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viernes, 29 de agosto de 2014

Patriarcas y Profetas

Patriarcas y Profetas


Patriarcas y Profetas
Capítulo 67
La Magia Antigua y Moderna

EL RELATO que hace la Escritura de la visita de Saúl a la mujer de Endor, ha ocasionado perplejidad a muchos estudiantes de la Biblia. Algunos sostienen que Samuel estuvo realmente presente en la entrevista con Saúl, pero la Biblia misma suministra bases suficientes para llegar a una conclusión contraria. Si, como algunos alegan, Samuel hubiera estado en el cielo, habría sido necesario hacerle bajar de allí, ya sea por el poder de Dios o por el poder de Satanás. Nadie puede creer que Satanás tenía poder para hacer bajar del cielo al santo profeta de Dios para honrar las hechicerías de una mujer impía. Tampoco podemos concluir que Dios le mandó a la cueva de la bruja; pues el Señor ya se había negado a comunicarse con Saúl por medio de sueños, del Urim [luz del pectoral], o, por medio de los profetas. (1 Sam. 28: 6.) Estos eran los medios designados por Dios para comunicarse con su pueblo, y no los iba a pasar por alto para dar un mensaje por medio de un agente de Satanás.

El mensaje mismo da suficiente evidencia de su origen. Su objeto no era inducir a Saúl al arrepentimiento, sino más bien incitarle a destruirse; y tal no es la obra de Dios, sino la de Satanás. Además, el acto de Saúl al consultar a una hechicera se cita en la Escritura como una de las razones por las cuales fue rechazado por Dios y entregado a la destrucción: "Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó; y porque consultó al pythón, preguntándole, y no consultó a Jehová: por esta causa lo mató, y traspasó el reino a David, hijo de Isaí." (1 Crón 10: 13, 14.) Este pasaje dice claramente que Saúl interrogó al "pythón" o espíritu malo, y no al Espíritu del Señor. No se comunicó con Samuel, el profeta de Dios; sino que por medio de la hechicera se comunicó con Satanás. Este no podía presentar al verdadero Samuel, pero sí presentó uno falso, que le sirvió para llevar a cabo sus propósitos de engaño.

Casi todas las formas de la hechicería y brujería antiguas se fundaban en la creencia de que es posible comunicarse con los muertos. Los que practicaban las artes de la necromancia aseveraban tener relaciones con los espíritus de los difuntos, y obtener de ellos un conocimiento de los acontecimientos futuros. A esta costumbre de consultar a los muertos se alude en la profecía de Isaías: "Y si os dijeron: Preguntad a los pythones y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Apelará por los vivos a los muertos?" (Isa. 8: 19.)

Esta misma creencia en la posibilidad de comunicarse con los muertos era la piedra angular de la idolatría pagana. Se creía que los dioses de los paganos eran los espíritus deificados de héroes desaparecidos. La religión de los paganos era así un culto a los muertos. Las Escrituras lo evidencian. Al relatar el pecado de Israel en Beth-peor nos dice: "Y reposó Israel en Sittim, y el pueblo empezó a fornicar con las hijas de Moab: las cuales llamaron al pueblo a los sacrificios de sus dioses: y el pueblo comió, e inclinóse a sus dioses. Y llegóse el pueblo a Baal-peor." (Núm. 25: 1-3.) El salmista nos dice a qué clase de dioses eran ofrecidos esos sacrificios. Hablando de la misma apostasía de los israelitas, dice: "Allegáronse asimismo a Baal-peor, y comieron los sacrificios de los muertos" (Sal. 106: 28), es decir, sacrificios que habían sido ofrecidos a los difuntos.

La deificación de los muertos ocupaba un lugar preeminente en casi todo sistema pagano, como también lo ocupaba la supuesta comunión con los muertos. Se creía que los dioses comunicaban su voluntad a los hombres, y que, cuando los consultaban, les daban consejos. De esta índole eran los famosos oráculos de Grecia y de Roma.

La creencia en la comunión con los muertos prevalece aún hoy día hasta entre los pueblos que profesan ser cristianos. Bajo el nombre de espiritismo, la práctica de comunicarse con seres que dicen ser los espíritus de los desaparecidos se ha generalizado mucho. Tiende a conquistar la simpatía de quienes perdieron seres queridos. A veces se presentan a ciertas personas seres espirituales en la forma de sus amigos difuntos, y les describen incidentes relacionados con la vida de ellos, o realizan actos que ejecutaban mientras vivían. En esta forma inducen a los hombres a creer que sus amigos difuntos son ángeles, que se ciernen sobre ellos y se comunican con ellos. Los seres que son así considerados como espíritus de los desaparecidos, son mirados con cierta idolatría, y para muchos la palabra de ellos tiene más peso que la palabra de Dios.

Pero muchos consideran al espiritismo como un simple engaño. Atribuyen a fraudes de los médiums las manifestaciones mediante las cuales pretenden demostrar que poseen un carácter sobrenatural. Sin embargo, si bien es cierto que con frecuencia se han presentado los resultados de alguna superchería como manifestaciones genuinas, ha habido también evidencias notables de un poder sobrenatural. Y muchos de los que rechazan el espiritismo como resultado de la pericia o la astucia humana, al comprobar manifestaciones que no pueden explicar en este sentido, se verán inducidos a reconocer sus asertos como veraces.

El espiritismo moderno y las formas de la brujería antigua y del culto idólatra, por tener todos la comunión con los muertos como principio vital, se basan en aquella primera mentira mediante la cual Satanás engañó a Adán y a Eva: "No moriréis; mas sabe Dios que el día que comiereis de él,... seréis como dioses." (Gén 3: 4, 5.) Como se basan igualmente en la mentira y la perpetúan, provienen por igual del padre de las mentiras.

A los hebreos se les prohibía expresamente que participaran en cualquier forma de supuesta comunión con los muertos. Dios cerró esta puerta eficazmente cuando dijo: "Los muertos nada saben, . . . ni tiene ya más parte en el siglo, en todo lo que se hace debajo del sol." (Ecl. 9: 5, 6.) "Saldrá su espíritu, tornaráse el hombre en su tierra: en aquel día perecerán sus pensamientos." (Sal. 146: 4) Y el Señor le declaró a Israel: "La persona que atendiera a encantadores o adivinos, para prostituirse tras de ellos, yo pondré mi rostro contra la tal persona, y cortaréla de entre su pueblo." (Lev. 20: 6.)

Los espíritus adivinadores no eran los espíritus de los muertos, sino ángeles malos, mensajeros de Satanás. La idolatría antigua, que, según hemos visto, abarca tanto el culto de los muertos como la pretendida comunicación con ellos, era, declara la Biblia, una manifestación del culto de los demonios. El apóstol Pablo, al amonestar a sus hermanos contra cualquier participación en la idolatría de sus vecinos paganos, dice: "Lo que los Gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios: y no querría que vosotros fueseis partícipes con los demonios." (1 Cor. 10: 20.) Hablando de Israel el salmista dice: "Sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios;" y en el próximo versículo explica que los "sacrificaron a los ídolos de Canaán." (Sal. 106: 37, 38.) En su supuesta adoración de los muertos, adoraban, en realidad, a los demonios.

Ese espiritismo moderno, basado en el mismo fundamento, no es sino un renacimiento, en nueva forma, de la hechicería y del culto demoniaco que Dios había condenado y prohibido en la antigüedad. Estaba predicho en las Escrituras, las cuales declaraban: "En los venideros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios." (1 Tim 4: 1.) El apóstol Pablo, en su segunda epístola a los tesalonicenses, señala la obra especial de Satanás en el espiritismo como cosa que había de suceder inmediatamente antes de la segunda venida de Cristo. Hablando del segundo advenimiento de Cristo, declara que habría antes "operación de Satanás, con grande potencia, y señales, y milagros mentirosos." (2 Tes. 2: 9.) Y Pedro, refiriéndose a los peligros a los cuales la iglesia se vería expuesta en los últimos días, dice que como hubo falsos profetas que indujeron a Israel a pecar, habrá falsos maestros, "que introducirán encubiertamente herejías de perdición, y negarán al Señor que los rescató, y muchos seguirán sus disoluciones." (2 Ped. 2: 1, 2.)

Así anunció el apóstol una de las características más señaladas de los maestros espiritistas. Se niegan a reconocer a Cristo como el Hijo de Dios. Tocante a esta clase de maestros, el amado apóstol Juan declara: "¿Quién es mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este tal es anticristo, que niega al Padre y al Hijo. Cualquiera que niega al Hijo, este tal tampoco tiene al Padre." (1 Juan 2: 22, 23.) El espiritismo, al negar a Cristo, niega tanto al Padre como al Hijo, y la Biblia declara que es manifestación del anticristo.

Al predecir la perdición de Saúl por medio de la pitonisa de Endor, Satanás quería entrampar al pueblo de Israel. Esperaba que dicho pueblo llegaría a tener confianza en la pitonisa, y se vería inducido a consultarla. Así se apartaría de Dios como su consejero, y se colocaría bajo la dirección de Satanás. La seducción por medio de la cual el espiritismo atrae a las multitudes es su supuesto poder de descorrer el velo del futuro y revelar a los hombres lo que Dios ocultó. Dios nos reveló en su Palabra los grandes acontecimientos del porvenir, todo lo que es esencial que sepamos, y nos ha dado una guía segura para nuestros pies en medio de los peligros; pero Satanás quiere destruir la confianza y la fe de los hombres en Dios, dejarlos descontentos de su condición en la vida, e inducirles a procurar el conocimiento de lo que Dios sabiamente les vedó y a menospreciar lo que les reveló en su santa Palabra.

Muchos se agitan cuando no pueden saber qué resultará en definitiva de los asuntos. No pueden soportar la incertidumbre, y en su impaciencia rehusan esperar para ver la salvación de Dios. Los males que presienten casi los enloquecen. Ceden a sus sentimientos de rebelión, y corren de aquí para allá en dolor apasionado, procurando entender lo que no se ha revelado. Si tan sólo confiaran en Dios y velaran en oración, hallarían consuelo divino. Su espíritu sería calmado por la comunión con Dios. Los cansados y trabajados hallarían descanso para sus almas, con sólo ir a Jesús; pero cuando descuidan los medios que Dios dispuso para su consuelo, y recurren a otras fuentes, con la esperanza de averiguar lo que Dios vedó, cometen el error de Saúl, y con ello sólo adquieren un conocimiento del mal.

A Dios no le agrada esta conducta, y lo ha declarado en los términos más explícitos. Esta premura impaciente por rasgar el velo del futuro revela una falta de fe en Dios, y deja el alma expuesta a las sugestiones del maestro de los engañadores. Satanás induce a los hombres a que consulten a los que poseen espíritus adivinadores; y mediante la revelación de cosas pasadas ocultas, les inspira confianza en su poder de predecir lo porvenir. En virtud de la experiencia que obtuvo a través de largos siglos, puede razonar de la causa al efecto, y a menudo predecir con cierta exactitud algunos de los acontecimientos futuros de la vida del hombre. Así puede engañar a ciertas pobres almas mal encaminadas, ponerlas bajo su poder y llevarlas cautivas a voluntad.

Dios nos ha advertido por su profeta: "Si os dijeron: Preguntad a los pythones y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Apelará por los vivos a los muertos? ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido." (Isa. 8: 19, 20.)

¿Irán los que tienen un Dios santo, infinito en sabiduría y poder, a buscar ayuda en los adivinos cuya sabiduría procede de la intimidad con el enemigo de nuestro Señor? Dios mismo es la luz de su pueblo; le ordena que fije por la fe los ojos en las glorias que están veladas para el ojo humano. El Sol de justicia derrama sus brillantes rayos en los corazones de sus hijos; ellos tienen la luz que emana del trono celestial, y no tienen ningún deseo de apartarse de la fuente de la luz para acercarse a los mensajeros de Satanás.

El mensaje del demonio para Saúl, a pesar de que denunciaba el pecado y predecía su retribución, no tenía por objeto reformarlo, sino incitarle a la desesperación y a la ruina. Sin embargo, con más frecuencia conviene mejor a los propósitos del tentador seducir al hombre y llevarlo a la destrucción por medio de la alabanza y la lisonja. En tiempos antiguos, la enseñanza de los dioses falsos o demonios fomentaba el libertinaje más vil. Los preceptos divinos que condenan el pecado e imponen la justicia y la rectitud, eran puestos de lado; la verdad era considerada livianamente, y no sólo era permitida la impureza, sino también ordenada. El espiritismo declara que no hay muerte, ni pecado, ni juicio ni castigo; que los hombres son "semidioses no caídos;" que el deseo es la ley más elevada; que el hombre responde sólo ante sí mismo por sus actos. Las barreras que Dios erigió para salvaguardar la verdad, la pureza y la reverencia, son quebrantadas, y así muchos se envalentonan en el pecado. ¿No sugiere todo esto que una enseñanza tal tiene el mismo origen que el culto de los demonios?

En las abominaciones de los cananeos, el Señor presentó a Israel los resultados que tiene la comunión con los espíritus malos; eran sin afectos naturales, idólatras, adúlteros, asesinos y abominables por todos sus pensamientos corrompidos y prácticas degradantes. Los hombres no conocen su propio corazón; pues "engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso." (Jer. 17: 9) Pero Dios sabe cuáles son las tendencias de la naturaleza depravada del hombre. Entonces como ahora, Satanás vigilaba para producir condiciones favorables a la rebelión, a fin de que el pueblo de Israel se hiciera tan aborrecible para Dios como lo eran los cananeos. El adversario de las almas está siempre en alerta para abrir canales por los cuales pueda fluir sin impedimento alguno lo malo que hay en nosotros, pues desea vernos arruinados y condenados ante Dios.

Satanás estaba resuelto a seguir dominando la tierra de Canaán, y cuando ella fue hecha morada de los hijos de Israel, y la ley de Dios fue hecha la norma de esa tierra, aborreció a Israel con un odio cruel y maligno, y tramó su destrucción. Por medio de los espíritus malignos, se introdujeron dioses extraños; y a causa de la transgresión, el pueblo escogido fue finalmente echado de la tierra prometida y dispersado.

Hoy procura Satanás repetir esta historia. Dios está apartando a sus hijos de las abominaciones del mundo, para que puedan guardar su ley; y a causa de esto, la ira del "acusador de nuestros hermanos" no tiene límite. "Porque el diablo ha descendido a vosotros, teniendo grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo." (Apoc. 12: 10, 12.) La verdadera tierra de promisión está delante de nosotros, y Satanás está resuelto a destruir al pueblo de Dios, y privarlo de su herencia. Nunca fue más necesario que hoy oír la advertencia: "Velad y orad, para que no entréis en tentación." (Mar. 14: 38.)

Las palabras que el Señor dirigió al antiguo Israel se dirigen también a su pueblo en esta época: "No os volváis a los encantadores y a los adivinos: no los consultéis ensuciándoos en ellos," "porque es abominación a Jehová cualquiera que hace estas cosas." (Lev. 19: 31, Deut. 18: 12.)

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