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Julián Marías“La
espinosa cuestión del aborto voluntario se puede plantear de maneras
muy diversas. Entre los que consideren la inconveniencia o ilicitud del
aborto, el planteamiento más frecuente es el religioso. Pero se suele
responder que no se puede imponer a una sociedad entera una moral
«particular». Hay otro planteamiento que pretende tener validez
universal, y es el científico. Las razones biológicas, concretamente
genéticas, se consideran demostrables, concluyentes para cualquiera.
Pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y
mujeres, que las admiten «por fe»; se entiende, por fe en la ciencia.


“Creo que hace falta un planteamiento elemental, accesible a
cualquiera, independiente de conocimientos científicos o teológicos, que
pocos poseen, de una cuestión tan importante, que afecta a millones de
personas y a la posibilidad de vida de millones de niños que nacerán o
dejarán de nacer.


“Esta visión ha de fundarse en la distinción entre «cosa» y
«persona», tal como aparece en el uso de la lengua. Todo el mundo
distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre «qué» y «quién»,
«algo» y «alguien», «nada» y «nadie». Si se oye un gran ruido extraño,
me alarmaré y preguntaré: «qué pasa?» o ¿qué es eso?». Pero si oigo unos
nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntarés «¿qué es», sino
«¿quién es?».


“Se preguntará qué tiene esto que ver con el aborto. Lo que aquí me
interesa es ver en qué consiste, cuál es su realidad. El nacimiento de
un niño es una radical «innovación de la realidad»: la aparición de una
realidad «nueva». Se dirá que se deriva o viene de sus padres. Sí, de
sus padres, de sus abuelos y de todos sus antepasados; y también del
oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo y
todos los demás elementos que intervienen en la composición de su
organismo. El cuerpo, lo psíquico, hasta el carácter, viene de ahí y no
es rigurosamente nuevo.


“Diremos que «lo que» el hijo es se deriva de todo eso que he
enumerado, es «reductible» a ello. Es una «cosa», ciertamente animada y
no inerte, en muchos sentidos «única», pero al fin una cosa. Su
destrucción es irreparable, como cuando se rompe una pieza que es
ejemplar único. Pero todavía no es esto lo importante.


«Lo que» es el hijo puede reducirse a sus padres y al mundo; pero «el
hijo» no es «lo que» es. Es «alguien». No un «qué», sino un «quién», a
quien se dice «tú», que dirá en su momento «yo». Y es «irreductible a
todo y a todos», desde los elementos químicos hasta sus padres, y a Dios
mismo, si pensamos en él. Al decir «yo» se enfrenta con todo el
universo. Es un «tercero» absolutamente nuevo, que se añade al padre y a
la madre.


“Cuando se dice que el feto es «parte» del cuerpo de la madre se dice
una insigne falsedad porque no es parte: está «alojado» en ella,
implantado en ella (en ella y no meramente en su cuerpo). Una mujer
dirá: «estoy embarazada», nunca «mi cuerpo está embarazado». Es un
asunto personal por parte de la madre. Una mujer dice: «voy a a tener un
niño»; no dice «tengo un tumor».


“El niño no nacido aún es una realidad «viniente», que llegará si no
lo paramos, si no lo matamos en el camino. Y si se dice que el feto no
es un quién porque no tiene una vida personal, habría que decir lo mismo
del niño ya nacido durante muchos meses (y del hombre durante el sueño
profundo, la anestesia, la arteroesclerosis avanzada, la extrema
senilidad, el coma).


“A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para denominar
el aborto provocado: se dice que es la «interrupción del embarazo». Los
partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades. La
horca o el garrote pueden llamarse «interrupción de la respiración», y
con un par de minutos basta.


“Cuando se provoca el aborto o se ahorca, se mata a alguien. Y es una
hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del
camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o
meses del nacimiento va a ser sorprendido por la muerte.


“Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que
probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal
física y psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal «no debe
vivir», ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que
extender la misma norma al que llega a ser anormal por accidente,
enfermedad o vejez. Y si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con
todas sus consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de
Shakespeare, que hiere a Polonio con su espada cuando está oculto
detrás de la cortina. Hay quienes no se atreven a herir al niño más que
cuando está oculto -se pensaría que protegido- en el seno materno.


“Y es curioso cómo se prescinde enteramente del padre. Se atribuye la
decisión exclusiva a la madre (más adecuado sería hablar de la «hembra
embarazada»), sin que el padre tenga nada que decir sobre si se debe
matar o no a su hijo. Esto, por supuesto, no se dice, se pasa por alto.
Se habla de la «mujer objeto» y ahora se piensa en el «niño tumor», que
se puede extirpar como un crecimiento enojoso. Se trata de destruir el
carácter personal de lo humano. Por ello se habla del derecho a disponer
del propio cuerpo. Pero, aparte de que el niño no es parte del cuerpo
de su madre, sino «alguien corporal implantado en la realidad corporal
de su madre», ese supuesto derecho no existe. A nadie se le permite la
mutilación; los demás, y a última hora el poder público, lo impiden. Y
si me quiero tirar desde una ventana, acuden la policía y los bomberos y
por la fuerza me lo impiden.


“El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del
hombre. Por eso se olvida la paternidad y se reduce la maternidad a
soportar un crecimiento intruso, que se puede eliminar. Se descarta todo
uso del «quién», de los pronombres tú y yo. Tan pronto como aparecen,
toda la construcción elevada para justificar el aborto se desploma como
una monstruosidad.


“¿No se tratará de esto precisamente? ¿No estará en curso un proceso
de «despersonalización», es decir, de «deshominización» del hombre y de
la mujer, las dos formas irreductibles, mutuamente necesarias, en que se
realiza la vida humana? Si las relaciones de maternidad y paternidad
quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una
mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación,
sin ninguna significación personal entre las tres personas implicadas,
¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y generaliza, si a
finales del siglo XX la Humanidad vive de acuerdo con esos principios,
¿no habrá comprometido, quién sabe hasta cuándo, esa misma condición
humana? Por esto me parece que la aceptación social del aborto es, sin
excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va
acercando a su final.


– Julián Marías, ABC, 19/3/2009.