Pedro I de Castilla


(Redirigido desde «Pedro I el Cruel»)
Pedro I de Castilla
Rey de Castillaa
Gran dobla de Pedro I de Castilla 1360 (M.A.N. 1867-21-2) 01.jpg

Pedro I en el anverso de una gran dobla (1360)
Rey de Castilla
26 de marzo de 13501366
Predecesor Alfonso XI
Sucesor Enrique II
Rey de Castilla
136723 de marzo de 1369
Predecesor Enrique II
Sucesor Enrique II

Información personal
Nacimiento 30 de agosto de 1334

Burgos (Castilla)
Fallecimiento 23 de marzo de 1369

Montiel (Castilla)
Entierro Catedral de Sevilla
Familia
Casa real Casa de Borgoña (Castilla)
Padre Alfonso XI de Castilla
Madre María de Portugal
Descendencia Véase Descendencia

Royal Coat of Arms of the Crown of Castile (1284-1390).svg

Escudo de Pedro I de Castilla


[editar datos en Wikidata]
Pedro I de Castilla (Burgos, Castilla, 30 de agosto de 13341Montiel, Castilla, 23 de marzo de 1369), llamado en la posterioridad el Cruel por sus detractores y el Justo o el Justiciero por sus partidarios,2 fue rey de Castilla desde el 26 de marzo de 1350 hasta su muerte.



Juventud

Nacido en la torre defensiva del Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos, Pedro era hijo y sucesor de Alfonso XI de Castilla y de María de Portugal,1 hija del rey Alfonso IV de Portugal y el último rey de Castilla de la Casa de Borgoña.


Su educación fue muy descuidada, pues Alfonso XI, llevado por su amor a Leonor de Guzmán, dejó la crianza de su heredero a María de Portugal, la reina consorte, que vivió con su hijo en el alcázar de Sevilla.


Inicios de su reinado

El comienzo de su reinado en marzo de 1350, cuando todavía no había
cumplido los dieciséis años de edad, estuvo marcado por las luchas entre
las distintas facciones que se disputaban el poder: los diversos hijos
que había tenido su padre el rey Alfonso XI con Leonor de Guzmán, los infantes aragoneses, primos carnales del rey y la reina madre, María de Portugal.


Inicialmente, el poder fue controlado por la facción de la reina madre y del favorito portugués Juan Alfonso de Alburquerque, que le había servido de ayo. Éste, sospechando de las intenciones de la antigua amante de Alfonso, Leonor de Guzmán, aconsejó al rey que prendiera a sus hermanos, el conde Enrique de Trastámara y el gran maestre de la Orden de Santiago Fadrique Alfonso de Castilla,
lo que motivó la primera rebelión de los mismos. Sin embargo, estos
fueron pronto perdonados por el nuevo monarca que, al aproximarse a Sevilla los que conducían el cadáver de su padre, salió con su madre a recibirlos a mucha distancia de la ciudad.


A mediados de agosto de 1350, Pedro cayó gravemente enfermo. La posible sucesión apuntaba hacia su primo carnal, el infante Fernando de Aragón y Castilla, marqués de Tortosa y sobrino de Alfonso XI. Otros preferían a Juan Núñez de Lara, descendiente de los infantes de La Cerda
por línea masculina, aunque estos habían renunciado formalmente a la
sucesión a cambio de sustanciosas propiedades en tiempos del abuelo de
Pedro, Fernando IV de Castilla. El restablecimiento del joven rey condujo a levantar el sitio puesto a Gibraltar y que cesara toda guerra con los musulmanes. Convaleciente de su enfermedad, Pedro permaneció en Sevilla hasta principios de 1351.


Señorío de Vizcaya

Posteriormente, el monarca persiguió a Nuño Díaz de Haro, un niño de tres años, hijo del ya difunto Juan Núñez de Lara, para despojarle del señorío de Vizcaya. Aunque no pudo capturarle, sí que hizo suyo el territorio de Las Encartaciones, conquista que realizó Fernán Pérez de Ayala, padre del cronista Pero López de Ayala.


Nuño Díaz de Haro falleció al poco tiempo. Juana de Lara e Isabel, hermanas del pequeño fallecido, fueron entregadas a Pedro. Vizcaya, Lerma y Lara, con otras villas y castillos, se incorporaron al dominio real. Juana se casó con el medio hermano bastardo de Pedro, Tello de Castilla, e Isabel con el infante Juan de Aragón y Castilla (1330–1358), primo carnal del rey Pedro y hermano menor del infante Fernando de Aragón.


Fernando fue asesinado años más tarde por orden de Pedro IV de Aragón.
Juana e Isabel Núñez de Lara, el infante Juan de Aragón y la madre de
los infantes aragoneses Juan y Fernando y tía carnal de Pedro I, fueron
asesinados en diferentes fechas por orden de Pedro I de Castilla. De
estos crímenes salieron beneficiados finalmente el hijo bastardo del rey
Alfonso, futuro Enrique II de Castilla, que se encontraba en el mismo lugar de Aragón
en el que fue asesinado el infante Fernando y el hermano de Enrique,
Tello de Castilla, señor consorte de Vizcaya, quien ocultó el asesinato
por parte de Pedro de su esposa y señora titular de Vizcaya, Juana de
Lara.


Cortes de Valladolid

Hacia 1351 recibió en Burgos la visita de Carlos II de Navarra, llamado el Malo, a quien regaló caballos y joyas. Posteriormente se desplazó a Valladolid para celebrar Cortes que fueron convocadas a instancias de su ayo Juan Alfonso de Alburquerque,3 donde dijo:


Los reyes y los príncipes viven é regnan por la justicia, en la
cual son tenudos de mantener é gobernar los sus pueblos, é la deben
cumplir é guardar.



Las Cortes de Valladolid duraron del otoño de 1351 a la primavera de
1352, asistiendo el rey hasta mediados de marzo de 1352. En esas Cortes
sancionó un Ordenamiento de menestrales,4 de 2 de octubre de 1351, para intentar paliar las dificultades a la hora de encontrar mano de obra, a consecuencia de la Peste Negra, que asoló Europa en el siglo XIV
y que incluso llegó a causar la muerte de Alfonso XI. Se condenaba la
vagancia, se prohibía la mendicidad, se tasaban los jornales y salarios,
se ordenaban las horas de trabajo en cada estación del año y se fijaba
el valor de los artículos o productos.


Por petición, Pedro ratificó lo pactado en las Partidas sobre la inviolabilidad de los procuradores
de las ciudades y villas, prohibiendo a los Tribunales «conocer de las
querellas que ante ellos dieren de los Procuradores durante el tiempo de
su procuración, hasta que sean tornados a sus tierras.»


En las mismas Cortes confirmó, enmendándolo, el Ordenamiento de Alcalá, ley del tiempo de Alfonso XI que daba fuerza legal a las Partidas; sancionó de nuevo el Fuero Viejo de Castilla
que publicó en 1356, y con la intervención del rey se aprobaron leyes
contra los malhechores, se reorganizó la administración de justicia, se
dictaron las disposiciones para el fomento del comercio, la agricultura y la ganadería,
se rebajaron los encabezamientos de los pueblos por haber disminuido el
valor de las fincas, se procuró reprimir la desmoralización pública, no
menos que la relajación de costumbres en clérigos y legos, y se trató de aliviar la suerte de los judíos, permitiéndoles que en las villas y ciudades ocupasen barrios apartados y que nombraran alcaldes que entendieran en sus pleitos.


Con todo ello el rey afirmó su alianza con las ciudades, lo que los
nobles entendieron como un ataque a sus privilegios, aumentando su
enemistad con el rey. Desde Valladolid, de donde salió a finales de
marzo de 1352, pasó a Ciudad Rodrigo para reunirse con su abuelo materno, el rey de Portugal Alfonso IV, que le dio prudentes consejos para el gobierno, recomendándole especialmente que viviera en paz con sus hermanos.[cita requerida]


Comienzo de la rebelión



Retrato del rey Pedro I del libro Retratos de los reyes de España de 1788
Después de la reunión con Alfonso IV de Portugal, se dirigió a Andalucía para someter a Alfonso Fernández Coronel,
que se había sublevado en Aguilar, si bien hubo de encomendar bien
pronto a otros aquella guerra por haber sabido que su hermano Enrique se
fortificaba en Asturias.
No tardó en conseguir que su hermano se le sometiera con las mayores
muestras de arrepentimiento. Con igual rapidez y fortuna sofocó los
intentos de rebelión de su otro hermano Tello. Así pudo volver a Andalucía y, en 1353, dar muerte por ejecución a Fernández Coronel.


En aquel tiempo ya era amante de María de Padilla. Tras llegar a Valladolid su prometida, Blanca de Borbón,
se casó con ésta el 3 de junio de 1353 por razón de Estado. Pedro
abandonó a Blanca a los dos días, ya que Francia había incumplido el
pago de la dote, y ordenó que la encerraran en Sigüenza y luego en el Alcázar de Toledo; con ello provocó la ruptura con Francia, la caída de Alburquerque y una rebelión en Toledo, que pronto se extendió a otras ciudades.


En 1354 y tras la rebelión, destituyó al alguacil mayor y a los demás
depositarios de la autoridad real nombrados por Alburquerque,
reemplazándolos por los Padilla, sus nuevos favoritos. Desposeyó a Juan Núñez de Prado del maestrazgo de la orden y se lo dio a Diego García de Padilla, hermano de María, el cual hizo dar muerte a su predecesor en el castillo de Maqueda, perteneciente a la misma orden, por un tal Diego López de Porras.


Destitución de Alburquerque

El apartamiento del señor de Alburquerque del servicio del rey no
bastó y decidió quitarle los lugares que tenía. Pedro sitió la plaza de Medellín. Los caballeros que defendían la plaza enviaron un mensaje a Alburquerque en el que le pedían ayuda o que les librara del «homenaje» que, como guardadores de la plaza, tenían prestado a Juan Alfonso, que no pudo ayudarlos.


Al punto marchó Pedro contra la villa de Alburquerque, pero se negaron a abrirle las puertas. Estaba dentro el comendador mayor de Calatrava, Pedro Estébanez Carpentero, contra quien dio sentencia el rey por haberle resistido, aunque éste alegó que ni era alcaide de la fortaleza, ni estaba allí por otra causa que por miedo de ser partícipe de la suerte funesta de su tío, don Juan Núñez de Prado, maestre de la Orden.


No fue éste el único castillo que mantuvo el pendón del señor de Alburquerque, por lo que Pedro se apartó de la frontera, dejando a sus hermanos promovidos por él a conde de Trastámara y al maestrazgo de Santiago, controlados en sus movimientos por Juan García de Villagera, hermano de la amante del rey, y a quien había favorecido con la encomienda mayor de la Orden de Santiago.


Al mismo tiempo envió sus mensajeros a su abuelo el rey de Portugal
con quejas contra Alburquerque, los cuales llegaron al tiempo en que se
celebraban en Évora las bodas de Fernando de Aragón, marqués de Tortosa
y primo hermano de Pedro I, con doña María, infanta portuguesa. Una
parte de nobleza levantisca consideraba seriamente al infante Fernando
de Aragón como posible sucesor legítimo del trono de Castilla si Pedro
muriese sin hijos legítimos varones, a menos que éstos fueran
eventualmente asesinados o «desaparecidos».


A esta boda asistió también Juan Alfonso de Alburquerque,
quien dirigió al monarca portugués un razonamiento sobre los agravios
que había recibido y recibía aún de su nieto castellano Pedro. No
faltaron en el discurso suaves amenazas contra Enrique de Trastámara y
su hermano, lo que significa que aún no habían comenzado los tratos
entre él y ambos bastardos, hermanos de Pedro. Alfonso IV de Portugal
dio a entender entonces las quejas de su nieto Pedro sobre la gestión de
Albuquerque de las rentas de Castilla y, por último, se mostró
orgulloso de haber procurado al rey un enlace ilustre y la paz con Aragón, Navarra y Portugal.


El rey de Portugal se puso de parte de Alburquerque, que era su
huésped y pariente, y lo mismo hicieron otros nobles de su corte; pero
al hablar algunos caballeros castellanos de la comitiva del novio
conforme a la pretensión de los embajadores, se embraveció la disputa,
de manera que los festejos estuvieron a punto de ser sangrientos, aunque
el rey lo impidió con su autoridad y mandato.


Traición

La corte portuguesa pasó después a Estremoz,
y con ella iba Juan Alfonso de Alburquerque. Allí recibió éste un
mensaje de Enrique y Fadrique, quienes habían sido puestos por su
hermano para defender la frontera, en el cual proponían pactos y
alianzas a Juan Alfonso de Alburquerque encaminados a lograr ventajas
para los tres. Se reunieron en Elvas y Badajoz,
y tan avanzados iban los tratos, que apresaron a Juan García de
Villagera, aunque logró escapar a las pocas horas y presentarse a su
señor informándole de la conjura.


El pacto postulaba que la Corona de Castilla fuera para el infante Pedro, hijo del rey de Portugal, como nieto de Sancho IV de Castilla
en lugar de para Fernando de Aragón, primo carnal de Pedro I de
Castilla. El infante portugués recibió las propuestas por boca de Alvar Pérez de Castro, hermano de la célebre Inés de Castro,
y las admitió, aunque sabedor su padre Alfonso IV de Portugal de lo que
se tramaba le hizo desistir de ello, siendo acaso parte en su
resolución última su hermana María, madre de Pedro I de Castilla, que
fue a reunirse con Pedro en Toro.


Nuevo matrimonio



Busto del rey Pedro en el barrio de La Alfalfa de Sevilla, una pieza de
finales del siglo XVI o principios del XVII que sustituye a otro busto
del monarca que eventualmente fue colocado ahí tras una reyerta donde
Pedro I mató a un miembro de la familia Guzmán que apoyaba a Enrique de
Trastámara.5 El original se encuentra en la Casa de Pilatos de Sevilla.6


Cabeza de piedra del Rey Don Pedro que fue colocada en un primer momento
en el barrio de la Alfafa y que en la actualidad está en la
Casa-Palacio de los duques de Medinaceli de Sevilla, conocida como Casa
de Pilatos.
Incluso el papa Inocencio VI fue informado en Aviñón de las desdichas de la reina consorte Blanca de Borbón, hermana de la reina consorte de Francia Juana de Borbón, venida de su padre Pedro I de Borbón
sin la dote monetaria pactada por los negociadores castellanos de tal
boda. Se consiguió entonces que el rey pasase en Valladolid dos días más
al lado de Blanca. Pero se dice que no hizo caso a tales quejas pues ya
tenía tratos de casamiento con Juana de Castro, mujer viuda de noble prosapia, a pesar de que vivían tanto su esposa Blanca, como su amante María.


Parece que Juana de Castro se resistía a estos proyectos de nuevo
matrimonio porque la viuda creía válido el anterior de Pedro con Blanca.
La pasión acalló de continuo toda prudencia en el rey, quien no sólo
ofreció varios lugares y castillos en prenda de que celebraría el
matrimonio, sino también quiso probar que no era válido el matrimonio de
Valladolid. Parece que dos obispos, el de Salamanca, Juan Lucero, y el de Ávila –no Juan como dicen algunos autores, sino quizá Sancho Blázquez Dávila– estuvieron dispuestos a analizar o reparar lo sucedido. A Pedro y Juana los casó el obispo de Salamanca en Cuéllar
y Juana de Castro tomó el título de reina, aunque los cronistas
posteriores aseguran que al día siguiente el rey la abandonó para irse
alterado a Castrojeriz por las nuevas que le trajo uno de los suyos.


Se sabe que tuvo con ella descendencia castigadísima por la nueva dinastía de los Trastámara. Juan de Castilla murió prisionero en 1405 cuando regresaba de Inglaterra como rehén. El hijo de éste, Pedro de Castilla y de Eril, arcediano de Alarcón, obispo de Osma y de Palencia, tendría cuatro hijos con una inglesa del séquito de la reina consorte Catalina de Lancáster,
supuestamente nieta ilegítima de Pedro I, así como otros cuatro hijos
con una mujer de Salamanca, todos bien estudiados y registrados. También
tuvo otro hijo varón, Alfonso, con María de Padilla, nacido en el otoño
de 1359, que sería confiado al nuevo maestre de Santiago García Álvarez de Toledo,
que es muy difícil de rastrear en la mayoría de los estudios actuales.
Además tuvo más con María de Hinestrosa, esposa de un miembro de la
poderosa familia Carrillo, con una sobrina del canciller Pero López de
Ayala y dos más con la burgalesa Isabel de Sandoval.


El Papa comisionó a Beltrán, obispo de Senez o Cesena (los documentos se refieren a él como episcopus senecensis)
para que formase proceso canónico contra los obispos de Salamanca y
Ávila, y conminase al rey con graves penas para que abandonase a Juana y
se uniese a su esposa. De no hacerlo le daba plena autoridad para
proceder, no sólo contra el monarca, sino contra sus ayudas y cómplices,
siquiera fuesen arzobispos, obispos, cabildos,
monasterios, duques, condes, vasallos, castillos y lugares. El Papa
escribió también al monarca reprochándole con duras frases sus delitos
contra la pública honestidad y el olvido de los deberes de su rango
supremo, esperando que al fin volviera a vida mejor y al cariño de su
consorte.


María de Padilla



María Padilla, desnuda en el Alcázar de Sevilla frente a Pedro I, en un grabado de Paul Gervais
Los encuentros entre el rey y María de Padilla cesaron tanto por la
condenación papal como por los nuevos amoríos entre don Pedro y Juana de
Castro. María se dirigió entonces al Papa, solicitando licencia para
fundar un monasterio de monjas clarisas en la diócesis de Palencia,
de donde era originaria, o en otra parte. El rey favoreció las
pretensiones de María, como resulta de los documentos pontificios que
vinieron de Aviñón, y aún cuando, según se dio a entender al Papa, el
propósito de María era hacer en el monasterio vida penitente. Así, se
fundó el monasterio en Astudillo no mucho después, pero no entró en él María, sino que volvió a convertirse en amante del rey.


Fernán Ruiz de Castro,
un hermano de Juana, deseoso de venganza, acaudilló una nueva rebelión.
Creció en tanto el partido de doña Blanca, que llegó a contar con la
ayuda de los hermanos del rey, Alburquerque, los infantes de Aragón,
Fernando y Juan, de Leonor, viuda de Alfonso IV de Aragón, de María de Portugal, la madre del rey, de la poderosa familia Castro y muchos nobles, todos los cuales exigían con las armas que Pedro hiciera vida conyugal con doña Blanca.


Aunque esto era el pretexto, lo que en verdad reclamaban era
recuperar su influencia perdida en la corte. Como jefe de la liga
figuraba Alburquerque, que murió en octubre de 1354, con sospechas de
haber sido envenenado por orden del rey. Los demás confederados no
cejaron en sus planes.


Falsos acuerdos en Tejadillo



Dobla de 35 maravedíes de Pedro I de Castilla
En Tejadillo, entre Toro y Morales,
conferenció Pedro con los nobles de la liga, aunque no se llegó a un
acuerdo. Toro, villa de la reina madre, se convirtió en el cuartel
general de los confabulados. Juzgó prudente el monarca, de veinte años,
trasladarse a dicha plaza, en la que se le trató con respeto; pero como
no le permitían hablar libremente con las personas que lo visitaban, se
consideró preso. Cedió en apariencia a cuantas demandas le hicieron; se
ganó en secreto a los infantes de Aragón con magníficas promesas y
cesiones de tierra; practicó lo mismo con otros caballeros, y así, en
diciembre de 1354, aprovechando un descuido de sus vigilantes durante
una partida de caza, pudo huir a Segovia. Se dirigió después a Burgos, donde reunió Cortes que le concedieron subsidios para someter a los rebeldes. En Medina del Campo mandó matar el rey en abril de 1355 al adelantado mayor de Castilla Pedro Ruiz de Villegas, al merino mayor de Burgos Sancho Ruiz de Rojas
y a un escudero de aquél llamado Martín Núñez de Carandia, todos ellos
implicados en la rebelión. Acometió a esta ciudad, pero suspendió sus
ataques para someter a Toledo, donde parte de la población se había
sublevado a favor de Blanca. En Toledo se trabó un combate, de una parte
sostenido por los judíos y partidarios del rey, y de la otra por los
soldados de la liga y algunos toledanos.


El 8 de mayo de 1355 entraron en la ciudad de Toledo las primeras
tropas reales, pero los sublevados ya habían huido. El monarca, que los
seguía, hizo ejecutar a dos caballeros y 22 vecinos de la ciudad
acusados de rebeldía. Después de mandar a Blanca de Borbón a Sigüenza,
marchó contra Toro con su hueste; corrió la comarca apoderándose de
algunas villas; y despreció las intimidaciones de un legado pontificio
que le imponía vivir en paz con Blanca y con los señores. El infante
Juan de Aragón entraría con sus tropas hasta Ochandiano, cerca de Durango (Vizcaya) pero los enfrentamientos contra Tello de Castilla y Juan de Abendaño
no fueron buenos por los bajos ramajes de los bosques circundantes,
impedimento para la caballería castellana. No atacó la ciudad de Toro,
donde se encontraba su madre, sino que prefirió sitiarla hasta que se
rindió en 1356 después de que Enrique hubiere huido y Fadrique fuera
apresado.


Guerra con Aragón



Palacio de Pedro I en el Alcázar de Sevilla (vista desde el Patio de la Montería).


En la portada del Palacio del Rey Don Pedro del Alcázar de Sevilla puede
leerse en los azulejos azules un texto en árabe rodeado de un texto en
español que dice "El muy alto et muy noble et muy poderoso et muy
conqueridor don Pedro por la gracia de Dios rey de Castilla et de León,
mandó fazer estos alcázares et estos palacios et estas portadas que fue
fecho en la era de mill et quatrocientos y dos años
"
Pasado algún tiempo surgió la guerra con Aragón. La causa fue que nueve galeras aragonesas, armadas por mosén Francisco de Perellós, con licencia del rey Pedro IV el Ceremonioso para ir en auxilio de Francia contra Inglaterra, arribaron a Sanlúcar de Barrameda en busca de víveres y apresaron en aquellas aguas a dos barcos de la República de Génova,
que entonces se encontraba en guerra con Aragón. Pedro I, que se
hallaba en dicho puerto, requirió a Perellós para que abandonase su
presa; y como el aragonés no lo hizo, el rey castellano se quejó a Pedro
IV, quien regateó las satisfacciones.


El rey de Castilla, previa declaración de guerra, rompió las
hostilidades, que hasta principios de 1357 se limitaron a escaramuzas.
Antes se había embarcado en Sevilla y perseguido con algunas galeras a
Perellós hasta Tavira,
pero no pudo darle alcance. En la lucha entre los dos reinos
cristianos, Enrique, con otros castellanos favoreció a Pedro IV, y el
infante Fernando, hermano del rey de Aragón, ayudó a Pedro I. Entre los
dos monarcas mediaron cartas de desafío, el cual no llegó a verificarse
por exigir el aragonés que Pedro I acudiera al campo de Nules, mientras el castellano lo emplazaba ante los muros de Valencia, ciudad que tenía sitiada Pedro I y a cuyo socorro parecía natural que acudiese el soberano de Aragón.


En 1357, Pedro entró en tierras de Aragón y se apoderó del Castillo de Bijuesca y de Tarazona el 9 de marzo. En aquel tiempo hizo ejecutar a Juan de la Cerda, cuñado del anteriormente decapitado señor de Aguilar de la Frontera, Alfonso Fernández Coronel.
Por las instancias de un cardenal legado, el 8 de mayo se firmó entre
ambos reyes una tregua de un año. Pedro I regresó a Sevilla; una vez más
desoyó los consejos del Papa, que en un breve le recomendaba el respeto
a su esposa legítima; preparó las fuerzas que debían continuar la lucha
contra Aragón; para proporcionarse recursos profanó los sepulcros de Alfonso X el Sabio y de la reina Beatriz de Suabia, despojándolos de las joyas de sus coronas; tuvo amores con Aldonza Coronel y en vano trató de seducir a una hermana de ésta llamada María, viuda del ejecutado Juan de la Cerda e hija de Alfonso Fernández Coronel.


Según una leyenda muy popular en Sevilla, donde tiene una céntrica
calle dedicada, María Coronel se retiró al convento sevillano de Santa
Clara para huir de las apetencias del rey. En cierta ocasión, viéndose
asediada por éste hizo uso de su «valerosa pudicia, y viendo no poderse
evadir de su llevada al Rey, abrasó con aceite hirviendo mucha parte de
su cuerpo, para que las llagas la hiciesen horrible, y acreditasen la
leprosa, con que escapó su castidad a costa de prolijo y penoso
martirio, que le dio que padecer todo el resto de su vida». Después de
esto, María Coronel fundó el convento de Santa Inés en Sevilla y se
convirtió en su primera abadesa. Su tumba se encuentra en medio del coro
de dicho convento y su cuerpo incorrupto puede contemplarse en una urna
de cristal todos los días 2 de diciembre, fecha del aniversario de su
muerte. Se afirma incluso que aún se pueden apreciar en su cuerpo los
restos de su acción.


Sangrienta venganza (1358-1360)

En 1358 quitó la vida a su hermano Fadrique y poco después al infante don Juan de Aragón y Castilla, hijo de Alfonso IV de Aragón.
Prendió a la madre de este último, doña Leonor, a la esposa del mismo,
Isabel de Lara, y confiscó los bienes de una y otra. En Burgos recibió
las cabezas de seis caballeros a los que había condenado a muerte antes de salir de Sevilla.


En 1358 supo que su hermano había penetrado en la provincia de Soria en son de guerra y que el infante Fernando, marqués de Tortosa, había invadido el Reino de Murcia e intentaba apoderarse de Cartagena. Resistió a todos sus enemigos; se presentó con dieciocho velas en las costas de Valencia y aunque una tempestad le quitó dieciséis, le bastaron ocho meses para construir doce nuevas, reparar quince y llenar de armas y municiones de todas clases los almacenes, a la vez que obtenía diez galeras del rey de Portugal y tres del emir de Granada. Renovadas por un legado de papa Inocencio VI las negociaciones para la paz entre Castilla y Aragón en 1359, no pudo llegarse a un acuerdo.


Pedro I, para vengarse del infante don Fernando, hizo matar a su
madre, la reina viuda doña Leonor de Castilla, en el Castillo de
Castrojeriz. Por odio a Tello, también hizo matar en Sevilla a la esposa
de éste, Juana de Lara; poco después mandó envenenar a Isabel de Lara,
viuda del infante aragonés don Juan. De Sevilla partió en abril una escuadra de cuarenta galeras, ochenta naos, tres galeones y cuatro leños. Llegó sin encontrar enemigos hasta el puerto de Barcelona y, no pudiendo tomarlo después de dos ataques, se trasladó a Ibiza; pero la noticia de que el aragonés se acercaba con cuarenta galeras lo hizo desistir de la nueva conquista y se volvió a Almería.


Ya en la península, se opuso a que las Órdenes de caballería pagasen al Papa el diezmo. Supo luego que sus tropas habían sido derrotadas en Araviana. Irritado, mandó dar muerte a sus hermanos bastardos, Juan y Pedro,
de diecinueve y catorce años respectivamente, quitando así competidores
a su hijo Alfonso. En el mismo año (1359) tuvo por manceba a María de
Hinestrosa, hija de Juan Fernández de Hinestrosa, casada con Garcilaso Carrillo,
que entonces se pasó al partido de Enrique. María de Hinestrosa era
prima de María de Padilla y dio a su amante un hijo, Fernando, señor de Niebla, que no tuvo descendencia.


En 1360, viendo Enrique aumentado su partido, no dudó del buen éxito
de una invasión en Castilla. Penetró en ella y al poco tiempo se apoderó
de Nájera. Creciendo la furia de Pedro I, hizo asesinar a Pedro Álvarez de Osorio, a dos jóvenes hijos de Fernán Sánchez de Valladolid y al arcediano de Salamanca Diego Arias Maldonado.




Manuscrito del siglo XV en el cual se ilustra la Batalla de Nájera.
Con un ejército que por lo menos contaba con 10.000 infantes y 5000 jinetes
marchó en busca de su hermano, a quien halló cerca de Nájera. Cuenta el
cronista Pero López de Ayala que allí se le presentó un sacerdote de Santo Domingo de la Calzada
diciéndole que el patrón de su pueblo le había mandado anunciarle que,
si no se guardaba, su hermano Enrique había de matarle por sus propias
manos. El rey mandó quemar al clérigo
delante de sus tiendas. En el mismo día de finales de abril atacó y
venció a Enrique junto a los muros de Nájera; los vencidos se encerraron
en dicha ciudad y el monarca, lejos de acometerlos, regresó a Sevilla,
donde se hallaba a mediados de agosto.


En Sevilla mató al capitán valenciano
y a las tripulaciones de cuatro galeras aragonesas, apresadas por naves
de Castilla. Por entonces firmó con el rey de Portugal un pacto para la
mutua entrega de las personas refugiadas en sus reinos. Así pudo el rey castellano vengarse de los señores que le fueron entregados, uno de ellos Pedro Núñez de Guzmán, padre de Leonor de Guzmán,
amante de su padre Alfonso XI al que dio diez hijos, y a quien también
había asesinado de forma salvaje en 1351, que sufrió cruel muerte en
Sevilla.


Igualmente por orden de Pedro I perecieron en aquellos días Gutierre Fernández de Toledo, Gómez Carrillo (hermano de Garcilaso Carrillo) y Samuel Leví, siendo además desterrado a Portugal el arzobispo de Toledo Vasco Fernández de Toledo,
hermano de Gutierre Fernández, ambos hijos de Fernán Gómez de Toledo,
canciller y notario mayor de Toledo, y Teresa Vázquez de Acuña que había
sido la nodriza del rey Pedro.


Paz con el reino de Aragón y guerra con el reino de Granada (1361-1364)



Retrato de 1857 de Pedro I en el Consistorio hispalense. Estuvo en la
galería del Palacio de San Telmo y fue una donación de la Infanta doña
María Luisa Fernanda.
Renovando las hostilidades contra Aragón, en 1361 Pedro I ganó las fortalezas de Berdejo, Torrijo, Alhama y otras; pero temiendo un ataque de los granadinos, accedió a las súplicas del cardenal de Bolonia
y ajustó la paz con Pedro IV de Aragón el 18 de mayo, obligándose ambos
reyes a restituirse los castillos y lugares conquistados. En aquel año
fallecieron Blanca de Borbón, según algunos envenenada por su esposo, y
María de Padilla, madre de tres hijas y un hijo (Alonso, muerto en
1362), ambas de unos 25 años de edad.


En 1361, los musulmanes granadinos invadieron el reino de Castilla y León con seiscientos caballeros y dos mil peones, e incendiaron el municipio jienense de Peal de Becerro. Cuando Enrique Enríquez "el Mozo", Diego García de Padilla, Maestre de la Orden de Calatrava, y Men Rodríguez de Biedma, Caudillo mayor del obispado de Jaén, que se encontraban en la ciudad de Úbeda,
tuvieron conocimiento de ello, salieron de dicha ciudad junto con los
caballeros de su concejo y los de otras localidades, y se dirigieron a
ocupar los pasos del río Guadiana Menor. Posteriormente, en la batalla de Linuesa,
librada el día 21 de diciembre de 1361, las tropas castellano-leonesas
derrotaron a las granadinas. Los musulmanes fueron completamente
derrotados, resultando muchos de ellos muertos o prisioneros, y
perdieron el botín del que se habían apoderado durante su incursión.
Posteriormente, el rey Pedro I se apoderó de los musulmanes que habían
sido capturados y se comprometió a pagar por cada uno de ellos
trescientos maravedíes a sus captores. No obstante, el monarca no pagó
la cantidad estipulada por los cautivos, ocasionando con ello el enojo
de los caballeros que habían tomado parte en la campaña, quienes
comenzaron a recelar del soberano castellano-leonés.7


El día 15 enero de 1362 las tropas musulmanas derrotaron a las tropas del reino de Castilla y León en la batalla de Guadix. Al mando de las tropas castellanas se encontraban los caballeros Diego García de Padilla, maestre de la Orden de Calatrava, Enrique Enríquez el Mozo, adelantado mayor de la frontera de Andalucía, y Men Rodríguez de Biedma, caudillo mayor del obispado de Jaén. En dicha batalla, que supuso un desastre para las tropas del reino de Castilla y León,
el maestre de la Orden de Calatrava, Diego García de Padilla, fue
capturado por los musulmanes, aunque a los pocos días fue liberado por
orden del rey Muhammed VI de Granada.8


Pedro I de Castilla se apoderó en 1362 de las plazas de Iznájar, Sagra, Cesna y Benamejí y, poco después, Muhammed VI de Granada, acompañado por 300 jinetes y doscientos peones, se dirigió al municipio cordobés de Baena, y desde allí, acompañado por Gutier Gómez de Toledo, prior de la Orden de San Juan,
fue a Sevilla para solicitar a Pedro I el cese de las hostilidades
entre el reino de Granada y el reino de Castilla y León. No obstante, a
los pocos días Pedro I dio muerte personalmente al monarca granadino en
el barrio sevillano de Tablada.9


Pedro I reunió Cortes generales en la ciudad de Sevilla en abril de
1362, en las que reconocieron como herederos de la corona a los hijos
del rey y de María de Padilla. En junio celebró en Soria una entrevista con el rey Carlos II de Navarra, prometiéndose los dos mutua ayuda en cuantas guerras emprendiesen, y ajustó otra alianza con Eduardo III de Inglaterra y su hijo, el Príncipe Negro.


Preparado de esta manera, invadió el territorio aragonés sin previa declaración de guerra, cuando Pedro IV se hallaba en Perpiñán sin tropas, y en pocos días ganó los castillos de Ariza, Ateca, Terrer, Moros, Cetina y Alhama; pero no pudo tomar Calatayud,
aunque la combatió con toda clase de máquinas. Sin llevar más adelante
las conquistas, volvió a Sevilla. Al año siguiente, en 1363,
prosiguiendo la guerra con Aragón, haciendo suyos los lugares de Fuentes, Arándiga y otros; ganó por sorpresa Tarazona y entró en Magallón y en Borja. También recibió refuerzos de Portugal y Navarra. A su vez Pedro IV celebró un tratado con Francia
y otro secreto con Enrique de Trastámara estipulando que el aragonés lo
ayudaría con todas sus fuerzas a conquistar el reino de Castilla,
cediéndole Enrique en premio la sexta parte de lo que ganasen.


Mientras, Pedro I tomó las plazas de Cariñena, Teruel, Segorbe y Murviedro, más los castillos de Almenara, Chiva, Buñol
y otros. En todas partes castigaba cruelmente a los vencidos y dejaba
guarniciones, con lo que disminuyó sus fuerzas. Llegó hasta los muros de
Valencia donde sostuvo muchos combates con sus moradores. El nuncio
apostólico Juan de la Grange
logró al cabo que se ajustase la paz entre los reyes cristianos el 2 de
julio de 1363. Se dice que una de las condiciones secretas fue la de
que Pedro IV daría muerte a Enrique y al infante don Fernando, que en
efecto fue asesinado poco después. El convenio, sin embargo, no llegó a
ratificarse y se renovaron las hostilidades en la frontera de Aragón.


Pedro I, que tenía una nueva favorita llamada Isabel de Sandoval, penetró en 1364 por el Reino de Valencia, sembrando el terror y apoderándose de Alicante, Elda, Gandía y otros castillos. Llegó hasta la Huerta de Valencia y estuvo a punto de ser sorprendido en El Grao.
Entonces mediaron entre los dos reyes los carteles de desafío
antedichos. El castellano se embarcó para perseguir a las naves
aragonesas, mas una violenta tempestad lo puso en trance de muerte, por
lo que regresó a Murviedro
y luego a Sevilla, donde lo esperaba la citada Isabel, que había dado a
luz a un hijo llamado Sancho. Su otro hermano uterino Diego, apresado
en Carmona en 1370 y encerrado en la fortaleza prisión del castillo de Curiel, sería liberado en 1434 por la insistente piedad del condestable Álvaro de Luna, que casó a una hija de éste prisionero, María de Castilla y Salazar con Gómez Carrillo de Acuña, primo de éste.


El hermano Pedro estaría además muchos años también en el castillo-prisión de Alaejos, casando con Beatriz de Fonseca de la dinastía arzobispal, pasada de padres a hijos Arzobispos de Santiago de Compostela al estilo de la dinastía arzobispal de los Aragón reales de Zaragoza y en fechas parecidas.


Retorno de Enrique



El Alcázar de Arriba de Carmona fue reformado por Pedro I que lo transformó en una de sus residencias favoritas
Enrique, luego Enrique II, hermano bastardo de Pedro, contrató en Francia un ejército de mercenarios, las llamadas «Compañías blancas»
por el color de sus banderas; contando además con el auxilio de Aragón,
pasó con sus tropas desde este reino a Castilla en marzo de 1366. En Calahorra,
que ni siquiera pensó en resistirse, fue proclamado por los suyos rey
de Castilla y de León, ganando bien pronto las plazas de Navarrete y Briviesca.
Pedro I recibió estas noticias en Burgos y apresuradamente marchó a
Toledo y después a Sevilla. En aquel tiempo hizo dar muerte a Juan Fernández de Tobar
hermano del gobernador que había entregado Calahorra. Al cabo de
veinticinco días buena parte del reino se hallaba bajo la obediencia de
Enrique, excepto Galicia, Asturias, León, Sevilla y algunas otras ciudades y villas. Pedro I huyó a Portugal, de allí a Galicia, donde recibió la ayuda de Fernán Ruiz de Castro, y embarcándose en La Coruña se trasladó a la ciudad francesa de Bayona, no sin antes ordenar el 29 de junio la muerte de don Suero García, arzobispo de Santiago.


Alianza con el Príncipe Negro

En Bayona el rey Pedro obtuvo el auxilio del Príncipe Negro, comprometiéndose a pagar los gastos de la campaña. Por las cláusulas secretas del Pacto de Libourne, Guipúzcoa, Álava y parte de La Rioja serían para Navarra y el señorío de Vizcaya y la villa de Castro Urdiales para Inglaterra.


Sin que el navarro pusiera obstáculo, Pedro y su aliado con un ejército pasaron por Roncesvalles y entraron en Castilla en 1367. El 3 de abril ganaron la batalla de Nájera, en la que cayó prisionero Beltrán Duguesclín, caballero francés que acompañaba a Enrique; y éste huyó al ver perdida la batalla y hubo de refugiarse en Aragón. En el mismo campo de batalla mató Pedro al desarmado caballero Íñigo López de Orozco, y en Toledo, Córdoba
y Sevilla, creyéndose seguro en el trono que había recobrado, quitó la
vida a los que juzgaba enemigos. El Príncipe Negro, viendo que el rey no
cumplía sus promesas de pagos, salió de la Península Ibérica en agosto. Al saberlo Enrique, que se hallaba en Francia, pasó con un ejército por Aragón; entró en Castilla; llegó a Calahorra; fue bien recibido en Burgos; ganó para su partido Córdoba, Castilla la Vieja
y la comarca de Toledo, y vio transcurrir el resto del año y el
siguiente de 1368 dueño de la mitad del reino, pero sin decidir la
contienda. Pedro, a quien el rey de Granada envió 7000 jinetes y mucha
infantería, se defendió en Andalucía; pero a principios de 1369 resolvió ir en auxilio de la ciudad de Toledo. Hizo encarcelar en Medina Sidonia a Diego García de Padilla y emprendió la marcha.


Muerte del rey

En el camino halló a su hermano Enrique, a quien acompañaban Beltrán
Duguesclín y sus Compañías Blancas, y trabaron combate cerca del castillo de Montiel, llamado de la estrella. Sus tropas fueron derrotadas.


Tras la batalla, el 14 de marzo, se encerró en dicha fortaleza y sitiado en ella por su hermano, entró en tratos, a través de su fiel caballero Men Rodríguez de Sanabria
con Duguesclín para lograr la fuga. El francés lo condujo con engaños a
una tienda en la que se hallaron frente a frente Pedro y Enrique.
Corrió el uno contra el otro y abrazados cayeron al suelo, quedando
encima Pedro; pero Duguesclín, pronunciando, según la leyenda, las
célebres palabras «ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor», cogió
del pie a Pedro I y lo puso debajo, circunstancia que aprovechó su
hermanastro Enrique para apuñalarlo.


Sepultura de Pedro I

Una crónica manuscrita conservada en la Biblioteca Nacional de París
afirma que Enrique II hizo pasear la cabeza de Pedro I clavada en el
extremo de una lanza por diversas ciudades y castillos que aún defendían
la causa del rey Pedro I.


El historiador Jerónimo Zurita afirma en sus Anales de Aragón
que después de haber cortado la cabeza del rey «echáronla en la calle, y
el cuerpo pusiéronlo entre dos tablas sobre las almenas del castillo de
Montiel».10


Los restos del rey permanecieron varios años en el castillo de Montiel hasta que fueron trasladados, en fecha que se ignora, a la iglesia de Santiago de Puebla de Alcocer. En dicho templo permanecieron los restos del rey Pedro I hasta que, en 1446, el rey Juan II de Castilla
dispuso que se trasladaran al convento de Santo Domingo el Real de
Madrid, donde fueron colocados en un sepulcro delante del altar mayor.


Cuando el convento de Santo Domingo el Real de Madrid fue demolido, en 1869, los restos mortales de Pedro I el Cruel fueron llevados al Museo Arqueológico Nacional, hasta que en 1877 fueron trasladados a la cripta de la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, donde permanecen en la actualidad junto a los de su hijo, Juan de Castilla (1355-1405).11


En el Museo Arqueológico Nacional de Madrid se conserva la estatua orante de Pedro I de Castilla, único resto superviviente del desaparecido sepulcro del monarca.12


Semblanza

El cronista Pedro López de Ayala describe a Pedro I de la siguiente manera:


Fue el Rey Don Pedro asaz grande de cuerpo, é blanco é rubio, é
ceceaba un poco en la fabla. Era muy cazador de aves. Fue muy sofridor
de trabajos. Era muy temprado é bien acostumbrado en el comer é beber.
Dormía poco é amó mucho mugeres. Fue muy trabajador en guerra. Fue
cobdicioso de allegar tesoros é joyas (...) E mató muchos en su Regno,
por lo qual vino todo el daño que avedes oído.1




Estatua orante de Pedro I de Castilla, conservada en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

Nupcias y descendencia

Fruto de su matrimonio con María de Padilla nacieron cuatro hijos:


Juana de Castro, le dio otro hijo:


María González de Hinestrosa, hija de Juan Fernández de Hinestrosa y Sancha González de Villegas, prima hermana de María de Padilla, le dio un hijo:


  • Fernando, a quien su padre hizo señor de Niebla, pero que debió de morir en la niñez.
Teresa de Ayala, hija de Diego Gómez de Toledo e Inés de Ayala, y sobrina del canciller Pero López de Ayala, le dio una niña:


Isabel de Sandoval, aya del niño Alfonso, le dio dos hijos:


Según parece, dejó el monarca algunos otros hijos naturales, cuyos nombres no han llegado hasta nosotros.


Ancestros

El Justiciero o el Cruel. Trascendencia en la literatura y las artes

El reinado de Pedro fue fructífero para las artes y las letras. Por orden suya se erigió el palacio mudéjar que lleva su nombre sobre los restos del Alcázar de Sevilla, palacio de los antiguos reyes musulmanes. Existe la leyenda
de que en el pavimento del alcázar quedó indeleble la sangre de
Fadrique sobre un mármol de rojizas vetas. También dejó recuerdo en Carmona, donde mandó erigir el imponente Alcázar de Arriba,
hoy en ruinas, sobre los cimientos de una antigua fortaleza musulmana, y
lo dotó con estancias similares a las del Alcázar de Sevilla. De él
hizo una de sus residencias favoritas. Sobre la mitad de su patio de
armas principal se erige el Parador de Carmona dominando una vasta extensión de las vegas vecinas. Igualmente ordenó la fortificación del llamado Alcázar de la Reina cerca de la Puerta de Córdoba en Carmona, luego demolido por orden de los Reyes Católicos.


En Toledo y en otras muchas partes los judíos defendieron con
decisión la causa del rey don Pedro. Éste los protegió sin vacilar y
trabó amistad con varios de ellos. Ese fue el caso del rabino Sem Tob, también llamado don Santos, natural de Carrión, quien le dirigió y dedicó un poema titulado Consejos et documentos al rey don Pedro, hoy conocido como Proverbios morales. Los cronistas contemporáneos de Pedro lo calificaron de el Cruel; pero en los siglos XVII y XVIII aparecieron defensores, e incluso apologistas, que lo apellidaron el Justiciero. Así lo hicieron, en el siglo XVII, Juan Antonio de Vera y Figueroa, conde de la Roca, en su obra titulada El rey don Pedro defendido (1647); y en el XVIII José Ledo del Pozo, catedrático de Filosofía en la Universidad de Valladolid, en su Apologia del Rey Don Pedro de Castilla, conforme á la crónica verdadera de D. Pedro López de Ayala
(Madrid: imprenta de Hernández, sin año, acaso 1780). Pero en el siglo
XVII hubo también quienes se posicionaron contra el rey, como el
prestigioso padre Juan de Mariana, lo que será reforzado aún más en el XIX por una influyente monografía de Antonio Ferrer del Río, Examen
histórico-crítico del reinado de Don Pedro de Castilla. Obra premiada
por voto unánime de la Real Academia Española en el certamen que abrió
la misma en 2 de marzo de 1850
(Madrid, Imprenta Nacional, 1851). Contra él reaccionó Joaquín Guichot en su Don Pedro Primero de Castilla. Ensayo de vindicación crítico-histórica de su Reinado (Sevilla, Imprenta de Gironés y Orduña, 1878).


La tradición popular ha visto en este monarca un rey justiciero,[cita requerida]
enemigo de los grandes y defensor de los pequeños; hay motivos
históricos para ello, pues, en efecto, mandó que se elaborase el Becerro de las behetrías de Castilla (1352) que consignaba los derechos de algunos súbditos a elegir su señor contra las pretensiones de la nobleza en las Cortes de Valladolid de 1351 de que se sustituyeran por señoríos solariegos. Además, el pueblo recelaba de la nobleza,
por lo que las venganzas del monarca, que recaían por lo general en
aquella clase, a menudo fueron percibidas como legítimos actos de
justicia. La poesía, alimentada de las tradiciones populares, representó mayoritariamente al monarca con el carácter de justiciero.


Es importante recordar que su fama de cruel es consecuencia de cuanto expresa Pero López de Ayala en su Crónica de los reyes de Castilla, escrita durante el reinado de su enemigo y sucesor, su medio hermano Enrique II, a cuyo servicio trabajaba este canciller. Por demás, esa fama se extendió al Romancero formando un ciclo temático ("Por los campos de Jerez / a caza va el rey Don Pedro...").b


En siglos posteriores, sin embargo, su figura fue reivindicada por sus descendientes en la realeza y la nobleza, de forma que Isabel la Católica prohibió que se le denominase Cruel y ya en el siglo XVI, Francisco de Castilla, también descendiente de Pedro I, escribió en 1517 un poema sobre la vida del monarca. Posteriormente, el rey Felipe II ordenó que se le calificara de Justo.2


No menos de dieciocho piezas del teatro áureo incluyen al rey Pedro I como personaje. En el siglo XVII, como señala José R. Lomba Pedraja en su estudio El rey Don Pedro en el Teatro (1899), reparte las visiones de Cruel y Justiciero en piezas diversas de Lope de Vega (La desdichada Estefanía o El rey don Pedro en Madrid, El infanzón de Illescas, Audiencias del rey Don Pedro), Pedro Calderón de la Barca (El médico de su honra), Agustín Moreto (El valiente justiciero y ricohombre de Alcalá), claramente a su favor, y Juan Claudio de la Hoz y Mota en su El montañés Juan Pascual, primer asistente de Sevilla.


En el siglo XIX se revitaliza la historia del rey don Pedro gracias al Romanticismo y su retorno a la temática medieval. El primero en escribir leyendas sobre él, en inglés, fue Telesforo de Trueba y Cossío, quien incluyó dos, "El asistente de Sevilla" y "El maestre de Santiago" entre las veinte de su The romance of history: Spain (1827), traducido al castellano en 1840 como España romántica. Colección de anécdotas y sucesos novelescos sacados de la historia de España, la última sobre la muerte de su hermanastro don Fadrique. También escribió una novela histórica inspirada en este episodio, The Castilian (1829, 3 vols.), traducida al castellano en 1845 como El castellano o El Príncipe Negro (1845); es muy posible que, en el ámbito de la literatura inglesa, esta novela haya influido en otras dos más, primero en The Lances of Lynwood (1855), de Charlotte Yonge, en la que el rey se presenta como protagonista de una novela de aventuras, y de otra compuesta por nada menos que sir Arthur Conan Doyle, La Guardia Blanca (1891), cuya cronología transcurre entre los años 1366 y 1367 en el marco de la campaña de Eduardo de Woodstock, el Príncipe Negro, para restaurar a Pedro de Castilla en el trono. El famoso escritor francés Prosper Mérimée también reivindica al monarca en Histoire de don Pèdre Ier, roi de Castille (Paris: Charpentier, 1848), publicado anteriormente por entregas. Alejandro Dumas se añadió a la lista con su Le bâtard de Mauléon, 1854 y Leconte de Lisle con algunos de sus Poèmes tragiques.


Hay otras novelas históricas, escritas ya en español (Men Rodríguez de Sanabria, 1851, de Manuel Fernández y González; Justicias del rey Don Pedro, 1858, de Manuel Torrijos) y dramas románticos (La vieja del candilejo, 1838, de Gregorio Romero Larrañaga, José Muñoz Maldonado y Francisco González-Elipe, El zapatero y el rey, en 1840 la primera parte y en 1841 la segunda, de José Zorrilla aparece como un rey de su tiempo. En María Coronel, de Francisco Luis de Retes y Francisco Pérez Echevarría (1872), el Rey «Cruel» no sale muy bien parado, y tampoco en la novela El suspiro del moro del republicano Emilio Castelar. En El arcediano de San Gil, 1873, de Pedro Marquina, aparece como arquetipo del rey medieval. El personaje aparece hasta en la ópera (Don Pedro el Cruel, de Hilarión Eslava).
Sobre el episodio histórico del asesinato en Sevilla de su hermanastro,
el maestre de Santiago don Fadrique, ya tratado por Trueba, compuso Francisco M. Tubino su Pedro de Castilla. La leyenda de doña María Coronel y la muerte de Don Fadrique
(Madrid, 1887). La opinión actual, generalizada entre los
historiadores, es que Pedro I de Castilla no fue más ni menos cruel que
sus coetáneos. Tal vez el mejor romance sobre don Pedro es "A los pies
de don Enrique", porque equilibra a ambos contendientes en el duelo:

Riñeron los dos hermanos / y de tal suerte riñeron / que fuera Caín el vivo / a no haberlo sido el muerto"
En la Biblioteca Nacional de España, en Madrid, se guardan al menos 16 manuscritos que ilustran la vida del monarca.14





Predecesor:

Alfonso XI
Royal Coat of Arms of the Crown of Castile (1284-1390).svg

Rey de Castilla


1350 - 1366
Sucesor:

Enrique II
Predecesor:

Enrique II
Royal Coat of Arms of the Crown of Castile (1284-1390).svg

Rey de Castilla


1367 - 1369

Disputado con Enrique II de Castilla (1367-1369)
Sucesor:

Enrique II

En la ficción

Véase también

Notas

  1. La titulación
    completa era: Rey de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de
    Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, del Algarve, de Algeciras y
    Señor de Vizcaya (desde 1358) y de Molina
  2. Morirás, el rey
    don Pedro, / que mataste sin justicia / los mejores de tu reino: /
    mataste tu propio hermano, / el Maestre, sin consejo, / y desterraste a
    tu madre, / a Dios darás cuenta de ello. / Tienes presa a doña Blanca, /
    enojaste a Dios por ello, / que si tornas a quererla / darte ha Dios un
    heredero, / y si no, por cierto sepas / te vendrá desmán por ello; /
    serán malas las tus hijas / por tu culpa y mal gobierno, / y tu hermano
    don Enrique / te habrá de heredar el reino; / morirás a puñaladas, / tu
    casa será el infierno
    .Cf. «The "Romancero del Rey Don Pedro" in Ayala and the "Cuarta Crónica General"», William J. Entwistle, The Modern Language Review Vol. 25, No. 3 (Jul., 1930), pp. 306-326.

Referencias

  1. Valdeón Baruque, 2002, p. 48.
  2. Díaz Martín, Luis Vicente (2007). Pedro I el Cruel (1350-1369).
    Gijón: Trea. p. 14. «Simplemente tímidos alegatos en defensa de sus
    posturas fueron insuficientes para reivindicar claramente la figura de
    don Pedro frente a una Castilla poderosa y fuerte que se imponía, a
    pesar de sus circunstanciales fracasos, en el concierto europeo,
    contribuyendo así a consolidar a la dinastía que gobernaba. No hay por
    qué sorprenderse de que, a pesar de la reconciliación que se produce con
    el matrimonio de Enrique III y Catalina de Lancaster, al unirse los representantes de las dos ramas enfrentadas cuya sangre se fusiona en la persona de Juan II,
    el daño fuera ya irreparable, pues, por una parte, la propaganda había
    hecho ya su demoledor efecto y, por otro, siguieron utilizándose a lo
    largo de todo el siglo XV, estas acusaciones como ejemplo de rey
    indigno, lo que permitía comparar a don Pedro con Enrique IV y justificar así determinados comportamientos, razón por la cual el descrédito fue aumentando y la propia reina Isabel la Católica se vió en la necesidad de intervenir para prohibir que se llamara Cruel -epíteto que Lucio Marineo Sículo había acuñado- a su antepasado don Pedro, cuya memoria se preocupó de rehabilitar Felipe II, que aprovechó la extinción de la dinastía trastamarísta para ordenar que a don Pedro se le aplicara el calificativo de Justo, un don Pedro a quien todavía el paso del tiempo no había logrado librar del lastre de tan brutales acusaciones.»
  3. Valdeón Baruque, 2002, p. 47.
  4. Valdeón Baruque, 2002, p. 30.
  5. Blog Leyendas de Sevilla (28 de enero de 2011). «La leyenda de la Cabeza del Rey don Pedro.».
  6. Blog Sevilla en las Musas. Sergio Palma. «La primitiva Cabeza del Rey don Pedro».
  7. Historia de Úbeda. Miguel Ruiz Prieto. Página 132
  8. Ayala Martínez, 2000, p. 277.
  9. Diáz Martín, 2007, p. 194.
  10. Arco y Garay, 1954, p. 304.
  11. Arco y Garay, 1954, pp. 305-306.
  12. Elorza et al, 1990.
  13. Castro Toledo, 1981, p. XXXII, introducción.
  14. Cf. Rebeca Sanmartín Bastida, "Un viaje por el mito del rey "cruel": la literatura y la historia después del Romanticismo", en Revista de Literatura, LXV, 129 (2003) 59-84:

Bibliografía

  • Castro Toledo, Jonas (1981). Colección Diplomática de Tordesillas. Valladolid: Instituto cultural Simancas. ISBN 84-500-4849-4.
  • Díaz Martín, Luis Vicente (1975). Itinerario de Pedro I de Castilla (2ª edición). Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Valladolid. ISBN 84-600-1763-X.
  • Díaz Martín, Luis Vicente (1975). Los oficiales de Pedro I de Castilla (2ª edición). Valladolid: Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Valladolid. ISBN 84-7762-010-5.
  • Díaz Martín, Luis Vicente (2007). Pedro I el Cruel (1350-1369) (2ª edición). Gijón: Trea. ISBN 84-9704-274-3.
  • Elorza, Juan C.; Vaquero, Lourdes; Castillo, Belén; Negro, Marta (1990). Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y Bienestar Social, ed. El Panteón Real de las Huelgas de Burgos. Los enterramientos de los reyes de León y de Castilla (2ª edición). Editorial Evergráficas S.A. ISBN 84-241-9999-5.
  • González Jiménez, Magdalena; García Fernández, Manuel (200). Pedro I y Sevilla. Sevilla: Ayuntamiento de Sevilla. ISBN 84-96098-77-X.
  • Guichot y Parodi, Joaquín (1878). Don Pedro I de Castilla. Ensayo de vindicación crítico-histórica de su reinado. Sevilla: Imprenta de Gironés y Orduña. OCLC 6909851.
  • Rocasolano, Javier (1966). Historia del Reino de Castilla. Barcelona: Hesperión.
  • Tubino, Francisco Mª (1887). Pedro de Castilla: la leyenda de doña María Coronel y la muerte de don Fabrique. Madrid: Sevilla: Imprenta de "La Andalucía". OCLC 13136731.
  • Velázquez y Sánchez, José (1860). «Apuntes sobre el carácter y conducta del rey D. Pedro». Revista de ciencia, literatura y Artes (Sevilla) (6): 140–152.

Enlaces externos