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miércoles, 26 de marzo de 2014

EXEGESIS BIBLICA

EXEGESIS BIBLICA





EXÉGESIS BÍBLICA



El término exégesis corresponde a la palabra griega exegesis, que
significa explicación, interpretación, y deriva del verbo ex-egeomai,
dirigir, sacar fuera; por extensión, explicar, exponer, narrar. En este
sentido se usa en lo 1,18: «Nadie ha visto jamás a Dios. Dios unigénito,
el que está en el seno del Padre, pl lo ha dado a conocer» (exegesato), lo
ha explicado (Lc 24,35; Act 10,18; 15,15; 21,19). Muy a menudo, y por
razón de su etimología, el término exégesis se toma como sinónimo de
hermenéutica (v. INTERPRETACIÓN), del griego hermeneuo, que significa
traducir (lo 1,42; 9,7; Heb 7,2) y exponer (Lc 24,27). El origen
etimológico de hermeneuein y de sus derivados es discutido, pero parece
conducir a raíces que significan hablar, decir, emparentadas a sermo y a
verbum latinos (G. Ebeling, en RGG 111,243).

     

      Algunos autores contemporáneos (p. ej., Ebeling) engloban la e. y
todo trabajo bíblico en general con la hermenéutica. Sin embargo, la
mayoria de los autores distinguen en la práctica entre hermenéutica y e.,
entendiendo por aquélla la búsqueda de la naturaleza y de los principios
de una justa interpretación, cuya significación no_ tiene evidencia
inmediata (R. Marlé, Le probléme théologique de 1'herméneutique, Les
grands axes de la recherche contemporaine, París, 1963, 10). Por e. se
entiende la exposición y declaración de un libro o de un pasaje del mismo.
La hermenéutica es la ciencia (episteme) que señala las reglas que el
exegeta debe tener en cuenta para interpretar rectamente un libro (v.
INTERPRETACIÓN II); la e. es el arte (texne) de aplicar las reglas de la
hermenéutica, de utilizarla como medio para conseguir su propio fin. Si la
hermenéutica y la e. tienen por objeto los libros de la Biblia, reciben el
calificativo de bíblica o sagrada.

     

      1. Finalidad de la exégesis bíblica. La tarea suprema de la e. b.
«es la de hallar y exponer el verdadero sentido de los Libros Sagrados y,
al hacerlo, deberá tener siempre presente que lo que más ahincadamente ha
de procurar es ver y definir cuál es el sentido de las palabras de la
Biblia, que llaman literal» (enc. Divino afflante Spiritu: EB 550). Pero
como los libros de la Biblia han sido escritos por inspiración del
Espíritu Santo, y Dios en su composición se valió de hombres elegidos, que
usaban de todas sus facultades y talentos, se deduce que estos hombres son
también verdaderos autores de sus respectivos libros, pues, al obrar Dios
«en ellos y por ellos, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios
quería» (Const. Dei Verbum, 3,11). Esta dualidad de autores no significa
que en el texto sagrado haya dualidad o disparidad de sentidos literales,
es decir, un sentido divino, el único infalible, y un sentido humano, bajo
el cual se oculta el sentido divino (EB 612). Todo lo que afirman los
hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, y
viceversa (v. BIBLIA III).

     

      En la S. E. suelen distinguirse varios sentidos (v. NOEMÁTICA), como
consecuencia de la riqueza del texto bíblico, al que puede y debe acudir
el cristiano para encontrar alimento para su fe, estímulo para su
esperanza, impulso para su amor, norma para su comportamiento. Pero esos
sentidos no están en contradicción entre sí ni forman una dispersión
inorgánica, sino que se basan en uno que debe considerarse primario: el
que se llama sentido literal, o expresado por la letra del texto mismo. La
Biblia no es una obra esotérica o ambigua, sino profundamente verdadera
que nos trasmite un claro y definido mensaje de salvación. Por eso el
sentido literal es, como suele decirse, universal (ya que no hay ningún
texto bíblico que carezca de sentido) y único (puesto que todo texto tiene
un sentido básico, sobre el que pueden apoyarse otros, pero sin
contradecirlo). El primer deber del exegeta bíblico es, pues, esforzarse
por determinar y estudiar, con todos los medios a su alcance, el sentido
literal de un pasaje o libro bíblico.

     

      Pero con ello no está del todo precisada la finalidad de la e.
bíblica. En efecto, ¿qué se entiende exactamente por sentido literal?
Exegetas y teólogos discrepan a veces en efecto cuando se trata de definir
con precisión el sentido literal. Numerosos exegetas, tanto antiguos como
actuales, definen el sentido literal bíblico partiendo de la intención de
Dios, autor principal de las S. E. Según Patrizzi, sentido literal bíblico
es «el que el Espíritu Santo quiso enunciar» (De Interpretatione
Scripturarum Sacrarum, Roma 1862, 6). Y Santo Tomás afirma que «vero
sensus litteralis est quem auctor intendit, auctor autem Sacrae Scripturae
Deus est» (Quodl. VII a14 ad5; De potentia, 9,4, al), es decir, da al
sentido literal bíblico una extensión amplia y lo extiende a todas las
enseñanzas que Dios, autor primero de la Biblia, nos da por la letra de
sus textos. No se pregunta si estas enseñanzas entran explícitamente en la
intención didáctica de los escritores sagrados, autores instrumentales
subordinados a Dios, que hace que formulen su propia palabra (Grelot, o.
c. 312). En este supuesto cabe admitir que Dios pudo dar a las palabras
del hagiógrafo un sentido más alto, más amplio y pleno, dentro de la misma
línea, que el que quiso expresar el autor humano. Éste pudo conocer sólo
en parte el sentido literal intentado por Dios, por ser el hombre
instrumento deficiente, de comprensión limitada, con relación a Dios que
lo sabe todo (J. Gribmont, Le lien des deux Testaments selon la théologie
de St. Thomas, «Ephemerides Theologicae Lovanienses», 22, 1946, 73).

     

      «Los antiguos partían de Dios como punto de referencia: Dios habla
en las Escrituras. Modernamente se prefiere decir que los autores humanos
escribieron bajo la inspiración divina. En ambos procedimientos cabe ver
un matiz especial» (L. Cerfaux, Simples réflexions á propos de 1'exégése
apostolique, «Ephemerides Theologicae Lovanienses» 28, 1949, 565). Esa
afirmación podría ser matizada, a fin de evitar toda contraposición
radical, que no corresponde por entero a la realidad, pero apunta no
obstante hacia un dato objetivo que repercute en la misma definición del
sentido literal. Así, para Benoit, es sentido literal «el que ha querido
expresar el autor humano» (La Prophétie, París-Tournai 1947, 355); según
G. Courtade, es «lo que el hagiógrafo quiso efectivamente expresar en y
por las palabras de que se sirvió» (Le sens de 1'histoire et la
classification usuelle des sens scripturaires, «Recherches de Science
Religieuse», 36, 1949, 136-141); igualmente, para A. M. Dubarle, «es el
sentido querido por el autor humano de un libro inspirado» (Le sens
spirituel, «Rev. des Sciences Philosophiques et Théologiques», 31, 1947,
43). Otros autores critican esas definiciones por estimar que colocan el
acento en un dato subjetivo -la intención del escritor- difícil de
determinar. «La identificación del sentido literal con la intención del
autor conduce a una antinomia implacable» (L. Lapointe, Les trois
dimensions de l'herméneutique, París 1967, 40; éste es también el
pensamiento de G. Gadamer, Wahrheit und Methode, Grundzuge einer
philosophischen Hermeneutik, 2 ed. Tubinga 1965). De ahí que algunos
definan el sentido literal partiendo de la expresión objetiva de las
palabras: «Es el que se desprende de las mismas palabras correctamente
interpretadas» (L. Pirot, Initiation biblique, París 1939, 332). «Es
sentido literal todo lo que se encuentra en la letra y sólo en la letra,
sin preocuparse de si fue conocido y querido a la vez por Dios y el
hagiógrafo, o por Dios solamente» (A. Fernández, Apostillas relativas a
los sentidos bíblicos, «Biblica», 37, 1956, 187-191). Una posición
sintética es la que adopta R. C. Fuller: «el sentido literal de la
Escritura es el que se deduce directamente del texto y es intentado por el
escritor sagrado» (La interpretación de la S. E., en Verbum Dei, I,
Barcelona 1956, n° 39).

     

      Por debajo de esas diversas definiciones aflora un problema de
fondo, que influye en la comprensión misma de la e., y que conviene poner
de manifiesto. Dicho sintéticamente: un énfasis excesivo en la intención
del autor, que podría ser legítimo en el caso de un libro meramente
humano, podría conducir la e. bíblica a cerrarse a las aportaciones que
vienen de luces que Dios da en momentos posteriores, es decir, a perder el
sentido de la unidad de la S. E., etc. Si tenemos presente el designio
revelador da Dios y la pedagogía con la que ha procedido en su
manifestación, se advierte claramente que no hay dificultad alguna en
admitir que el autor humano pudo no tener conciencia clara de la plenitud
de la Revelación, a la cual colabora, pero de una manera fragmentaria.
Esto es comprensible, sobre todo para los autores de los libros del A. T.,
los cuales no podían dar una formulación perfecta de la economía de la
salvación antes de la entrada de Cristo en el curso de la historia de la
humanidad. Pero tenían una conciencia incoativa de estos misterios, y sus
escritos contribuyen con un testimonio positivo, que aparecerá en toda su
nueva profundidad una vez se lean a la luz de la Palabra de Cristo y del
Evangelio (v.) anunciado a todo el mundo. «Entonces desaparecerán las
ambigüedades, las insuficiencias se llenarán, sus límites crujirán, ya que
los aspectos del misterio que ellos intuían a su manera y que no lograron
formular de una manera adecuada, quedan ahora patentes en toda su
amplitud. Es perfectamente legítimo otorgar toda esa plenitud de sentido a
un texto que, antes, no contenía más que una expresión incoativa de la
doctrina» (Grelot, La Bible parole de Dieu, París 1965, 316).

     

      Todo ello conduce a una conclusión: la e. debe prestar un interés
especial al sentido intentado por el hagiógrafo y expresado inmediatamente
en las palabras por él escritas -es, en efecto, verdadero autor, ya que
Dios, con el carisma de la inspiración (v. BIBLIA III), no destruye su
inteligencia y su libertad, sino que las eleva-, pero sin cerrarse en él,
sino estando abierto a un sentido literal más pleno que Dios pueda haber
intentado y clarificado posteriormente. Así lo ha enseñado el Magisterio
reciente. Diversos documentos declaran que el exegeta debe investigar el
sentido que el hagiógrafo quiso expresar y de hecho expresó con las
palabras que emplea (cfr. EB 107,112,485,525,550). Pío XII es claro en
este punto; es tarea de los exegetas la de hallar y exponer el sentido
literal que quiso expresar el hagiógrafo con sus palabras: «Sea esta
significación de las palabras la que con toda diligencia averigüen por el
conocimiento de las lenguas por el examen del contexto y por la
comparación con los lugares semejantes, pues de todo eso suele hacerse uso
también en la interpretación de los escritos profanos para que aparezca
clara la mente del autor». A la vez, en otro pasaje de la misma enc.
Divino af flante Spiritu (EB 552), añade: «Por lo cual el exegeta, como
debe examinar y exponer la significación propia, o, como dicen, literal de
las palabras que el hagiógrafo intentó y expresó, debe también investigar
y exponer la espiritual, siempre que conste que fue dada por Dios, pues
sólo Dios pudo conocer y revelarnos a nosotros esa significación
espiritual».

     

      Análogamente el Conc. Vaticano II, Const. Dei Verbum, no 12, afirma:
«Dios habla en la Escritura por medio de hombre y en lenguaje humano, por
tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso
comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir
y lo que Dios quería dar a conocer con dichas palabras. Para descubrir la
intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los
géneros literarios, pues la verdad se presenta y enuncia de modo diverso
en obras de índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros
géneros literarios... La Escritura se ha de leer con el mismo espíritu con
que fue escrita; por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto
sagrado hay que tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la
Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe».

      **AU

      LUIS ARNALDICH.

     

      **HIG

      EXÉGESIS BÍBLICA. 2. Criterios o principios de la exégesis bíblica.
Los principios, criterios o reglas que deben seguirse en la e. b. se
deducen de la naturaleza de los libros que dicha e. aspira a analizar. Un
dato fundamental se impone: la Biblia es una obra singular, única.
Mientras todos los demás libros están escritos por hombres en el ejercicio
de sus capacidades humanas, asistidas tal vez por la gracia, pero
mantenidas en su orden propio, de manera que la obra resultante es una
obra exclusivamente humana; los libros de la S. E. se caracterizan por
haber sido escritos gracias a un influjo sobrenatural específico, que
llamamos inspiración divina (v. BIBLIA in), la cual, incidiendo en la
persona completa de cada uno de los escritores humanos de tales libros, ha
operado la condición peculiar de que la Biblia sea una obra literaria
divino-humana, que tiene a Dios como autor principal y al hombre como
verdadero autor también, pero subordinado e instrumental. Esa acción
conjunta divino-humana, en la que Dios toma la iniciativa hasta la
culminación de la obra, garantiza el auténtico origen divino de los libros
de la S. E. y su verdad inmutable en orden a nuestra salvación (cfr. Conc.
Vaticano I, Const. Dei Filius: Denz.Sch. 3006; Conc. Vaticano II, Const.
Dei Verbum, no 11).

     

      Un segundo dato completa el anterior: esos libros no han sido
inspirados por Dios a personas singulares desconectadas de todo pueblo o
comunidad, sino a personas que formaban parte del pueblo por Él elegido
(Israel, la Iglesia), y para recoger una Revelación de la que ese pueblo
es depositario. No es, pues, lícito separar las S. E. de la Iglesia: para
interpretar la. Biblia, conocer su sentido, penetrar en lo que quiere
decir es necesario leerla en el ambiente en que fue escrita y para el que
fue destinada, es decir, in sinu Ecclesiae (cfr. Conc. de Trento: Denz.Sch.
1507; Conc. Vaticano 11, Const. Dei Ver')um, no 7-10, 12).

     

      Teniendo en cuenta todos los datos enunciados, los autores suelen
concluir diciendo que en la interpretación de la S. E. deben tenerse en
cuenta dos tipos de criterios: los criterios comunes a toda obra escrita;
los propios de una obra singular como es la Biblia. Expongámoslos.

     

      a) Criterios literarios comunes. Siendo los hagiógralos verdaderos
autores, es legítimo aplicar al estudio de la Biblia todos los recursos de
los que se vale la ciencia humana para intentar conocer con hondura el
pensamiento expresado por un escritor: estudio de las características
propias del lenguaje empleado, consideración del contexto histórico,
ambiente o situación vital en la que está escrito el libro, análisis
gramatical, etc, del texto concreto que se está estudiando; clarificación
de esos párrafos a partir del contexto en que están situados; comparación
con lugares paralelos, es decir, que tienen un parecido con él sea por las
palabras empleadas, sea por la materia que tratan, etc.

     

      Todo ello constituye un proceso que contribuye, y poderosamente, a
conocer con más hondura el sentido de un texto, profundizando -y en
ocasiones perfilando o completando- lo que ya se percibe por la simple
lectura directa. Ahora bien en una obra como la Biblia es insuficiente. Y
ello por dos razones. En primer lugar, porque proceder con ese solo método
es privarse de la luz que nos viene de las otras fuentes de conocimiento
que Dios nos ha otorgado, haciendo así más difícil el trabajo,
exponiéndose al error, etc. En segundo lugar -y más radicalmente- porque
con ese método se puede llegar, a lo más a determinar el sentido captado
por el autor humano y querido expresar por él, pero no el sentido más
pleno que Dios pueda querer trasmitir. Los principios comunes, en suma, no
pueden aplicarse al estudio de la Biblia sino unidos a los principios
propios -(v. t.: HEUITÍSTICA BIBLICA).

     

      b) La unidad de la Sagrada Escritura. Los libros que componen la
Biblia han sido escritos a lo largo de un amplio periodo de tiempo, pero
son fruto de un plan unitario de Dios que ha ido revelándose a sí mismo y
sus designios según una disposición o economía ordenada a facilitar su
comprensión. Por eso es no sólo lícito, sino necesario, tener en cuenta al
interpretar un libro las manifestaciones hechas por Dios en momentos
posteriores de la historia de la Revelación, ya que ellos, al darnos a
conocer con plenitud lo que Dios quería decir, nos permiten no sólo
comprender la relación que hay entre las manifestaciones hechas por Dios a
lo largo del proceso de la Revelación, sino captar mejor el sentido de los
textos más antiguos (análogamente a como en una conversación humana, las
palabras pronunciadas al final permiten a veces captar mejor el sentido de
las dichas al principio). «Dios -dice la Const. Dei Verbum, formulando
claramente una de las mayores aplicaciones del principio que acabamos de
formular- es el autor que inspira los libros de ambos Testamentos, de modo
que el Antiguo encubriera el Nuevo, y el Nuevo descubriera el Antiguo. Ya
que, si bien Cristo estableció con su sangre la nueva alianza, los libros
del A. T., incorporados a la predicación evangélica, alcanzan y muestran
su plenitud de sentido en el N. T. y a su vez lo iluminan y lo explican.

     

      c) La Tradición y el Magisterio eclesiástico. Los libros de la S. E.
nacen, decíamos antes, en el interior del pueblo elegido por Dios; en ese
sentido cabe decir, en términos generales, que la tradición oral antecede
a los libros escritos; y ello de tal manera que cuando los libros son
escritos no pretenden hacer inútil dicha tradición o suplantarla, sino que
la presuponen y se unen a ella. La Iglesia «no saca exclusivamente de la
Escritura la certeza de todo lo revelado», sino también de la Tradición
(Dei Verbum, n° 9). La Tradición (v.) completa e interpreta la S. E. El
exegeta en suma, para comprender a fondo lo que la Biblia dice, debe
esforzarse por conocer el sentido «que ha mantenido y mantiene la Santa
Madre Iglesia» (Denz.Sch. 1507). Y, por tanto, estudiar la interpretación
de los Padres -cuyo consentimiento unánime es regla segura de verdad-, las
definiciones infalibles del Magisterio (v.) -que constituyen por sí mismas
fuentes de certeza-, las interpretaciones de textos hechas en documentos
magisteriales -que aunque, eventualmente, no gocen de infalibilidad tienen
una autoridad que debe iluminar seriamente el trabajo-, e incluso -aunque
aquí tiene más cabida el uso espiritual de los textosla utilización
litúrgica de la Biblia. Todo ello, en ocasiones, decidirá de la
interpretación de un texto (o excluirá, como erróneas, algunas
interpretaciones que podrían presentarse como posibles desde la sola
perspectiva literaria), y siempre dará ese sentido de la Iglesia y de la
tradición cristiana que es el ambiente propio de la exégesis bíblica.

     

      d) Analogía de la fe. Por analogía de la fe se entiende la armonía o
acuerdo que existe entre todas las verdades reveladas: la doctrina
cristiana es un todo unitario en el que no hay contradicciones sino que
las diversas verdades se iluminan las unas a las otras (cfr. Conc.
Vaticano I: Denz.Sch. 3016). Ello obviamente repercute también sobre la
e., en la que la analogía de la fe constituye una guía de doble manera:
negativa, ya que toda interpretación de un texto que implique sostener
algo contrario a la doctrina de la Iglesia debe ser reconocida como falsa
(pensar lo contrario equivaldría a negar o el origen divino de la S. E. o
la infalibilidad de la Iglesia); positiva, en cuanto que la iluminación
que supone el conocimiento de la verdad de fe ayuda a interpretar
rectamente el sentido de los textos en los que esa fe se nos propone,
orientando la investigación en una dirección acertada, poniendo de relieve
matices que tal vez de otra forma se percibirían más difícilmente, etc.

     

      V. t.: HEURÍSTICA BÍBLICA.

     

     

BIBL.: Además de los Manuales de
Hermenéutica (v. INTERPRETACIóN II) y de la bibl. ya citada en el
artículo: C. LARCHER, L' actualité chrétienne de 1'Ancien Testament
d'aprés le Nouveau Testament, París 1952; J. MICHL, Dogmatischer Schri/tbeweis
und Exegese, «Biblische Zeitschriftn 2 (1958) 1-14; R. SCHNACKENBURG, Der
Weg der katholischen Exegese, ib. 161-176; P. GRELOT, Le sens chrétien de
l'Ancien Testament, París-Tournai 1962; E. CASTELLI, Ermeneutika e
Tradizione, Roma 1963; N. 1,OHFINK, Katholische Bibelwissenscha(t und
historisch-kritische Methode, Kevelaer 1966; íD, Die Kirche una das Wort
Gottes, Wurzburgo 1967; R. F. OSBORN, A New Hermeneutik?, «Interpretation»
20 (1966) 400411; R. SCHNACKENBURG, Konkrete Fragen an den Dogmatiker aus
der heutigen exegetischen Diskussion, «Catholica» 21 (1967) 11-27; G. VAN
RIET, Exégése et réflexion philosophique, «Ephemerides Theologicae
Lovanienses» 43 (1967) 389-404; P. ASVELD, Exégése critique et exégése
dogmatique, ib. 405-419; P. GRELOT, Que penser de 1'interprétation
existentiale?, ib, 420-443; A. GRILLMEIER, en Das Zweite Vatikanische
Konzil: Dogmatische Konstitution über die góttliche Offenbarung, Friburgo
Br. 1967, 528-557; H. KRUSE, Die Zuverliissigkeit der Heiligen Schrift, «Zeitschrift
für katholische Theologie» 90 (1968) 22-39; A. VACCARI, Historia exegeseos,
en Institutiones Biblicae, I, 6 ed. Roma 1951, 510-567; H. CAZELLES y P.
GRELOT, en A. ROBERT y A. FEUILLET, Introducción a la Biblia, I, 3 ed.
Barcelona 1970, 93-217.-Para el pensamiento protestante: E. FucHs,
Hermeneutik, Bad Cannstatt 1954; 0. CULLMANN, La nécessité et la fonction
de l'exégése philologique et historique de la Bible, en Le probléme
biblique dans le Protestantisme, París 1955, 131-147.

1. M. CASCIARo RAMÍREZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991

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