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miércoles, 6 de mayo de 2015

Apuntes profesionales, de Carlos Alberto SANTOSTEFANO: PATRIOTISMO Y FE

Apuntes profesionales, de Carlos Alberto SANTOSTEFANO: PATRIOTISMO Y FE: Cristo de la Buena Muerte Nada puede haber de positivo en una guerra, pero cuando ella sucede, la defensa de la patria es un deber para...












Hacia la última frontera al Tibet…

Tras haber compartido
con una familia sikh durante dos días el camino al famoso lago Hemkund
Sahib, hice dedo hasta Badrinath, el último de los cuatro puntos de una
peregrinación que estaba realizando a lugares sacros del Himalaya. Tuve
suerte de ser recogido por un todoterreno que me permitió viajar sobre
su techo. Tardamos hora y media en recorrer los treinta kilómetros que
nos separaban de Badrinath, con el motor a poco más que ralentí, a
través del camino más sinuoso que haya recorrido jamás, debiendo
bajarnos varias veces a recoger piedras desprendidas. A cambio, tras
cada curva se presentaba una visión del sobrecogedor paisaje que debaja
sin palabras a todos los presentes.
Siendo aún temprano, al llegar caminé
los tres kilómetros que me separaban Mana Gaon, un pueblecillo enclavado
en la pintoresca curva que un río crea en el valle que recorre. Un
tímido cartel a la entrada da la bienvenida al “último pueblo de India”.
Llegar hasta aquí no es sencillo, por lo que, pese a la capital
importancia religiosa del sitio, los peregrinos son escasos. A mi me
hizo mucha ilusión alcanzarlo, pues años atrás había aprendido que en
una cueva cercana, Veda Vyas – uno de los avatares más notables del hinduismo-, dictó el Mahābhārata, libro pilar de esta fe, a su escriba, el mismísimo dios Ganesh, que suele representarse con forma de elefante.


La entrada de Badrinath.


Paisaje entre Badrinath y Mana Gaon.


Cueva donde se escribieron los Veda.


Habitante de Mana Gaon.
Aún tenía tiempo antes de que cayera la
noche, así que cuando los locales me dijeron que a doce kilómetros
encontraría la cascada de Vashudara, que me definieron como
espectacular, no dudé en acercarme a conocerla. Debí tardar dos horas en
llegar, recorriendo un valle de belleza sublime, donde el verde de las
laderas degradaba verticalmente su color hasta convertirse en el blanco
de la nieve de las cumbres, y ésta, se evaporaba con las propias nubes.
Sólo me crucé con un paisano en todo el camino, de quien sólo entendí en
sus palabras “goofa”, que en hindi significa cueva. A los pies de la
cascada encontré, efectivamente, una cueva, y en su interior a un saddhu y su baba.
Los saddhus son santones del hinduismo, anacoretas que cortan cualquier
lazo con la vida material y aspiran a través de la introspección y
ejercicios descritos en los Veda a alcanzar la Moksha, o el
estado propicio para abandonar el ciclo de reencarnaciones. Baba es una
palabra que en varias lenguas asiáticas significa “papá”, y el hinduismo
suele referirse con ella a aquellos saddhus que alcanzado cierto nivel,
toman a otro saddhu a su cargo para instruirlo. Un baba tiene tanta
necesidad de un saddhu como éste del primero. La cueva se hundía en el
suelo, y una construcción artificial la cubría en su exterior. El saddhu
era el único de los dos que hablaba inglés, además de tener una cultura
envidiable. Me analizaba sutilezas entre puntos comunes y discrepancias
entre varias religiones del mundo con tal maestría que anoté absorto
varias hojas de mi cuaderno con sus enseñanzas. Centrándonos en el
budismo tibetano, y su evolución a través del tiempo, me recordó lo
relativamente cerca que estábamos de este país ocupado. “Sólo hay que ir
más al Norte”, fue una de sus últimas frases antes de quedarnos
dormidos.


Peregrino que llevaba comida a la cueva.


Mana desde la distancia.


Al dormir allí, escuchábamos la cascada.


La cena.
Y así, con la primera luz del día, ya
estaba caminando, como mi amigo saddhu me dijera, hacia el Norte. No iba
a abandonar tan rápidamente mi sueño de la infancia de conocer este
país. A diferencia de lo que ocurría hasta la cascada, aquí ya no
existía camino alguno, así que debía “inventármelo” yo mismo por donde
juzgaba más conveniente. Cuando tenía sed, bebía del río. Caminaba a
buen ritmo, seguro, y con toda mi ropa puesta. Pensé en avanzar todo lo
que pudiera, y si en algún punto la orografía me lo impedía, volver por
donde había venido. Exhausto al final del día, pues no hube parado ni un
segundo, me acerqué a una cueva que encontré en la ladera. Me tumbé en
el suelo, apoyando la cabeza sobre mi mochila, y pese a no haber comido
en todo el día, cosa que en ese momento tampoco me importaba, me quedé
dormido poco después a causa del agotamiento.


La famosa cascada de Vashudara.
A modo de mantra me repetía mentalmente “Tibet, Tibet”,
mientras avanzaba tomando cada vez más altura por aquel valle, en cuyo
final moría un glaciar de dimensiones colosales. La parte final del
mismo, la que veía, no mediría menos de quince metros de altura. Vestía
zapatillas de deporte, vaqueros, y dos camisetas, más otra de manga
larga. En la mochila me restaban dos mudas, unos pantalones, aparte de
un cuaderno que usaba para anotar impresiones y dos libros que me habían
regalado aquel viaje. Me sentía ligero, pero eso no me evitaba temer
que al girar el valle, encontrase otro glaciar, que me hubiera
complicado, si no impedido, continuar. Tuve suerte. No pocas veces tuve
que sortear algún tramo de hielo, pero estaba comenzando Septiembre, y
las temperaturas no congelaban todavía todo el valle. Cayendo la tarde,
encontré otra cueva, donde vivía la única persona que encontré en dos
días. El ermitaño que la habitaba me ganaba por goleada, no habiendo
visto a nadie en más de tres meses. Tenía como toda posesión un par de
recipientes para preparar te, una buena cantidad de esta planta, algunas
patatas, otras zanahorias, dos libros de hinduismo y unas cerillas.
Cuando le pregunté de qué se alimentaba, me señaló a los tubérculos,
contándome como con eso tendría para todo el invierno. Nuestro
organismo, me explicaba, no necesita tanta cantidad de comida como
habituamos a darle. “Todo es una cuestión de cómo hemos educado al
cuerpo”. El que en breve las nieves y hielo helasen aquel lugar, dejando
a este anacoreta, y quienes habitasen cuevas cercanas, totalmente
aislados hasta la primavera, me hizo creer lo que me contaba.
Posteriormente aprendí que hay saddhus que aprenden a controlar tanto su
cuerpo que se alimentan exclusivamente de te, otros de leche… Aquellos
valles estaban flanqueados por enormes montañas, y nadie había jamás
subido a la cima de muchas de ellas, donde, como me afirmaba este
saddhu, vivían algunos dioses, motivo por el que tantos anacoretas
decidían buscar alguna cueva cercana para vivir.


El nublado camino al Tibet.


El nublado camino al Tibet.
No tenía reloj y las baterías de
teléfono y cámara estaban agotadas, así que supongo que sería poco
después del amanecer, con las primeras luces entrando por la cueva,
cuando desperté y reanudé mi camino. Por lo que más tarde leería,
sobrepasé cotas de más de cinco mil quinientos metros de altura, aunque
nunca tuve pinchazos en el cerebro a causa de ello. Con la excepción de
algunos minutos que me senté poco después de beber agua fundiendo nieve,
anduve de nuevo todo ese día, sin parar. Ya no me importaba alcanzar o
no el Tibet. Recorrer aquellos valles que, eran suficiente recompensa y
sobradamente justificaban la felicidad que gastaba aquellos días.
Jamás olvidaré el momento en que vi en
la distancia un muro de piedra, que encerraba un pequeño refugio de
idéntico material, y un numeroso rebaño de yaks, esos peludos animales
naturales de estas tierras. Corrí hacia allí, queriendo confirmar mi
sospecha de que debía haber alguien dentro. Abrí la pesada puerta de
madera, comida por la humedad en sus extremos, cuando se presentó una
imagen que recordaré de por vida: tres hombres, vestidos a la manera
tradicional, sentados rodeando unas ramas en las que calentaban chai y
tsampa. Me hubiera cortado un dedo por saber qué se les pasó por la
cabeza al verme entrar exhausto, sudando mares y chorretones por todo el
rostro, y vestido con unos vaqueros y camiseta sucios. Pese a que
ingenuamente saludé en inglés, tardaron varios segundos en reaccionar, y
en dirigirme alguna palabra, casi tartamudeando, en tibetano. Rompiendo
el hielo, pregunté señalando al suelo: “¿Bóo?”, única palabra de
tibetano que conocía, y con la que se refieren a su país. Su afirmación
provocó tal sonrisa en mi cara que también cambió las suyas. Lo había
conseguido. Estaba en el Tibet.


Mapa de Google Earth mostrando desde el aire la zona que recorrí.
Ataviados a la manera tradicional, estos
caravaneros volvían a su poblado tras haber vendido sal en algún lugar
del Este del país. Conté veintiocho yaks, animales que usan para la
carga, y de los que al trasquilarlos salía la ropa que llevaban, y al
ordeñarlos, una particular mantequilla que daba origen al tsampa. Ésta
es una receta tradicional tibetana consistente en mezclar dicha grasa,
de un agrio característico, con te, y a veces levadura u otro cereal. Es
una grasienta fuente de calorías que permite sobrellevar el frío propio
del Himalaya. Con el cielo ya oscuro, caímos rendidos, cuando, entre
risas, parecía que el siempre útil lenguaje de gestos se decidía a
echarnos un cable y hacernos entender mejor. A la mañana siguiente, tal y
como despertaron, me explicaron que partían corriendo, pues temían que
empezase a nevar. Pese a que alguna nube manchaba el cielo, a mi parecer
no eran de tormenta. Pero siempre hay que dejarse orientar por quienes
más saben de esto, y yo entre ellos era un pardillo en temas de
metereología. Además, en diez días debía estar en Nueva Delhi para volar
de vuelta a Europa, así que juzgué volver la opción más coherente. Les
hubiera acompañado, siguiendo su invitación, pero sabía que la nieve de
alguna tormenta en aquel lugar podría dejarme aislado mucho tiempo. Al
explicarles gestualmente que volvía a India por donde había venido, se
llevaban las manos a la cabeza. Me entregaron, a modo de amuleto, una
mala -el rosario típico tibetano-, que en recuerdo de aquellos días,
suelo llevar en el cuello, y unas patatas hervidas, de las que di buena
cuenta en mi camino de vuelta.
Salvando los desniveles – ahora hacia
abajo-, podía avanzar bastante más rápido, que unido a mi inquietud por
que el tiempo cambiase, me hacían casi correr, como si alguien me
persiguiese, situación cuanto menos irónica, ya que me encontraba a
cinco mil metros de altura, y no había un asentamiento al menos en cien
kilómetros. Gracias a los picos y glaciares que se veían, recordaba en
qué punto del camino de vuelta estaba, y supe que gracias a la energía
de ese día, había recorrido lo mismo que en los dos anteriores. Vi una
enorme gruta y junto a ella una cueva. Procediendo como en la ida, me
acerqué hasta ellas, y entré gateando en la segunda, donde me recibió
una imagen sobrecogedora. Un saddhu de aspecto pintoresco, con un
tridente shivaista clavado frente a él, encendía un pequeño fuego. Tenía
el cuerpo cubierto con ceniza, y al verme entrar y saludarle en hindi y
continuar conversación en inglés, me respondió sin inmutarse con gran
perfección en esta lengua. Había estudiado Literatura Británica en
Bombay, y pese a su vida acomodada en un país como India, había decidido
devenir un saddhu. No es que fuera más feliz, me aseguraba, es que
estaba donde debía estar. En India es estiman unos seis millones de
saddhus, y dentro de estos existen varias ramas. Mi nuevo amigo
pertenecía a los aghori, grupo bastante criticado por sus prácticas
esotéricas extremas. No sólo sorprende que llevasen la calavera de su
maestro una vez muerto para usarla como recipiente alimenticio, sino que
practicasen el canibalismo necrofágico, o la ingestión de heces y
orina. Pese a todo esto, tras exponerle algunas de mis dudas sobre
hinduismo, comenzamos una conversación que se alargó horas y que cuento
como la más interesante de todo ese viaje. Rompiendo con la extendida
idea en Occidente de que estas personas viven en una dimensión paralela,
lo que más me sorprendió fue el diseccionado análisis de cuanto ocurría
y había ocurrido en el mundo, a escala macroscópica y microscópica,
fundamentado en la psique humana, o esas fuerzas psicológicas que el
hombre trata de domar en su interior. Conocer estas fuerzas, su origen, y
en esencia, a uno mismo, me razonaba, era la clave para entender la
vida.
Extenuado y con las piernas temblorosas
del esfuerzo, pasé la primera cascada con la tarde del día siguiente a
medio caer. Entré rápido en la cueva a agradecer a mi amigo saddhu lo
que me había enseñado, y la conversación que fuera serendipia para que
llegase al Tibet. A pesar de no haber conocido este país como tal, ni
llegado a Lhasa, el monte Kailash o el lago Mansarovar, me sentía pleno
por la experiencia de aquellos días. Decidí continuar a Mana cuando supe
que aquella noche maestro y baba realizaban ejercicios para los que
intuí preferían estar solo, aunque nunca me lo dijeran así. Un par de
horas después, distinguí Mana en el horizonte. Me senté nada más entrar
junto a una casa donde vendían arroz con verduras, y pedí un bol
rebosante que comí con la mano derecha en un santiamén. El dueño, al
verme tan hambriento, me regaló otro igual cuando le conté de donde
venía y que apenas había comido en cinco días. No sólo había perdido
peso, sino que al sentarme, me apercibí de que la suela de las
zapatillas se había agujereado.


Callejuela de Mana Gaon.


Volviendo a casa tras todo el día arando.


Mujeres bothia que cantaban durante la ceremonia.


Campesina bothia.
Mana Gaon estaba habitado sólo los meses
estivales, pues el resto del año era, literalmente, cubierto por la
nieve. Sus habitantes pertenecían a la etnia bothia, de origen
mongoloide-tibetano. De hecho, el “both” con que comienza su nombre
alude al mismo “Bod” con que los tibetanos se refieren a su tierra,
aunque los propios bothia prefieren asociarse con los clanes rajputs del
Rajastán que migraron en durante el siglo XV al Tibet, donde instalaron
colonias, y a la vuelta a India se establecieron en los altos valles
del Himalaya, donde me encontraba. Existen tres ramas dentro de los
bothia: aquella que habita principalmente en Sikkim, la que lo hace en
Bhután, y ésta, acotada a la zona denominada Gharwal. Hablan bothi, una
lengua que necesita de caracteres tibetanos para transcribirse, y que
había escuchado antes en Laddakh. Sea como sea, una de las
peculiaridades de este pueblo es la religión que practican, compuesta
por una mezcla de animismo, budismo bon e hinduismo. Así se explica que
muchos bothias lleven colgando huesos de animales o ancestros a modo de
amuletos, siguiendo la creencia animista de que su espíritu les protege,
o pinten su frente un bindi, ese punto característico de la fe
hinduista con el que imploran protección a las deidades.


Tejedora con su hijo juguetón.


Paisanas bothia, auténticas maestras del tejer.
Caminando entre sus calles, camino a
Badrinath, una artesana tejía con un artefacto de madera, bastante
tradicional. Al pararme a jugar con su hijo -y a descansar, pues estaba
físicamente derrotado- me probó un gorro de lana de yak que me impidió
pagarle. Pero la sorpresa vendría minutos después. Al escuchar cantos en
el centro del pueblo, me acerqué curioso, descubriendo a unas mujeres
cantando. Me senté cerca, junto a un abuelete bonachón que encendía una
fogata, siendo objetivo de la atenta y curiosa mirada de todos los
presentes. Un joven se me acercó, y explicó que estaban agradeciendo los
buenos cultivos de la temporada, y homenajeando a algunos muertos.
Cuando tradujo a sus paisanos el motivo de mi viaje a India, y cómo
había llegado allí, me hicieron un rito en el que de alguna manera me
bautizaban en su religión. En parte era debido a que, como me contaban,
en 1962 el gobierno hindú prohibió la entrada en Tibet a través del paso
Mana, por donde yo había entrado, y que era a veces usado por los
bothia con fines comerciales. Controlar el paso montañoso es harto
difícil, así que el ejército construyó un cuartel cercano a Mana, y los
bothias resignados debieron cesar su actividad. Desde entonces no
transitan esa ruta y el saber que venía de recorrerla les alegró.


Me bautizan con un bindi en la frente y me obsequian con arroz.


Plaza donde se realizaba la ceremonia.
Aún me quedé hasta caer la noche con los
bothia, mientras me enseñaban el interior de sus casas, jugaba con los
niños o me mostraban los instrumentos y tótems para ceremonias. Para
dormir me acerqué a Badrinath, donde quedé fascinando por la vida
espiritual de su ciudad, y unos días después, tras convivir en un ashram
en Rishikesh, a orillas del Ganges, tomé un autobús a Delhi desde donde
volé de vuelta a Europa. Pero todo eso, será otra historia
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Cansado
del "viajar para encontrarse a uno mismo", comencé a hacerlo para
buscar al otro. Querer no sólo ver sino experimentar en primera persona
la diversidad cultural de nuestra especie me ha llevado a convivir con
tribus, viajar con nómadas, dormir con anacoretas en cuevas o monjes en
monasterios, entre otras experiencias. Y sin quererlo encontré en todos
ellos ese yo que buscaba. Viajo a pie, en autostop o transporte público y
aquí comparto lo que voy viviendo en el camino.




Hay 64 comentarios

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  1. moonflower (Carol)



    Maravilloso artículo Antonio! Por unos momentos he creído estar yo misma, caminando sin aliento por esos valles del paso Mana.


    Una historia que formará parte de tu ser toda tu vida. Espectacular experiencia! Es como para estar orgulloso de tal hazaña:-)


    Un abrazo









    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias Carol! Siempre da muy buen rollo leer tus comentarios.


      Claro, recordaré esa historia de por vida, y más que la falta de
      aliento (a la ida a Tibet sí que lo noté más, pues serían unos dos mil
      metros de desnivel en total hasta coronar el paso más alto)… no olvidaré
      el hambre con que aparecí en Mana. No lo he escrito, pero al llegar esa
      noche a Badrinath, aún cené otra vez más.


      ¡Muchos abrazos y gracias de nuevo!












  2. pablo_v4



    genial relato y mejor experiencia, he aprendido cosas de las que
    no tenía ni idea de los saddhus. Soy un reciente seguidor de tus
    relatos, pero con este me has convencido para ser un fiel. De los
    viajeros a los que sigo y pretendo parecerme en un cercano futuro, creo
    que destacas bastante.

    Mi enhorabuena y ánimos para seguir con estos viajes y seguir contándolos de esta forma tan genial









    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias por tus palabras Pablo!


      Los saddhus son un mundo particular, que te animo a conocer viajando a India. Se aprende mucho conviviendo con ellos.


      ¡Espero seguir viéndote por aquí! ¡Gracias de nuevo!












    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias Ali, por tus palabras y por lo de Señor, jeje! Todo un honor viniendo de una viajera como tú.


      Parte de la gracia de poder vivir experiencias así es compartirlas,
      aunque no siempre es fácil poner por escrito tantas impresiones o
      resumirlo todo en textos relativamente cortos y legibles.


      ¡Gracias de nuevo!









  3. Victor



    Antonio. Sin palabras nos dejas a los que te leemos. Estoy en el
    trabajo y la verdad no tengo mucho lio… y he estado leyendo tu relato a
    la vez que leía también el libro “el monje que vendió su Ferrari”, y me
    estaba dando la sensación de ser tú el protagonista de mi libro y que
    donde llegaste en este relato era el lugar donde meditaban los Sabios de
    Sivana… Flipas… te lo juro que le he puesto tu cara al protagonista del
    libro…









    • Antonio Aguilar



      ¡Gracias Victor!


      Pues supongo que los Sabios esos del libro estarán inspirados en
      algunos yoguis que se afirman llevan viviendo más de cuatrocientos años
      en el alto Himalaya, y que sólo bajan para impartir enseñanzas en
      algunos Khumba Mela o momentos de especial necesidad de la Humanidad. Y
      si la leyenda es cierta, no deben andar lejos de esta zona que recorrí.


      Sea como sea, te animo a acercarte algún día más allá de Badrinath y Mana Gaon, ya verás qué maravilla.


      ¡Un abrazo fiera!












    • Antonio Aguilar



      ¡Gracias Fer!


      Deliciosas hubieran sido las fotos que un maestro como tú haría en
      semejante espectáculo natural. Pero bueno, aún estás a tiempo para ir…









  4. José Carlos DS



    Impresionante experiencia, lo más cerca que he estado del Tibet
    ha sido en Nepal y si ese país me encantó, Tibet tiene que ser
    espectacular.


    Gran relato, ojalá alguna vez pueda estar por allí 😀









    • Antonio Aguilar



      ¡Gracias José Carlos!


      La verdad es que como dije arriba, esta es una experiencia que
      recuerdo a diario, aunque no conozco el Tibet como tal, más allá de esta
      incursión, tengo unas ganas locas por recorrerlo en profundidad.


      Y Nepal, coincido contigo, una maravilla…


      Y espero que algún día conviertas el “ojalá pueda estar allí” por “qué buenos recuerdos cuando estuve allí”


      ¡Gracias de nuevo compañero!









  5. Paco Piniella



    Acabo de venir de Nepal pero lo tuyo es un paso o tres pasos más, qué barbaridad. Saludos viajeros.


    p.d. ¿Quieres intercambiar blogroll? Déjame un comentario en el mio en ese caso.









    • Antonio Aguilar



      Hola Paco,


      Muchas gracias por tu comentario y por escribirme. Nepal es un país
      maravilloso. A mi me enamoró, tanto por sus gentes como por su
      orografía.


      He estado echando un ojo a tu blog, que no conocía. Me parece muy interesante! ¡Seguiré pasando y comentando!


      ¡Gracias de nuevo!












    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias Victor!


      Os animo a conocer alguna vez esa zona del mundo tan maravillosa. ¡Y
      espero que nos veamos pronto en alguna ciudad para compartir cena de
      nuevo!


      ¡Un fuerte abrazo!









  6. pablomz



    Hola Antonio,


    He llegado por casualidad a encontrar este blog. Soy un apasionado de
    los viajes, me lo guardo en favoritos para seguirte a menudo. No dejes
    de escribir porque aunque las experiencias sean difíciles de explicar
    con palabras, si uno deja volvar la imaginación podemos llegar a viajar
    con el relato casi sin salir de casa.


    Un saludo









    • Antonio Aguilar



      ¡Hola Pablo!


      Muchas gracias por tus palabras. Me animan mucho a seguir
      compartiendo historias viajeras. Como dices es difícil expresar en tan
      poco espacio las vivencias, reflexiones y sentimientos de estas
      historias, procuro hacerlo de la forma más amena posible.


      ¡Espero seguir viéndote por aquí! ¡Gracias de nuevo!












    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias!


      Aunque sólo conocí ese ínfimo lugar de Tibet, me pareció de belleza sublime. Espero poder conocerlo en profundidad algún día.


      Un saludo.









  7. José Luis



    Hola Antonio:

    Gracias por hacerme sentir ser tu compañero de viaje.

    Es la primera vez que te leo y estaré pendiente de tus próximos viajes.

    Dos preguntas: cuando viajas por lugares inseguros:

    ¿Llevas todo el dinero que vas a necesitar encima y en efectivo?

    ¿Si te robaran todo, cuál es el plan para superar la situación?

    Es que me agobia un montón el tema del llevar dinero en un viaje a según que lugares.

    Un saludo y felicidades por materializar tus sueños.









    • Antonio Aguilar



      Muchas gracias José Luis por tus amables palabras.


      Suelo llevar el dinero y documentos de valor en un portadocumentos
      oculto bajo la ropa, y ésto protegido por dos bolsas herméticas para
      evitar que la humedad o agua los deterioren (una vez tuve que meterme en
      un río sin tiempo a quitármelos y se humedecieron demasiado). Llevo
      luego cantidades pequeñas en el bolsillo, así si me quieren robar
      entrego esa parte justificando que es todo cuanto tengo, y salvo el
      groso.


      De todos modos, el mundo no es ese lugar peligroso que tienden a
      vendernos, y los robos no están tan a la orden del día. Evidentemente
      hay sitios y sitios, pero en general, no suele pasar nada.


      ¡Gracias de nuevo! ¡Un saludo!









  8. Lluis



    Impresionante relato en el que el camino es el propio viaje y el fin en si!

    Cuanto me gustaria recorrer toda esta región, pero mientras no lo haga tu me la acercaste un poco.


    Gracias y un abrazo!









    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias Lluis!


      Tu comentario me recordó al poema “Ítaca” de Cavafis.

      Tú que eres un enamorado de Laddakh y Sikkim estarás encantado en esta
      zona, que aunque distinta, mantiene cierto aire similar. ¡Te animo a
      conocerla cuando puedas!


      Por cierto que en alguna zona de Laddakh siguen quedando bothias, aunque con alguna particularidad distinta a éstos de Mana.


      ¡Gracias de nuevo Lluis! ¡Un fuerte abrazo!









  9. Enrique Joven



    Impresionante viaje y estupenda descripción, Antonio. Yo he
    tenido que hacer “casi” el mismo viaje, pero por interet, y no es lo
    mismo. Supongo que conoces el primer viaje de un europeo por allí, tu
    tocayo el jesuita portugués Antonio de Andrade…, (aparece ese viaje como
    un capítulo de mi próxima novela, es estupendo conocer las cosas de
    primera mano).

    Un abrazo.









    • Antonio Aguilar



      ¡Hola Enrique!


      Muchas gracias por tu comentario. ¿Así que estás escribiendo sobre
      las andanzas de mi tocayo jesuita? Tenme al tanto de la novela, que me
      interesa mucho. Conozco y tengo los libros (el gobierno portugués los
      hace públicos de forma virtual) de Antonio, sus cuitas para llegar al
      reino de Guge, las persecuciones cristianas, deportaciones a Laddakh…
      Soy un enamorado de los viajeros del pasado, y sus historias me resultan
      de gran inspiración.


      Seguimos en contacto.

      Un abrazo.









  10. Jota



    Gracias por acercarnos a esas fronteras que parecen
    inalcanzables! Seguro que muchos hemos estado vibrando algo mas alto
    gracias a tu experiencia; experiencia única e irrepetible por nadie.
    Enhorabuena .









    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias por tus palabras y comentario Jota!


      Te animo a conocer los alrededores de Mana, una auténtica maravilla, que seguro te hará vibrar fuerte.












    • Antonio Aguilar



      Muchas gracias Mario por tu comentario. Espero que disfrutases
      leyendo la entrada. No me es sencillo plasmar en palabras todo lo que
      pude experimentar aquellos días,así que agradezco mucho vuestras
      palabras.


      ¡Gracias de nuevo!












    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias Mª Mercè!


      Me dibujó una sonrisa tu comentario. Yo también disfruto mucho leyendo tu blog, sobretodo a las zonas “menos conocidas”.


      ¡Nos seguimos leyendo!












    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias Marcos por tu exagerado comentario!


      Te animo a conocer esa zona del globo, seguro que te deja maravillado.


      Gracias de nuevo.









  11. Núria



    Antonio, no tengo palabras. Además de un relato precioso y
    encantador, tu ruta es sorprendente. andar y andar sin temor a perderte,
    sin temor a dormir sin cobijo, sin comida, sin agua… cuántos momentos
    vividos al calor de la lumbre, cuántas sensaciones, y qué dulzura
    recibir el calor de la gente. Felicidades por seguir a tu corazón.

    un abrazo!









    • Antonio Aguilar



      Muchas gracias Nuria. Me ha tocado tu comentario. Lo cierto es
      que cuando estoy viajando veo todo bastante más lógico, factible y fácil
      que cuando no lo estoy. El que luego pueda hacer historias como ésta me
      hacen pensar que nos hemos acostumbrado a vivir en una zona de comfort
      muy reducida. Viajar nos enseña a ampliarla, que hay otros mundos, otras
      realidades, a salir de nuestro etnocentrismo…


      Mil gracias de nuevo.









  12. serendipia



    me pongo serendipia porque me encanta esa palabra, porque a tí te encanta :)


    ..fascinante


    no puedo evitar dejar de sentirme incrédula ante la idea de que
    sobrevivan con tan escaso alimento.. ¿será el no desgaste físico al
    estar quietos? ¿será realmente posible el control a través de la mente
    de las necesidades fisiológicas? ¿y el agua? ¿podrían controlar su
    necesidad también con la mente? me fascina..

    y que tú aguantases en esas condiciones también, comiendo tan poco,
    andando tanto.. nos queda tanto por descubrir.. tantas capacidades aún
    no explotadas..


    las prácticas de los aghori me ponen la piel de gallina.. ¿ese es el
    hombre del que comentabas fascinado cómo podía tener semejantes
    conocimientos del mundo y de todo estando ahí encerrado?


    esa mala, ¿es la que yo conozco? :)


    BRAVÍSIMO, como siempre









  13. Laura Fernández



    ¡Impresionante, Antonio! Me ha gustado muchísimo tu aventura,
    aunque para vivirla hace falta ser muy valiente, no todo el mundo podría
    haber llegado hasta donde tu lo hiciste. Todas esas historias de su
    religión me parecen súper interesantes. ¡Qué pasada!

    Un saludo!









    • Antonio Aguilar



      Muchas gracias por tus palabras Laura. Yo no soy ningún valiente,
      no creas, pero cuando te ves tan cerca de alcanzar un sueño… ¡hay que
      darlo todo! Aprender sobre estas personas, sus vidas y todo lo que me
      enseñaron me justifica de sobra el pasarse unos días en esas
      condiciones.


      ¡Muchas gracias de nuevo!









  14. Flapy



    ¡Brutal la experiencia!, gracias por el relato.


    Como ahora estoy en China, lo primero que se me viene a la cabeza es…
    ¿no tuviste problemas con las autoridades chinas o este acceso es un
    rincón tan recóndito que ni ellos lo vigilan?


    Entrar desde China al Tíbet es realmente difícil pero es una asignatura que tengo pendiente.


    Gracias por tu relato.









    • Antonio Aguilar



      Hola Flapy. Me alegra leer un comentario tuyo por aquí, ¡muchas gracias!


      Pues sí, como dices, esta zona está tan aislada que no hay control
      alguno de pasaportes. De hecho, durante seis meses (como mínimo) al año,
      ni siquiera es posible recorrerla por las condiciones, tampoco hay
      poblaciones cerca, ni asentamientos, nada…


      Yo también sueño con conocer el Tibet en profundidad, a ver si nos
      vamos a encontrar algún día rodeando el Kailash o a las puertas del
      Potala!


      ¡Muchas gracias de nuevo!









  15. roberto



    facinante realmente facinante, que envidia (pero de la buena)
    te leo y me miro,y es que siempre he querido conocer esos lugares pero
    para eso hay que cumplir ciertos requisitos entre ellos el vil dinero,
    pero ya con leerte ya es bastante.









    • Antonio Aguilar



      Hola Roberto. Muchas gracias por tus palabras.


      Te animo a emprender ese viaje que ansías, y a conocer el paso Mana
      que describo levemente en esta entrada. El dinero es menos necesario
      para viajar de lo que parece a priori.


      ¡Mil gracias de nuevo!









  16. pak



    Impresionante como siempre Antonio… que aventuras vives y que bien las cuentas.


    Con esta entrada dan ganas de ir directo a Tibet, pero a tu manera,
    por supuesto… aunque no todo el mundo es capaz de ello me gustaría verme
    en la tesitura 😉


    No se si hace mucho que no pasaba por aquí pero el cambio de diseño
    me ha gustado mucho, y si encima vas a actualizar más a menudo… este
    blog se convertirá en referente (si no lo es ya).


    Saludos!









    • Antonio Aguilar



      ¡Qué honor tener un comentario del gran Pak! :)


      Muchas gracias tío por tus palabras. No es fácil resumir todo lo que
      viví y experimenté aquellos días. Y nada, una vez en la tesitura, ya te
      digo que hubieras hecho lo mismo. ¡No se abandonan los sueños así por
      así!


      Jeje, de referente nada. ¡Las estadísticas del blog me caben en un
      post-it! Y sí, el diseño lo cambié hace poco, y aún me queda mucho por
      hacer. ¡Ya sabes la de curro que lleva un bicho de estos!


      ¡Muchas gracias de nuevo, compañero!









  17. Vero4travel



    Eres un viajero auténtico y un escritor magnífico, has conseguido
    que sintiese que estaba en el Tibet sin aliento como tú, perfecto como
    lo narras. Por cierto la imagen de google maps lo dice todo.


    Chapeau.









    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias Vero!


      Me alegra saber que pude transmitirte todo lo que me cuentas. Cuando
      llegué a la casilla de piedra esa iba hecho un adefesio, con chorretones
      por todos los sitios, manchas, sudores. El hijo que las madres no
      quieren ver, jeje.


      ¡Un saludo!









  18. Matías



    Impresionante relato Antonio, casi se puede sentir esa sensación
    de internarse en “otro mundo”, esos encuentros….admiro esa forma de
    viajar que te lleva a sitios y experiencias realmente únicas. Un abrazo









    • Antonio Aguilar



      ¡Gracias por tus palabras Matías!


      Realmente esa zona me pareció “otro mundo”, no sólo por estar aislada
      de cualquier reducto de gente, sino por la extraña naturaleza de los
      pocos que viven en sus cuevas.


      Te animo a conocer el paso Mana por ti mismo algún día.


      ¡Gracias de nuevo!









  19. Juan David



    primero, genial articulo!, al leerlo lo viví en mi mente. He
    estado ojeando tu pagina y me pareces como un modelo a seguir, siempre
    he querido recorrer el mundo y bueno, leer tus vivencias me motiva más a
    cumplir mi meta.


    PD: ¿Has pensado ya en recorrer latino américa?


    Saludos desde Colombia!.









    • Antonio Aguilar



      Hola Juan David.


      Muchas gracias por tus más que exageradas palabras. Te animo a viajar
      y descubrir nuestro planeta. Si puedo ayudarte en algo, no dudes en
      contactarme.


      Claro, tengo muchas ganas de recorrer América del Sur. A ver cuando hago realidad el sueño.


      ¡Gracias de nuevo!









  20. marisel



    fantasticos tus cuadernos de bitacora !!!!!! relatoa amenos y tan
    vivenciales !!! GRACIAS por compartirlo y cuando puedas ven a America
    del Sur lleno de experiencias incas y mayas un abrazo desde Argentina









    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias por tu comentario Marisel!


      Tengo muchas ganas de conocer América del Sur. ¡Espero que no tarde mucho en cumplir el sueño!


      Un saludo y gracias de nuevo.












  21. Trini



    Increíbles las fotos y tus relatos. Este si que es un viaje
    único. Como me gustaría que la vida me diese la oportunidad de hacer un
    viaje así !!!

    si quieres podemos seguirnos. Saludos,


    Trini









    • Antonio Aguilar



      ¡Muchas gracias por tu comentario Trini!


      Espero que puedas conocer algún día esa zona del mundo, y que nos lo cuentes en tu blog.


      Saludos.









  22. marcos



    hola Antonio, he leído varias cosas que has escrito y tengo que
    decirte que eres un privilegiado. Escribes muy bien y aunque dices que
    te cuesta plasmar esas vivencias, yo creo que lo haces de maravilla,
    aunque bien es verdad que no es lo mismo leerlo que vivirlo. no he
    viajado nunca en plan mochilero pero no sabes cuanto me gustaría. Ahora
    me estoy planteando tirarme a la piscina y hacer un viaje por el mundo.
    Me da un poco de vértigo empezar porque no conozco prácticamente nada y
    no voy muy sobrado de dinero, quiero aprovechar ahora que soy joven.
    bueno un saludo y felicidades porque haces que parezca mas fácil.

    P.D. Sigue escribiendo!!









    • Antonio Aguilar



      Hola Marcos. Muchas gracias por tu comentario.


      Claro, te animo a viajar por el mundo. El dinero es menos necesario
      de lo que a priori parece. ¡Ya verás como el viaje te acaba enganchando
      como una droga! Si puedo ayudarte en cualquier cosa, no dudes en darme
      un silbidito.


      ¡Gracias de nuevo!









  23. Bea - ViajarViviendo



    Sencillamente: Excelente!!!!! Me cuesta creer que te animaste a
    ir sólo por esos caminos, y me encanta de sólo imaginar lo que se debe
    sentir! El momento en que te dicen “Boo?” y te das cuenta que estás en
    el Tibet es emocionante! Tienes un montón de artículos geniales, pero ya
    sólo por este, te hemos elegido para los Liebster Awards. Suponemos ya
    sabés de que se trata, pero aquí está el link: http://viajarviviendo.wordpress.com/2012/12/05/liebster-awards/

    Cuándo vas a contar de la malaria? ese miedo paranoico que tenemos todos los viajeros, y que lo viviste en carne y hueso!

    Saludos viajeros desde Argentina!









    • Antonio Aguilar



      ¡Hola Bea!


      Muchas gracias por tu comentario y por incluirme en tu selección
      Liebster. Sí, esta entrada del blog me trae una serie de recuerdos
      bastante bonitos, como el que comentas de saberme en Tibet al escuchar a
      estos nómadas locales.


      La malaria, pues no sé si algún día la comentaré dedicándole una
      entrada, pero que nunca sea freno para que ningún viajero siga
      conociendo nuestro planeta.


      ¡Gracias de nuevo saludos desde ESpaña!









  24. Francisco Po Egea



    Me ha gustado mucho tu historia, así como la de Changu Narayan.
    Me han hecho recordar mis andanzas por esas tierras de India, las
    fuentes del Ganges, y del valle de Katmandu entre 1977 y 1982.

    Volví a Hemkund, Badrinath y al Nanda Devi en 2011, mi penúltimo trekking.

    Te comprendo muy bien pues he sido como tu y te ánimo a seguir descubriendo mundo.

    Yo me he quedado sin conocer la península de Kamchatka y el Kailash, el cañón del Colca y muchos otros sitios.

    Ya nos contarás cuando vayas por allí.









  25. María



    Antonio ,felicidades realmente fue usted una persona con mucha estrella .

    Es imprecionante los paisajes que muestras mis respetos .

    Ojalá que todas las personas de dieran cuenta de lo maravilloso que es nuestro planeta

    Además me encanto me imagine por unos minutos estar por esos valles ,







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