HERMANOS EN CRISTO SACERDOTE, HOMBRES DE FE Y TESTIGOS DE LA MISERICORDIA
- Mi querido Don Ignacio
- Queridos hermanos sacerdotes y diáconos.
- Queridos seminaristas, religiosos y religiosas.
- Queridos hermanos y hermanas todos.
La celebración de la Misa Crismal, en el pórtico de la Pascua, centra su mirada en Aquel que nos amó, Aquel al que atravesaron: Jesús, el único Salvador del hombre, que en los días de su pasión, muerte y resurrección llevó a cumplimiento la misión a la que le había enviado el Padre. Esta misión se inició ya en el momento de la Encarnación, cuando en el seno de María, la Virgen, el Hijo de Dios tomó un cuerpo semejante al nuestro, para hacerlo ofrenda agradable al Padre: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas (…) . Aquí estoy para hacer tu voluntad” (Hb 10, 4 y 9). Esta misión anunciada por los profetas, la proclamó Jesús mismo en la sinagoga de Nazaret -como hemos escuchado en el Evangelio-: “Me ha enviado para anunciar la Buena Nueva…” (Lc 4, 18). Hoy se cumple esta escritura (cf. Lc 4, 21). La misión fue culminada en el altar de la Cruz: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30), y reconocida por el Padre al resucitar a Jesús de entre los muertos.
Esta misión continúa en la Iglesia, a la que el Señor sostiene con la fuerza del Espíritu Santo y con el auxilio de los sacramentos.
En esta celebración, en la oración de la consagración del crisma, diremos que “cuando Cristo, nuestro Señor, salvó al mundo por el misterio pascual, quiso derramar sobre la Iglesia la abundancia del Espíritu Santo y la enriqueció con sus dones celestiales, para que en el mundo se realice plenamente, por medio de la Iglesia, la obra de la salvación”1.
El Padre constituyó, por la unción del Espíritu Santo a su Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna y determinó “perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio”2. Todo el pueblo santo de Dios ha recibido el honor del sacerdocio real, hechos miembros de Cristo por el Bautismo. Además, Cristo, con amor de hermano, nos ha elegido a hombres de este pueblo, para que por la imposición de las manos participemos de su sagrada misión3.
1. Hermanos en Cristo Sacerdote.
Mis queridos hermanos sacerdotes: demos gracias a Dios por esta elección por la que el Señor nos ha concedido, sin ningún mérito de nuestra parte, participar de la misión de Cristo, Cabeza, Pastor, único Sacerdote, en favor del pueblo de Dios. Esta es nuestra grandeza y también nuestra responsabilidad. Tomemos conciencia de que este encargo que hemos recibido del Señor sólo lo podemos realizar adecuadamente unidos a Él: “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).
Por eso, la primera pregunta que os haré (y me haré), al renovar hoy las promesas sacerdotales, será: “¿Queréis uniros más fuertemente a Cristo y configuraros con él…?”4. Esta es la clave y el fundamento de nuestro ministerio. El Papa Benedicto nos recordaba que al imponernos las manos el día de nuestra ordenación, el Señor viene a decirnos: “eres mío”, “me perteneces”, pero también: “estás bajo mi protección”. Sólo desde nuestra unión con Cristo, cultivada en una oración asidua y sincera, podremos encontrar las energías necesarias y el amor incansable para llevar adelante, hoy, nuestra complicada misión. Sólo en el encuentro con Él, que nos llama amigos, avivaremos la alegría de dar la vida por los hermanos como Él.
Además, la misión de Cristo nos llevará a la unidad entre nosotros. Como la vid y los sarmientos, si todos estamos unidos a Cristo, estaremos unidos unos con otros. El presbiterio del que formamos parte no es el resultado de un acuerdo o pacto entre nosotros, tiene su origen y su fundamento en el sacramento del Orden que hemos recibido. En este tema debemos recordar unas palabras de nuestro Plan Diocesano de Evangelización:
“La renovación de la parroquia conlleva también que el sacerdote, que sirve a la comunidad, realice su ministerio en comunión con los demás presbíteros, ya que por la ordenación se unen todos “en fraternidad sacramental” y “forman un solo presbiterio” (PO 8). La negación de la fraternidad y de la comunión eclesial queda de manifiesto en el aislameinto, en la independencia, en el individualismo pastoral, etc. Por encima, pues, de toda diferencia ideológica o de cualquier otro orden, ha de prevalecer la unidad y la fraternidad de los presbíteros, cuyo fundamento sacramental es más fuerte y determinante que los mismos lazos humanos o criteriológicos.”5
Tomemos conciencia de que compartimos la misma misión participando del único sacerdocio de Cristo: estamos al servicio del único Buen Pastor. Sólo podemos desempeñar bien nuestra misión estrechamente unidos a nuestros hermanos, en nuestro presbiterio diocesano.
2. Hombres de fe.
La misión de hacer presente la salvación de Cristo en cada momento de la historia, siendo la misma, recibe acentos distintos por las circunstancias diferentes, eclesiales y sociales, con las que nos encontramos.
El momento por el que pasa la Iglesia, reclama de nosotros un compromiso renovado en “la nueva evangelización para la transmisión de la fe”. El Año de la Fe al que nos ha convocado el Papa y el tema del próximo Sínodo, así lo subrayan. La fe está puesta a prueba; en muchas personas se apaga como una mecha vacilante; falta ardor para transmitirla. El Concilio Vaticano II en su decreto Presbyterorum Ordinis nos recuerda que los sacerdotes somos “educadores en la fe”6. Pero sólo podremos serlo si somos hombres de fe. ¡Cuántas veces el Señor corrigió a los apóstoles diciéndoles: “no seáis hombres de poca fe”! Al comienzo de esta Cuaresma os invitaba a todos a suplicar: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”7. Hoy os invito, queridos hermanos sacerdotes, a que hagamos juntos esta súplica: Creemos, Señor, pero aumentanos la fe a nosotros que hemos de guiar a tu pueblo, sirviéndolo para que sea un pueblo creyente y fiel.
La fe es un don inestimable de Dios que se puede perder. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: “Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente; debe actuar por la caridad, ser sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia”8.
El Año de la Fe debe contribuir “a una renovada conversión al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo actual testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la “puerta de la fe” a tantos que están en búsqueda de la verdad.”9
3. Testigos de la misericordia.
En cuanto a la vida social, en el momento presente, se reclama especialmente del sacerdote que sea testigo de la misericordia. La difícil situación por la que pasan muchas familias tanto en la cuestión económica como moral piden una cercanía generosa del pastor. “Aunque los presbíteros se deben a todos – nos recuerda Presbyterorum Ordinis- sin embargo tienen encomendados de manera especial a los pobres y los más débiles, con los que el Señor mismo se muestra unido y cuya evangelización se da como signo mesiánico”10. Lo hemos escuchado hoy en la Palabra de Dios: ungido por el Espíritu Santo, Jesús es enviado “para dar la Buena Noticia a los pobres, para vendar los corazones desgarrados… para dar libertad a los cautivos…para consolar a los afligidos…para cambiar su abatimiento en cánticos.” (Is 61, 1-3).- Queridos hermanos sacerdotes y diáconos.
- Queridos seminaristas, religiosos y religiosas.
- Queridos hermanos y hermanas todos.
La celebración de la Misa Crismal, en el pórtico de la Pascua, centra su mirada en Aquel que nos amó, Aquel al que atravesaron: Jesús, el único Salvador del hombre, que en los días de su pasión, muerte y resurrección llevó a cumplimiento la misión a la que le había enviado el Padre. Esta misión se inició ya en el momento de la Encarnación, cuando en el seno de María, la Virgen, el Hijo de Dios tomó un cuerpo semejante al nuestro, para hacerlo ofrenda agradable al Padre: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas (…) . Aquí estoy para hacer tu voluntad” (Hb 10, 4 y 9). Esta misión anunciada por los profetas, la proclamó Jesús mismo en la sinagoga de Nazaret -como hemos escuchado en el Evangelio-: “Me ha enviado para anunciar la Buena Nueva…” (Lc 4, 18). Hoy se cumple esta escritura (cf. Lc 4, 21). La misión fue culminada en el altar de la Cruz: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30), y reconocida por el Padre al resucitar a Jesús de entre los muertos.
Esta misión continúa en la Iglesia, a la que el Señor sostiene con la fuerza del Espíritu Santo y con el auxilio de los sacramentos.
En esta celebración, en la oración de la consagración del crisma, diremos que “cuando Cristo, nuestro Señor, salvó al mundo por el misterio pascual, quiso derramar sobre la Iglesia la abundancia del Espíritu Santo y la enriqueció con sus dones celestiales, para que en el mundo se realice plenamente, por medio de la Iglesia, la obra de la salvación”1.
El Padre constituyó, por la unción del Espíritu Santo a su Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna y determinó “perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio”2. Todo el pueblo santo de Dios ha recibido el honor del sacerdocio real, hechos miembros de Cristo por el Bautismo. Además, Cristo, con amor de hermano, nos ha elegido a hombres de este pueblo, para que por la imposición de las manos participemos de su sagrada misión3.
1. Hermanos en Cristo Sacerdote.
Mis queridos hermanos sacerdotes: demos gracias a Dios por esta elección por la que el Señor nos ha concedido, sin ningún mérito de nuestra parte, participar de la misión de Cristo, Cabeza, Pastor, único Sacerdote, en favor del pueblo de Dios. Esta es nuestra grandeza y también nuestra responsabilidad. Tomemos conciencia de que este encargo que hemos recibido del Señor sólo lo podemos realizar adecuadamente unidos a Él: “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).
Por eso, la primera pregunta que os haré (y me haré), al renovar hoy las promesas sacerdotales, será: “¿Queréis uniros más fuertemente a Cristo y configuraros con él…?”4. Esta es la clave y el fundamento de nuestro ministerio. El Papa Benedicto nos recordaba que al imponernos las manos el día de nuestra ordenación, el Señor viene a decirnos: “eres mío”, “me perteneces”, pero también: “estás bajo mi protección”. Sólo desde nuestra unión con Cristo, cultivada en una oración asidua y sincera, podremos encontrar las energías necesarias y el amor incansable para llevar adelante, hoy, nuestra complicada misión. Sólo en el encuentro con Él, que nos llama amigos, avivaremos la alegría de dar la vida por los hermanos como Él.
Además, la misión de Cristo nos llevará a la unidad entre nosotros. Como la vid y los sarmientos, si todos estamos unidos a Cristo, estaremos unidos unos con otros. El presbiterio del que formamos parte no es el resultado de un acuerdo o pacto entre nosotros, tiene su origen y su fundamento en el sacramento del Orden que hemos recibido. En este tema debemos recordar unas palabras de nuestro Plan Diocesano de Evangelización:
“La renovación de la parroquia conlleva también que el sacerdote, que sirve a la comunidad, realice su ministerio en comunión con los demás presbíteros, ya que por la ordenación se unen todos “en fraternidad sacramental” y “forman un solo presbiterio” (PO 8). La negación de la fraternidad y de la comunión eclesial queda de manifiesto en el aislameinto, en la independencia, en el individualismo pastoral, etc. Por encima, pues, de toda diferencia ideológica o de cualquier otro orden, ha de prevalecer la unidad y la fraternidad de los presbíteros, cuyo fundamento sacramental es más fuerte y determinante que los mismos lazos humanos o criteriológicos.”5
Tomemos conciencia de que compartimos la misma misión participando del único sacerdocio de Cristo: estamos al servicio del único Buen Pastor. Sólo podemos desempeñar bien nuestra misión estrechamente unidos a nuestros hermanos, en nuestro presbiterio diocesano.
2. Hombres de fe.
La misión de hacer presente la salvación de Cristo en cada momento de la historia, siendo la misma, recibe acentos distintos por las circunstancias diferentes, eclesiales y sociales, con las que nos encontramos.
El momento por el que pasa la Iglesia, reclama de nosotros un compromiso renovado en “la nueva evangelización para la transmisión de la fe”. El Año de la Fe al que nos ha convocado el Papa y el tema del próximo Sínodo, así lo subrayan. La fe está puesta a prueba; en muchas personas se apaga como una mecha vacilante; falta ardor para transmitirla. El Concilio Vaticano II en su decreto Presbyterorum Ordinis nos recuerda que los sacerdotes somos “educadores en la fe”6. Pero sólo podremos serlo si somos hombres de fe. ¡Cuántas veces el Señor corrigió a los apóstoles diciéndoles: “no seáis hombres de poca fe”! Al comienzo de esta Cuaresma os invitaba a todos a suplicar: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”7. Hoy os invito, queridos hermanos sacerdotes, a que hagamos juntos esta súplica: Creemos, Señor, pero aumentanos la fe a nosotros que hemos de guiar a tu pueblo, sirviéndolo para que sea un pueblo creyente y fiel.
La fe es un don inestimable de Dios que se puede perder. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: “Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente; debe actuar por la caridad, ser sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia”8.
El Año de la Fe debe contribuir “a una renovada conversión al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo actual testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la “puerta de la fe” a tantos que están en búsqueda de la verdad.”9
3. Testigos de la misericordia.
A lo largo de la historia de la Iglesia los santos pastores han sido considerados como “padres de los pobres” y como “médicos de las almas”11. Nuestro patrón, San Juan de Ávila, que será proclamado Doctor de la Iglesia próximamente, así lo repetía con fuerza, trabajando por la renovación de los sacerdotes de su tiempo. Pidamos su intercesión para que también nosotros podamos servir así a nuestra sociedad.
Queridos hermanos, no nos cansemos de hacer el bien. Conozco vuestra preocupación y a veces vuestro agobio al no poder dar respuesta satisfactoria a todas las personas que llaman a vuestra puerta. Que no nos falte disponibilidad para estar cerca, para escuchar, aconsejar, acompañar, animar a quien nos necesita y compartir hasta donde nos sea posible.
Tengamos muy presente y difundamos, en nuestra predicación y en los distintos modos de formación, la Doctrina Social de la Iglesia. Recordemos siempre que “el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social. El punto decisivo de la cuestión social estriba en que los bienes creados por Dios para todos lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la ayuda de la caridad”.12
Valoremos, también, y dediquemos tiempo al Sacramento de la Reconciliación: reflejando la entrañable misericordia de nuestro Dios, ofrezcamos el perdón del Padre, que renueva y cura las heridas más hondas del corazón; que lo dispone para recuperar la fraternidad y superar las rupturas; que lo limpia de los odios y rencores. Perdón, en definitiva, que nos ayuda a perdonar y a nacer de nuevo. “El sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera “resurrección espiritual”, una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios”.13
Hermanos sacerdotes, nuestra misión es compleja, pero hermosa cuando se realiza compartiendo los sentimientos y las acciones de Cristo que nos amó dando su vida. Hoy, en esta Eucaristía, pedimos al Señor que llene nuestros corazones de caridad pastoral y de confianza. Por mi parte, deseo agradeceros sinceramente vuestro servicio y entrega. Que el Señor haga fecundos vuestros trabajos y os conceda su fuerza en las dificultades.
En situaciones como la que nos toca vivir, todos tomamos conciencia de nuestra debilidad. Con María, que estuvo al pie de la Cruz, miremos al Crucificado, único Salvador del mundo. La conciencia de nuestra debilidad se convierte en súplica mendicante. Esta es nuestra oración confiada: ¡Señor, salvanos! Amén.
+ José Vilaplana Blasco
Obispo de Huelva
Obispo de Huelva
1 Pontifical Romano nº 16.
2 Prefacio de la Misa Crismal
3 Ibidem.
4 Renovación de las promesas sacerdotales.
5 Plan Diocesano de Evangelización “La Parroquia es mi familia”, página 29.
6 Presbyterorum Ordinis nº 6.
7 Carta pastoral con motivo de la Cuaresma de 2012.
8 Catecismo de la Iglesia Católica nº 162
9 Congregación para la Doctrina de la Fe: Nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe.
10 Presbyterorum Ordinis nº 6.
11 “Que si quiere la Iglesia tener buenos ministros, que conviene hacellos; y si quiere tener gozo de buenos médicos de las almas, ha de tener a su cargo los criar tales, y tomar trabajo de ellos y sin estos no alcanzará lo que desea”. Memorial I, página 9.
12 Catecismo de la Iglesia Católica nº 1459.
13 Ibidem nº 1468.
2 Prefacio de la Misa Crismal
3 Ibidem.
4 Renovación de las promesas sacerdotales.
5 Plan Diocesano de Evangelización “La Parroquia es mi familia”, página 29.
6 Presbyterorum Ordinis nº 6.
7 Carta pastoral con motivo de la Cuaresma de 2012.
8 Catecismo de la Iglesia Católica nº 162
9 Congregación para la Doctrina de la Fe: Nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe.
10 Presbyterorum Ordinis nº 6.
11 “Que si quiere la Iglesia tener buenos ministros, que conviene hacellos; y si quiere tener gozo de buenos médicos de las almas, ha de tener a su cargo los criar tales, y tomar trabajo de ellos y sin estos no alcanzará lo que desea”. Memorial I, página 9.
12 Catecismo de la Iglesia Católica nº 1459.
13 Ibidem nº 1468.
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