  |      PRIMERA PARTE  
LA PROFESIÓN DE LA FE SEGUNDA SECCIÓN: 
LA    PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA CAPÍTULO TERCERO 
CREO    EN EL ESPÍRITU SANTO ARTÍCULO 8 
“CREO EN EL ESPÍRITU SANTO” 687 "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2,  11). Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo,  su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los profetas"  (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150)  nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos sino  en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo  en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a Cristo "no habla de sí  mismo" (Jn 16, 13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica  por qué "el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce", mientras  que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos (Jn 14, 17). 688 La Iglesia, comunión viviente en la fe de los Apóstoles que ella  transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo: – en las Escrituras que Él ha inspirado;  – en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre  actuales;  – en el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste;  – en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde  el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo;  – en la oración en la cual Él intercede por nosotros; – en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia; – en los signos de vida apostólica y misionera;  – en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la  obra de la salvación. 689 Aquel al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de  su Hijo (cf. Ga 4, 6) es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo,  es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don  de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante,  consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción  de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento:  misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero  inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de  Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela. 690 Jesús es Cristo, "ungido", porque el Espíritu es su Unción y todo lo  que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34).  Cuando por fin Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al  Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él: Él les comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22), es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica (cf. Jn 16, 14). La  misión conjunta se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por  el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será  unirlos a Cristo y hacerles vivir en Él:    «La noción de la unción sugiere [...] que no hay ninguna distancia entre el Hijo y  el Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y  la unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario,  así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu, de tal modo que quien  va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto  necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del  Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace  en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde  todas partes delante de los que se acercan por la fe» (San Gregorio de Nisa,  Adversus Macedonianos de Spirirtu Sancto, 16).  El nombre propio del Espíritu Santo 691 "Espíritu Santo", tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y  glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del  Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19). El término "Espíritu" traduce el término hebreo Ruah, que en su primera  acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen  sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es  personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por otra parte,  Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas.  Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico  designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los  demás empleos de los términos "espíritu" y "santo". Los apelativos del Espíritu Santo 692 Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le  llama el "Paráclito", literalmente "aquel que es llamado junto a  uno", advocatus (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). "Paráclito" se traduce habitualmente  por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador (cf. 1 Jn 2, 1). El mismo  Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13). 693 Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los  Hechos y en las cartas de los Apóstoles, en San Pablo se encuentran los  siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el  Espíritu de adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el  Espíritu del Señor (2 Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19;  1 Co  6, 11; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1 P 4, 14). Los símbolos del Espíritu Santo 694 El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción  del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu  Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento:  del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua,  así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida  divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados [...] en un solo Espíritu",  también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1 Co 12, 13): el Espíritu es, pues,  también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19,  34; 1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf. Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8;  1 Co 10, 4; Ap 21, 6; 22,  17). 695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también  significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en  sinónimo suyo (cf. 1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el  signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de  Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario  volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo  ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua  Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey  David (cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única:  la  humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo".  Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19;  Is 61, 1).  La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo  anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al  Templo a ver al Cristo del Señor (cf. Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno  (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones  salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de entre  los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en  su humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36), Jesús distribuye  profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión  con la humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto [...] que realiza la  plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión de San  Agustín (Sermo 341, 1, 1: PL 39, 1493; Ibíd., 9, 11: PL 39, 1499) 696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la  fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía  transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió  [...]  como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48, 1), con su oración,  atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo (cf. 1 R 18,  38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan  Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17),  anuncia a Cristo como el que "bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3,  16), Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre la tierra y  ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!" (Lc 12, 49). En forma de  lenguas "como de fuego" se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la  mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La tradición espiritual  conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción  del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No extingáis  el Espíritu"(1 Ts 5, 19). 697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las  manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento,  la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador,  tendiendo así un velo sobre la transcendencia de su Gloria: con Moisés en la  montaña del Sinaí (cf. Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10)  y durante la marcha por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co 10, 1-2); con  Salomón en la dedicación del Templo (cf. 1 R 8, 10-12). Pues bien, estas figuras  son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre la  Virgen María y la cubre "con su sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús  (Lc 1, 35). En la montaña de la Transfiguración es Él quien "vino en una nube y  cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y  «se oyó una voz desde la nube que decía: "Este es mi Hijo, mi Elegido,  escuchadle"» (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que "ocultó a Jesús  a los ojos" de los discípulos el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo  revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf. Lc 21,  27). 698 El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es  Cristo a quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos  marca también en él con su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30).  Como la imagen del sello [sphragis] indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu  Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta  imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el  "carácter" imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden  ser reiterados. 699 La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (cf.  Mc  6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (cf. Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles  harán lo mismo (cf. Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la  imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8,  17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos  figura en el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza (cf. Hb 6,  2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha  conservado en sus epíclesis sacramentales. 700 El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios"  (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo  de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está  escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra,  sino en las tablas de carne del corazón" (2 Co 3, 3). El himno Veni Creator  invoca al Espíritu Santo como dextrae Dei Tu digitus ("dedo de la diestra  del Padre"). 701 La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al  Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el  pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf. Gn 8, 8-12). Cuando  Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja  y se posa sobre él (cf. Mt 3, 16 paralelos). El Espíritu desciende y reposa en el  corazón purificado de los bautizados. En algunos templos, la Santa Reserva  eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma (el  columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para  sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana. 702 Desde el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), la  Misión conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa. El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y  ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de  ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee  el Antiguo Testamento (cf. 2 Co 3, 14), investiga en él (cf. Jn 5, 39-46) lo que  el Espíritu, "que habló por los profetas" (Símbolo  Niceno-Constantinopolitano: DS 150), quiere decirnos acerca de Cristo. Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los que  fueron inspirados por el Espíritu Santo en el vivo anuncio y en la redacción de los  Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición judía  distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que  nosotros llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo  sapienciales, en particular los Salmos] (cf. Lc 24, 44). En la Creación 703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida  de toda creatura (cf. Sal 33, 6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21;  Ez 37,  10):     «Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es  Dios consubstancial al Padre y al Hijo [...] A Él se le da el poder sobre la vida,  porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo» (Oficio      Bizantino de las Horas. Maitines del Domingo según el modo segundo.      Antífonas 1 y 2).  704 "En cuanto al hombre, Dios lo formó con sus propias manos [es decir, el Hijo y  el Espíritu Santo] Y Él dibujó trazó sobre la carne moldeada su  propia forma, de modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina»  (San Ireneo de Lyon, Demonstratio praedicationis apostolicae, 11: SC 62,  48-49). El Espíritu de la promesa 705 Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continua siendo  "a imagen de Dios", a imagen del Hijo, pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm  3, 23), privado de la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura la  Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá "la imagen"  (cf. Jn 1, 14; Flp 2, 7) y la restaurará en "la semejanza" con el Padre  volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu "que da la Vida". 706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una  descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo (cf. Gn 18,  1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas  todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo  (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión del Espíritu Santo formará "la unidad de los  hijos de Dios dispersos" (cf. Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento (cf. Lc  1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8, 32;Jn  3, 16) y al don del "Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda ... para  redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1, 13-14; cf. Ga 3, 14). En las Teofanías y en la Ley 707 Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la  Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y desde Josué hasta las visiones que  inauguran la misión de los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha  reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la  vez revelado y "cubierto" por la nube del Espíritu Santo. 708 Esta pedagogía de Dios aparece especialmente en el don de la Ley (cf. Ex 19-20; Dt 1-11; 29-30), que fue dada como un "pedagogo" para conducir al  Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia para salvar al hombre privado  de la "semejanza" divina y el conocimiento creciente que ella da del pecado (cf. Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu Santo. Los gemidos de los Salmos lo  atestiguan. En el Reino y en el Exilio 709 La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el  corazón y las instituciones del pueblo salido de la fe de Abraham. "Si de veras  escucháis mi voz y guardáis mi alianza [...], seréis para mí un reino de  sacerdotes y una nación santa" (Ex 19,5-6; cf. 1 P 2, 9). Pero, después de  David, Israel sucumbe a la tentación de convertirse en un reino como las demás  naciones. Pues bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David (cf. 2 S 7;  Sal  89; Lc 1, 32-33) será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres según el  Espíritu. 710 El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte:  el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa  del Dios Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el  Espíritu. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación (cf. Lc  24, 26); el Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el  Resto de pobres que vuelven del Exilio es una de la figuras más transparentes de  la Iglesia. La espera del Mesías y de su Espíritu 711 "He aquí que yo lo renuevo"(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van  a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de un  Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los Pobres  (cf. So 2, 3), que aguardan en la esperanza la "consolación de Israel" y "la  redención de Jerusalén" (cf. Lc 2, 25. 38). Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías que a Él se refieren. A  continuación se describen aquéllas en que aparece sobre todo la relación del  Mesías y de su Espíritu. 712 Los rasgos del rostro del Mesías esperado comienzan a aparecer  en el Libro del Emmanuel (cf. Is 6, 12) (cuando "Isaías vio [...] la  gloria" de Cristo Jn 12, 41), especialmente en Is 11, 1-2:    «Saldrá un vástago del tronco de Jesé, 
y un retoño de sus raíces brotará. 
Reposará sobre él el Espíritu del Señor: 
espíritu de sabiduría e  inteligencia, 
espíritu de consejo y de fortaleza, 
espíritu de ciencia y  temor del Señor».  713 Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo  (cf. Is 42, 1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-34; y también Is 49, 1-6; cf. Mt 3,  17; Lc 2, 32, y por último Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el  sentido de la Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el Espíritu Santo para  vivificar a la multitud: no desde fuera, sino desposándose con nuestra  "condición de esclavos" (Flp 2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede  comunicarnos su propio Espíritu de vida. 714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo  este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2):    «El Espíritu del Señor está sobre mí, 
porque me ha ungido. 
Me ha enviado a  anunciar a los pobres la Buena Nueva, 
a proclamar la liberación a los  cautivos 
y la vista a los ciegos, 
para dar la libertad a los oprimidos 
y proclamar un año de gracia del Señor».  715 Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del  Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el  lenguaje de la Promesa, con los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf. Ez  11, 19; 36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo  cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés (cf. Hch 2, 17-21). Según estas  promesas, en los "últimos tiempos", el Espíritu del Señor renovará el corazón de  los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los  pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios habitará  en ella con los hombres en la paz. 716 El Pueblo de los "pobres" (cf. So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3; Is 49, 13;  61, 1; etc.), los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios  misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del  Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión escondida del  Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar la venida de  Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el  Espíritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara  para el Señor "un pueblo bien dispuesto" (cf. Lc 1, 17). Juan, Precursor, Profeta y Bautista 717 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6).  Juan fue "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41)  por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu  Santo. La "Visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de Dios a  su pueblo" (Lc 1, 68). 718 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu  lo habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que viene. En  Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor un  pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17). 719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo  consuma el "hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los profetas  inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación  de Israel, es la "voz" del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como  lo hará el Espíritu de Verdad, "vino como testigo para dar testimonio de la luz"  (Jn 1, 7; cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las  "indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles (1 P  1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése  es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy testimonio de que  éste  es el Hijo de Dios [...] He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1, 33-36). 720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura,  prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la  "semejanza" divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua  y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5). “Alégrate, llena de gracia” 721 María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra  maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los  tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha  preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu  pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la  Sabiduría, la Tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con  relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en  la Liturgia como el "Trono de la Sabiduría". En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que el Espíritu va a  realizar en Cristo y en la Iglesia: 722 El Espíritu Santo preparó a María con su gracia . Convenía que  fuese "llena de gracia" la Madre de Aquel en quien "reside toda la  plenitud de  la divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura  gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el  don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como  la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí  al Hijo eterno, hace subir hasta el cielo con su cántico al Padre, en el  Espíritu Santo, la acción de gracias de todo el pueblo de Dios y, por tanto, de  la Iglesia  (cf. Lc 1, 46-55). 723 En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del  Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo.  Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu  y de la fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28). 724 En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho  Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena  del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a  conocer a los pobres (cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt  2, 11). 725 En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en  comunión con Cristo a los hombres "objeto del amor benevolente de Dios" (cf. Lc 2, 14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores,  los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos. 726 Al término de esta misión del Espíritu, María se convierte en la  "Mujer", nueva Eva "madre de los vivientes", Madre del "Cristo total" (cf. Jn  19, 25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que "perseveraban en la  oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), en el amanecer de los "últimos  tiempos" que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la  manifestación de la Iglesia. Cristo Jesús 727 Toda la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los  tiempos se resume en que el Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación:  Jesús es Cristo, el Mesías. Todo el segundo capítulo del Símbolo de la fe hay que leerlo a la luz de esto.  Toda la obra de Cristo es misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí se  mencionará solamente lo que se refiere a la promesa del Espíritu Santo hecha por  Jesús y su don realizado por el Señor glorificado. 728 Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha  sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a  poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será  alimento para la vida del mundo (cf. Jn 6, 27. 51.62-63). Lo sugiere también a  Nicodemo (cf. Jn 3, 5-8), a la Samaritana (cf. Jn 4, 10. 14. 23-24) y a los que  participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf. Jn 7, 37-39). A sus discípulos  les habla de él abiertamente a propósito de la oración (cf. Lc 11, 13) y del  testimonio que tendrán que dar (cf. Mt 10, 19-20). 729 Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado Jesús  promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección  serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26;  15, 26; 16, 7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado  por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en  nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del  Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros  para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará  todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de Él; nos conducirá a la  verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo, lo acusará en materia  de pecado, de justicia y de juicio. 730 Por fin llega la hora de Jesús (cf. Jn 13, 1; 17, 1): Jesús entrega  su espíritu en las manos del Padre (cf. Lc 23, 46; Jn 19, 30) en el momento en  que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que, "resucitado de los  muertos por la gloria del Padre" (Rm 6, 4), enseguida da a sus discípulos  el Espíritu Santo exhalando sobre ellos su aliento (cf. Jn 20, 22). A partir de  esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la  Iglesia: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; cf. Mt 28,  19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8). Pentecostés 731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la  Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta,  da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch  2, 36), derrama profusamente el Espíritu. 732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día  el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la  humildad de la carne y en la fe, participan ya en la comunión de la Santísima  Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en  los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero  todavía no consumado:    «Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos  encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha  salvado» (Oficio Bizantino de las Horas. Oficio Vespertino del día de  Pentecostés, Tropario 4)  El Espíritu Santo, el don de Dios 733 "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don,  contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones  por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). 734 Puesto que hemos muerto, o, al menos, hemos sido heridos por el  pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La  comunión con el Espíritu Santo (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a  dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado. 735 Él nos da entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia  (cf. Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar  "como él nos ha amado" (cf. 1 Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad  que se menciona en 1 Co 13) es  el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos "recibido  una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8). 736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar  fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del  Espíritu, que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,  mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más  renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el  Espíritu" (Ga 5, 25):     «Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada  en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción      de hijos: se nos da  la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo,      el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna (San Basilio      Magno, Liber de Spiritu Sancto, 15, 36: PG 32, 132).  El Espíritu Santo y la Iglesia 737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia,  Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde  ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo:  El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para  atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda  su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les  hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para  reconciliarlos, para conducirlos a la comunión con Dios, para que den  "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16). 738 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del  Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus  miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y  extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el  objeto del próximo artículo):    «Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el  Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que  nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del  Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible  lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí [...] y hace  que todos aparezcan como una sola cosa en él . Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos  aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también  de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible,  los lleva a todos a la unidad espiritual» (San Cirilo de Alejandría,  Commentarius in Iohannem, 11, 11: PG 74, 561).  739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo,  Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos,  sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar  testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo  entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu,  Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto será el objeto de la  Segunda parte del Catecismo). 740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en los  Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo,  según el Espíritu (esto será el objeto de la Tercera parte del Catecismo). 741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no  sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con  gemidos inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios,  es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la Cuarta parte del  Catecismo). 742 "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros  corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre" (Ga 4, 6). 743 Desde el comienzo y hasta de la consumación de los tiempos, cuando  Dios envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es  conjunta e inseparable. 744 En la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo realiza en María  todas las preparaciones para la venida de Cristo al Pueblo de Dios. Mediante la  acción del Espíritu Santo en ella, el Padre da al mundo el Emmanuel, "Dios con  nosotros" (Mt 1, 23). 745 El Hijo de Dios es consagrado Cristo (Mesías) mediante la unción  del Espíritu Santo en su Encarnación (cf. Sal 2, 6-7). 746 Por su Muerte y su Resurrección, Jesús es constituido Señor y  Cristo en la gloria (Hch 2, 36). De su plenitud derrama el Espíritu Santo sobre  los Apóstoles y la Iglesia. 747 El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros,  construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la comunión  de la Santísima Trinidad con los hombres.      |  
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