, año décimo de
Nuestro Pontificado.
Pió XII, Papa
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Carta Dedicatoria
Dr. Don Leopoldo Eijo, Patriarca de las Indias y Obispo de Madrid-Alcalá.
Excmo. y Rvdmo. Señor: Dicen que nobleza obliga. Y yo añado
que la mayor nobleza es recordar a un bienhechor, y saber
agradecer, cosa rara.
Ah, cuanto le debo, Excmo. Señor, desde aquella inolvidable y
afectuosa recepción en Vitoria! Y luego las exquisitas finezas
gastadas con este su admirador en esa Corte.
En homenaje, modesto por cierto, pero sentido, cordialísimo, de mi
gratitud y de mi inquebrantable adhesión al Apóstol y centinela del
Rey del Cerro de los Ángeles...Y en él, a todo lo santo y hermoso
que Vuecencia Rvdma. representa para mi en esa España
inolvidable y tan amada, le envió adjunto mi artículo sobre El
Santo Sacrificio de la Misa.
Vale, no por cierto por la firma, sino por la doctrina que predica, y
por la majestad de la Santa Misa y el amor apasionado con el que
lo católicos deberían honrarla y apreciarla.
El que fue predicador errante en España y en el mundo, y que es
hoy, como San Andrés, predicador mudo y doliente en la Cruz, pide
a Vuecencia Reverendísima un Memento en el Altar y su santa
bendición.
De V. Ex. lima, y Rvdma. obs. que s. a. b.,
Padre Mateo Crawley-Boevey, SS. CC.
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EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA
HIMNO DE GLORIA
EL Ú N IC O D IG N O DE LA SMA. T R IN ID A D
ESENCIA DE LA SANTA MISA
El misterio de la Divina Eucaristía comprende dos maravillosos capítulos, a
saber: el Santo Sacrificio de la Misa, manantial divino e inagotable, y el
Santísimo Sacramento del Altar, que doctrinalmente es la consumación del
Sacrificio. Teórica y prácticamente, ambos deben ser inseparables.
Desgraciadamente, por falta de Catecismo, los fieles los separan, y así, de
hecho, invierten el orden y los valores del Sacrificio y del Sacramento, no
sin grave detrimento de la vida espiritual y eucarística de las almas.
El Sacrificio es la fuente inagotable de vida divina y el Sacramento es el
torrente que mana de esa fuente. Torrentes de vida divina que brotan del
Sacrificio son la Sagrada Comunión y la Santa Reserva en el Sagrario.
Sin más, definamos en dos afirmaciones tan límpidas como sólidas la
diferencia real entre uno y otro.
El Sacrificio es la Ofrenda que de Sí mismo hace al Padre el Verbo cuando
dice: “Ecce venio ut faciam voluntatem tuam. (Aquí vengo para hacer tu
voluntad) (Hebr., X, 7.) Obediens usque ad mortem, mortem autem crucis
(obedient unto death, even to the death of
the cross.) (Philip., II, 6.) Et clarificavi et
iterum clarificabo. (Obediente hasta donde
glorificado y lo glorificaré otra vez.)”
(Juan, XII, 28.)
El Sacrificio es, pues, la inefable
realización en el Altar, como en el Calvario
de aquel «TRADIDIT SEMETIPSUM», de
aquel abandono total de Cristo a la voluntad
del Padre, por su gloria y por la redención
del hombre culpable,
abandono que
podríamos glosar así: “Padre, porque
quieres que muera quiero ser crucificado,
soy tu Hostia de alabanza y de
propiciación... Hágase tu voluntad «¡Padre,
quiero, con mi reparación, superar la ofensa
del pecador... Pago infinitamente más de lo
que él debe y que podría pagar!»
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LA SANTA MISA, SACRAMENTO Y SACRIFICIO
Y ¿que es el Sacramento? Hecha esta entrega total al Padre Eterno se vuelve
el Señor hacia nosotros, sus hijitos, y nos dice: «Ya el banquete está
preparado, venid, pues, y comed mi Carne y bebed mi Sangre... Por amor a
mi Padre ME ENTREGO TAMBIÉN A VOSOTROS, soy vuestro Maná y
vuestro Pan, soy todo vuestro. Yo seré Jesús Sacramentado hasta la
consumación de los siglos... Disponed de Mí, soy vuestro.»
En el Sacrificio, el Verbo humanado se entrega al Padre como Hostia. En el
Sacramento , como Hostia también, se entrega a la Iglesia, al pueblo
cristiano.
Cristo víctima es la misma Hostia en el Sacrificio y en el Sacramento. Pero
la Hostia del Sacrificio se ofrece al Padre, en tanto que la Hostia del
Sacramento se da a los fieles...Si, pues, la excelencia de la Hostia es idéntica
en el Sacrificio y en el Sacramento, no así la calidad del que lo recibe... En
el Sacrificio, la excelencia del Padre es infinita... En el Sacramento, los que
la reciben no son sino un abismo de nada y de pecado.
El Sacramento por la Comunión de la Víctima es la Consumación del
Sacrificio...Tanto es así, que según Su Santidad Pío XII, no habría Sacrificio
íntegro sin la Comunión eucarística del Celebrante.
Pero no habría tampoco Comunión
sacramental
ni
Santa
Reserva,
ni
Exposición, ni Bendición del Santísimo
sin el Sacrificio de la Misa, que
reproduce la Presencia Real.
La
Santa
Misa,
litúrgicamente
considerada, comprende la oblación u
ofertorio-la Consagración de ambas
especies, y que constituye el centro y la
esencia misma del Santo Sacrificio-, y la
Sagrada
Comunión,
que
es
su
complemento en forma de banquete
eucarístico.
LOS OFICIANTES DE LA M IS A
Y ¿quién ofrece la Santa Misa? Tres
personas actúan en el Altar, pero con un
valor litúrgico muy diferente .
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Ante todo, el Pontífice adorable, Cristo sumo Sacerdote, según el orden de
Melquisedec... El es el offerens, el divino Oficiante, y El es la oblatio, la
Ofrenda sacramental.
En seguida, POR EL, CON EL Y EN ÉL, como alter Christus, creado
ministro oficial para ofrecer el Sacrificio Sacerdotium propter Sacrificium...,
el Sacerdote actúa en esta máxima actio, investido con un poder altísimo,
único, según aquella palabra, imperativa del Señor en la última Cena:
«Haced esto en memoria mía.» El Sacerdocio fué creado, en efecto, para
ofrecer el Sacrificio de la Nueva Alianza.
Y, en fin, por mera concomitancia espiritual, en
una medida discreta y restringida, los fieles
«ofrecen» en cierto modo el Sacrificio con el
Sacerdote, pero sólo en la Ofrenda y en la
Comunión de la divina Víctima.
Pero siendo así que la Santa Misa, como
sacrificio, es culto social y público, la Iglesia
requiere siempre la presencia ante el Altar de un
representante del pueblo, y éste es el ayudante de
Misa, el «monaguillo». Su función efectiva, como
«diputado y lugarteniente» del público fiel, es
ofrecer al Celebrante el Vino y el Agua. Y en esa
calidad entabla con el Sacerdote aquel diálogo
alternando entre el oficiante y el pueblo, y que en
los primeros siglos fue la forma litúrgica de la
Misa.
LA M IS A EN EL S E N T IR DEL PUEBLO
Lo confesamos con inmensa satisfacción, que de algunos años a esta parte se
escribe y se predica mucho sobre la Santa Misa. Y es un hecho que los fieles
han dado un gran paso hacia el Altar, y con fe mucho más viva, porque es
más consciente e ilustrada.
Pero, digámoslo muy francamente, falta mucho todavía por hacer realizar el
ideal de la Iglesia a este respeto. ¡Ah, son todavía muy numerosas las almas
buenas, pero de una piedad de “carbonero”, esto es, sin Catecismo; de buena
voluntad, pero sin suficiente instrucción, y que van a Misa solo para
Comulgar, y no para participar al gran Sacrificio, no para glorificar a la
Trinidad, ¡oh, no!
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La Divina Eucaristía se reduce para muchos cristianos - y no los peores - casi
exclusivamente al Pan consagrado que se reparte en el Comulgatorio. Para
estas personas la Misa no es sino la ceremonia litúrgica durante la cual es de
regla que se puede comulgar. La Misa, pues, para estos, no es sino la llave de
oro que les abre el Sagrario, siempre para comulgar...El Sacrificio, como tal,
no cuenta, y durante este rezan Rosarios y novenas a todos los Santos, en
espera de la Santa Comunión, que se hace por devoción privada... Ya lo he
dicho; estas personas, inconscientemente, separan el Sacrificio del
Sacramento. Hay, si buena fe; pero sería preciso más verdadera fe.
¡Que bien dijo aquel gran teólogo cuando afirmo, contra el rebaño de
piadosos sin doctrina!: «Quien no aprecia grandemente el Santo Sacrificio de
la Misa no será un alma eucarística. Ese tal no aprecia, no puede apreciar la
Sagrada Comunión, aunque comulgue a diario.» ¡Ay! En tales casos, la rutina
y la ignorancia combinadas desempeñan un papel nefasto en esa devoción
desabrida, que es como leche descremada.
FIN PRINCIPAL DE ESTE ESCRITO
¿Qué dicen, pues, la Teología y el Catecismo del Santo Sacrificio de la Misa?
Permítaseme una observación personal antes de dar una respuesta, tan llana y
sencilla como doctrinal.
Es mi gran deseo hacer exposición que sea pan de luz para la mente, pero
nótese bien, quiero dar al mismo tiempo un pan consagrado para el corazón.
Quiero decir, que mi exposición debe ser no solo un relámpago de vivida luz
que instruyendo a los lectores les dé una convicción sobrenatural sobre este
Misterio... Quiero eso, mil veces, sí: pero quiero, además, y quiero sobre
todo, caldear las almas en el amor de Jesucristo. ¡Por desgracia hay tantos
libros buenos, pero cuya lectura produce sólo una descarga de luz eléctrica y
tan fría!
Quiera el Sagrado Corazón ponerse en mi mente y en mi pluma para poder
escribir con unción y con fuego divino, porque quiero con estas páginas
inflamar a cuantos me lean... ¡Ah! Qué feliz me sentiría si éstos pudieran
pensar o decir lo que aquel estudiante universitario escribiendo a un
Sacerdote: «Su libro enardece mi alma, su estilo hace llorar a mis ojos y mis
manos tocan brasas al pasar las páginas... Me pregunto, ¿cómo puede su
pluma resistir sin volverse un ascua?»
¿Por que no se han de poner en hermosa fraternidad mucha doctrina y mucha
unción, mucho razonamiento y un gran amor? ¿Por qué, al hablar de cosas
divinas, hemos de divorciar la cabeza del corazón, por que? No es acaso el
Evangelio el libro de luz por excelencia, y no son sus páginas la predicación
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del Amor de los Amores? “Ego sum Lux
mundis” (Soy la luz del mundo)...(Juan,
VIII, 12) “Ignem veni mittere in terram!”
(He venido a traerle fuego al mundo) (Luc.,
XII, 49) “Venite ad Me omnes! "(Vengan
todos a mi) (Math., XI, 28) Así habló el
Maestro Divino.
No querría, pues, que lo que aquí escriba
sea un esqueleto frío, sin alma de amor.
Que?... Por ventura el amor de Dios, la
Caridad, no es la más alta y sólida teología?
Aquel geniazo que escribió la Summa
escribió también la Misa incomparable del
Santísimo Sacramento. No envidio ni
pretendo tener su cerebro, pero si el
corazón sacerdotal de Tomas de Aquino,
pues soy tan sacerdote como el.
¡Que bien lo dice la Iglesia!: «Ilumina mi inteligencia e inflama mi
corazón.» Una cosa y otra es necesario: tener un sol de luz en el
entendimiento y un sol de fuego en el corazón. La luz abre el camino a la
gracia y el amor corona y hace eficaz su acción en las almas.
JE SU C R IST O , SACERDOTE Y V ÍC T IM A
Un 25 de marzo, el Espíritu Santo, al adaptar un cuerpo al Verbo de Dios en
el Seno virginal de María, lo ungió Sumo Sacerdote para la gloria de la
Trinidad, y lo constituyó Víctima redentora de Adán y su descendencia. Así
lo afirma la Iglesia en la Oración de la Misa tan hermosa de Jesucristo
Sumo-Sacerdote... Dice: «¡Oh, Dios!, que para La gloria de vuestra Majestad
y para la redención del género humano, habéis constituido Sumo y eterno
Sacerdote a Vuestro Hijo unigénito.» Desde ese instante sublime, Cristo, el
Hijo de Dios, humanado, adquirió la facultad de sufrir, de agonizar, de
morir: se hizo pasible, El la Inmortalidad y la Vida. Y al encarnarse por
obediencia al Padre, El mismo se ofreció como Hostia, si, El mismo “quia
Ipse voluit” (Juan, III, 17), se entrego por sus propias manos a la muerte.
Venía, pues, en calidad de Mesias-Salvador, “salvum facere quod
perierat...(Luc., XIX, 10) Venia para ofrecerse en Supremo Sacrificio. ¡Que
conmovedor es pensar que pudo redimirnos en un Tabor glorioso y delicioso;
pero prefirió por amor la locura de la Cruz!
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Después de este breve preámbulo, y con gran júbilo del alma, entremos en
materia. ¡Quiera el Señor que todos mis lectores se enamoren
apasionadamente del Misterio augusto del Altar! ¡Que el Espíritu Santo me
ilumine y me mueva!
LO QUE ES LA SANTA M IS A
Según la doctrina corriente de la Iglesia, ¿qué es en realidad la Santa
Misa?... El Santo Sacrificio de la Misa es la ADORACIÓN de Cristo, el
Dios-Hombre que alaba y glorifica al Padre y a la Trinidad en el ara del
Altar, como en el Calvario, como lo glorificó en el cielo El antes que el
mundo fuera. (Juan, XVIII. 5.) El Hijo de Dios, encarnado y sacramentado,
Pontífice y Hostia en el Altar, adora a Dios, su Padre. ¡Su adoración es
divina!
¿Qué es en sustancia el drama eucarístico del Altar? El Santo Sacrificio de
la Misa es la EXPIACIÓN adecuada que Cristo, el Dios-Hombre, ofrece en
el Altar a su Padre ofendido, ultrajado por la rebeldía del pecado...Sí, El, la
Víctima sin tacha, santísima, ofrece cada mañana, de la aurora al ocaso, su
Sangre, en holocausto de PROPICIACIÓN perfecta por el crimen del pecado
y para salvar así al pecador. ¡Su expiación es divina!
Doctrinalmente hablando, ¿cómo definiríamos la Misa? El Santo Sacrificio
de la Misa es la EUCARISTÍA, la ACCIÓN DE GRACIAS, de valor infinito,
que Cristo, el Dios-Hombre, ofrece al Padre en nombre de los hijos ingratos
y colmados por tantos beneficios... ¡Sin esta acción de gracias nuestra negra
ingratitud atraería el rayo!
¡Ah, tenemos tanto que agradecer!: el Bautismo de agua, el de sangre en el
Calvario, el de fuego en el Cenáculo, Pentecostés... Nuestra filiación de
hijos adoptivos del Padre... Y el océano de gracias de los Sacramentos... ¡Y
el arca salvadora de la Iglesia!... Y en don del
Pontificado Romano... Y la maternidad de María,
su Mediación universal... Y, sobre todo, el don de
dones,
la
Eucaristía-Sacramento
hasta
la
consumación de los siglos: «Usque infinem dilexit
nos.» (Juan, XII, 1.) ¡Su acción de gracias es
divina!
¿En qué consiste el tan celebrado prodigio de
gracia de nuestros altares? El Santo Sacrificio de
la Misa es la IMPETRACIÓN de Cristo, el Dio-
Hombre, que, conociendo nuestras necesidades e
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indigencia, impetra, con tanta sabiduría como misericordia, una lluvia de
bendiciones y de gracias que El y sólo El nos puede obtener. «Porque, dice
Jesús, el Padre siempre me atiende» (Juan, XI, 1.)
El es nuestro Abogado, que interpela y clama incesantemente ante el Padre
por nosotros... Mejor que Moisés, Jesús-Hostia levanta noche y día sus
manos suplicantes y desgarradas en favor nuestro... Y por esto, los favores
con que nos colma el Padre superan de lejos al número de nuestras ofensas.
¡Su impetración es divina!
Para corroborar de la manera más autorizada y elocuente tan conmovedoras
reflexiones, reproducimos aquí textualmente la definición del Santo
Sacrificio dada por Su Santidad Pió XII en su Encíclica Mediator Dei. Dice
el Papa: «El Sacrificio eucarístico consiste esencialmente en la inmolación
incruenta de la Divina Víctima, inmolación místicamente manifestada por la
separación de las santas especies, y la oblación de éstas al Padre Eterno.»
«La Sagrada Comunión asegura la integridad (del Sacrificio) y nos permite
participar en él sacramentalmente. Pero si la Comunión del Ministro
sacrificador es absolutamente necesaria, esta no es sino de apremiante
consejo para los fieles.»
LA VO Z DE C R IST O , VO Z DE LA IGLESIA
Tanta belleza requiere una breve y lúcida explicación, pero caldeada en
llama de caridad.
Rompamos, pues, este pan de doctrina en migajas, en partículas
consagradas... ¡Que no caigan y se pierdan; tomadlas con amor y comed!
La voz de Cristo, Pontífice y Mediador que
ADORA, que EXPÍA, que AGRADECE y
que IMPETRA en el Altar, es la voz de la
Iglesia Católica. En efecto, la Santa Misa,
en cuanto Sacrificio, es el homenaje oficial
de adoración, es el culto social y público
de la humanidad rescatada, y que alaba y
glorifica al Dios trino y uno por las llagas
de Cristo-Mediador y por la santa Liturgia
de la Iglesia. ¡Ah! Pensad que una sola
Misa glorifica más a Dios que todos los
milagros, y que el cantar de los Coros de
los Angeles y de todos los Santos. ¡La
glorificación de Cristo es de valor infinito!
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¡No es una mera y hermosa plegaria: es el gran Sacrificio por excelencia!
Pero como tal, la Misa es, si, también, una plegaria pública y católica: es el
clamor de los desterrados, de la familia cristiana, que tiene ansias de paz y
nostalgia de cielo. La Misa no debe, pues, jamás ser considerada como culto
de devoción privada, como son el Via Crucis, el Rosario y las Visitas al
Santísimo. ¡Es infinitamente más!
GESTO DIVINO DEL SACERDOTE
Ahora, para marcar con fuego la imponente majestad del Sacrificio, voy a
hacer referencia, con viva emoción, a un gesto del Sacerdote que, en forma
sencilla y estupenda, resume todo este ideal de la glorificación del Padre y
de la Trinidad, por Cristo Pontífice y Mediador, durante la Santa Misa. Me
parece que en ese momento, mil veces sublime, los nueve coros de los
Angeles y la asamblea de los Santos y todo el Purgatorio deben estar
pendientes del gesto del Celebrante, cuando, poco después de la
Consagración, teniendo en su mano derecha a Jesús-Hostia, traza con el
Cristo Sacramentado cinco cruces sobre la preciosa Sangre del Cáliz,
diciendo: «¡POR EL Y EN EL TE RENDIMOS, PADRE OMNIPOTENTE, EN
LA UNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO, TODO HONOR Y TODA GLORIA! »
Y esto diciendo, levanta hacia el cielo el Cáliz y la Hostia Santa.
Marquemos con fuego la grandeza de este gesto, divino entre todos... Creo
que aun el genial San Pablo, descendiendo del tercer cielo, no hubiera
encontrado elocuencia adecuada para explicarnos toda la majestad y el
profundo sentido de esta fórmula litúrgica, de un valor inapreciable.
POR EL, el Hombre-Dios de Belén, del Tabor, del Calvario, tan realmente
presente en las manos del Celebrante, como en las manos de María, su
Madre.
CON ÉL, el Hombre-Dios crucificado, muerto y resucitado, el mismo que
ascendió a los cielos y que está sentado a la diestra del Padre, y a quien Este
ha otorgado todo poder en el cielo y en la tierra.
EN EL, el Hombre-Dios por Quien y para Quien todo ha sido creado,
constituido Rey inmortal, y que, en calidad de Juez, vendrá a juzgar a los
vivos y a los muertos.
Si en este momento un relámpago divino iluminara milagrosamente al
Sacerdote, moriría, no de espanto, pero sí de emoción y de júbilo.
Este gesto, mil veces divino, sintetiza admirablemente el fin supremo y la
majestad del Santo Sacrificio. Sólo la Virgen Madre tuvo el insigne
privilegio de anticiparse al Sacerdote, y de hacer exactamente esta misma
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ofrenda en Belén, en el templo de Jerusalén y en la cima del Calvario.
La Misa, himno de gloria
¡Ah, sí! La Santa Misa es, pues; el Himno oficial de gloria, el único digno
de la augusta Trinidad. Oíd, si no. la estrofa más sublime que Cristo enseñó
a los Apóstoles, Himno que, por los labios de la Iglesia, El mismo canta
durante el Santo Sacrificio: «Padre nuestro, que estás en los cielos... Padre,
Santificado sea tu nombre... Padre, venga a nos tu reino... Padre, hágase tu
voluntad, así en la tierra como en el cielo.»
¡Y pensar que el Divino Orante que ofrece esta plegaria es el Verbo de Dios
que así glorifica a su Padre y nuestro Padre! ¡La creación del universo,
sacado de la nada, es apenas una centella, un relámpago de gloria,
comparada con la gloria que Cristo, Sumo
Sacerdote, rinde a la Trinidad en el Santo
Sacrificio!
Y ahora, puestos los ojos del alma en el
Gólgota, convertido en ara de nuestros altares,
hagamos una suposición algo original, pero
muy verosímil y muy emocionante. La
fantasía, bien utilizada, es facultad tan noble
como provechosa. El Señor se sirvió de ella
para pintar magistralmente sus inimitables
Parábolas.
V I S I Ó N IMAGINARIA RETROSPECTIVA
Supongamos que en los tiempos de los emperadores romanos Augusto y
Tiberio se hubieran ya descubierto y aun vulgarizado los tres maravillosos
aparatos Registrador (Dictáfono), Radio, Televisión, (y hoy dia, el internet)
pero mucho más perfeccionados que en nuestro siglo... Y supongamos
además que el César, oportunamente informado por sus agentes de la
predicación de Cristo en Palestina y del propósito del Sanedrín de
ajusticiarlo, hubiera dado orden al procónsul Pilato de remitir a Roma, con
el proceso completo, una película del drama del Calvario, de la crucifixión y
muerte del pretendido Rey de los judíos, de Cristo Señor nuestro...
¡Qué emoción sería la nuestra si esa película parlante y sonora,
reproducción exacta, gráfica, fidelísima, del deicidio del Viernes Santo, se
desarrollara poco antes de la Santa Misa, en las iglesias, como una
verdadera visión natural y científica de lo que el velo del Misterio cubre en
los altares!... ¡Si, que emoción indescriptible sería contemplar con nuestros
propios ojos la escena única, contemplada por la Virgen Dolorosa, por San
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Juan y la Magdalena!... ¡Ver como ellos y oír las Siete Palabras de Jesús que
ellos oyeron, y también las blasfemias de los enemigos, y asistir a todo el
drama, de las doce del día a las tres de la tarde, de ese Viernes Santo!
LO IMAGINARIO, PURA REALIDAD
Pues exactamente eso, e infinitamente más, es lo que, con fe que no engaña,
presenciamos tras de un velo tenue cuando, bien instruidos y muy piadosos,
asistimos al Santo Sacrificio. La tal película no sería sino una
representación inanimada de un hecho del pasado, como es el Santo Sudario
de Turín, en tanto que la Santa Misa es una palpitante realidad, actual y del
presente.
En efecto, hace ya veinte siglos que en la Iglesia Católica se ofrece en toda
Verdad una sola Misa, la que Cristo celebró en el Gólgota, Misa renovada.
Misa reproducida desde el Viernes Santo en los altares del mundo entero...
No en película, sino en toda realidad, es idénticamente el mismo Santo
Sacrificio. Pero sin dolor ni efusión de sangre.
Según esto, como lo enseña el Concilio de Trento, la Misa hace, ante todo,
OBRA DE ESTRICTA JUSTICIA, porque es la aplicación de la Sangre del
Cordero, que borra los pecados del mundo.
El Santo Sacrificio aplaca, pues, con esta Sangre preciosa el rigor de una
justicia inexorable; paga con un precio infinito una deuda que, sin ese
rescate, sería insoluble, y expía un crimen que es, nada menos que un
deicidio. “Pater, dimitte illis” , clama Jesús ya moribundo.
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Por esto, satisfecha la Justicia con la expiación infinita de este Sacrificio,
estalla como sol fulgurante la divina Misericordia... La reconciliación entre
el cielo y la tierra rebelde está hecha. Pero siempre, en virtud de la Sangre
de Cristo, vertida en el Calvario y que hoy llena el Cáliz de todo sacerdote.
D IFE R E N C IA ENTRE EL GÓLGOTA Y EL ALTAR
Hay, sin embargo, una notable diferencia entre el Gólgota de Jerusalén y el
Calvario de nuestro Altar. Este es un Tabor glorioso, pero perpetuamente
cubierto con la púrpura divina de una Sangre adorable... Si, el Altar católico
es un verdadero Tabor, porque la Víctima que en él se inmola diariamente es
el Hijo de Dios y de María, pero ya glorioso; es el resucitado triunfante del
Domingo de Pascua. Pero al mismo tiempo el Altar donde celebramos la
Santa Misa es un verdadero Calvario. ¡Ah, pero envuelto en los relámpagos
del Sinaí y en los resplandores de la Resurrección!
La majestad del Altar es tanta, que, si no hubiera el velo del misterio, el
Cura de Ars no se hubiera atrevido a celebrar el Santo Sacrificio... Y Santa
Teresita hubiera temblado a distancia del Comulgatorio... El misterio hace,
pues, asequible, abordable y aun atrayente, este Sinai ensangrentado, este
Calvario, mucho mas glorioso que el Sinai.
La Santa Misa así comprendida es, pues, a no dudarlo, la
única súplica que, porque brota del Corazón mismo de
Jesús, rasga las nubes, llega hasta el trono del Altísimo y
arrebata el Corazón del Padre... Jesús así nos lo aseguro.
En efecto, Cristo, cuando ora, manda y opera lo que pide:
¡es Dios!
Por esto, la primera oración que deberíamos siempre
recitar al hacer una visita al Santísimo, al hacer una
adoración eucarística, al hacer la adoración nocturna en
el hogar y, sobre todo, al asistir al Santo Sacrificio,
debería ser el Canon de la Santa Misa: es esta,
ciertamente, la fórmula litúrgica la más venerada, la más sagrada, por su
contenido doctrinal y su antigüedad. Así nos unimos en espíritu y en verdad
a los millares de sacerdotes que día y noche están levantando la Hostia y el
Cáliz sacrosantos. Esta es la realización mística y bellísima del ¡Gloria in
excelsis Deo..., Gloris in altari, Altissimo!
FIN SUPREMO DE LA C O M U N IÓ N
Saboread otra migaja consagrada y deliciosa, que sabe a Sangre del
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Cordero.
Hablemos de la Sagrada Comunión, que litúrgica y doctrinalmente es el
consumatum est, la consumación mística de la Misa por este verdadero
banquete sacrificial.
No hay Misa completa sin la Comunión del Celebrante, como no hay
tampoco Comunión sin Misa, al menos en principio y como regla general.
Ahora bien: cuál sería teológicamente el fin supremo de la Comunión
Eucarística?... Cual debería ser nuestro primer anhelo, el más santo, al
acercarnos al Comulgatorio?
Respondo categóricamente: EL FIN SUPREMO de la Sagrada Comunión es
sustancialmente el mismo que el fin, también supremo, del Sacrificio. Es, a
saber: la glorificación de la Augusta Trinidad... Esto, porque la Sagrada
Comunión es esencialmente UN GESTO SACRIFICIAL, inherente al
Sacrificio y, en consecuencia, de la misma naturaleza que el Santo Sacrificio.
Comulgamos, pues, por la misma altísima razón por la cual celebramos la
Santa Misa, esto es, para glorificar al Padre y a la Trinidad... La Sagrada
Comunión corona y completa, como Sacramento, lo que se propone realizar
el Sacrificio. El fin primordial del uno y del otro es idéntico: ¡GLORIA
PATRI!
Según esta sólida doctrina, si durante la Misa el Celebrante consagra un
copón con 500 hostias, ello debe significar que esos 500 dichosos
comulgantes quieren, ante todo y sobre todo, dar a Dios Padre, a Dios Hijo, y
a Dios Espíritu Santo una inmensa gloria. La misma gloria que el Santo
Sacrificio les da en el Altar, los comulgantes se la dan en el Comulgatorio...
Así, Sacramento y Sacrificio son el mismo himno de amor y gloria; el uno
sería, por decirlo así, la melodía, y el otro la armonía; pero ambos cantan
igualmente a la Trinidad.
Otro
f i n i m p o r t a n t e d e la c o m u n i ó n
Pero
debemos
inmediatamente
añadir
que,
inseparable de la gloria de la Trinidad, la Sagrada
Comunión tiene también, esencialmente, otro fin de
suma y capital importancia, y que nos concierne a
todos muy directamente.
Recibimos, en efecto, la Sagrada Comunión como
manjar y divino alimento del alma, como tónico y
fortificante de primer orden en las luchas de la vida:
mens impletur gratia. El alma se llena de la gracia
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sustancial, que es Cristo en persona. Este Maná celestial y este Pan de
ángeles es, por institución divina, alimento indispensable de mortales en
este destierro.
Comulgamos para vivir una vida cristiana, profunda y sobreabundante.
Comulgamos para santificarnos.
Y notémoslo; el deber de comulgar es de derecho divino, pues el Salvador
dijo: «Quien no come mi Carne y quien no bebe mi Sangre no tendrá la vida
eterna.» (Juan, VI, 54.) Y así realizamos aquel ideal de San Pablo, cuando
dijo: «Mi vivir es Cristo» (Philip., I, 21.) Por esto, al dar la comunión dice
el Sacerdote: «Que el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma
hasta la vida eterna.» Dentro del elemento sólidamente cristiano y piadoso,
comulgar es vivir: ¡Panem nostrum quotidianum, da nobis hodie! (El pan
nuestro de cada día dánosle hoy)
Y esto dicho, hago con inmenso júbilo la siguiente afirmación: En la medida
en que el Sacerdote y el cristiano comulgan con la intención primordial de
glorificar ante todo a la Trinidad, en esa misma medida el Pan eucarístico se
torna prodigiosamente nutritivo y santificante.
C O N S E C U E N C I A PRÁCTICA
Dad, pues, al Padre y a la Trinidad el puesto de honor que les corresponde;
el primero no sólo no es pérdida y desmedro para el comulgante, sino por el
contrario, enorme provecho de gracia y ganancia de mérito y de gloria.
Si alguien, invitado a un banquete por un gran Rey, acudiera ante todo con
ansia desmedida de comer y de beber regia y opíparamente, éste sería mucho
menos noble que otro que acude presuroso a la mesa del Rey para honrar a
quien tanto le honra, para darle una prueba de deferencia y de lealtad. Lo
que no obstaría para que también saborease el banquete...
Bien sé que esta comparación, aunque hermosa, flaquea, como toda
comparación... Porque en el Banquete Sacramental, el Rey que invita y el
manjar que él ofrece... ¡son el mismo Jesús Sacramentado!
Unamos, pues, inseparablemente con fe grande y amor inmenso la gloria de
la Trinidad y nuestro provecho espiritual en recepción muy fervorosa de este
Sacramento, divino entre todos. La gloria de Dios no solo no está en pugna
con nuestro bien y nuestro provecho personal, sino, por el contrario, quien
antepone el reino y la gloria de Dios recibe todo lo demás por añadidura, y
lo recibe con sobreabundancia. Quien sirve ante todo al Rey Divino y busca
su gloria, ha encontrado la piedra filosofal, o sea, el secreto de convertir las
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piedras, el cobre y todo en oro.
Por última vez repito que la Sagrada Comunión es
eminentemente un banquete sacrificial, que pertenece al
Sacrificio como la parte al todo. Fue por mucho tiempo
tema debatido entre teólogos si para participar
efectivamente al Sacrificio era obligatorio comulgar
durante la Santa Misa. El Papa Pío XII ha zanjado la
cuestión en los siguientes términos, tomados de la
Encíclica Mediator Dei: «No es raro encontrar motivos
para distribuir la Santa Comunión antes o después del
Sacrificio... Aun en estos casos el pueblo participa
normalmente del Santo Sacrificio eucaristico»
Pero a renglón seguido, el Papa añade en tono de consejo,
que « cada vez que un motivo razonable no se oponga, deberían (los fieles)
esforzarse en realizar lo que más claramente manifiesta en el Altar la unidad
efectiva del Cuerpo místico».
Esto es, aconseja que siempre que sea posible se comulgue durante la Santa
Misa. Mero consejo, no obligación formal.
LA CELEBRACIÓN INTEGRAL
Hay una palabra conmovedora e inspirada que resume los Misterios de la
Encarnación, de la Redención en la Cruz y del grande y delicioso Misterio
del Altar... Esta palabra es: tradidit semetipsum. Esto es, que por la gloria de
su Padre y por el bien de los hijos culpables, Cristo se entregó a la muerte y
muerte de Cruz, y también a inmolación de siglos en la Divina Eucaristía.
Se nos entregó, y para siempre, como Víctima de su amor y de nuestros
crímenes. Por eso El es nuestra Hostia desde el Jueves Santo. El primer
responsable de esta inmolación sacramental fué su Corazón Divino, su Amor.
¡No quiso dejarnos desvalidos y huérfanos!
En la celebración de la Misa hay un gesto portentoso y exclusivamente
sacerdotal, y es el de la Consagración... En la operación de este prodigio, el
Celebrante participa como nunca del Sacerdocio y del poder de Cristo, según
el mandato dado por el Señor en la última Cena.
Pero tanto el Celebrante como los fieles pueden y deben realizar otro
prodigio, y que la celebración integral y de veras santa del Sacrificio
requiere absolutamente de todos, del oficiante y de los fieles... Y es el
reproducir el ABANDONO DE CRISTO a su Padre y a las almas, con nuestro
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ABANDONO TOTAL A LA VOLUNTAD DEL PADRE... ESE DARNOS es
una inmolación sublime, ése es un morir con Cristo para glorificar, también
con Cristo, a la Trinidad... Ese abandonarnos constituye, de parte nuestra, la
consumación del Sacrificio, que anhelamos realmente celebrar, siendo
también nosotros, como Cristo y con El, «oficiantes y hostias», «offerens et
oblatio».
Esto es lo que llamo celebrar integralmente la Misa... Es decir, añadir al rito
litúrgico, mil Veces santo, nuestro don completo al Padre, por Cristo
Pontífice, con Cristo Mediador y en Cristo Hostia.
Esta Misa integral no dura, pues solo media hora, porque antes, durante y
después de la celebración litúrgica del Sacrificio del Altar debemos
entregarnos y abandonarnos a Aquel que, sin reserva, se entregó y se entrega
a diario por nosotros.
P R EC ISIÓ N DE ENTREGARNOS C O N C R IS T O
Convenzámonos, sacerdotes y fieles, que el rito sacramental, con ser tan
divino, no nos dará de por sí, y a pesar nuestro, lo que la participación a la
muerte de Cristo, por nuestra muerte moral, a fuego lento, nos obtendrá
infaliblemente. Si, pues, dejamos al Señor que ofrezca sólo el Sacrificio sin
darnos y ofrecernos también nosotros con El, en toda verdad, menguamos la
gloria accidental y externa de la Trinidad y mermamos grandemente el
tesoro que nos estaba destinado.
Este es el caso de aplicar muy oportunamente el principio: que la santidad
no es tanto la gracia que previene y que Se recibe gratuitamente, cuanto
nuestra correspondencia de amor generoso. El darse un mucho más amor de
santidad que el recibir. Así, quien vive de lleno y en paz la Voluntad de
Dios, sobre todo en las horas de Getsemaní y del Calvario, ese tal sabe
realmente amar, porque sabe renunciar a sí mismo y
sabe abandonarse. ¡Darnos así es amar!
El Sacerdote, y el fervoroso cristiano que con estas
disposiciones prepara, celebra y vive su Misa diaria, ha
comprendido realmente el misterio del Altar. Según
esto, una vida profundamente cristiana, sería, en
realidad, una Misa constantemente celebrada.
«¡Padre, heme aquí que Vengo para hacer tu voluntad,
muriendo de muerte cruel e ignominiosa!», dice Aquel
que es el único Inocente, el único Justo y el único
Santo...
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Para poder celebrar, pues, menos indignamente en unión con semejante
Pontífice y para participar a su inmolación, hay que saber renunciarse y
adherir así plenamente a la Víctima de la Cruz y del Altar... Y en ese morir
diariamente, en ese ABANDONARSE a la sabiduría, a la Providencia y al
amor del Padre, en esa nuestra muerte diaria consiste la más alta y auténtica
celebración del Santo Sacrificio. Eso es comulgar realmente a su Cuerpo y a
su Espíritu, a su Vida y a su Muerte.
No nos engañemos, sólo un amor fuerte, más que la muerte, resolverá este
gran problema. Sólo los grandes amadores saben darse y saben morir por
amor. Sólo estos, los grandes amadores, comprenden lo que Significa esa
palabra: «Tradidit semetipsum.» Solo ellos sabrán realizarlo y vivirlo con la
Víctima del Altar.
Porque en la celebración integral de la Misa no podemos separar el
Celebrante de la Hostia, pues, como Jesús, todo Celebrante debe ser también
una Hostia.
VALOR DE LA SANGRE DE C R IS T O
Y hablemos ahora de la omnipotencia salvadora del Cáliz del Santo
Sacrificio de la Misa... Porque nuestras almas han sido compradas a un
precio subidísimo. Costaron lo que vale, ante el Padre, el torrente de Sangre
divina que brotó de las llagas del Crucificado, y que secó y agotó sus venas
en la Cruz: «Redemisti nos in Sanguine tuo» (Apoc., V, 9.)
Los canales de la gracia son innumerables. Ante todo los Sacramentos; luego,
la predicación evangélica, la actividad apostólica, la comunión de oraciones
y buenas obras en la Comunión de los Santos, la mediación de María, etc.
Pero la fuente original de toda redención, la savia divina de toda fecundidad,
es siempre e invariablemente la Sangre de Jesús Crucificado. «¡Adorárnoste,
Cristo, y bendecírnoste, pues por tu santa Cruz redimiste el mundo!»,
decimos al hacer el Via Crucis. ¡Pagó las almas con el precio de su Sangre!
Ahora bien: la Santa Misa contiene este precio, pues es la inmolación
incruenta iniciada en la última Cena, con más complemento sangriento en
Gólgota.
He aquí una lección tan práctica y doctrinal como consoladora, porque, ¡ay!,
los pródigos y los publícanos abundan aún en los hogares más cristianos...
¡Que angustia cruel y nobilísima para una esposa cristiana, para una madre
modelo, para una hija piadosa, tener en la casa el cadáver moral de un
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marido, de
dinero, que
los acecha,
no tuvieran
un hijo, de un padre, alejados de Dios, y que trabajan, ganan
gozan de la vida, al borde de un infierno!... Y la muerte avanza,
y ellos, indiferentes, viven como si no debieran morir, como si
un alma inmortal.
De esta agonía sufren tantas almas bellísimas, muchas santas religiosas y,
como nadie, sacerdotes venerados, celosísimos y que sienten el peso de
tremendas responsabilidades en su ministerio apostólico.
LA MISA, MEDIO DE C O N VERSIÓ N
Que hacer? Con qué secreto de misericordia se podrá obtener el milagro de
estas resurrecciones morales, más difíciles que la de Lázaro? Convertir
almas, en efecto, es prodigio mayor que resucitar muertos. Y como
convertir?
Con la omnipotencia salvadora del Santo Sacrificio, pues una sola Misa pesa
en la balanza de la justicia y de la misericordia más que todas las buenas
obras de todos los santos y de todos los misioneros... Hagamos, si, como
estos, cuantas buenas obras podamos; pero oraciones y penitencias y
limosnas, pongámoslo todo, como una gota de agua bendita, en el Cáliz para
que
la
preciosa
Sangre
rinda
nuestro
apostolado
realmente
fecundo.Convirtámoslo todo en la Sangre redentora del Cáliz!
Los que consideramos «imposibles» que una pie cante y vuele, que brote
agua de la roca, digo que un alma, que parece inconvertible y ya perdida sin
remedio, vuelva a Dios, que llore su pecado, que se confiese y comulgue,
llorando de amor y de contrición, esos «imposibles», digo, los obtiene la
mediación de la Víctima en el Altar... Dios Padre no quiere negar esa gloria
y esa Victoria a su Hijo, cuya Sangre en el Cáliz clama como en la Cruz,
pidiendo misericordia y ofreciendo perdón. Pero hay que pagar
ineludiblemente ante todo la deuda de estricta justicia. Por esto subió el
Señor al patíbulo de la Cruz.
■ ■
II
No me equivoco si digo que las devociones
abundan, ¡pero que nos falta con frecuencia la
reina de todas las devociones, la del Santo
Sacrificio de la Misa! Por falta de esta barrera
ruedan al abismo tantos pecadores.
Como María, Dolorosa y Reina de los Apóstoles
con Juan y Magdalena, lloremos, clamemos ante
la Víctima sacrosanta del Altar, hagámosle ahí
violencia en favor de tantos pródigos del hogár
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querido.
Insisto con profunda convicción: el medio clásico por excelencia, desde el
Calvario, de obtener la conversión de los más empedernidos pecadores, es el
de pagar su rescate y aplacar la justicia ofendida con el valor infinito del
Santo Sacrificio. Es mi humilde opinión que no habrá infierno en un hogar
donde hay alguien apasionadamente enamorado de la Santa Misa, y que así es
apóstol fecundo porque salva y conquista con el Cáliz en su corazón y con el
corazón en el Cáliz.
Si algo sé y conozco por amabilísima experiencia es esto. ¡Pongo mi mano
sobre el Altar y el Evangelio que digo verdad! ¡Haced todos esta experiencia,
y cierto estoy que me bendeciréis un día en el cielo, pero en la compañía de
aquellos que fueron convertidos por el apostolado incomparable de la Santa
Misa. Una confidencia conmovedora: mi madre obtuvo así la conversión de
mi padre y de mi hermano mayor. ¡Y mi vocación!
¡Que me oigan mis venerados colegas en el Sacerdocio!... ¡Que me lean las
Comunidades religiosas y los admirables misioneros y todos los
predicadores: que el Santo Sacrificio de la Misa sea para todos el secreto de
un éxito sobrenatural, la fuente de redención y de vida! Así lo dice la Iglesia
en el altar: «Suscipe, Sánete Pater, hanc immaculatam hostiam... Offerimus
tibi calicem salutaris. tuam deprecantes clementiam... pro nostra et totius
mundi salute»: «Aceptad, Padre Santo, esta Hostia inmaculada... Os
ofrecemos este Cáliz de salvación, reclamando vuestra clemencia por nuestra
redención y la del mundo entero.» (Misal)
LA MISA, SUFRAGIO OM NIPOTENTE
Y puesto que hablo aquí con inmensa piedad de la
misión, misericordiosa que es la Santa Misa, en
favor de los infortunados pecadores, creo muy
oportuno recordar que la Santa Madre Iglesia,
durante el Santo Sacrificio, vierte la preciosa
Sangre de nuestro Cáliz sobre aquellas almas
dolientes que expían y se purifican en el
Purgatorio. El sufragio por excelencia por nuestros
queridos difuntos, es el del Altar.
¡No las olvidemos; es deber de caridad! Y de
manera muy especial, encomendemos las almas
sacerdotales que, con frecuencia, son las más
abandonadas. ¡Que alborozo de alivio y, con
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frecuencia, de liberación definitiva, en el Purgatorio, cuando ante el Altar
pagamos enormes deudas con la Sangre del Cordero Inmaculado!
¡Bienaventurados los misericordiosos, porque estos alcanzarán misericordia!
¡Despoblad el Purgatorio con el sufragio omnipotente de la Santa Misa!
EL AMOR, PERFECCIÓN DE LA LEY
Estamos ya por terminar esta meditación, que, como el sol, espero que ha de
haber llenado de luz y de calor el alma de los lectores.
Aquí se impone una doctrina de la mayor importancia, y en la que están
saturados el Evangelio y las Epístolas de San Pablo... Quiero hablar de lo
que el Apóstol llama LA CIENCIA DE LA CARIDAD DE CRISTO: Caritas
Christi urget nos.
¡Desgraciadamente, los hay que temen hablar de este tema, sencillamente
por que temen... amar! Y con candor imperdonable, para excusarse,
pretenden alarmarnos con el mal de «sentimentalismo» y con los devaneos
de una fantasía soñadora y poética. Como si el primer Mandamiento fuera
una aberración celestial, y como si el espíritu de San Pablo fuera una
flaqueza. ¡No, mil veces no! ¡AMAR NO ES SENTIR NI DAR! ...¡AMAR
ES DARSE!
Y ese darse a Dios y al prójimo es virtud cristiana, fundamental, y esta
virtud es el secreto de todo heroísmo. «Plenitudo legis, dilectio»: «La
perfección de la ley es el amor.» (Rom., XIII, 10.)
Amar es poseer a Dios dentro de nosotros, porque DIOS ES AMOR. Y por
esto quien, amando, posee a Dios es ya o será un santo.
Dárselas de pensador intelectual es muy fácil, pues ello no tiene ninguna
consecuencia moral, ello no compromete a nada. Esta manía es con
frecuencia un hinchazón, pero sin dolor. ¡Ah, pero amar es siempre muy
arduo! Ese darse a Dios y a las almas, ese amar, que no es sentir, sino darse
y entregarse, a ejemplo de Cristo, es siempre arrostrar un martirio moral.
Pero éste es el primero y el gran Mandamiento. «Hoc est Prímum et
Mandatum.» ¡Que el famoso héroe Padre Damián, el mártir de los leprosos,
nos diga si el amor divino es sentimentalismo enfermizo o el más noble y el
más exigente de los tiranos!
Por esto, porque amar es darse, sobran los meros razonadores y los
expositores sin amor... Por esto por cobardía, nos faltan amadores, y, por
ende, los santos.
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LA MISA, MISTERIO DEL AM O R
MISTERIUM FIDEI ET AMORIS es,
sí, en toda verdad, el Santo Sacrificio
de la Misa. La explicación más
sencilla y la más divina de este
altísimo Misterio la encontramos en
estas palabras: «Sic Deus dilexit
mundum ut Filium Suum Unigenitum daret.» (Juan, III. 16.) Esto lo dice el
Espíritu Santo; huelga, pues, toda explicación... Es el amor, y sólo el amor
de Dios Padre, es sólo el amor del Hijo, de Dios encarnado, que nos da la
clave de este inefable Misterio. ¡Por amor, y sólo por amor, el Padre nos
entrega a su Hijo unigénito y Este se entregó a nosotros!
Como en el cielo la contemplación beatífica se resuelve en un éxtasis de
amor sin término ni medida, así también en esta tierra el Santo Sacrificio se
revela en aquélla luz intensa y misteriosa que brota fulgurante de una caridad
abrasadora.
Éste es, pues, el caso de saborear aquel axioma de vida espiritual que dice;
«AMA ET COGNOSCES»: «Ama mucho y conocerás mucho»
Si quieres ver en la impenetrable oscuridad que envuelve el Altar del
Sacrificio, si quieres contemplar lo realmente incomprensible que ahí se
pasa, ama, ama, ama.... y conocerás. «¡Diligam te Domine!» «¡Que te ame,
Señor, para ver y comprender!»
MARÍA, MADRE DEL A M O R H E R M O SO
Así, y solo así, veras lo que vio la Reina Dolorosa en el Gólgota el Viernes
Santo.
¡Con qué paz soberana, inalterable, sin alaridos, sin protestas airadas de
indignación, contempla María el deicidio que los verdugos asalariados
cometen al crucificar al Verbo de Dios! Y Ella es su Madre, única entre todas
las madres por la nobleza incomparable de su maternidad virginal y divina...
Y esa Madre dolorosísima calla y adora... Sus gemidos son como los de la
tórtola; sus lamentos son casi un cantar, un Magníficat que arroba a los
ángeles.
¿Cómo explicarnos esta actitud humanamente incomprensible de María? ¡Ah!
La Reina Dolorosa penetra en la nube de este misterio de la Cruz como
nadie... Pero tiene esta visión clarísima y la explicación de este drama de
sangre, porque ama como nadie, porque ama con un corazón de Madre y de
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Reina, de Virgen y de Mártir... Ella es, en efecto
la «Madre del Amor Hermoso».
Pedidle que os comunique un rayo en el que
haya el don de un gran conocimiento y el de un
gran amor. Que os enseñe a amar como Ella, y a
ver y a conocer como Ella lo que es la
inmolación sacramental de su Hijo en el Altar.
EL AMOR, FUENTE DE LA VERDADERA
C IEN CIA
Los santos como un Cura de Ars, un Felipe Neri,
un Vicente de Paúl, un Juan Bosco supieron
amar con delirio. Por esto los podríamos
considerar como «especialistas del Santo Sacrificio de la Misa».
¡Cuantos grandes maestros de teología no serían siquiera alumnos
aprovechados, si en esta tesis debiera examinarlos el Santo Cura de Ars!
Luz eléctrica abunda; luz fría que ofende y enferma la vista; luz de mucho
estudio sin gran oración; luz artificial de mucha lectura sin mucha
meditación. Estos tales abren tamaños ojos para ver, pero el libro del
misterio está sellado para ellos. Sin sospecharlo, sufren de «cataratas
espirituales». ¡Pobrecitos, NO AMAN!
El Altar es la cima más alta de aquellas cumbres en que se asienta el trono
de la Santísima Trinidad. No llegan ahí sino los universitarios a lo Tomás de
Aquino, a lo Buenaventura, a lo Belarmino, a lo Contardo Ferrini, los santos.
«La Santa Misa-ha dicho hermosamente un teólogo-«es el éxtasis de la
Iglesia, es la contemplación, alta por excelencia, más alta que los
arrobamientos de San Pablo.»
Y, sin embargo, ¡cuántas almas sencillas y humildes, pero muy amantes, se
embelesan ante el Altar! Estas tienen el privilegio de rasgar el velo, y, con
tanta profundidad como sencillez, nos asombrarían si debieran contestar a
esta pregunta: «¿Cómo comprendéis el Santo Sacrificio, qué os dice este
Misterio en lo que concierne la gloria de la Trinidad y la santificación y la
redención de las almas?»
Comprenderíamos, al oírlas, la exclamación, llena de júbilo del Maestro
Divino cuando dijo: «Gracias te doy, Padre, porque revelaste estas cosas a
los pequeñitos y las escondiste a los prudentes y a los sabios del
siglo.»(Luc., X, 21.)
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Amemos, pues, a Cristo Señor Nuestro; amemosle con amor de fuego, con un
santo delirio... Y El, en pago de ese amor, nos introducirá en el santuario de
su Corazón, y ahí, hablándonos como a amigos, nos contará los secretos que
le contó su Padre, y ahí nos hará conocer a su Padre, cuyo esplendor es El.
Amemos..., y El, que se llama «Luz del mundo», que es el Pontífice del
Santo Sacrificio, nos dará la clave y la comprensión que dió al predilecto
Juan en la noche de la última Cena y en la tarde del Viernes Santo.
¡Amemos inmensamente, como sólo supieron amar los santos!... Así
comprenderemos lo que ellos comprendieron en recompensa de su amor.
Mientras los fieles adoran compungidos y el Celebrante ofrece, con esta
maxima actio, el gran Sacrificio, los Angeles y los Santos cantan: «Dios amó
a los hombres hasta el punto de entregarles su propio Hijo.» (Juan, III, 16.)
¡Vedlo, si no, en el Altar, víctima del amor del Padre y víctima del amor que
tuvo a sus ingratas criaturas!
LA D EV O C IÓ N AL ESPÍRITU SANTO
Lo he dicho con suma frecuencia en mi
predicación, pero debo repetirlo en la
predicación muda y elocuente que este
librito debe hacer. Nos falta, y mucho, el
debido conocimiento del Misterio del
Altar, porque nos falta también mucho la
devoción al Espíritu Santo. ¡Qué poco
popular es esta maravillosa devoción!
¡Qué pena comprobar que una densa
niebla de indiferencia envuelve el Sol de
Pentecostés! ¡En Verdad el Paráclito es
un Dios desconocido!
Y
sólo
penetrar en el Santo de los Santos, ¡solo El! «¡Oh Lux beatíssima, reple
cordis intima!» (Secuencia de Pentecostés.)
El candelabro de los siete dones debería alumbrar la mente del Celebrante y
de los fieles durante la celebración del augustísimo Misterio.
C Ó M O DEBEMOS A S I S T I R A MISA.
Veamos ahora prácticamente en qué forma deberíamos alimentar y
desarrollar, siempre bajo el influjo y la inspiración del Espíritu Santo, la
llama que debería consumirnos en unión con la Víctima del Santo Sacrificio.
Lo primero es proponemos muy seriamente hacer un estudio detenido sobre
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el
el Santo Sacrificio. Las obras excelentes sobre esta materia abundan. Y
convendría, sobre todo, poner sumo interés en conocer a fondo el «Canon»
de la Santa Misa, himno oficial de a la Santísima Trinidad. El «Canon», que
es, según afirman los especialistas, un mosaico compuesto con el polvo de
oro de las preces más antiguas de la Iglesia, de la Misa, celebrado en las
Catacumbas... ¡Hay en él, dicen, fragmentos de San Ireneo! (Mons. Lépin-
Lyon.)
En seguida: No contentarnos con asistir corporal y respetuosamente al
Sacrificio, sino ofrecerlo con el Sacerdote, siguiendo en todo la liturgia»,
esto, es, las ceremonias y las oraciones en el libro de Misa.
Y si empleamos alguna otra oración es preciso que esté en perfecta
consonancia con el Sacrificio. Y no nos permitamos jamás cortar esta
corriente sobrenatural, ni interrumpir este concierto de la Iglesia,
intercalando devocioncillas y rezos que no encajan con la liturgia oficial que
se celebra en el Altar. ¡Oremos, adoremos con el Santo de los Santos, no
conversemos durante la Misa con los Santos!
Celebremos el Sacrificio POR EL, CON EL Y EN EL. Entre los brazos y
sobre el Corazón de Cristo Mediador, subamos hasta el Padre, cuyas
complacencias están en el Hijo que pontifica en el Altar.
Y resolvamos, mejor dicho, prometamos, no perder jamás, por culpa nuestra,
una sola Misa durante la semana... Misa, pues, y Comunión diarias en cuanto
lo permita el deber de estado.
LA D EV O C IÓ N DE LA SANTÍSIMA
T R IN ID A D
El Cristo Mediador es en el Altar la escala de
Jacob, por la cual se va siempre al Padre, ¡y sólo
por El!
He aquí ahora un fruto riquísimo, exquisito, de la
devoción al Santo Sacrificio: LA DEVOCIÓN A
LA ADORABLE TRINIDAD.
Por experiencia puedo aquí afirmar que jamás he
encontrado un verdadero devoto de la Santísima
Trinidad que no lo fuera atraído irresistiblemente
por el Mediador de la Santa Misa. La devoción a la Trinidad nace y brota en
el Altar, y se consumará un día en el cantar del coro de los Angeles:
«¡Sanctus, Sanctus, Sanctus, Deus Sabaoth!»
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Y a este respecto, digamos una palabra sobre la fiesta de la Santísima
Trinidad, que, litúrgicamente, se celebra el primer domingo después de
Pentecostés.
¡Ah!, pero la Trinidad es Majestad tan encumbrada y gloriosa que
convendría prolongar al año entero la celebración de ese hermosísimo
domingo.
Me parece, en efecto, muy conforme a la teología y a la sólida piedad
afirmar que el Gloria Patri, cantado al unísono por el cielo, la tierra y el
Purgatorio, que la fiesta inefable, jamás interrumpida,
cotidiana de la augusta Trinidad, es, en toda verdad, el
Santo Sacrificio de la Misa. La Iglesia triunfante,
militante y purgante entona en el altar, de la aurora al
ocaso, ¡Gloria in excelsis Deo!
El Arpa celestial que ahí canta este himno, el único
digno de la Trinidad, es el Corazón mismo del Mediador,
del Pontífice y de la Víctima adorable... ¡Como en el
cielo, así en el Altar es el Hombre-Dios quien glorifica a
la Trinidad!
Se a m o s
d e v o t o s d e la
M isa
El Santo Sacrificio es, pues, sustancialmente, el concierto de la eternidad,
pero con la «sordina» del Misterio eucarístico.
Según esto, la Santa Misa es, efectivamente, la aurora de un Paraíso, en
espera que la Eternidad rasgue para siempre el velo. La realidad divina y
sustancial es la misma en el cielo, en el Altar y en el Calvario.
¡Ah, pero la visión y la posesión de semejante tesoro no son, no pueden ser
las mismas! ¡Hoy es el enigma del misterio y mañana será el cara a cara
eterno! ¡Y también la posesión perfecta y eterna!
Quiera Dios que, sobre todo los sacerdotes, tengamos por el Santo Sacrificio
no una mera devoción cualquiera, sino un ardoroso entusiasmo de fe y de
amor, fundado en doctrina y en sólida piedad. Me parece que todo Sacerdote
debería ser un gran «especialista» de la Santa Misa, tanto para sí mismo
como en beneficio de las almas.
Un aforismo tan hermoso como verdadero afirma que «el Sacerdote es ante
Dios lo que es su Misa ante Dios»: «QUALIS MISSA, TALIS SACERDOS».
Mil veces dichoso, pues, el Sacerdote que sabe preparar, saborear y vivir su
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Misa diaria. «¡Danos Señor, muchos santos sacerdotes que esto sepan y,
sobre todo, que esto vivan!»
LA MISA, EXPIACIÓN PROPICIATORIA
Hemos dicho con marcada insistencia que el Santo Sacrificio es la expiación
propiciatoria por excelencia.
Recordemos a este efecto la insistencia con que pide el Salvador a Santa
Margarita María desagravio amoroso y reparación solemne por las
profanaciones, por los horrendos y numerosos sacrilegios con que se ultraja
al Señor Sacramentado.
No olvidemos que, al «entregarse» a su Padre, Jesús, que lo sabía todo, se
entregó libremente en las manos del traidor Judas y de todos los sacrilegos
que él representaba. La dinastía de Judas está lejos de extinguirse. ¡Qué de
Judas que lo venden, que lo traicionan con un beso! Estos, dice San Pablo,
«comen y beben su propia condenación». (I Cor., XI, 29.)
iAh, si se supiera con qué furor de veras satánico se ensañan estos sacrilegos
contra Su Persona adorable, oculto tras del velo blanco de la Hostia! ¡Mas
les valdría no haber nacido!
¡Piedad, Señor; piedad, Rey del Amor; piedad Jesús-Hostia, par estos Judas
modernos!... ¡Vengate, como sueles, con tu infinita y habitual misericordia!
¡No saben lo que hacen!
«¡Parce Domine, parce sacerdotibus, parce populo tuo, ne in aeternum
irascaris nobis...Miserere!»
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H I M N O FINAL DE ALABANZA
¡Ah, cómo querría, para terminar, tener el estro, y, sobre todo, el corazón de
aquel Santo que cantó el Lauda Sion Salvatorem!
Si al oírme hablar de la belleza soberana del Santo Sacrificio se conmoviera
la Creación como el Viernes Santo, a la muerte del Señor; y si, conmovida
quisiera estallar en un himno de alabanza, yo la detendría exclamando:
«¡Soles y estrellas, volcanes valles y mares, bosques, viñedos y jardines,
callad, callad, no cantéis todavía!...»
¡Ángeles y Santos del Paraíso, también vosotros enmudeced, callad. Y tú,
María, Reina y Soberana de la Creación, Madre del Rey de Reyes, te ruego,
calla un instante, porque el Arpa, que es el Corazón de Cristo Sacramentado,
debe vibrar, va a cantar al Padre!...
¡Jesús Víctima, Jesús Mediador, Jesús Sumo Sacerdote, canta Tú, alaba y
ensalza Tú, adora y bendice Tú al Altísimo en nombre de la humanidad
rescatada con tu preciosísima Sangre!...
¡Callen los cielos, calle la tierra mientras millares de sacerdotes, de un polo
al otro de la tierra, levantan la Hostia Divina y el Cáliz de Salvación!
¡Oíd, cielos; oye, tierra, pues vibra ya el Arpa Divina y canta el mismo
Himno que cantó en el ara de la Cruz!... ¡Oídlo, Cristo canta con la Iglesia
en nombre de la Creación!
¡Gloria al Padre, Amor omnipotente!
¡Gloria al Hijo, al Verbo, Amor misericordioso!
¡Gloria al Espíritu Santo, Amor sustancial!
¡Gloria al Altísimo en las alturas!
¡Gloria a la Trinidad en los Altares!
Y los cielos y la tierra responden: «¡¡Hosanna, Hosanna!...¡Amen, Fiat,
Fiat!»
E PÍ LO GO
Sacerdote o fiel cristiano que sabe realmente apreciar el prodigio sublime de
gracia que es el Santo Sacrificio de la Misa - que sabe amarlo
apasionadamente - y que , sobre todo, se esfuerza seriamente en vivirlo, ese
tal, digo, es un predestinado que ha encontrado en el Altar, como la
Samaritana al Mesías Salvador.
¡Ah, pero mucho más venturoso que ella, ese privilegiado ha tenido la
fortuna inapreciable de recibir en el Corazón mismo de Jesús-Hostia la
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fuente de aguas vivas que saltan hasta la vida eterna!
¡Pedid con gemidos del alma al Espíritu Santo, la luz divina de una llama
divina para conocer este, el don de Dios por excelencia!
¡Por la escala de Jacob, que son los brazos del Mediador y del Pontífice del
Santo Sacrificio, subid hasta el trono de la Trinidad, y ahí, arrebatad el
Corazón del Padre!
PADRE MATEO CRAWLEY-BOEVEY, SS. CC.
APROBACIÓN LA MÁS CALUROSA
El Excmo. Sr. Patriarca recibió este folleto dedicado a él en un día de
muchísima ocupación. Solo a las dos de la madrugada pudo leerlo. A veces,
interrumpía la lectura para besarlo y decir: «Este Padre Mateo es un santo.»
Que los devotos del Sagrado Corazón hagan lo mismo: que lo lean, lo besen y
lo mediten de día y de noche.
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