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domingo, 11 de enero de 2015

Descargar eBook PDF La Santa Misa Testimonio de Catalina Rivas - Catalina Rivas

Descargar eBook PDF La Santa Misa Testimonio de Catalina Rivas - Catalina RivasTESTIMONIO DE CATALINA SOBRE LA SANTA MISA
Propiedad registrada © 2004, La Gran Cruzada del Amor y Misericordia.
Todo derecho reservado. Este libro se publica en coordinación con El
Apostolado de la Nueva Evangelización (ANE).
Permiso es otorgado para reproducir este libro en su totalidad, sin haber
sufrido cambios o adiciones, y siempre y cuando la reproducción y
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La Gran Cruzada del Amor y Misericordia.
(The Great Crusade of Love and Mercy)
P.O. Box 857, Lithonia, Georgia 30058 USA
www.loveandmercy.org
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Si Jesús le habló a tu corazón mientras leías esta libro, por favor
comparte estas palabras, sacando fotocopias de este documento para difundirlo
a personas que al leerlo pienses que vayan a ser bendecidas. Por favor, permite
que el Espíritu Santo te guíe en la evangelización, de acuerdo con los dones
que El te ha dado.
DEDICATORIA
A Su Santidad, Juan Pablo II
Primer Apóstol de la Nueva Evangelización
De cuyo ejemplo los laicos
recibimos fe, valor y piedad
Con inmensa gratitud y amor
A todos los sacerdotes:
cordón umbilical de Dios con los hombres,
que transmiten la gracia divina a través del perdón
y de la Consagración Eucarística
Catalina
La Santa Misa
“NO ENCUENTRO NADA EN CONTRA DE
LA FE O LAS COSTUMBRES
DE LA IGLESIA “
PBRO. DANIEL GAGNON, OMI
COMISION PARA LA DOCTRINA DE LA FE
ARQUIDIÓCESIS DE MÉXICO
ABRIL 2000
NO ES MI FUNCION CONFIRMAR SU
CARÁCTER SOBRENATURAL. SIN
EMBARGO LO RECOMIENDO POR SU
INSPIRATION ESPIRITUAL.
La Santa Misa
TESTIMONIO DE CATALINA
SOBRE LA SANTA MISA
En la maravillosa catequesis con la que el Señor y la Virgen María nos
han ido instruyendo -en primer lugar enseñándonos la forma de rezar el Sto.
Rosario, de orar con el corazón, de meditar y disfrutar de los momentos de
encuentro con Dios y con nuestra Madre bendita; la manera de confesarse
bien- está la del conocimiento de lo que sucede en la Santa Misa y la forma de
vivirla con el corazón.
Este es el testimonio que debo y quiero dar al mundo entero, para
mayor Gloria de Dios y para la salvación de todo aquel que quiera abrir su
corazón al Señor. Para que muchas almas consagradas a Dios, reaviven el
fuego del amor a Cristo, unas que son dueñas de las manos que tienen el
poder de traerlo a la tierra para que sea nuestro alimento, las otras, para que
pierdan la “costumbre rutinaria” de recibirlo y revivan el asombro del
encuentro cotidiano con el amor. Para que mis hermanos y hermanas laicos
del mundo entero vivan el mayor de los Milagros con el corazón: la
celebración de la Santa Eucaristía.
Era la vigilia del día de la Anunciación y los componentes del grupo
nuestro habíamos ido a confesarnos. Algunas de las señoras del grupo de
oración no alcanzaron a hacerlo y dejaron su confesión para el día siguiente
antes de la Santa Misa.
Cuando llegué al día siguiente a la Iglesia un poco atrasada, el señor
Arzobispo y los sacerdotes ya estaban saliendo al presbiterio. Dijo la Virgen
con aquella voz tan suave y femenina que a una le endulza el alma.
“Hoy es un día de aprendizaje para ti y quiero que prestes mucha
atención, porque de lo que seas testigo hoy, todo lo que vivas en este día,
tendrás que participarlo a la humanidad”. Me quedé sobrecogida sin
entender pero procurando estar muy atenta.
Lo primero que percibí es que había un coro de voces muy hermosas
que cantaban como si estuviesen lejos, a momentos se acercaba y luego se
alejaba la música como con el sonido del viento.
El señor Arzobispo empezó la Santa Misa, y al llegar a la Oración
Penitencial, dijo la Santísima Virgen:
La Santa Misa 1
“Desde el fondo de tu corazón, pide perdón al Señor por todas tus
culpas, por haberlo ofendido, así podrás participar dignamente de este
privilegio que es asistir a la Santa Misa.”
Seguramente que por una fracción de segundo pensé: “Pero si estoy en
Gracia de Dios, me acabo de confesar anoche”.
Ella contestó: “¿Y tú crees que desde anoche no has ofendido al
Señor? Déjame que Yo te recuerde algunas cosas. Cuando salías para venir
aquí, la muchacha que te ayuda se acercó para pedirte algo y como estabas
con retraso, a la apurada, le contestaste no de muy buena forma. Eso ha
sido una falta de caridad de tu parte y dices no haber ofendido a Dios...?”
“De camino hacia acá un autobús se atravesó en tu camino, casi te
choca y te expresaste en forma poco conveniente contra ese pobre hombre,
en lugar de venir haciendo tus oraciones, preparándote para la Santa Misa.
Has faltado a la caridad y has perdido la paz, la paciencia. ¿Y dices no
haber lastimado al Señor...?”
“En el último momento llegas, cuando ya la procesión de los
celebrantes está saliendo para celebrar la Misa...y vas a participar de ella
sin una previa preparación....”
-Ya, Madre Mía, ya no me digas más, no me recuerdes más cosas
porque me voy a morir de pesar y vergüenza- contesté.
“¿Por qué tienen que llegar en el último momento? Ustedes deberían
estar antes para poder hacer una oración y pedir al Señor que envíe Su
Santo Espíritu, que les otorgue un espíritu de paz que eche fuera el espíritu
del mundo, las preocupaciones, los problemas y las distracciones para ser
capaces de vivir este momento tan sagrado. Pero llegan casi al comenzar la
celebración, y participan como si participaran de un evento cualquiera, sin
ninguna preparación espiritual. ¿Por qué? Es el Milagro más grande, van a
vivir el momento de regalo más grande de parte del Altísimo y no lo saben
apreciar.”
Era bastante. Me sentía tan mal que tuve más que suficiente para pedir
perdón a Dios, no solamente por las faltas de ese día, sino por todas las veces
que, como muchísimas otras personas, esperé a que termine la homilía del
sacerdote para entrar en la Iglesia. Por las veces que no supe o me negué a
comprender lo que significaba estar allí, por las veces que tal vez habiendo
estado mi alma llena de pecados más graves, me había atrevido a participar
de la Santa Misa.
Era día de Fiesta y debía recitarse el Gloria. Dijo nuestra Señora: -
“Glorifica y bendice con todo tu amor a la Santísima Trinidad en tu
reconocimiento como criatura Suya”.
Qué distinto fue aquel Gloria. De pronto me veía en un lugar lejano,
lleno de luz ante la Presencia Majestuosa del Trono de Dios, y con cuánto
amor fui agradeciendo al repetir: “...Por tu inmensa Gloria Te alabamos, Te
bendecimos, Te adoramos, Te glorificamos, Te damos gracias, Señor, Dios
Rey celestial, Dios Padre Todopoderoso y evoqué el rostro paternal del Padre
lleno de bondad... Señor, Hijo único Jesucristo, Señor Dios, Cordero de Dios,
Hijo del Padre, Tú que quitas el pecado del mundo...” Y Jesús estaba delante
de mí, con ese rostro lleno de ternura y Misericordia: “...porque sólo Tú eres
Dios, sólo Tú, Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo...” el Dios del Amor
hermoso, Aquel que en ese momento estremecía todo mi ser...
Y pedí: “Señor, libérame de todo espíritu malo, mi corazón te
pertenece, Señor mío envíame tu paz para conseguir el mejor provecho de
esta Eucaristía y que mi vida dé sus mejores frutos. Espíritu Santo de Dios,
transfórmame, actúa en mí, guíame ¡Oh Dios, dame los dones que necesito
para servirte mejor...!”
Llegó el momento de la Liturgia de la Palabra y la Virgen me hizo
repetir: “Señor, hoy quiero escuchar Tu Palabra y producir fruto abundante,
que Tu Santo Espíritu limpie el terreno de mi corazón, para que Tu Palabra
crezca y se desarrolle, purifica mi corazón para que esté bien dispuesto.”
“Quiero que estés atenta a las lecturas y a toda la homilía del
sacerdote. Recuerda que la Biblia dice que la Palabra de Dios no vuelve sin
haber dado fruto. Si tú estás atenta, va a quedar algo en ti de todo lo que
escuches. Debes tratar de recordar todo el día esas Palabras que dejaron
huella en ti. Serán dos frases unas veces, luego será la lectura del Evangelio
entera, tal vez solo una palabra, paladear el resto del día y eso hará carne en
ti porque esa es la forma de transformar la vida, haciendo que la Palabra de
Dios lo transforme a uno”.
“Y ahora, dile al Señor que estás aquí para escuchar lo que quieres
que El diga hoy a tu corazón”.
Nuevamente agradecí a Dios por darme la oportunidad de escuchar Su
Palabra y le pedí perdón por haber tenido el corazón tan duro por tantos años
y haber enseñado a mis hijos que debían ir a Misa los domingos, porque así lo
mandaba la Iglesia, no por amor, por necesidad de llenarse de Dios...
Yo que había asistido a tantas Eucaristías, más por compromiso; y con
ello creía estar salvada. De vivirla, ni soñar, de poner atención en las lecturas
y la homilía del sacerdote, menos.
¡Cuánto dolor sentí por tantos años de pérdida inútil, por mi
ignorancia!... ¡Cuánta superficialidad en las Misas a las que asistimos porque
es una boda, una Misa de difunto o porque tenemos que hacernos ver con la
sociedad! ¡Cuánta ignorancia sobre nuestra Iglesia y sobre los Sacramentos!
¡Cuánto desperdicio en querer instruirnos y culturizarnos en las cosas del
mundo, que en un momento pueden desaparecer sin quedarnos nada, y que al
final de la vida no nos sirven ni para alargar un minuto a nuestra existencia!
Y sin embargo, de aquello que va a ganarnos un poco del cielo en la tierra y
luego la vida eterna, no sabemos nada, ¡Y nos llamamos hombres y mujeres
cultos...!
Un momento después llegó el Ofertorio y la Santísima Virgen dijo
“Reza así: ( y yo la seguía) Señor, te ofrezco todo lo que soy, lo que tengo, lo
que puedo, todo lo pongo en Tus manos. Edifica Tú, Señor con lo poco que
soy. Por los méritos de Tu Hijo, transfórmame, Dios Altísimo. Te pido por
mi familia, por mis bienhechores, por cada miembro de nuestro Apostolado,
por todas las personas que nos combaten, por aquellos que se encomiendan
a mis pobres oraciones... Enséñame a poner mi corazón en el suelo para que
su caminar sea menos duro. Así oraban los santos, así quiero que lo
hagan”.
Y es que así lo pide Jesús, que pongamos el corazón en el suelo para
que ellos no sientan la dureza, sino que los aliviemos con el dolor de aquel
pisotón. Años después leí un librito de oraciones de un Santo al que quiero
mucho: José María Escrivá de Balaguer y allá pude encontrar una oración
parecida a la que me enseñaba la Virgen. Tal vez este Santo a quien me
encomiendo, agradaba a la Virgen Santísima con aquellas oraciones.
De pronto empezaron a ponerse de pie unas figuras que no había visto
antes. Era como si del lado de cada persona que estaba en la Catedral,
saliera otra persona y aquello se llenó de unos personajes jóvenes, hermosos.
Iban vestidos con túnicas muy blancas y fueron saliendo hasta el pasillo
central dirigiéndose hacia el Altar.
Dijo nuestra Madre: “Observa, son los Ángeles de la Guarda de cada
una de las personas que está aquí. Es el momento en que su Ángel de la
Guarda lleva sus ofrendas y peticiones ante el Altar del Señor.”
En aquel momento, estaba completamente asombrada, porque esos
seres tenían rostros tan hermosos, tan radiantes como no puede uno
imaginarse. Lucían unos rostros muy bellos, casi femeninos, sin embargo la
complexión de su cuerpo, sus manos, su estatura era de hombre. Los pies
desnudos no pisaban el suelo, sino que iban como deslizándose, como
resbalando. Aquella procesión era muy hermosa.
Algunos de ellos tenían como una fuente de oro con algo que brillaba
mucho con una luz blanca-dorada, dijo la Virgen: -“Son los Ángeles de la
Guarda de las personas que están ofreciendo esta Santa Misa por muchas
intenciones, aquellas personas que están conscientes de lo que significa esta
celebración, aquellas que tienen algo que ofrecer al Señor...”
“Ofrezcan en este momento..., ofrezcan sus penas, sus dolores, sus
ilusiones, sus tristezas, sus alegrías, sus peticiones. Recuerden que la Misa
tiene un valor infinito por lo tanto, sean generosos en ofrecer y en pedir.”
Detrás de los primeros Ángeles venían otros que no tenían nada en las
manos, las llevaban vacías. Dijo la Virgen: -“Son los Ángeles de las
personas que estando aquí, no ofrecen nunca nada, que no tienen interés en
vivir cada momento litúrgico de la Misa y no tienen ofrecimientos que llevar
ante el Altar del Señor.”
En último lugar iban otros Ángeles que estaban medio tristones, con las
manos juntas en oración pero con la mirada baja. -“Son los Ángeles de la
Guarda de las personas que estando aquí, no están, es decir de las personas
que han venido forzadas, que han venido por compromiso, pero sin ningún
deseo de participar de la Santa Misa y los Ángeles van tristes porque no
tienen qué llevar ante el Altar, salvo sus propias oraciones.”
“No entristezcan a su Ángel de la Guarda... Pidan mucho, pidan por
la conversión de los pecadores, por la paz del mundo, por sus familiares, sus
vecinos, por quienes se encomiendan a sus oraciones. Pidan, pidan mucho,
pero no sólo por ustedes, sino por los demás.”
“Recuerden que el ofrecimiento que más agrada al Señor es cuando
se ofrecen ustedes mismos como holocausto, para que Jesús, al bajar, los
transforme por Sus propios méritos. ¿Qué tienen que ofrecer al Padre por sí
mismos? La nada y el pecado, pero al ofrecerse unidos a los méritos de
Jesús, aquel ofrecimiento es grato al Padre.”
Aquel espectáculo, aquella procesión era tan hermosa que difícilmente
podría compararse a otra. Todas aquellas criaturas celestiales haciendo una
reverencia ante el Altar, unas dejando su ofrenda en el suelo, otras
postrándose de rodillas con la frente casi en el suelo y luego que llegaban allá
desaparecían a mi vista.
Llegó el momento final del Prefacio y cuando la asamblea decía:
“Santo, Santo, Santo” de pronto, todo lo que estaba detrás de los celebrantes
desapareció. Del lado izquierdo del señor Arzobispo hacia atrás en forma
diagonal aparecieron miles de Ángeles, pequeños, Ángeles grandes, Ángeles
con alas inmensas, Ángeles con alas pequeñas, Ángeles sin alas, como los
anteriores; todos vestidos con unas túnicas como las albas blancas de los
sacerdotes o los monaguillos.
Todos se arrodillaban con las manos unidas en oración y en reverencia
inclinaban la cabeza. Se escuchaba una música preciosa, como si fueran
muchísimos coros con distintas voces y todos decían al unísono junto con el
pueblo: Santo, Santo, Santo...
Había llegado el momento de la Consagración, el momento del más
maravilloso de los Milagros... Del lado derecho del Arzobispo hacia atrás en
forma también diagonal, una multitud de personas, iban vestidas con la
misma túnica pero en colores pastel: rosa, verde, celeste, lila, amarillo; en
fin, de distintos colores muy suaves. Sus rostros también eran brillantes,
llenos de gozo, parecían tener todos la misma edad. Se podía apreciar (y no
puedo decirlo por qué) que había gente de distintas edades, pero todos
parecían igual en las caras, sin arrugas, felices. Todos se arrodillaban
también ante el canto de “Santo, Santo, Santo, es el Señor...”
Dijo nuestra Señora: -“Son todos los Santos y Bienaventurados del
cielo y entre ellos, también están las almas de los familiares de ustedes que
gozan ya de la Presencia de Dios.” Entonces la vi. Allá justamente a la
derecha del señor Arzobispo... un paso detrás del celebrante, estaba un poco
suspendida del suelo, arrodillada sobre unas telas muy finas, transparentes
pero a la vez luminosas, como agua cristalina, la Santísima Virgen, con las
manos unidas, mirando atenta y respetuosamente al celebrante. Me hablaba
desde allá, pero silenciosamente, directamente al corazón, sin mirarme.
-“¿Te llama la atención verme un poco más atrás de Monseñor,
verdad?. Así debe ser... Con todo lo que Me ama Mi Hijo, no Me Ha dado la
dignidad que da a un sacerdote de poder traerlo entre Mis manos
diariamente, como lo hacen las manos sacerdotales. Por ello siento tan
profundo respeto por un sacerdote y por todo el milagro que Dios realiza a
través suyo, que me obliga a arrodillarme aquí.”
¡Dios mío, cuánta dignidad, cuánta gracia derrama el Señor sobre las
almas sacerdotales y ni nosotros, ni tal vez muchos de ellos estamos
concientes!
Delante del altar, empezaron a salir unas sombras de personas en color
gris que levantaban las manos hacia arriba. Dijo la Virgen Santísima: - “Son
las almas benditas del Purgatorio que están a la espera de las oraciones de
ustedes para refrescarse. No dejen de rezar por ellas. Piden por ustedes,
pero no pueden pedir por ellas mismas, son ustedes quienes tienen que pedir
por ellas para ayudarlas a salir para encontrarse con Dios y gozar de Él
eternamente.”
-“Ya lo ves, aquí Estoy todo el tiempo... La gente hace
peregrinaciones y busca los lugares de Mis apariciones, y está bien por
todas las gracias que allá se reciben, pero en ninguna
.
aparición, en ninguna parte Estoy más tiempo presente que en la
Santa Misa. Al pie del Altar donde se celebra la Eucaristía, siempre Me van
a encontrar; al pie del Sagrario permanezco Yo con los Ángeles, porque
Estoy siempre con Él.”
Ver ese rostro hermoso de la Madre en aquel momento del “Santo”, al
igual que todos ellos, con el rostro resplandeciente, con las manos juntas en
espera de aquel milagro que se repite continuamente, era estar en el mismo
cielo. Y pensar que hay gente, habemos personas que podemos estar en ese
momento distraídas, hablando... Con dolor lo digo, muchos varones más que
mujeres, que de pie cruzan los brazos, como rindiéndole un homenaje de pie
al Señor, de igual a igual.
Dijo la Virgen: “Dile al ser humano, que nunca un hombre es más
hombre que cuando dobla las rodillas ante Dios.”
El celebrante dijo las palabras de la “Consagración”. Era una persona
de estatura normal, pero de pronto empezó a crecer, a volverse lleno de luz,
una luz sobrenatural entre blanca y dorada lo envolvía y se hacía muy fuerte
en la parte del rostro, de modo que no podía ver sus rasgos. Cuando
levantaba la forma vi sus manos y tenían unas marcas en el dorso de las
cuales salía mucha luz. ¡Era Jesús!... Era Él que con Su Cuerpo envolvía el
del celebrante como si rodeara amorosamente las manos del señor Arzobispo.
En ese momento la Hostia comenzó a crecer y crecer enorme y en ella, el
Rostro maravilloso de Jesús mirando hacia Su pueblo.
Por instinto quise bajar la cabeza y dijo nuestra Señora: “No agaches
la mirada, levanta la vista, contémplalo, cruza tu mirada con la Suya y
repite la oración de Fátima: Señor, yo creo, adoro, espero y Te amo, Te pido
perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no Te aman.
Perdón y Misericordia... Ahora dile cuánto lo amas, rinde tu homenaje al
Rey de Reyes.”
Se lo dije, parecía que sólo a mí me miraba desde la enorme Hostia,
pero supe que así contemplaba a cada persona, lleno de amor... Luego bajé la
cabeza hasta tener la frente en el suelo, como hacían todos los Ángeles y
bienaventurados del Cielo. Por fracción de un segundo tal vez, pensé qué era
aquello que Jesús tomaba el cuerpo del celebrante y al mismo tiempo estaba
en la Hostia que al bajarla el celebrante se volvía nuevamente pequeña. Tenía
yo las mejillas llenas de lágrimas, no podía salir de mi asombro.
Inmediatamente Monseñor dijo las palabras consagratorias del vino y junto a
sus palabras, empezaron unos relámpagos en el cielo y en el fondo. No había
techo de la Iglesia ni paredes, estaba todo oscuro solamente aquella luz
brillante en el Altar.
De pronto suspendido en el aire, vi a Jesús, crucificado, de la cabeza a
la parte baja del pecho. El tronco transversal de la cruz estaba sostenido por
unas manos grandes, fuertes. De en medio de aquel resplandor se desprendió
una lucecita como de una paloma muy pequeña muy brillante, dio una vuelta
velozmente toda la Iglesia y se fue a posar en el hombro izquierdo del señor
Arzobispo que seguía siendo Jesús, porque podía distinguir Su melena y Sus
llagas luminosas, Su cuerpo grande, pero no veía Su Rostro.
Arriba, Jesús crucificado, estaba con el rostro caído sobre el lado
derecho del hombro Podía contemplar el rostro y los brazos golpeados y
descarnados. En el costado derecho tenía una herida en el pecho y salía a
borbotones, hacia la izquierda sangre y hacia la derecha, pienso que agua
pero muy brillante; más bien eran chorros de luz que iban dirigiéndose hacia
los fieles moviéndose a derecha e izquierda. ¡Me asombraba la cantidad de
sangre que fluía hacia del Cáliz. Pensé que iba a rebalsar y manchar todo el
Altar, pero no cayó una sola gota!
Dijo la Virgen en ese momento: “-Este es el milagro de los milagros, te
lo He repetido, para el Señor no existe ni tiempo ni distancia y en el
momento de la consagración, toda la asamblea es trasladada al pie del
Calvario en el instante de la crucifixión de Jesús.
¿Puede alguien imaginarse eso? Nuestros ojos no lo pueden ver, pero
todos estamos allá, en el momento en que a Él lo están crucificando y está
pidiendo perdón al Padre, no solamente por quienes lo matan, sino por cada
uno de nuestros pecados: “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen!”
A partir de aquel día, no me importa si me toman como a loca, pero
pido a todos que se arrodillen, que traten de vivir con el corazón y toda la
sensibilidad de que son capaces aquel privilegio que el Señor nos concede.
Cuando íbamos a rezar el Padrenuestro, habló el Señor por primera
vez durante la celebración y dijo: “Aguarda, quiero que ores con la mayor
profundidad que seas capaz y que en este momento, traigas a tu memoria a la
persona o a las personas que más daño te hayan ocasionado durante tu vida,
para que las abraces junto a tu pecho y les digas de todo corazón: “En el
Nombre de Jesús yo te perdono y te deseo la paz. En el Nombre de Jesús te
pido perdón y deseo mi paz. Si esa persona merece la paz, la va a recibir y le
hará mucho bien; si esa persona no es capaz de abrirse a la paz, esa paz
volverá a tu corazón. Pero no quiero que recibas y des la paz a otras personas
cuando no eres capaz de perdonar y sentir esa paz primero en tu corazón.”
“Cuidado con lo que hacen” – continuó el Señor - “Ustedes repiten en
el Padrenuestro: perdónanos así como nosotros perdonamos a los que nos
ofenden. Si ustedes son capaces de perdonar y no olvidar, como dicen
algunos, están condicionando el perdón de Dios. Están diciendo perdóname
únicamente como yo soy capaz de perdonar, no más allá.”
No sé cómo explicar mi dolor, al comprender cuánto podemos herir al
Señor y cuánto podemos lastimarnos nosotros mismos con tantos rencores,
sentimientos malos y cosas feas que nacen de los complejos y de las
susceptibilidades. Perdoné, perdoné de corazón y pedí perdón a todos los que
me habían lastimado alguna vez, para sentir la paz del Señor.
El celebrante decía: “....concédenos la paz y la unidad... y luego: “la
paz del Señor esté con todos ustedes...”
De pronto vi que en medio de algunas personas que se abrazaban (no
todos), se colocaba en medio una luz muy intensa, supe que era Jesús y me
abalancé prácticamente a abrazar a la persona que estaba a mi lado. Pude
sentir verdaderamente el abrazo del Señor en esa luz, era Él que me abrazaba
para darme Su paz, porque en ese momento había sido yo capaz de perdonar
y de sacar de mi corazón todo dolor contra otras personas. Eso es lo que
Jesús quiere, compartir ese momento de alegría abrazándonos para
desearnos Su Paz.
Llegó el momento de la comunión de los celebrantes, ahí volví a notar
la presencia de todos los sacerdotes junto a Monseñor. Cuando él comulgaba,
dijo la Virgen:
“Este es el momento de pedir por el celebrante y los sacerdotes que lo
acompañan, repite junto a Mí: Señor, bendícelos, santifícalos, ayúdalos,
purifícalos, ámalos, cuídalos, sostenlos con Tu Amor... Recuerden a todos
los sacerdotes del mundo, oren por todas las almas consagradas...”
Hermanos queridos, ese es el momento en que debemos pedir porque
ellos son Iglesia, como también lo somos nosotros los laicos. Muchas veces
los laicos exigimos mucho de los sacerdotes, pero somos incapaces de rezar
por ellos, de entender que son personas humanas, de comprender y valorar la
soledad que muchas veces puede rodear a un sacerdote.
Debemos comprender que los sacerdotes son personas como nosotros y
que necesitan comprensión, cuidado, que necesitan afecto, atención de parte
de nosotros, porque están dando su vida por cada uno de nosotros, como
Jesús, consagrándose a él.
El Señor quiere que la gente del rebaño que le ha encomendado Dios
ore y ayude en la santificación de su Pastor. Algún día, cuando estemos al
otro lado, comprenderemos la maravilla que el Señor ha hecho al darnos
sacerdotes que nos ayuden a salvar nuestra alma.
Empezó la gente a salir de sus bancas para ir a comulgar. Había
llegado el gran momento del encuentro, de la “Comunión”, el Señor me dijo:
- “Espera un momento, quiero que observes algo...” por un impulso interior
levanté la vista hacia la persona que iba a recibir la comunión en la lengua
de manos del sacerdote.
Debo aclarar que esta persona era una de las señoras de nuestro grupo
que la noche anterior no había alcanzado a confesarse, y lo hizo recién esa
mañana, antes de la Santa Misa. Cuando el sacerdote colocaba la Sagrada
Forma sobre su lengua, como un flash de luz, aquella luz muy dorada-blanca
atravesó a esta persona por la espalda primero y luego fue bordeándola en la
espalda, los hombros y la cabeza. Dijo el Señor:
“¡Así es como Yo Me complazco en abrazar a un alma que viene con
el corazón limpio a recibirme!”
El matiz de la voz de Jesús era de una persona contenta. Yo estaba
atónita mirando a esa amiga volver hacia su asiento rodeada de luz, abrazada
por el Señor, y pensé en la maravilla que nos perdemos tantas veces por ir
con nuestras pequeñas o grandes faltas a recibir a Jesús, cuando tiene que ser
una fiesta.
Muchas veces decimos que no hay sacerdotes para confesarse a cada
momento y el problema no está en confesarse a cada momento, el problema
radica en nuestra facilidad para volver a caer en el mal. Por otro lado, así
como nos esforzamos por ir a buscar un salón de belleza o los señores un
peluquero cuando tenemos una fiesta, tenemos que esforzarnos también en ir
a buscar un sacerdote cuando necesitamos que saque todas esas cosas sucias
de nosotros, pero no tener la desfachatez de recibir a Jesús en cualquier
momento con el corazón lleno de cosas feas.
Cuando me dirigía a recibir la comunión Jesús repetía: - “La última
cena fue el momento de mayor intimidad con los Míos. En esa hora del
amor, instauré lo que ante los ojos de los hombres podría ser la mayor
locura, hacerme prisionero del Amor. Instauré la Eucaristía. Quise
permanecer con ustedes hasta la consumación de los siglos, porque Mi
Amor no podía soportar que quedaran huérfanos aquellos a quienes amaba
más que a Mi vida...”
Recibí aquella Hostia, que tenía un sabor distinto, era una mezcla de
sangre e incienso que me inundó entera. Sentía tanto amor que las lágrimas
me corrían sin poder detenerlas...
Cuando llegué a mi asiento, al arrodillarme dijo el Señor:
-“Escucha...” Y en un momento comencé a escuchar dentro de mí las
oraciones de una señora que estaba sentada delante de mí y que acababa de
comulgar.
Lo que ella decía sin abrir la boca era más o menos así: “Señor,
acuérdate que estamos a fin de mes y que no tengo el dinero para pagar la
renta, la cuota del auto, los colegios de los chicos, tienes que hacer algo para
ayudarme... Por favor, haz que mi marido deje de beber tanto, no puedo
soportar más sus borracheras y mi hijo menor, va a perder el
año otra vez si no lo ayudas, tiene exámenes esta semana Y no te
olvides de la vecina que debe mudarse de casa, que lo haga de una vez porque
ya no la puedo aguantar... etc., etc.
De pronto el señor Arzobispo dijo: “Oremos” y obviamente toda la
asamblea se puso de pie para la oración final. Jesús dijo con un tono triste:
-“¿Te has dado cuenta? Ni una sola vez Me ha dicho que Me ama, ni una
sola vez ha agradecido el don que Yo le He hecho de bajar Mi Divinidad
hasta su pobre humanidad, para elevarla hacia Mí. Ni una sola vez ha
dicho: gracias, Señor. Ha sido una letanía de pedidos... y así son casi todos
los que vienen a recibirme.”
“Yo He muerto por amor y Estoy resucitado. Por amor espero a cada
uno de ustedes y por amor permanezco con ustedes..., pero ustedes no se dan
cuenta que necesito de su amor. Recuerda que Soy el Mendigo del Amor en
esta hora sublime para el alma.”
¿Se dan cuenta ustedes de que Él, el Amor, está pidiendo nuestro amor
y no se lo damos? Es más, evitamos ir a ese encuentro con el Amor de los
Amores, con el único amor que se da en oblación permanente.
Cuando el celebrante iba a impartir la bendición, la Santísima Virgen
dijo: “Atenta, cuidado... Ustedes hacen un garabato en lugar de la señal de
la Cruz. Recuerda que esta bendición puede ser la última que recibas en tu
vida, de manos de un sacerdote. Tú no sabes si saliendo de aquí vas a morir
o no y no sabes si vas a tener la oportunidad de que otro sacerdote te de una
bendición. Esas manos consagradas te están dando la bendición en el
Nombre de la Santísima Trinidad, por lo tanto, haz la señal de la Cruz con
respeto y como si fuera la última de tu vida.”
¡Cuántas cosas nos perdemos al no entender y al no participar todos
los días de la Santa Misa! ¿Por qué no hacer un esfuerzo de empezar el día
media hora antes para correr a la Santa Misa y recibir todas las bendiciones
que el Señor quiere derramar sobre nosotros?
Estoy consciente de que no todos, por sus obligaciones pueden hacerlo
diariamente, pero al menos dos o tres veces por semana, sí y sin embargo
tantos esquivan la Misa del domingo con el pequeño pretexto de que tienen un
niño chico o dos o diez y por lo tanto no pueden asistir a Misa... ¿Cómo hacen
cuando tienen otro tipo de compromisos importantes? Cargan con todos los
niños o se turnan y el esposo va a una hora y la esposa a otra hora, pero
cumplen con Dios.
Tenemos tiempo para estudiar, para trabajar, para divertirnos, para
descansar, pero NO TENEMOS TIEMPO PARA IR AL MENOS EL
DOMINGO A LA SANTA MISA. Jesús me pidió que me quedara con Él unos
minutos más luego de terminada la Misa. Dijo:
“No salgan a la carrera terminada la Misa, quédense un momento en
Mi Compañía, disfruten de ella y déjenme disfrutar de la de ustedes...”
Había oído a alguien de niña decir que el Señor permanecía en
nosotros como 5 o 10 minutos luego de la comunión. Se lo pregunté en ese
momento:
- Señor, verdaderamente, ¿cuánto tiempo te quedas luego de la
comunión con nosotros?
Supongo que el Señor se debió reír de mi tontera porque contestó:
“Todo el tiempo que tú quieras tenerme contigo. Si me hablas todo el día,
dedicándome unas palabras durante tus quehaceres, te escucharé. Yo estoy
siempre con ustedes, son ustedes los que Me dejan a Mí. Salen de la Misa y se
acabó el día de guardar, cumplieron con el día del Señor y se acabó, no
piensan que Me gustaría compartir su vida familiar con ustedes, al menos ese
día.”
“Ustedes en sus casas tienen un lugar para todo y una habitación para
cada actividad: un cuarto para dormir, otro para cocinar, otro para comer,
etc. etc. ¿Cuál es el lugar que han hecho para Mí? Debe ser un lugar no
solamente donde tengan una imagen que está empolvada todo el tiempo, sino
un lugar donde al menos 5 minutos al día la familia se reúna para agradecer
por el día, por el don de la vida, para pedir por sus necesidades del día, pedir
bendiciones, protección, salud... Todo tiene un lugar en sus casas, menos Yo”.
“Los hombres programan su día, su semana, su semestre, sus
vacaciones, etc. Saben qué día van a descansar, qué día ir al cine o a una
fiesta, a visitar a la abuela o los nietos, los hijos, a los amigos, a sus
diversiones. ¿Cuántas familias dicen una vez al mes al menos: “Este es el día
en que nos toca ir a visitar a Jesús en el Sagrario” y viene toda la familia a
conversar Conmigo, a sentarse frente a Mí y conversarme, contarme cómo les
fue durante el último tiempo, contarme los problemas, las dificultades que
tienen, pedirme lo que necesitan... ¡Hacerme partícipe de sus cosas!?.
¿Cuántas veces?”
“Yo lo sé todo, leo hasta en lo más profundo de sus corazones y sus
mentes, pero me gusta que me cuenten ustedes sus cosas, que Me hagan
partícipe como a un familiar, como al más íntimo amigo” ¡Cuántas gracias
se pierde el hombre por no darme un lugar en su vida!”
Cuando me quedé aquel día con Él y en muchos otros días, fue
dándonos enseñanzas y hoy quiero compartir con ustedes en esta misión que
me han encomendado. Dice Jesús:
“Quise salvar a mi criatura, porque el momento de abrirles la puerta
del cielo ha sido preñado con demasiado dolor...” “Recuerda que ninguna
madre ha alimentado a su hijo con su carne, Yo He llegado a ese extremo de
Amor para comunicarles mis méritos.”
“La Santa Misa Soy Yo mismo prolongando Mi vida y Mi sacrificio
en la Cruz entre ustedes. Sin los méritos de Mi vida y de Mi Sangre, ¿qué
tienen para presentarse ante el Padre? La nada, la miseria y el pecado...”
“Ustedes deberían exceder en virtud a los Ángeles y Arcángeles,
porque ellos no tienen la dicha de recibirme como alimento, ustedes sí. Ellos
beben una gota del manantial, pero ustedes que tienen la gracia de
recibirme, tienen todo el océano para beberlo.”
La otra cosa de la que habló con dolor el Señor fue de las personas que
hacen un hábito de su encuentro con Él. De aquellas que han perdido el
asombro de cada encuentro con Él. Que la rutina vuelve a ciertas personas
tan tibias que no tienen nada nuevo que decirle a Jesús al recibirlo. De no
pocas almas consagradas que pierden el entusiasmo de enamorarse del
Señor y hacen de su vocación un oficio, una profesión a la que no se le
entrega más que lo que exige de uno, pero sin sentimiento...
Luego el Señor me habló de los frutos que debe dar cada comunión en
nosotros. Es que sucede que hay gente que recibe al Señor a diario y que no
cambia su vida. Que tienen muchas horas de oración y que hace muchas
obras, etc. etc. Pero su vida no se va transformando y una vida que no se va
transformando, no puede dar frutos verdaderos para el Señor. Los méritos
que recibimos en la Eucaristía deben dar frutos de conversión en nosotros y
frutos de caridad para con nuestros hermanos.
Los laicos tenemos un papel muy importante dentro de nuestra Iglesia,
no tenemos ningún derecho a callarnos ante el envío que nos hace el Señor
como a todo bautizado, de ir a anunciar la Buena Nueva. No tenemos ningún
derecho de absorber todos estos conocimientos y no darlos a los demás y
permitir que nuestros hermanos se mueran de hambre teniendo nosotros tanto
pan en nuestras manos.
No podemos mirar que se esté desmoronando nuestra Iglesia, porque
estamos cómodos en nuestras Parroquias, en nuestras casas, recibiendo y
recibiendo tanto del Señor: Su Palabra, las homilías del sacerdote, las
peregrinaciones, la Misericordia de Dios en el Sacramento de la confesión, la
unión maravillosa con el alimento de la comunión, las charlas de tales o
cuales predicadores.
En otras palabras, estamos recibiendo tanto y no tenemos el valor de
salir de nuestras comodidad, de ir a una cárcel, a un instituto correccional,
hablarle al más necesitado, decirle que no se entregue, que ha nacido católico
y que su Iglesia lo necesita, ahí, sufriente, porque ese su dolor va a servir
para redimir a otros, porque ese sacrificio le va a ganar la vida eterna.
No somos capaces de ir donde los enfermos terminales en los hospitales
y rezando la coronilla a la Divina Misericordia, ayudarlos con nuestra
oración en ese momento de lucha entre el bien y el mal, para librarlos de las
trampas y tentaciones del demonio. Todo moribundo tiene temor y el solo
tomar la mano de uno de ellos y hablarle del amor de Dios y de la maravilla
que lo espera en el Cielo junto a Jesús y María, junto a sus seres que
partieron, los reconforta.
La hora que estamos viviendo, no admite filiaciones con la indiferencia.
Tenemos que ser la mano larga de nuestros sacerdotes para ir donde ellos no
pueden llegar. Pero para ello, para tener el valor, debemos recibir a Jesús,
vivir con Jesús, alimentarnos de Jesús.
Tenemos miedo a comprometernos un poco más y cuando el Señor dice:
“Busca primero el Reino de Dios y lo demás se te dará por añadidura”, es el
todo hermanos. Es el buscar el Reino de Dios por todos los medios y con
todos los medios y... ¡abrir las manos para recibir TODO por añadidura;
porque es el Patrón que mejor paga, el único que está atento a tus menores
necesidades!
Hermano, hermana, gracias por haberme permitido cumplir con la
misión que se me ha encomendado: hacerte llegar estas páginas.
La próxima vez que asistas a la Santa Misa, vívela. Sé que el Señor
cumplirá contigo la promesa de que “Nunca más tu Misa volverá a ser la de
antes”, y cuando lo recibas: ¡Ámalo!
Experimenta la dulzura de sentirte reposando entre los pliegues de Su
costado abierto por ti, para dejarte Su Iglesia y Su Madre, para abrirte las
puertas de la Casa de Su Padre, para que seas capaz de comprobar Su Amor
Misericordioso a través de este testimonio y trates de corresponderle con tu
pequeño amor.
Que Dios te bendiga en esta Pascua de Resurrección. Tu hermana en
Jesucristo Vivo,
Catalina
Misionera laica del Corazón Eucarístico de Jesús
La medalla del Apostolado representa en una cara la custodia con la
Sagrada Eucaristía y la leyenda: “Adorámoste eternamente en el Santísimo
Sacramento del Altar” y en el reverso los Sagrados Corazones circundados
por una corona de espinas con la siguiente leyenda: “Honor y Gloria a los
Sagrados Corazones de Jesús y María”, como distintivo de la obra que
caracterizan la identidad de nuestro carisma.
Apostolado de la Nueva Evangelización
Español: www.a-n-e.net - www.jesucristovivo.org
ane@a-n-e.net
Inglés: www.apostolate.org
Calle 1H No.104 esquina 20
Col. México Norte, C.P. 97128
Tel: (52) (999) 944-05-40 Fax: (52) (999) 948-17-77
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