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miércoles, 26 de marzo de 2014

Arqueología cristiana - Enciclopedia Católica

Arqueología cristiana - Enciclopedia Católica






Arqueología cristiana





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Introducción

Es la rama de la ciencia arqueológica cuyo objeto es el estudio de
los antiguos monumentos cristianos. La historia moderna, que se empeña
en la reconstrucción de la vida primitiva de los cristianos, tiene dos
fuentes de información de donde echar mano, denominadas: fuentes
literarias y monumentales. Por fuentes literarias comúnmente se entiende
los restos aún existentes de la literatura cristiana primitiva. Las
fuentes monumentales están conformadas por los objetos de diversas
clases que sobreviven de la antigüedad, que fueron producidos por los
cristianos o bajo la influencia de los mismos: inscripciones
sepulcrales, pinturas, esculturas, iglesias, además de los objetos de
las artes menores. El objetivo de la arqueología cristiana, tal como se
dijo, es investigar todo lo que sea posible, relativo a las maneras y
costumbres de los primitivos cristianos, a partir de los monumentos de
dicha antigüedad. Cualquier intento de determinar las fechas que abarca
el período denominado en forma libre “Antigüedad Cristiana”, que luego
dio lugar al período medieval, es por necesidad más o menos arbitrario.
Como una consecuencia de esta dificultad, existen diferencias de
opiniones entre los arqueólogos, acerca de la forma como deben asignarse
los límites de ella. Sin embargo, autoridades como De Rossi y Le Blant,
miran el principio del siglo séptimo (600 D.C.), o la muerte de
Gregorio el Grande (604), como una fecha que marca suficientemente bien
el final de la antigüedad, y el principio del período medieval. En la
Galia y en Alemania, los monumentos retuvieron mucho de su carácter
antiguo hasta un siglo después.







Sumario Histórico

El honor de inaugurar el estudio científico de la antigüedad
cristiana pertenece al monje agustiniano Onofrio Panvinio, quien en 1554
y 1568, publicó dos importantes trabajos sobre las basílicas de Roma
(DE PRÆCIPUIS URBIS ROMÆ SANCTIORIBUS BASILICIS), y uno sobre los
cementerios y ritos fúnebres de los primeros cristianos (DE RITU
SEPELIENDI MORTUOS APUD VETERES CHRISTIANOS ET DE EORUM CŒMETERIIS).
Diez años después de la publicación del último trabajo, algunos
trabajadores descubrieron (31 de Mayo de 1578), un antiguo cementerio
subterráneo en la Vía Salaria, que contenía inscripciones y frescos de
carácter cristiano indiscutiblemente. Entre los primeros en visitar el
cementerio recientemente descubierto, fue el historiador eclesiástico
Baronius, quien, aunque reconoció la importancia de lo encontrado, no
tomó parte en las exploraciones de sus contemporáneos; había éste
iniciado su gran trabajo histórico, “ANNALES ECCLESIASTICI”, cuya
composición copó toda su atención. En los quince años siguientes, las
únicas personas que intentaron algunas exploraciones en las catacumbas
fueron, un dominico español, Alfonso Ciacconio y dos laicos flamencos,
Felipe de Winghe y Juan l’Heureux. Ciacconio no terminó nada de
importancia. Las investigaciones de los dos exploradores flamencos
prometían mejores resultados, pero sus escritos permanecieron sin
publicar, y como consecuencia, no influenciaron a sus contemporáneos.


El primero en iniciar la exploración sistemática de los antiguos
cementerios romanos o catacumbas, fue el “Padre de la Arqueología
Cristiana” Antonio Bosio, nacido en Malta en 1575; fue colocado a
temprana edad al cuidado de un tío que habitaba en Roma como procurador
de los Caballeros de Malta; a los dieciocho años su interés fue atraído
por los estudios de los primitivos monumentos sepulcrales romanos, y
desde esa fecha hasta su muerte en 1629, un período de 36 años, dedicó
su vida a la exploración de las catacumbas. Tres años después de su
muerte, 1632, los resultados de sus exploraciones y estudios se hicieron
conocer a todo el mundo mediante una publicación italiana, “TOMA
SOTTERRANEA” , editada por el Oratoriano Severano, y publicada bajo el
patrocinio de la Orden de Malta. El gran mérito de este trabajo fue
reconocido de inmediato, y llevó a su publicación en latín, por Aringhi
en 1651, para beneficio de todos los sabios de Europa. El carácter
científico de las exploraciones de Bosio ha sido recientemente
confirmado por un descubrimiento interesante: De Rossi afirmaba, a pesar
de su admiración por Bosio, que los cementerios de San Marcos y
Marcelino, en el que el Papa Dámaso estaba enterrado, quedaba a la
derecha de la Vía Ardeatina y no a la izquierda como Bosio decía; en
1902 se descubrieron por Wilpert las criptas del Papa Dámaso y la de
Marcos y Marcelino en el lugar indicado por Bosio. A pesar de la
importancia del trabajo de Bosio, éste es defectuoso al menos en un
aspecto; las copias de las pinturas de las catacumbas hechas para el
trabajo “ROMA SOTTERRANEA” son muy imprecisas, de acuerdo a Wilpert;
este fallo debe adjudicarse a los copistas de Bosio. Por más de
doscientos años luego de la muerte de este último, se hizo muy pocos
avances en las exploraciones de dichas catacumbas, el mayor tesoro de
monumentos de la primitiva cristiandad. Los escritores protestantes en
su conjunto, ignoraron los descubrimientos de Bosio o los refutaron,
para su satisfacción, sin siquiera haber visto los monumentos; aún
Bingham, cuyo trabajo sobre las antigüedades cristianas fue publicado
cerca de un siglo después de la primera edición del de Bosio, no hizo
uso de los resultados de este último; tampoco los autores católicos
mostraron aprecio por los monumentos, en forma similar a sus coetáneos
protestantes. A diferencia de Rossi, Bosio no fundó una escuela de
arqueólogos entrenados para continuar los trabajos felizmente
inaugurados; como consecuencia cesaron todas las investigaciones a su
muerte. Fabretti dedicó sólo un capítulo (VIII) a las inscripciones de
los cristianos en su colección publicada en 1699; veintiún años después,
Boldetti, que cuidaba de las catacumbas, publicó un trabajo apologético
de poco valor, “Cementerios de los Santos Mártires y Antiguos
Cristianos de Roma”. De gran mérito es un trabajo de Buonarotti acerca
de los vidrios fúnebres (Florencia, 1716); pero este siglo dieciocho
será más recordado por la destrucción de los cementerios que por el
trabajo de los arqueólogos. Bajo la dirección de Boldetti, numerosas
inscripciones se movieron de los lugares donde originalmente estaban
colocadas, y se dispersaron en las diversas iglesias de Roma, sin
indicaciones claras de los lugares donde se tomaron. Estas inscripciones
fueron posteriormente recogidas por Benedicto XIV (1740-1758) en el
Museo de los Cristianos del Vaticano, del cual fue su fundador. Muchos
invaluables frescos fueron destruidos o dañados durante el siglo
dieciocho. Debería haber sido natural esperar que el establecimiento de
un departamento, en conexión con la Biblioteca del Vaticano, destinado a
la reunión de las inscripciones cristianas y otras reliquias de la
primitiva Iglesia, elevase la curiosidad de los anticuarios romanos;
pero este no fue el hecho. Por varios años luego de la muerte de
Benedicto XIV nadie tuvo interés por las catacumbas; cerca de 1780,
Seroux d’Agincourt visitó varios de los cementerios antiguos y copió
varios frescos para su publicación en “HISTOIRE DE PART PAR LES
MONUMENTS” (París 1823); pero no se satisfizo únicamente con las copias;
siguiendo el ejemplo de otros exploradores en el mismo campo, a menudo
estaba deseoso de tener las pinturas originales, originando una
destrucción mucho más sistemática que sus predecesores.


Con el advenimiento de la primera mitad del siglo diecinueve
empezó una nueva era en los estudios arqueológicos; el trabajo de M.
Raoul Rochete “DISCOURS SUR L’ORIGINE ETC. DES TYPES QUI CONSTITUENT
L’ART DU CHRISTIANISME” (París, 1834), y su “TABLEAU DES CATACOMBES DE
ROME” (París, 1837), tuvo el mérito de elevar el interés sobre los
monumentos cristianos en Roma, aunque sus conclusiones no fueron del
todo convincentes. En Italia, Sarti, Settele, Pasquini, De Minicis,
Valentín, Manara, Cordero y otros, produjeron trabajos de menor
importancia sobre los cementerios subterráneos, los sarcófagos
cristianos, y las primitivas basílicas de su país. El honor de inaugurar
trabajos realmente importantes pertenece al Padre Jesuita Marchi, quien
fue el primero en demostrar la diferencia esencial entre las areneras, o
fosos de arena de los alrededores de Roma y las galerías de las
catacumbas; en 1841 publicó el primer volumen de lo que pretendió ser un
trabajo exhaustivo sobre el arte de los primitivos cristianos, pero por
varias razones fue incapaz de completar lo iniciado. Pero Marchi había
tomado con él, en el momento de empezar a consagrar una atención
especial a los monumentos cristianos en Roma (1841), a un hombre joven
de menos de 20 años, que estaba destinado a tomar el trabajo de Bosio y
elevar la arqueología cristiana a la dignidad de una ciencia; este fue
Giovanni Battista de Rossi (1822-1894); este importante trabajo iniciado
por él, junto con sus resultados, fueron de gran importancia para la
historia de la Iglesia primitiva, que pudieron obtenerse por
investigaciones sistemáticas, efectuadas con principios científicos;
ninguno más calificado que él mismo para ejecutar sus planes; hecho
reconocido por el Papa Pío IX, quien le comisionó para iniciar el
trabajo destinado a ser muy fructífero.


El trabajo de De Rossi que mejor revela su inmenso aprendizaje y
el método científico con que llevó a cabo sus investigaciones se muestra
en su “ROMA SOTTERANEA” (Roma, 1864-77, en 3 volúmenes) El tiempo
transcurrido entre la publicación de su último volumen de su obra,
verdaderamente magna, ha confirmado esencialmente las teorías de su
autor sobre las condiciones civiles y religiosas de los primeros
cristianos, lo mismo que el carácter simbólico de su arte. En 1863
empezó la publicación de su “BULLETINO D’ARCHEOLOGIA CRISTIANA”, una
revista casi tan indispensable para el estudioso de la arqueología
cristiana como la “ROMA SOTTERANEA”; De Rossi dejó a su muerte una
escuela de arqueólogos, entrenados en sus métodos científicos, capaces
de continuar con su labor. Los tres primeros discípulos, Armellini,
Stevenson y Marucchi, han publicado numerosos trabajos con los
resultados de sus propias investigaciones, o popularizando los
resultados generales de los descubrimientos arqueológicos cristianos,
además de continuar la publicación de la revista bajo el título “NUOVO
BULLETTINO D’ARCHEOLOGIA CRISTIANA”. Un publicista que ha cumplido un
trabajo considerable, de valor permanente, dentro del dominio de la
arqueología cristiana, es el jesuita Garrucci; su publicación más
importante fue la “Historia del Arte Cristiano” en 6 volúmenes, que
contiene 500 ilustraciones; muchas de ellas se han encontrado imprecisas
y deben usarse con cuidado; su texto también ha sido superado, en gran
medida, por el de los escritores más recientes. Los mejores resultados,
desde la muerte de De Rossi, son atribuibles a un sacerdote alemán, cuyo
amor por los estudios arqueológicos lo llevó a Roma hace dos décadas:
Monseñor Joseph Wilpert. Él mismo se dedicó, de manera especial, al
estudio de la pintura primitiva cristiana, un departamento de la
arqueología, al cual, De Rossi fue incapaz de darle la atención
requerida para esta materia; en 1889, Wilpert publicó su
“PRINCIPIENFRAGEN DER CHRISTLICHEN ARCHAOLOGIE”, un folleto defendiendo
los principios de interpretación de la escuela de arqueología romana, en
contra de los ataques de autores alemanes no católicos; en 1892
apareció su estudio sobre “DIE GOTTGEWEIHTEN JUNGFRAUEN”, una valiosa
contribución sobre los orígenes de la vida religiosa; en 1895 publicó su
“FRACTIO PANIS”, donde describe el ciclo de las representaciones
sagradas en la cripta de Santa Priscila, conocida como la Capilla
Griega, y muestra su relación con la escena principal pintada en esa
capilla, la Eucaristía, o banquete sagrado, escena del ábside, que
apropiadamente llama la fracción del pan. El significado de las figuras
orantes, que tan frecuentemente se bosquejan en las primitivas tumbas,
fue el primero en explicarlo satisfactoriamente en su “CYCLUS
CHRISTOLOGISCHER GEMALDE” (1891). Su trabajo mayor es “MALEREIGN DER
KATAKOMBEN ROMS” (Friburgo, 1903), que consiste en dos volúmenes de
tamaño folio, uno de fotografías que reproducen más de 600 frescos de
las catacumbas la mitad de ellas en colores; el otro contiene el texto,
en donde el autor, después de explicar sus principios de interpretación,
clasifica y describe los diversos ciclos de pintura fúnebre, e
interpreta su significado simbólico. Otro sacerdote alemán residente en
Roma, Monseñor de Waal, fundador y editor de “ROMISCHE QUARTALSCHRIFT”,
ha escrito extensamente sobre materias arqueológicas; uno de los
artículos más conocidos es una inscripción, con ilustraciones, del
sarcófago de Junios Bassus (Rodney, 1900)


El ímpetu dado al estudio de los monumentos de los primitivos
cristianos, por los descubrimientos de De Rossi, se sintió,
inmediatamente, en cada país europeo. Dos sacerdotes ingleses, Northcote
y Brownlow, estuvieron entre los primeros que apreciaron la importancia
de su trabajo, que popularizaron en su excelente “ROMA SOTTERRANEA”
(Londres, 1869). Northcote publicó también un útil trabajo sobre las
inscripciones de los primeros cristianos bajo el título “EPITAPHS OF THE
CATACOMBS” (Londres, 1878). El primero de estos trabajos fue traducido
al francés por Allard; el libro de Kraus “ROMA SOTTERRANEA” fue
parcialmente una traducción por Northcote y Brownlow, y parcialmente un
trabajo original. El diccionario de Smith y Cheetham “DICTIONARY OF
CHRISTIAN ANTIQUITIES” (Londres, 1875*1881), es una evidencia del
influjo de las exploraciones romanas sobre los protestantes ingleses; el
manual de Lowrie “MONUMENTS OF THE EARLY CHURCH” (Nueva York, 1901), da
testimonio del interés de los protestantes norteamericanos sobre los
resultados de los estudios arqueológicos. En Francia, entre los primeros
en ser influenciados por el reavivamiento de De Rossi, fueron el Abate
Martigny, quien en 1865 publicó su “DICTIONAIRE DES ANTIQUITÉS
CHRÉTIENNES”, Perret con “CATACOMBES DE ROME”, trabajo pretencioso y de
poco valor, con ilustraciones imprecisas y un texto poco confiable,
Deshassayn de Richemont con “CATACOMBES DE ROME” aparecido en 1870, y al
año siguiente la traducción mencionada con anterioridad. Estos trabajos
prestaron un buen servicio como manuales populares; empero otras
investigaciones de gran importancia fueron desarrolladas por otro
arqueólogo francés, Edmont Le Blant; su primer volumen, “INSCRIPTIONS
CHRÉTIENNES DE LA GAULE” apareció en 1856, el segundo en 1865 y el
tercero en 1892; posteriormente llegaron dos volúmenes sobre los
sarcófagos cristianos de Arles y de Francia (París,1878-86), y varios
estudios sobre epigrafía cristiana. En 1906 inició su aparición un
trabajo excelente y muy útil, “DICTIONNAIRE D’ARCHÉOLOGIE ET DE
LITURGIE” de Cabrol y Leclercq; los descubrimientos del Conde Vogüé en
la parte central de Siria y en Tierra Santa fueron de gran importancia
para la historia de la arquitectura del cristianismo primitivo. Los
escritos del Padre Delattre y de Stephen Gsell son indispensables para
el estudio de los monumentos cristianos del norte de África. En
Alemania, el profesor Franz Xaver Kraus hizo más, probablemente, que
cualquier otro escritos para popularizar los resultados de los estudios
arqueológicos cristianos. Además de su “ROMA SOTTERRANEA”, Kraus editó
su excelente “REAL ENCYKLOPADIE DER CHRISTLICHEN ALTERHUMER”, y publicó
en tres volúmenes una historia del arte cristiano, del cual sólo el
primero trata de la arqueología cristiana; siendo la obra más completa
que haya aparecido sobre esas materias; también este autor publicó en
dos volúmenes una colección de inscripciones cristianas de las tierras
del Rin, además de un gran número de monografías de carácter
arqueológico. Entre los arqueólogos protestantes puede mencionarse a
Víctor Schultze, cuyos estudios sobre las catacumbas de Nápoles y
Siracusa y su “ARCHAOLOGIE DER ALTCHRISTLICHEN KUNST” son de
importancia. Sólo pueden darse algunos nombres de alemanes que han
contribuido dentro del último siglo con estos estudios: Muller, Ficker,
Krumbacher, Strzygowski, Kirsch, Kaufmann, y Baumstark.







Fuentes literarias

El conocimiento de la primitiva sociedad cristiana, derivado de los
estudios sobre los monumentos cristianos más antiguos, ha arrojado luz
sobre muchos aspectos obscuros de la historia de la Iglesia primitiva,
que eran conocidos a través de la literatura que ha llegado hasta
nosotros desde los primeros tiempos del cristianismo. Es igualmente
cierto que el estudio de los monumentos cristianos es imposible hacerlo
sin el estudio de las diversas fuentes literarias de la antigüedad
cristiana. La literatura y los monumentos se suplementan los unos a los
otros. Entre las primeras fuentes iniciales, indispensables para el
estudio de los monumentos, es el arte cristiano del primer siglo,
inspirado por las Sagradas Escrituras; después de éste siguen, el
Martirologio, las liturgias cristianas, ciertas oraciones litúrgicas, en
particular aquellas relacionadas con la muerte, los calendarios de la
Iglesia, los llamados Libros Pontificales, especialmente el “LIBER
PONTIFICALIS”, los antiguos misales y ritos sacramentales, en general
toda la literatura cristiana hasta bien entrados los tiempos medievales;
especialmente útiles fueron los itinerarios de los peregrinos a causa
de las indicaciones que contenían referentes a la topografía de los
antiguos cementerios subterráneos de la Roma cristiana.







Carácter de los monumentos primitivos y resultados principales de las investigaciones arqueológicas cristianas

Los principales monumentos de los primitivos cristianos se han
encontrado en las catacumbas de Roma; las partes más antiguas datan del
primer siglo de la era cristiana, así que, cualquier información que
proporcionen nos dan una estampa del período apostólico; debe tenerse
presente que todos esos monumentos son de carácter fúnebre; nadie puede
esperar encontrar en las inscripciones de los modernos cementerios
católicos una exposición completa de teología católica, ni tampoco
pueden verse exposiciones de dogmas en los frescos e inscripciones de
las catacumbas. Cualquier información que razonablemente pueda esperarse
de dichos monumentos, debe tener relación con las ideas sobre la muerte
que estaban en las mentes de quienes los erigían; dentro de ese alcance
y un poco mas allá, los monumentos son perfectamente claros. Las
inscripciones y pinturas de las catacumbas, lo mismo que los sarcófagos
tallados del siglo cuarto y posteriores, exhiben, de manera inequívoca,
las creencias de sus autores acerca de la existencia más allá de la
tumba.







Inscripciones

Las inscripciones cristianas son en extremo simples, apenas si
mencionan el nombre del difunto, acompañado de una breve oración por su
alma: “Reina, puedes vivir en el Señor Jesús”, “La paz esté contigo”,
“En paz”, “En Dios”; hacia el siglo tercero, estas fórmulas se habían
ampliado hasta incluir la Trinidad y la Comunión de los Santos; el
sacramento del Bautismo es aludido implícitamente en la mención de los
neófitos, con inscripciones como: “FIDEM ACCEPIT - Recibió la fe”, “POST
SUSCEPTIONEM SUAM – Después su bienvenida”, o la Eucaristía como en los
dos famosos epitafios de Abercius de Hierópolis y Pectorius de Autun.
También se mencionan los tres grados más elevados de la jerarquía y
algunas de las órdenes menores, lo mismo que las viudas y vírgenes
consagradas; frecuentemente se hace referencia a miembros de la
comunidad. Aún más interesante, tal vez, son las deducciones que
legítimamente se pueden extraer de ciertas peculiaridades de estos
primitivos monumentos cristianos; la igualdad de todos ante Dios, por
ejemplo, es enseñada a través del silencio elocuente de los epitafios,
sobre los rangos o títulos mundanos de los difuntos; las alusiones a
esclavos y hombres libres, tan comunes en las inscripciones
contemporáneas paganas, se encuentran en unos pocos epitafios
cristianos, y eso, de manera muy bondadosa. Aún más notable, es el
silencio de las inscripciones cristianas sobre las persecuciones, en un
momento donde eran inminentes; ningún pensamiento sobre sus
perseguidores fue dado, ya que el pensamiento de los seguidores de
Cristo estaba absorbido por el mundo más allá de la tumba; y con
referencia a este mundo mejor, habían recreado una confianza perfecta;
el nombre dado a su último lugar de descanso, “cementerio” (KOIMETERIUM,
DORMITORIUM, lugar de descanso), revela su confianza en las promesas
del Salvador. Las inscripciones métricas, erigidas en la cuarta centuria
por el Papa Dámaso (366-384), manifiestan la gran veneración en que se
tenían los mártires, y al mismo tiempo, proporcionan datos invaluables
su historia.







Pintura

Siguiendo la costumbre de decorar las tumbas de los amigos muertos,
los cristianos de Roma, desde el primer siglo, empezaron a adornar con
frescos las cámaras sepulcrales de las catacumbas; de esta forma ellas
fueron la “cuna del arte cristiano”; aunque algunos de los escritores
cristianos de los primeros siglos miraron esta producción artística con
sospecha, la Iglesia de Roma nunca pareció tener dudas sobre esta
materia: el arte es sí mismo es indiferente, ¿por qué no adoptarlo y
purificarlo? Esto fue precisamente lo que se hizo; de esta forma el
proceso de purificación se inició, aún en las pinturas más antiguas de
las catacumbas, con fechas de finales del primer siglo. La ornamentación
pictórica de las tumbas de las familias Afiliana y Flaviana, que
pertenecen a este período, aunque principalmente decorativas con
caracteres como las de las tumbas paganas, están libres de motivos
indelicados o idolátricos. Los cimientos del arte específicamente
cristiano yacen en el primer siglo, tal como se puede ver en unos pocos
frescos que representan a Daniel en el foso de los leones, Noé en el
arca, y el Buen Pastor; todos ellos fueron símbolos, y el simbolismo fue
la característica especial del arte cristiano a lo largo del siglo
cuarto; la fuente de inspiración para este simbolismo fue la Biblia; no
se procedió al azar en la selección de las materias de las Sagradas
Escrituras, o los temas que los motivaron, sino que se siguieron ciertas
regulaciones definidas, que fueron sugeridas por el hecho que los
frescos iban a ser parte de la ornamentación fúnebre; la idea dominante
al hacer la selección de los temas fue que debían ser adaptables, como
símbolos, a las condiciones después de la muerte de quienes yacían en
las tumbas que erigían, de acuerdo a la visión que prevalecía entre los
cristianos. Las liturgias fúnebres, consecuentemente, las oraciones por
los muertos y las invocaciones de igual tenor, servían para la
escogencia de los símbolos. Así por ejemplo, en las Letanías para la
Partida del Alma, aún en uso, tenemos la invocación: “Salva, ¡Oh Señor!,
el alma de tu siervo, como Tú salvaste a Daniel del foso de los
leones”; la figura de Daniel, de pie entre los dos leones, tan
frecuentemente representada en las catacumbas, fue, de esa manera
seleccionada, por su idoneidad para representar las condiciones del alma
del cristiano después de la muerte. Desde el punto de vista de la
doctrina y la disciplina, muchas de ellas son de gran importancia; por
ejemplo, respecto a los sacramentos, el ciclo de frescos relativos al
bautismo, algunos de ellos de la segunda centuria, muestran claramente
que el bautismo era administrado por inmersión, mientras que varios de
los ciclos de la Eucaristía muestran la creencia del carácter de
sacrificio de la misa. En numerosos frescos se manifiesta la creencia en
la divinidad de Cristo, y la virgen María ocupa un lugar prominente en
el pensamiento de los cristianos de los primeros tres siglos; lo que es
aparente por las diversas representaciones de María (la más antigua de
la primera mitad del siglo segundo), con el Niño Salvador en sus brazos.
El desarrollo gradual de la idea de la importancia del lugar de María
en el esquema de la redención, es deducido por comparación de los
frescos más tempranos con los últimos de la Madre y el Niño; una pintura
de la última mitad del siglo tercero, en la catacumba de Santa
Priscila, la representa como modelo para una virgen que toma el velo;
mientras que un fresco, hacia la mitad de la cuarta centuria, en el
Cementerio Mayor, María es vista en actitud de oración, intercediendo,
de acuerdo a la interpretación de Wilpert, con su Hijo Divino, por los
amigos sobrevivientes de la persona difunta, en donde esta
representación aparece. El dogma de la comunión de los santos se expresa
claramente en estas pinturas, como en las inscripciones de las
catacumbas. Las figuras de personas que oran, son símbolos de los
difuntos en el cielo que interceden ante Dios por los amigos, aún
miembros de la Iglesia Militante. Otros frescos representan el juicio
particular, con los santos en actitud de abogados, suplicando al Juez su
admisión a los Cielos. San Pedro y San Pablo también fueron temas
favoritos de los artistas cristianos en Roma, especialmente durante el
siglo cuarto; el fresco más antiguo de San Pedro, en el cementerio de
Las Dos Puertas, representa al Príncipe de los Apóstoles leyendo de un
rollo, en el carácter de “Legislador del Nuevo Pacto”. El lugar
destacado en que se tenían a las autoridades eclesiásticas, está
representado por el atuendo especial con el que eran representadas; los
sacerdotes que administraban el Bautismo están ataviados con su túnica y
palio, dos artículos de su atavío, que junto a las sandalias,
constituían el vestido reservado a los personajes de carácter sagrado.







Escultura

Durante los primeros tiempos de la Iglesia la escultura cristiana fue
casi desconocida; muchas razones se han dado para esta circunstancia,
la principal de ellas, además de su costo, estriba en la dificultad
práctica de producir trabajos, indistintamente cristianos, sin
conocimiento de los gobernantes y de un público hostil. Sólo sobreviven
algunas estatuas y sarcófagos con representaciones de las Sagradas
Escrituras, pertenecientes a los tres primeros siglos; la escultura
cristiana empezó su verdadero desarrollo en el siglo cuarto, durante el
tiempo de paz decretado por Constantino. Las principales esculturas de
este período se encuentran en los numerosos sarcófagos que se encuentran
principalmente en Roma, Ravena y en varios lugares de Francia, donde
fueron enterrados los cristianos de la época de Constantino y
posteriormente. Siendo monumentos fúnebres, los temas simbólicos de los
frescos fueron también apropiados para los sarcófagos. Pero los
escultores cristianos rápidamente cayeron bajo la influencia del nuevo
desarrollo del arte cristiano, visto por primera vez en las basílicas
erigidas por Constantino; sus símbolos de triunfo, junto con las escenas
históricas delineadas en sus paredes, también se encuentran en los
sarcófagos cristianos, al lado de algunos de los símbolos más primitivos
y sagrados de las catacumbas. La transición del arte simbólico al
histórico es, consecuentemente, mejor representado en los sarcófagos
tallados del siglo cuarto y posteriores.







Basílicas

De acuerdo a los Hechos de los Apóstoles, los primeros cristianos
acostumbraban a reunirse en casas privadas para la celebración de la
liturgia: “fraccionando el pan de casa en casa” (Hch 2.46). Los primeros
locales independientes para el culto cristiano, fueron las casas de
aquellos de entre ellos, que poseían edificios lo suficientemente
grandes para acomodar un gran número de personas. Bajo el reinado de
Constantino, la costumbre establecida en la Iglesia de Jerusalén de
reunirse en residencias privadas para la celebración de la liturgia,
parece que se siguió en forma general; parece muy probable, que fuesen
iglesias del tipo basílica que se encuentra en Asia Menor antes de
Constantino. La iglesia de Nicomedia, destruida en la persecución de
Dioclesiano, se construyó en el siglo tercero; de acuerdo a una antigua
tradición, la casa del Senador Pudens en Roma, también como la de Santa
Cecilia, fueron usadas para tal propósito. El romance conocido como “El
Reconocimiento de Clementina” tiene dos referencias interesantes sobre
esta materia: el autor habla de un cierto Maro quien invitó a San Pedro a
predicar en un salón de su mansión, capaz de albergar a quinientas
personas; y en otra lugar, habla de un nombre llamado Teófilo, quién
tenía un salón en su casa consagrado como iglesia. Las iglesias
cristianas del siglo cuarto, conocidas como basílicas, derivan su nombre
y algunas de sus principales características, ya de las basílicas
públicas, como las del foro romano, o de las basílicas privadas de las
grandes mansiones, tales como los salones de Maro y Teófilo. Estaban
conformadas por un gran salón de forma oval, divididas por columnas
entre una nave central y dos o cuatro pasillos; el ábside, en el extremo
opuesto a la entrada al salón, hereda, de acuerdo con Kraus y otros, de
las iglesias primitivas en los cementerios, estructuras con tres
ábsides, dos de ellas pueden aún verse en el cementerio de San Calixto;
el ábside, sin embargo, es una característica que se encuentra en las
dos basílicas de Trajano y Majencio. El atrio en frente de la entrada,
es una característica de la basílica cristiana, no vista en las
basílicas civiles, y evidentemente es una reminiscencia de la iglesia
doméstica de los primeros tres siglos


El baptisterio erigido en forma adyacente a las basílicas, fue,
como regla general, de forma circular o poligonal. Los edificios
circulares también se erigieron como mausoleos; dos de los mejores
ejemplos son la iglesia de Santa Constanza en Roma y el mausoleo del Rey
Teodorico en Ravena. Siguiendo los precedentes de la iglesia del Santa
Sepulcro en Jerusalén, en algunas ocasiones se erigían iglesias
circulares u octagonales; la iglesia de San Vital en Ravena es la
estructura occidental de este tipo mejor conocida. La decoración
inferior de las basílicas cristianas exhibió el nuevo desarrollo del
arte cristiano; los símbolos bosquejados en las catacumbas eran
perfectamente apropiados para el propósito para el cual se hicieron,
pero un diferente estilo de adorno fue exigido en los edificios cuyo
objeto no estaba asociado inmediatamente con la muerte. Sin embargo, la
iglesia de Cristo había tenido un gran triunfo sobre el paganismo, lo
que sugirió a los artistas cristianos del tiempo de Constantino la idea
de conmemorar la victoria en las basílicas; de esta forma vino en
existencia un nuevo simbolismo representando a Cristo triunfante en su
trono; en los frescos y mosaicos de las basílicas fueron representadas
frecuentemente escenas de la vida de Cristo o del Antiguo Testamento,
que sirvieron no sólo como adornos, sino como excelentes ilustraciones
de las Sagradas Escrituras







Las artes menores

Bajo este encabezado usualmente se clasifican lo que tiene que ver
como telas, vestidos litúrgicos y otros elementos, objetos de devoción,
artículos domésticos, monedas y medallas, e ilustraciones en miniatura.
Los últimos objetos son especialmente importantes para la historia del
arte en la Edad Media


Hassett, Maurice. "Christian Archaeology." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/03705a.htm>.


Traducido por Hugo Barona Becerra









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