|        |            HOMILIA por la Fiesta de 
SAN FRANCISCO DE ASISPara ser santo, es preciso ser humano; para ser humano, es     preciso ser sensible y tierno. Y, precisamente, en su ternura     hacia todas las criaturas y su sensibilidad frente a la debilidad     humana, se radica la innegable atractividad de la santidad de     Francisco de Asís. 
 
Estudiar la vida de Francisco es estudiar el evangelio viviente     y puesto en práctica - es ponernos frente a frente a la     escenificación histórica del Sermón de la     Montaña, del mandamiento del amor, del mismo misterio     pascual. La historia de Francisco no deja de fascinarnos porque,     en cierto sentido, es la historia de la relación de cada     hombre y cada mujer - de cada uno de nosotros, con Dios; es la     historia de la tensión siempre presente entre los criterios     de un mundo que pone su confianza en si mismo, buscando su fin     en el lucro, el poder o la satisfacción personal y que     rechaza a Dios y los valores del Reino, anunciados por Cristo,     que parten de la confianza incuestionable en Dios. y busca su     fin solamente en Él a través del amor al otro.     Reflexionar sobre la vida de Francisco de Asís es como     mirar en un espejo porque hay, dentro de cada uno de nosotros,     un Francisco de Asís oculto. Somos, como el,hombres y     mujeres del mundo, llamados a ser hombres y mujeres de Dios sin     dejar de ser plenamente humanos; como el, hemos sido amados intensamente     por Dios para poder amar intensamente a todos nuestros hermanos;     como el, hemos sido llamados a ser santos. 
 
Los contemporaneos de Francisco, aquellos que intentaron desanimarlo     de sus propósitos, - familiares, amigos, clérigos,     aldeanos, - lo acusaron de ser "utópico", irrealista,     desaptado socialmente y, hasta loco. ¿Es cierto que el     hijo del comerciante próspero que se hizo mendigo, el     aventurero de guerras locales convertido en pacificista, el joven     simpático y festejero vuelto recluso, era utópico?     ¡Gracias a Dios que sí! Porque solamente aquel que     desea lo que parece imposible para los hombres acaba por lograr     lo que si es posible con Dios. Francisco fue convencido que Cristo     no anunció un "ideal más" para la humanidad,     algo que debemos admirar pero que no podía ser alcanzado.     Sonaba en su interior aquellas palabras del Señor: "mi     madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra y la pone     en práctica." (Lc. 8,21) Para muchos de nosotros,     el evangelio está propuesto como un ideal, una utopía;     para Francisco fue una práctica, una forma de vida, una     exigencia. 
 
Es demasiado fácil, y común, racionalizar nuestra     relación con las exigencias del evangelio. Comenzamos     diciendo: 'está bien, pero' ... ; 'si, Cristo dijo esto,     pero' ... ; 'no hay que ser tan literal'; y así, por el     estilo. Francisco no se refugió ni en exégesis     ni en hermaneúticas sino, decidadamente y sin duda alguna,     se puso a vivir la radicalidad evangélica. Si, fue un     utópico; si, fue enloquecido con la locura de la cruz     de Cristo que, como nos dice San Pablo en I Corintios, es "más     sabia que la sabiduría de los hombres". Se propuso     vivir el evangelio y lo vivió - hasta las últimas     consecuencias. 
 
El deseo de Francisco de identificarse plenamente con el evangelio     de Cristo, con todo lo que dijo e hizo el Señor, fue manifestado     en su identificación con el Cristo pobre y crucificado;     tan fuerte fue este deseo en el que asumió la pobreza     misma como signo innegable de su comprensión del amor     preferencial de Dios para los últimos de la sociedad.     Y, como signo de aprobación y conformidad con esta opción,     Dios identificó física y visiblemente a Francisco     con el Crucificado, haciendo irrumpir en su cuerpo las mismas     llagas de Cristo. Los pobres y Cristo pobre son para el una única     pasión. 
 
No era, entonces, una casualidad que Francisco optó trabajar     con los lepras, los más despreciados y marginados de la     sociedad de sus tiempos. Fue simplemente una coherencia más     entre fe y vida - algo incomprensible para todo aquel que piensa     que se pueda reconciliar el evangelio con el mundo o reducir     el mensaje cristiano a un ideal espiritual, desencarnado de la     realidad de la vida diaria. 
 
Por eso, es importante insistir que el pobre de Asís no     huyó del mundo, por más lejos de sus centros urbanos     que fuera. Más bien, rechazó el sistema social     y económico de su época, basados como fueron en     el egosimo, el lucro, la discriminación social y el poder     de las armas; lo hizo no con teorías sociológicas,     económicas o antropológicas sino como un verdadero     profeta que anunciaba la voluntad de Dios no en palabras abstractas     sino con el testimonio vivo de su propia vida. Para el, la Encarnación     de Nuestro Señor Jesucristo fue expresado mejor en la     escenificación viva del nacimiento en Belén que     en hablar de Persona y Naturaleza; para el, la compasión     de Jesús se predicaba siendo compasivo; el amor al prójimo     se mostraba, amando; la solidaridad se vivía, compartiendo;     la fraternidad se hizo realidad, haciéndose hermano de     toda criatura. Su modo de ser, su presencia física, toda     su vida, fue una predicación del Reino y sus valores,     una llamada de atención al mundo, una interpelación     de todos, grandes y pequeños. Su testimonio fue, a la     vez, un anuncio de la buena nueva del Reino y una denuncia de     los anti valores que Cristo mismo vino a denunciar. 
 
San Francisco fue inocente con la inocencia de los hijos de Dios     - pero no fue ingenuo; fue inflamado con el entusiasmo de los     Apóstoles para anunciar el Reino - pero no fue fanático.     Fundó su familia religiosa con plena conciencia del impacto     que podría producir en la sociedad un evangelio viviente,     un verdadero sacramento del Reino. Al escribir su Regla, comienza     diciendo: "La Regla y la vida de los Frailes menores es     ésta ... ", mostrando que la regla no sustituye a     la vida sino que la da rigor y carácter. Para el, la fuerza     de esta nueva familia religiosa sería su capacidad de     vivir la pobreza evangélica en fraternidad y humildad,     en imitación del Cristo pobre y sus apóstoles.     "¡Oh, cuán santo, querido, complaciente y humilde,     pacífico y dulce y admirable y apeticiple sobre todas     las cosas tener un hermano que dio su vida por sus ovejas y oró     al Padre por nosotros ... ". Quería que sus frailes,     como el mismo, se sintieran hermanos no solamente los unos de     los otros sino de toda la creación porque Dios se hizo     hermano nuestro en la pobreza y la humildad. 
 
Sin duda, para los románticos como para los incrédulos,     más importante y mucho más interesante que todo     lo reflexionado hasta ahora, era la relación entre Francisco     y Clara - escena que ha captado la imaginación de los     curiosos y que ha dado lugar a la especulación de los     grandes psiquiátras y psicólogos. ¿Cómo     van a entender un amor humano célibe sin haber creído     en el amor divino hecho humanidad? ¿Cómo aceptar     un amor auténticamente humano ordenado hacia un amor mayor     sin haber comprendido que primero somos amados intensamente por     Dios? En el amor que unía Santa Clara con su Padre y hermano,     Francisco, imperó la puereza de intención en un     grado muy elevado de transparencia y convergencia en el amor     a Dios encima de toda sospecha. Dos personas, plenamente humanos,     terriblemente enamorados con Dios sobre todas las cosas, y, por     eso, honestamente enamorados el uno con la otra. 
 
Sin embargo, y pienso que este es muy importante, Francisco,     como Clara también, fueron muy conscientes que el amor     que los impulsaba hacia Dios, el uno hacia la otra, y los dos     hacia los demás hombres, tenía que ser frenado     por la disciplina y la penitencia. La continua mortificación     del cuerpo y las pasiones no solamente fue una manera de identificarse     con los sufrimientos de la Pasión del Señor sino,     más que nada, una manera de conseguir una mayor armonía     entre el cuerpo y el espíritu. No se trata de un masoquismo     ni de un odio por su propio cuerpo sino de un conocimiento profundo     de la naturaleza humana y la facilidad con que podemos racionalizar     nuestros sentimimientos y afectividad. Francisco y Clara fueron     realistas y no sentimentalistas; tenían sus pies bien     plantados en la tierra mientras sus corazones fueron elevados     al cielo. 
 
Al celebrar esta fiesta de nuestro padre seráfico y clausurar     las celebraciones de los 800 años desde el nacimiento     de Santa Clara, ¿cuál es el mensaje que se quiere     dar a los hombres y mujeres de hoy? En un país, como lo     nuestro, donde los índices de pobreza se elevan diariamente     y los valores evangélicos de fraternidad y solidaridad     son burlados por un sistema socio-económico sostenido     en los principios de lucro e individualismo, ¿todavía     tiene sentido la vida de Francisco de Asís? En una sociedad     en que el pragmatismo político y la eficacia económica     tienen más importancia que los principios morales y el     respecto por la dignidad de cada persona ¿no es demasiado     utópico pensar que el ideal de Francisco todavía     pueda cuestionar nuestro siglo como cuestionaba lo suyo? ¿La     radicalidad evangélica es un mensaje demasiado extraño     en nuestro medio, tan influenciado por los avances tecnológicos     y científicos, por la comodidad material y el consumerismo,     por las ideologías individualistas y hedonistas? 
 
¿O es todo lo contrario? Observamos con asombro que mientras     el mundo avanza científica y tecnológicamente,     conquistando el espacio y mejorando la calidad de vida biológica,     recortando distancias y abriendo nuevas maneras de intercomunicación     planetaria, que podrian hacernos sentir "más hermanos",     más unidos", ocurre exactamente lo opuesto: la humanidad     se aleja más y más de los valores capaces de producir     la paz auténtica que es el fruto de la justicia y el amor;     los pueblos desarrollados se aferran a sus bienes y a su poder     mientras los pueblos pobres se hunden más y más     en la pobreza; las guerras étnicas y racistas aumentan;     los derechos de los pobres y de los pueblos son menos respetados     que nunca; la distancia entre pueblos pobres y pueblos ricos     cada día es más grande; aumenta la violencia, la     corrupción política, la falta de respecto para     la dignidad de todos y cada uno. 
 
Y, precisamente por eso, hace falta el coraje utópico     de intentar lo que parece imposible a los hombres, sabiendo que     se logrará lo que es posible para Dios. Hombres y mujeres     de mucha fe, en todas partes del mundo, a veces a costo de sus     propias vidas, siguen anhelando el Reino, siguen buscando el     camino. Para ellos, Francisco no es tanto un ideal sino un espíritu     que los inspira, un modo de ser y estar en el mundo; Francisco     no es una fórmula mágica a quien solamente se invoca     para que haga un milagro sino su vida sigue siendo una prueba     concreta que es posible, en este mundo, - cuando hay voluntad,     - cuando hay convicción, - cuando hay coraje, vivir el     mensaje de Jesús. 
 
Podemos resumir todo lo que significa la vida y la presencia     de Francisco de Asís en la historia en una sola palabra:     ternura. Pero "ternura" más que una palabra     hablada es una práctica de vida que no solamente capta     la esencia misma de Francisco, sino se espera, de toda la familia     franciscana en el mundo hoy. La ternura, más que un sentimiento,     es la capacidad de identificarse con el dolor y sufrimiento de     otros; es la capacidad de hacer latir el corazón con el     pulso del otro y es nuestra respuesta al amor que Dios tiene     hacia todas sus criaturas. Este es el mensaje que captaba Francisco;     esto es lo que el quería comunicar a todos sus hermanos     y al mundo entero; esta es la pasión que lo consumía,     hasta el final. Y es lo que estamos, todos, llamados a vivir,     para que aquel Francisco, oculto en cada uno, haga mayor entrega     de sí mismo a los demás, tenga mayor compasión     con los pobres y más abandonados y mayor respeto hacia     la naturaleza. 
 
El mejor homenaje que podemos ofrecer para honrar a Nuestro Padre,     Francisco, en todos los tiempos, es, hacer lo que el hizo - creer     en la palabra de Dios y ponerla en práctica; ser sacramentos     vivos de los valores del Reino, hacer de nuestra vida una escenificaciones     del evangelio y los bienaventuranzas, para que desde nuestro     testimonio vayamos construyendo, dentro de este mundo, el Reino     de Justicia, de Paz y de Amor. |     
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