Jueves, 31 de octubre de 2013  

La Sagrada Biblia llama "Santo" a  aquello que está consagrado a Dios. La Iglesia Católica ha llamado  "santos" a aquellos que se han dedicado a tratar de que su propia vida  le sea lo más agradable posible a Nuestro Señor. Hay unos que han sido  "canonizados", o sea declarados oficialmente santos por el Sumo  Pontífice, porque por su intercesión se han conseguido admirables  milagros, y porque después de haber examinado minuciosamente sus  escritos y de haber hecho una cuidadosa investigación e interrogatorio a  los testigos que lo acompañaron en su vida, se ha llegado a la  conclusión de que practicaron las virtudes en grado heroico.
Los  santos "canonizados" oficialmente por la Iglesia Católica son varios  millares. Pero existe una inmensa cantidad de santos no canonizados, que  ya están gozando de Dios en el cielo. A ellos especialmente está  dedicada esta fiesta del día 1 de noviembre, además de ser una llamada de atención a todos los cristianos. Nuestra meta también es alcanzar esa santidad.
La  primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que  la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio,  comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año156. Esta  carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido  de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba  a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una  celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus  tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de  Cristo y el de los mártires.
La  veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las  tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la  colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San  Sebastián, todos ellos en Roma.
Las  historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados  Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio  Romano, en el que se concentró toda la información de los santos  oficialmente canonizados por la Iglesia.
Cuando  cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el  culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un  amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores.  En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de  los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí  confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel  por Cristo.
Más  adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas  personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a  Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión  (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las  mujeres consagradas a Cristo.
Antes  del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del  santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los  Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas  precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el  propósito de evitar errores y exageraciones.
El Concilio Vaticano II reestructuró el calendario del santoral
Se  disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión  crítica las noticias hagiográficas (se eliminaron algunos santos no  porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos  seguros); se seleccionaron los santos de mayor importancia (no por su  grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan:  sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc.); se recuperó la  fecha adecuada de las fiestas (esta es el día de su nacimiento al Cielo,  es decir, al morir); se dio al calendario un carácter más universal  (santos de todos los continentes y no sólo de algunos).
Fuente: Diócesis de Almería
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